La carencia de la izquierda

5 marzo, 2023

Me quedé pensando cómo es posible que haya yo encontrado de pronto un consuelo personal en un discurso tan contrario a mis puntos de partida, mis epistemes, mis ideales prácticos. Y concluí que las llamadas izquierdas, los llamados sectores progresistas, la mayoría, no tienen una apuesta que permita al individuo acercarse para resolver asuntos más íntimos de la vida.

Por: Lydiette Carrión 

Hace poco andaba yo en una crisis existencial. Esas me llegan por oleadas, cada cierto tiempo, cuando tengo sobreexposición a la violencia. Después de varios años de cubrir historias dolorosas, y muchas de ellas sin salida aparente, me ha ocurrido como a los apicultores. 

Alguna vez de niña leí que los apicultores, quienes trabajan muchos años cuidando de abejas y cultivando sus mieles, por obvias razones a lo largo de la vida reciben muchos piquetes.  Cada uno de esos piquetes en sí mismo no es grave, pero el cúmulo va haciendo que la respuesta del cuerpo sea cada vez más acuciada, de tal modo que, tras varios años, el apicultor llega incluso a hacerse alérgico al veneno de abejas. Y llega un punto en que este trabajador va al médico y éste le dice: “cambie de rubro, el siguiente piquete lo mandará al hospital o al panteón”. 

Ahora que lo escribo no sé si esta historia sea una falsa memoria, pero en mí resuena cuando pienso en violencia. Hay historias que se me han encajado como aguijones, y me he vuelto muy reactiva. Procuro no leer más que lo necesario, porque de otro modo a veces caigo en pozos de tristeza. 

Pero hace poco, con todo y mis cuidados, caí en uno. Son días en los que llegan pensamientos de mucha amargura. ¿Por qué ocurre lo que ocurre, por qué no podemos detener el dolor?, ¿por qué mueren inocentes, por qué sufren niñas y niños?, ¿cómo es que sigue girando el mundo y la gente continúa por las calles, caminando, sin percatarse del horror que puede ocurrir a pocos pasos? 

Cuando estos pozos ocurren quedan pocas salidas, y pocos oyentes. En casa procuro no llevar esos nubarrones espesos. Los “civiles” que no cubren ni trabajan con estos temas no pueden entender, y una tampoco los quiere arrastrar a estos terrenos. Tampoco a las amigas con las que se habla de plantas e infancias y cosas bellas. ¿Quién puede resistir eso? Pero desde aquellas ideas que son mi motor diario tampoco hay mucho de donde sujetarse hasta que pase el tsunami. 

Sólo un par de amigos y colegas que han padecido esos piquetes de abejas; que también han sido diagnosticados de vez en cuando con síndrome de estrés post traumático, o con desgaste por empatía, o con burnout por exposición a la violencia. Un par de palmadas y de saber que las historias que a veces cargamos en el cerebro no tienen salida por medio del habla, que son navajas que se quedan muy dentro, y que hieren, con pensamientos intrusivos. 

Pero luego esos tropiezos se transmutan en dudas existenciales. ¿Para qué estamos aquí? ¿Por qué nacemos si vamos a morir? ¿Por qué tiene que venir un niño o niña a ser violentado al mundo? Es aquí, estas preguntas recurrentes en mi alma, que suelo quedarme sola. ¿Quién ingresa a esos lugares conmigo?

Hablé de esto solo con un par de personas. Y creo que les debo mencionarlos: Hablé con Tilemy vía audios de whatssap, hablé con Rodrigo Montelongo, vía mensajería de facebook. Ambos me dieron herramientas y me prestaron oídos. Me prestaron consuelo en el momento más oscuro de esas crisis. Pero desde las ideas actuales del porqué vivimos, del para qué, y sobre todo aquellas gestadas desde lo que podemos llamar sectores progresistas, encontré poco o ningún consuelo.

***

Por las noches suelo escuchar podcasts. Me gusta escuchar programas de ciencia, o luego uno sobre budismo, luego migro a audiolibros sobre teoría social y lleno así los vacíos de mi educación. A veces incluso me he aventado una novela completa. Hago a veces el scrolling de los podcast cuando no encuentro qué necesito. Y así llegué a… bueno, si usted me conoce, la verdad es que esta confesión le sorprenderá. Llegué al podcast de nada más y nada menos que Jordan Peterson (ya sé, ya sé): psicólogo clínico, cristiano redomado y exponente fundamental de la ultraderecha actual. 

Lo loco, lo horrible de todo esto es que empecé a escucharlo de forma inocente, con algo sobre psicología. Y su discurso era y es tremendamente coherente y lleno de sentido. Profundamente erudito, plagado de imágenes mitológicas, sobre todo desde lo que podemos llamar la mitología cristiana. Tenía coherencia interna y además su capacidad oratoria compele a escuchar y emocionarse. El problema, por supuesto, es que tras este despliegue oratorio le sigue otro discurso terrible, demagogo y francamente peligroso: desde la misoginia, el ideal del patriarca fuerte y temible, y la mujer completamente volcada a su papel reproductivo; el discurso  de que la contaminación y el calentamiento global son niñerías y quejas de revoltosos, y que es más importante llevar un combustible barato a todos. La completa exoneración de los crímenes de guerra de potencias como Estados Unidos y Europa, y bueno, para qué le sigo. Cosas tremendas. La ultraderecha, pues. 

Me quedé pensando cómo es posible que haya yo encontrado de pronto un consuelo personal en un discurso tan contrario a mis puntos de partida, mis epistemes, mis ideales prácticos. Y concluí que las llamadas izquierdas, los llamados sectores progresistas, la mayoría, no tienen una apuesta que permita al individuo acercarse para resolver asuntos más íntimos de la vida, como el propio sentido de ésta. Es decir, se busca y se da privilegio a la construcción del ser social, a la responsabilidad social, pero no hay, llamémosle, “manuales de autoayuda” (estoy abusando del término, lo sé, pero espere un poco).

Los sectores más progresistas se ocupan poco o nada en aquel consuelo que a veces necesitamos. No hay discursos que apelen a aspectos que a todas y todos nos preocupan, como el ser. Y entendí entonces que ese es un hueco inmenso. Porque la mayoría de los seres humanos, si bien podemos tener preocupaciones sociales, también tenemos preocupaciones individuales, y ahí es justo donde las sectas, los discursos que prometen cosas que jamás cumplirán, y también un sector de la ultraderecha, llevan las de ganar: otorgar un discurso más o menos coherente que provea de consuelo, de sentido. ¿Hacia dónde vamos?, ¿cuál es el sentido de esta vida? Me lo sigo preguntando.

Esta columna no tiene cierre. Sigo pensando y meditando acerca de los vacíos contemporáneos. Sigo pensando en la necesidad de mi propia mitología personal. Continúo meditando sobre las picaduras de abeja, y sobre  el vacío de algunas luchas  que dejó el siglo XX.      

Lydiette Carrión Soy periodista. Si no lo fuera,me gustaría recorrer bosques reales e imaginarios. Me interesan las historias que cambian a quien las vive y a quien las lee. Autora de “La fosa de agua” (debate 2018).