La cumbre olvidada: la COP de biodiversidad de Montreal

12 diciembre, 2022

 La responsabilidad sobre la pérdida de biodiversidad y sobre la destrucción ambiental recae desproporcionadamente sobre los más ricos dentro de cada país y, a nivel global, sobre los países del norte global. El objetivo debería ser frenar el daño y sentar las bases para la restauración del mundo en un futuro cercano

Twitter: @eugeniofv

Pasados el ruido y la decepción de la cumbre global de cambio climático, que tuvo lugar hace unas semanas en Egipto, los países se reúnen en estos días en Montreal, Canadá, en la 15 conferencia de las partes (la COP, por sus siglas en inglés) del Convenio de Diversidad Biológica. Se trata de una cumbre igual de importante, en la que se debe lidiar con una crisis igual de amenazante, pero a las que los gobiernos del mundo dan muchísimo menos importancia. 

Las especies que habitan y animan el planeta no se sostienen solas: dependen de un complejo entramado de variedades genéticas, especies distintas, comunidades dinámicas y ecosistemas interconectados que mantienen un delicado equilibrio y que llamamos “biodiversidad”. La pérdida de una especie —la erosión de la biodiversidad— ya es grave y puede tener desde impactos locales muy localizados, hasta impactos globales. 

La situación actual combina todos los problemas posibles y es francamente insostenible: según un resumen de datos preparado por el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente, de los ocho millones de especies de plantas y animales hay un millón que está bajo amenaza de extinción, tres cuartas partes del planeta han sufrido impactos por la actividad humana y cerca del 90 por ciento de las pesquerías han sido aprovechadas al máximo de su capacidad o están francamente colapsadas. 

Lo países reunidos en Montreal tienen el enorme reto de construir acuerdos y tomar decisiones que lleven a corregir esta situación. Tristemente, hasta ahora la comunidad internacional ha fracasado cada vez que lo intenta. Esta cumbre está marcada por el muy sonado fracaso de las metas de Aichi, un conjunto de objetivos adoptados en 2010 en el marco de otra cumbre de biodiversidad. Esos objetivos, a su vez, buscaban subsanar los fallos de un objetivo anterior, adoptado en 2002, que tampoco se cumplió.

El panorama no solamente no parece promisorio en esta ocasión, sino que parece mucho más ominoso. La responsabilidad sobre la pérdida de biodiversidad y sobre la destrucción ambiental recae desproporcionadamente sobre los más ricos dentro de cada país y, a nivel global, sobre los países del norte global. Ellos, sin embargo, no sufren directamente los impactos de esa pérdida y, lo que es más, los enormes excedentes de capital y de ingresos en general que lograron con la pandemia y la concentración de la riqueza que ella trajo parecen llevar a un ciclo de acumulación de excedentes, destrucción de los ecosistemas para nuevos proyectos intensivos en capital y nueva generación de excedentes que deben reinvertirse, destruyendo la naturaleza. Esta dinámica será terriblemente difícil de romper y es enormemente destructiva.

En México el panorama no es mejor. La embestida contra la institucionalidad ambiental —que se ha visto en episodios como el nombramiento ilegal del secretario ejecutivo de la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad— son evidencia del desdén del gobierno actual ante la biodiversidad, que en eso da continuidad a las políticas de gobiernos anteriores. 

Esto no quiere decir que todo en materia de biodiversidad esté perdido. Uno de los objetivos que se tratarán en la agenda es el de la protección y restauración de la biodiversidad con la que conviven las ciudades. Ahí los presidentes municipales, los gobiernos estatales y la jefatura de gobierno de la Ciudad de México tienen mucho que hacer. Además, la biodiversidad va mucho más allá del ámbito exclusivo de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales: otras secretarías pueden intervenir, los consumidores podemos hacer mucho y las empresas pueden también modificar sus estrategias productivas. 

El objetivo, a estas alturas, debería ser frenar el daño y sentar las bases para la restauración del mundo en un futuro cercano. Para ello, todo mundo tiene mucho que aportar. 

Consultor ambiental en el Centro de Especialistas y Gestión Ambiental.

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