En los últimos tres años la mayoría de los intelectuales, antes imprescindibles en el análisis de país, sufrieron tal degradación en sus argumentos que llegaron al límite del ridículo. Lo mismo que pasó a un mediocre comediante conocido como Chumel Torres. Su influencia contaminó a la comentocracia
Twitter: @anajarnajar
Chumel Torres es un comediante que empezó su carrera con la interpretación personal de la sátira política.
Tuvo un éxito relativo con su espacio El Pulso de la República, e inclusive la multinacional HBO le incluyó en su oferta para América Latina.
Al paso del tiempo, sin embargo, la suerte del personaje empezó a extraviarse en comentarios clasistas, xenófobos, mentiras y manipulaciones.
La degradación de Chumel fue más acelerada en Twitter, donde ha sido severamente cuestionado pero su mediocridad se aceleró a partir de 2018, tras la victoria electoral del presidente Andrés Manuel López Obrador.
El personaje llegó a niveles insostenibles y vergonzosos. HBO lo echó de su cartelera; las contrataciones para sus escenificaciones y supuestos seminarios se cancelaron.
Hoy, José Manuel Torres Morales, como se llama el comediante, es sinónimo de ignorancia y mala fe.
Un proceso similar es el que padecen varios académicos, activistas, intelectuales, escritores y periodistas adversarios de la 4T.
Por varias décadas su opinión fue considerada indispensable para entender el pulso de la República Mexicana.
Estaban en la lista de posibles analistas y entrevistados indispensables de casi todas las redacciones de los medios nacionales, lo mismo que en la agenda de los corresponsales extranjeros.
No pocas veces sus comentarios cambiaron algunas decisiones del presidente en turno, sin contar con el impacto que tenían en gobernadores, diputados, senadores y hasta presidentes municipales.
Para entender a México era necesario verlo con los ojos de estos personajes. Por ejemplo, el activismo de algunos como Javier Sicilia era prácticamente sagrado, intocable.
La situación cambió a partir de 2018, cuando era previsible la derrota de los candidatos oficiales José Antonio Meade y Ricardo Anaya en los comicios presidenciales de ese año.
La inminente victoria de López Obrador aumentó el nerviosismo de la comentocracia, como definió el excanciller Jorge Castañeda al grupo de Pensadores Indispensables.
Varios de ellos eran viejos enemigos del político tabasqueño, como era el caso del ingeniero Enrique Krauze, pero había otros de nuevo cuño como la escritora Guadalupe Loaeza, en algún tiempo cercana a López Obrador.
Al final no importó la fecha de membresía en su antiobradorismo. Todos coincidieron en sus críticas al candidato de la coalición Juntos Haremos Historia.
Durante la campaña cuestionaron los discursos y ofertas políticas del tabasqueño. Después de las elecciones, ya como presidente electo, se concentraron en lo que se perfilaba como futuras acciones de gobierno.
Un ejemplo fue la cancelación del Nuevo Aeropuerto Internacional de México (NAIM) en Texcoco.
Varios pronosticaron una profunda debacle en las finanzas del país por la suspensión de las obras. Algunos advirtieron que el daño a la economía sería tan fuerte como el llamado Error de Diciembre en 1994.
No pasó nada. El NAIM fue cancelado, el Producto Interno Bruto se mantuvo estable y las empresas trasnacionales se quedaron en el país.
Con el paso de los meses las críticas subieron de tono. Lo hicieron en la medida que los autores confirmaron su incapacidad por influir en las decisiones y corregir la política pública, como estaban acostumbrados en otros gobiernos.
Durante la pandemia de covid-19 se profundizó el declive de los Pensadores Indispensables.
Durante meses festejaron todas y cada una de las cifras negativas de la Secretaría de Salud. Aplaudieron el crecimiento de contagios y la muerte de miles de personas.
Una y otra vez pronosticaron el caos. En su narrativa de odio convenientemente olvidaron que la emergencia sanitaria es mundial. Que los científicos de todos los países carecían de respuestas.
Para este sector de la opinocracia sólo existía México. Para ellos no había aciertos, sólo errores.
La pandemia empezó a ceder. También lo hizo en nuestro país donde se alcanzaron niveles récord de vacunación.
Eso no existió para los críticos que pronto encontraron nuevas vetas para la crítica. El problema, sin embargo, es que cada vez son menos las descalificaciones con argumentos sólidos.
La ausencia de datos duros, la carencia total de autocrítica o reconocimiento del error es la constante en el sector que antes controlaba la opinión pública.
Concentrados en ellos mismos, la mirada fija en el ombligo, cometen excesos que se acercan al ridículo.
Se nota en la politóloga Denisse Dresser, quien jura que el decreto presidencial para acelerar la construcción de obras públicas es un golpe de Estado.
O en el llamado del empresario Gilberto Lozano, líder de FRENAA para iniciar una “Cristiada pacífica”.
La Guerra Cristera fue sangrienta. Costó decenas de miles de vidas. No hay forma de que sea de otro modo.
También se cuenta el despropósito del poeta Javier Sicilia al comparar el mitin para acompañar el informe de gobierno de López Obrador en el Zócalo de Ciudad de México con las convocatorias a la epopeya que hacía Adolf Hitler.
En estos y otros casos el común denominador es la ausencia de argumentos. Sólo hay enojo, frustración, odio.
En tres años muchos de los intelectuales, antes imprescindibles, perdieron su credibilidad. El proceso de degradación es el mismo que sufrió Chumel Torres.
Es claro. La transformación de estos personajes bien se puede definir como la chumelización de la comentocracia.
Productor para México y Centroamérica de la cadena británica BBC World Service.
Periodista especializado en cobertura de temas sociales como narcotráfico, migración y trata de personas. Editor de En el Camino y presidente de la Red de Periodistas de a Pie.
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