La colonización la cargamos todos

12 octubre, 2020

La construcción del conocimiento en las ciencias sociales está colonizado. Incluso los grandes pensadores, amados intelectuales que han aportado al cambio social, tienen sus sesgos coloniales. La oleada feminista ha dado en un punto importante: leer autoras ¿Y si extrapolamos esto a otras actividades intelectuales?

Lydiette Carrión

@lydicar

Una breve nota entre columnas: los procesos de colonización siguen vigentes. Rita Laura Segato cita a Aníbal Quijano y agrega más: los Estados que se conformaron durante la Colonia tenían un propósito: proveer y solucionar para sus respectivas metrópolis: ya sea España, Portugal, Holanda, Inglaterra. Ese era su propósito: trabajar para la metrópoli. Cuando se dan los procesos de Independización, los Estados siguieron conformándose así: buscando bienestar para Estados fuera del territorio nacional. 

Por eso, y no por casualidad, es que los Estados latinoamericanos son tan centralizados, tan corruptos, los mandatarios toman “decisiones” tan destructivas para sus gobernados. Por eso, porque en el fondo, todo el sistema fue diseñado para proveer a un Estado fuera del territorio. Y eso no ha sido suficientemente entendido ni combatido.  

Esto lo ha narrado Segato en entrevistas y ensayos. Y lo mismo ocurre con las colonias en África. Lo escribió de forma magistral Frantz Fanon en su clásico “Los condenados de la Tierra”. Y cito directamente a Fanon; y es que  cuando se habla de este libro, hay una tendencia a citar, antes que nada al prologuista: Jean Paul Sartre. 

No es que Sartre no sea maravilloso, pero de nuevo, nuestros reflejos brincan para validar, encomiar al pensador francés, no al intelectual africano.

Lo mismo ocurre con los pensadores, los intelectuales latinoamericanos. 

La construcción del conocimiento en las ciencias sociales también está colonizado. Menos que antes, pero continúa. Los grandes pensadores europeos, amados intelectuales que han hecho y aportado profundamente al cambio social, tienen sus sesgos coloniales (incluido Marx). No se trata de no leerlos; pero quizá, como explica Fanon, es hora de sentarse a dialogoar en la fogata. Volteamos a Europa, a Estados Unidos (me niego a llamarlo América) y no nos vemos a nosotros mismos. No es nuestra culpa; es como son las cosas en este momento, bajo un sistema conformado desde la colonialidad.  Es un asunto de sistema, no de individuo.

Segato dice que en este sistema, han sido sólo cuatro las teorías del sur global que han impactado y alcanzado permanencia en el pensamiento mundial: “la Teología de la Liberación; la Pedagogía del Oprimido; la Teoría de la Marginalidad que fractura la Teoría de la

Dependencia y, más recientemente, la Perspectiva de la Colonialidad del Poder” (Cfr. Pacheco Chávez).

Llegué tarde a este conocimiento. Me lamento por muchos años perdidos. Mi trayectoria de lecturas –como la de casi todos– ha estado volcada a la Colonia, tanto en literatura como en ciencias sociales–. Colonia y patriarcado. Me tardé en leer autoras; y casi no he leído autores latinoamericanos, mucho menos a pensadores indígenas. 

Lecciones desde mi feminismo tardío

Pienso –y de nuevo es mi bagaje eurocéntrico– en el ensayo de Virginia Woolf: “un cuarto propio”, donde relata cómo los hombres se referían a las mujeres que escriben: ver a una mujer escribir es como ver a un perro bailar; lo hacen horrible, pero ya es un prodigio que lo hagan”. Así veían a las mujeres hace 100 años. ¿Cómo nos ven ahora?

Woolf advierte algo más en su calidad de escritora extraordinaria: admite que la literatura escrita por mujeres es en términos generales de menor calidad que la escrita por hombres. Después de esa parente traición, explica sus hipótesis:

Primero, porque para escribir, se necesitan condiciones económicas medianamente apropiadas. Por ejemplo, dinero para viajar, tiempo para enamorarse y tener aventuras; y sobre todo, un cuarto propio donde escribir, y no la mesa de la cocina con cinco niños llorando), o lo que llamaría Marx: las condiciones objetivas. Segundo: porque el arte, como cualquier oficio humano, tiene ciertas tradiciones, requiere de cierta escuela. Si a las mujeres se les reniega de escribir, no hay escuela de literatura que abrace, soporte, lustre el talento de las mujeres. Y Woolf lo sabía bien. 

De nuevo, no es un asunto de individuos; es un sistema. ¿Cómo trastabillarlo? 

Me parece que la oleada feminista ha dado en un punto importante: leer autoras; que las mujeres escriban. ¿Y si extrapolamos esto a las actividades intelectuales? Quizá así podríamos generar no sólo cuatro, sino ocho o 10 teorías de ciencias sociales para comenzar a transformar esos Estados todavía muy coloniales. Quizá entonces, el tema de las estatuas lo podamos ver en su justa dimensión.  

Lydiette Carrión Soy periodista. Si no lo fuera,me gustaría recorrer bosques reales e imaginarios. Me interesan las historias que cambian a quien las vive y a quien las lee. Autora de “La fosa de agua” (debate 2018).