La ciudad sonámbula

18 junio, 2021

En el centro de la Ciudad de México se inició la carrera por iluminar las calles del país. Una placa marginada da cuenta de aquel inicio, poco memorado, a pesar de sus obvias repercusiones.

@ignaciodealba

Uno de los espectáculos más alucinantes para los extranjeros que llegan a la Ciudad de México, es llegar en avión y de noche. Yo —fuereño— viví esta experiencia hace algunos años. Minutos antes de aterrizar la aeronave entra en una isla, que da más la sensación de ser un país entero, de millones de luces encendidas. Se planea por un tiempo sobre la luz de la ciudad, la visión se extiende por cerros, cañadas y un gran valle. Uno se aproxima a la megápolis como una palomilla se acercaría a un incendio, atraída tontamente, por el hechizo de la luz. 

La ciudad de noche es inasible, la prueba de que el monstro no duerme. Desde el aire se aprecian sus callejuelas escondidas y sus colmados circuitos. Incluso, desde aquella perspectiva el caos se vislumbra, las luces pierden orden. Patrullas y ambulancias acuden en todas las direcciones. Desde el aire se ven los destellos de las fiestas barriales. Nadie parece dormir; todos embriagados por la luz. 

La oscuridad quedó derrotada, fue una victoria tan demoledora que ya nadie da cuenta de ello. La luz de la ciudad es tan potente que todos los espectáculos celestes quedaron ensombrecidos. Hubo un tiempo en que la ciudad no era sonámbula.

Cuando los mexicas la habitaron ingeniaron, por medio de palos de ocotes mantener las calles aluzadas, también se instalaron braceros en las bocacalles. Las calzadas de la capital del imperio eran limpias y seguras. Pero la realidad es que apenas y se alcanzaba la penumbra. 

Tenochtitlán estuvo mejor iluminada y más ordenada que muchas ciudades europeas. Cuando la ciudad fue destruida en la guerra de conquista, en 1521, por los europeos no se pudo hacer de la ciudad un lugar seguro o medianamente iluminado. El alumbrado público fue desmantelado. 

El virrey de la Nueva España, Joaquín Monserrat, ordenó en 1763 que se colocaran lámparas en los balcones y ventanas de las casas en las noches, el mandato establecía que se debían mantener las luces desde la hora de las oraciones de la tarde, hasta las 10 de la noche. Después de esa hora había, incluso, toque de queda. En ese momento se mantenía el fuego de los faroles con nabo o aceite de ajonjolí. Con esas medidas las autoridades virreinales quisieron acabar con los vicios que proliferaban en las noches: insultos, pecados y asaltos. 

Pero la media solo fue acatada en apenas unas cuadras de la capital novohispana, donde vivían las familias más adineradas. En la calle don Juan Manuel  — ahora República de Uruguay— del Centro Histórico se conserva una placa donde dice: “Esta fue la primera calle de la ciudad que tuvo alumbrado público. 1783”, en esa vía los adinerados vecinos financiaron la obra, para que sus palacetes permanecieran seguros y relucientes con las farolas. 

Lo demás era imperio de la oscuridad. Casi treinta años después, en 1790, el virrey Juan Vicente de Guemes Pacheco de Padilla Horcasitas y Aguayo fue el impulsor del alumbrado público en la ciudad. Para esto hizo una oficina con un guarda mayor, un ayudante y guardafaroleros que se encargaron de reparar los desperfectos de las luminarias o de las “patas de gallo” de madera, como la gente les decía por su parecido a…

Estos servidores públicos se encargaban de prender, una por una, las farolas de la ciudad. Estos faroleros eran una especie de policía que alertaban con silbatos si había algún tipo de desorden en las calles. El avance de este sistema de alumbrado fue lento, las obras públicas en la colonia, nunca fueron acogidas con entusiasmo por los gobernantes. 

Hasta después de la Independencia, en 1885 el ayuntamiento de la Ciudad de México compró lámparas para empezar a iluminar las calles de la capital con trementina. En algunos sitios se instaló el moderno servicio de farolas de gas, a finales del siglo XIX se hizo costumbre que las familias capitalinas asistieran a la calle de Plateros — hoy Madero— y el Zócalo a observar las instalaciones de luces.

Existe un mapa de 1869 donde se demarcan las primeras calles de la Ciudad de México que tuvieron alumbrado, https://mapoteca.siap.gob.mx/index.php/coyb-df-m43-v4-0152/ 

Las instalaciones de gas eran peligrosas, caras y difíciles de mantener. Nunca se logró establecer una buena red de alumbrado público de gas. Fue hasta principios del siglo XX que se empezó a utilizar la bombilla eléctrica en todas las ciudades. Desde entonces aquel inventó se usó como signo de modernidad, la analogía estaba completa: la ciencia iluminaba las ciudades oscuras.

Cronista interesado en la historia y autor de la columna Cartohistoria que se publica en Pie de Página, medio del que es reportero fundador. Desde 2014 ha recorrido el país para contar historias de desigualdad, despojo y sobre víctimas de la violencia derivada del conflicto armado interno. Integrante de los equipos ganadores del Premio Nacional Rostros de la Discriminación (2016); Premio Gabriel García Márquez (2017); y el Premio Nacional de Periodismo (2019).