El territorio maya peninsular ha sido habitado y significado de diversas formas. Algunas de ellas, desde miradas exógenas y desarrollistas que han transgredido su equilibrio natural, su historia, su memoria y su tejido social

Texto y fotos: Robin Canul

YUCATÁN.- Las promesas de desarrollo se materializaron en prácticas de despojo territorial que han sumergido a más de la mitad del territorio nacional en lugares destrozados por la violencia criminal. Violencia que se han enraizado con fuerza para acaparar los recursos naturales que le pertenecen a los pueblos.

Lo mismo sucede en este rincón del país. El territorio maya peninsular se posiciona como uno de los lugares más codiciados por sus recursos naturales y grandeza cultural, en donde el capital privado invierte en sectores que, si bien pueden generar empleos, han propiciado ambientes de precariedad y desigualdad social a través de la explotación desmesurada de los ecosistemas y del despojo territorial.

La folklorización de la cultura se oferta como un simple atractivo turístico en la Riviera Maya, un souvenir exótico o una experiencia étnica. Pero nuestra identidad se finca en las raíces profundas del Yaxché o ceiba que sostiene la humedad de los montes. Nuestra identidad es inherente al territorio y se reivindica a través de la cotidianidad milpera y apícola. Se fortalece en los movimientos culturales y artísticos que construyen narrativas propias para hacer frente a los extractivismos que atentan contra el territorio maya peninsular.Este ensayo fotográfico de largo aliento documenta la colonización del monte que crece con la implementación de megaproyectos extractivos como el Tren Maya y que se alimenta de capitales privados como la agroindustria, la minera, el sector inmobiliario -que no subsanan las necesidades colectivas- y se traducen en transformaciones socio ambientales irreversibles.