La cumbre del clima COP27 tuvo algunos logros significativos, pero estos no nos acercan a la reducción drástica de emisiones de gases de efecto invernadero que el mundo necesita. Ante la crisis climática crece la ansiedad, particularmente entre los más jóvenes, pero también se nutren extraños deseos de que no prosperen proyectos políticos esenciales para una transición energética con justicia social.
@etienne-von-bertrab
El pasado domingo terminó la Conferencia de las Partes (COP) número 27 sobre cambio climático, misma que, como ahora el mundial de fútbol, tuvo lugar en un país con pocas libertades y un estado frágil de los derechos humanos. En el resort egipcio Sharm El-Sheikh estuvieron durante dos semanas representantes de los países miembros de la ONU, organizaciones internacionales, líderes políticos, compañías transnacionales y una sociedad civil que se vio limitada a manifestarse al interior del área segura de las Naciones Unidas en lugar de hacerlo en las calles y plazas públicas de la ciudad anfitriona.
Pese a veintisiete años de estas cumbres el panorama es todo menos alentador. Mantener el incremento de temperatura promedio en 1.5oC no parece ya estar al alcance de la humanidad y la crisis climática se manifiesta en cada vez más territorios, ecosistemas y comunidades humanas en el planeta. Podrán llegar a cientos de millones las personas que en las próximas décadas se verán forzadas a migrar para sobrevivir.
Y luego la guerra. La maldita guerra. Frente a la crisis de combustibles fósiles derivada de la guerra en Ucrania, no solo la mayoría de los países ha bajado sus ambiciones de reducción de emisiones, sino que países ricos como Estados Unidos, Reino Unido y gran parte de Europa occidental están, además de acaparando reservas globales de hidrocarburos, ampliando proyectos de extracción de petróleo, gas y hasta carbón, como en el caso de Alemania. Su gobierno decretó recientemente la reactivación de plantas de carbón que estaban ociosas hasta el próximo verano, como medida para sustituir el suministro de gas ruso. Paradójicamente, la expansión de una mina de carbón a cielo abierto está llevando al desmantelamiento de un parque eólico. Sí, en Alemania.
Pero volvamos a la COP27. Un gran avance, sobre todo desde la perspectiva del llamado sur global, es el acuerdo para establecer el fondo para pérdidas y daños. Dicho fondo se destinaría a los países más impactados por la crisis climática y que además son los que menos han contribuido al problema, sobre todo en el África subsahariana, el subcontinente indio y las naciones-isla del Océano Pacífico. Financiar las pérdidas y daños es una demanda de los países más pobres desde hace tres décadas, pero hasta ahora los países más ricos, entre ellos Estados Unidos, se habían opuesto. El fondo para pérdidas y daños es un logro que no se puede minimizar, aunque es tan solo el primer paso pues no se ha acordado el proceso para establecerlo y tampoco se tienen compromisos monetarios.
Hablé en días pasados con el periodista Julián Reingold, quien estuvo en la COP27, para tener mejor idea de cómo se vivió la cumbre. Un aspecto que destaca y que es algo que permitió el que Egipto fuese sede, fue la significativa participación de activistas y organizaciones africanas. Como lo pone, para África la crisis climática es una emergencia que no puede esperar, y la gran mayoría de los países carecen de los recursos para afrontar eventos extremos, cada vez más frecuentes y devastadores. A Julián le asombró el nivel de organización de organizaciones africanas, así como de Asia y la región del Océano Pacífico.
En esta valiosa nota Julián nos cuenta sobre algunos de estos activistas africanos que conoció, incluyendo qué les mueve a hacer lo que hacen. Pero también habla de la ‘ecoansiedad’ que padecen muchos jóvenes en el continente. Según la encuesta de UNICEF U-Report, casi la mitad de los jóvenes africanos afirma haber reconsiderado la posibilidad de tener hijos debido al cambio climático. Una tristeza brutal. Y es que las realidades que viven hacen que la crisis climática no sea una preocupación abstracta o sobre algo relativamente distante, como lo es para otros jóvenes en el mundo que no están en los márgenes de nuestras sociedades, lo que no quita, por supuesto, la validez de su preocupación y de sus reclamos. Pero no es lo mismo pensar un futuro gris que vivirlo día a día.
Julián destaca la esperanza que le brindaron no solo las palabras del presidente de Colombia Gustavo Petro, sino su atenta escucha a representantes de pueblos indígenas. De igual forma las palabras de Lula da Silva y el liderazgo regional que con él retoma Brasil y, en concreto, su compromiso para la conservación de la Amazonía junto con los demás países amazónicos.
Lo cual me lleva al caso de México. En estos tiempos es difícil encontrar balances serios sobre la cuestión ambiental, incluida la agenda climática. La ignorancia o el desprecio por la búsqueda de la soberanía energética por parte de este gobierno es patente no solo en los medios nacionales sino en la progresía mediática global como The Guardian. Un ejemplo reciente es esta nota que plantea que México iría a la COP27 para ‘engañar’ al mundo con sus compromisos de mitigación (la nota tiene profundos sesgos periodísticos y conlleva verdades a medias así como mentiras llanas). Luego está el caso de cierto activismo que igualmente desprecia y ridiculiza los esfuerzos de México por recuperar en primera instancia la soberanía energética, llegando a planteamientos risorios como que el presidente López Obrador es un negacionista climático.
Pero hay quienes están atentos a lo que ocurre en México, y saben que es imposible transitar de manera socialmente justa a las energías renovables por la vía del mercado, y que para ello se requiere un Estado fuerte en materia energética – lo que tantos países europeos ahora buscan con todo su empeño. Pero este tema amerita más detenimiento, así que estimada lectora, lector, prometo volver a él en una siguiente entrega. Mientras tanto, no se dejen engañar tan fácilmente, que nuestro país, en materia energética, está siendo observado y valorado alrededor del mundo.
Profesor de ecología política en University College London. Estudia la producción de la (in)justicia ambiental en América Latina. Cofundador y director de Albora: Geografía de la Esperanza en México.
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