El EZLN más que poder de fuego tiene poder dialéctico. El derrumbe de la estatua del conquistador Diego de Mazariegos fue precedida por la rebelión indígena más importante de la historia moderna de México
Las fotografías conservan parte de lo que se vivió ese día: era el 12 de octubre de 1992. Se cumplían 500 años de llegada de Colón a América. Centenares de mayas bajaron de sus comunidades para marchar en contra del día en que los occidentales “descubrieron” América. Armados con palos y piedras, con paliacates sobre el rostro mujeres, hombres y niños fueron hasta la estatua del conquistador Diego de Mazariegos para arrancarlo de sus cimientos.
Con el resentimiento que pareciera guardado durante cinco siglos derribaron la estatua. Una vez en el piso, Diego de Mazariegos fue descuartizado, le quitaron los pies y las manos, también lo decapitaron. Los pedazos de la estatua se los llevó la procesión indígena, integrada por tseltales, tsotsiles, choles y tojolabales.
Algunas de las piezas son conservadas por las agrupaciones indígenas, como una especie de trofeo.
Hay una fotografía hecha por Antonio Turok. Al centro de la imagen se ve la cabeza del capitán español con su capacete. Pareciera que tiene la mirada puesta en la cámara. A los costados, una marejada de mujeres indígenas de rostros cansados también mira a Turok. Para mí, es una de las fotografías que mejor sintetiza los movimientos indígenas de nuestro tiempo; el conquistador decapitado, 500 años después.
Curiosamente sobre Diego de Mazariegos se sabe muy poco. Hay quien dice que es hijo ilegítimo del Hernán (Duque de Estrada); otros dirán que era hijo –también ilegítimo- del rey Fernando de España. La cosa es que cogió viaje a las américas; y cambió el oficio de burócrata por el de las armas en cuanto llegó al Nuevo Mundo, con la expedición de Pánfilo Narváez.
Es probable que Mazariegos haya combatido a los mexicas en la caída de Tenochtitlán de 1521. Seguramente ahí ganó la confianza de Hernán Cortés, quien le encomendó sofocar una rebelión indígena en Chiapas. Al capitán le entregaron 150 soldados, 40 caballos y varios cientos de tlaxcaltecas y mexicas.
Mazariegos cruzó las selvas, desde Yucatán: su paso estuvo marcado por sus sangrientos combates. Existe la leyenda de la llamada batalla de Tepetchía, donde los indígenas chiapanecos prefirieron aventarse al Cañón del Sumidero antes de ser sometidos por Mazariegos.
El conquistador fundó dos pueblos con el nombre del sitio donde nació, Villa Real de Chiapa (actualmente Chiapa de Corzo) y Villa Real de los Españoles (San Cristóbal de las Casas). Para el caso de la segunda, Mazariegos usó un mapa de su ciudad; y organizó las calzadas y algunos edificios públicos acorde a la primera.
Las tierras de Chiapas fueron repartidas entre los hombres de la expedición. Los indígenas también fueron parte del botín: se utilizaron como esclavos en las casas de los españoles.
San Cristóbal sería la ciudad de la élite hasta hace muy poco, incluso se acuñó el término de ”los coletos” para referirse a los blancos que vivían ahí. En los años sesenta, era común que los coletos fueran a “lomo de indio” a algún paraje de los Altos De Chiapa.
La propia estatua de Mazariegos fue levantada frente a la Iglesia de Santo Domingo en 1978 (en el 450 aniversario de la fundación de la ciudad).
A la develación de la estatua fue invitado el alcalde de Villa Real (España) que estaba acompañado por el presidente municipal de San Cristóbal de las Casas y el gobernador del estado, Salomón González Blanco. El sitio se encuentra frente a la Iglesia ex Convento de los Dominicos, en la avenida 20 de noviembre #32.
Apenas dos años después de que los iconoclastas tiraran a Diego de Mazariegos comenzó el primer levantamiento indígena de la historia moderna de México. La ciudad no era de su fundador.
El Ejército Zapatista de Liberación Nacional irrumpió en la escena mundial; el 1 de enero de 1994, cuando le declararon la guerra al Estado mexicano, los zapatistas tomaron seis cabeceras municipales de Chiapas, incluyendo la de San Cristóbal de las Casas.
En el sitio donde estuvo la estatua sólo se conserva una plancha de cemento y un par de bancas tristes; la basura rodea el lugar.
Cerca de ahí decenas de puestos de artesanías son atendidos por indígenas-Si se les pregunta por la estatua nadie parece recordar que alguna vez estuvo ahí. Si se les pregunta quién fue Diego de Mazariegos, con suerte responderán que es una calle en el centro de la ciudad.
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Cronista interesado en la historia y autor de la columna Cartohistoria que se publica en Pie de Página, medio del que es reportero fundador. Desde 2014 ha recorrido el país para contar historias de desigualdad, despojo y sobre víctimas de la violencia derivada del conflicto armado interno. Integrante de los equipos ganadores del Premio Nacional Rostros de la Discriminación (2016); Premio Gabriel García Márquez (2017); y el Premio Nacional de Periodismo (2019).
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