Frente al escalofriante colapso climático, la incesante degradación de ecosistemas y la acelerada pérdida de biodiversidad, entre otros signos de la crisis civilizatoria, no da lo mismo quién encabece los destinos de un país como México y con qué proyecto. Desde esta perspectiva, entre otras, la elección de Claudia Sheinbaum como (virtual) candidata presidencial de la izquierda es una muy buena noticia
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En el ámbito internacional son comunes los elogios a la formación y trayectoria científicas de Claudia Sheinbaum como indicio de mejores tiempos por venir en materia ambiental para y desde nuestro país. Esto puede resultar muy cierto mas no por las razones que aducen comentaristas que, desde su fobia a López Obrador, buscan contrastar a la científica con el presidente. Con frecuencia se omite la trayectoria misma de Sheinbaum desde la función pública, vinculada siempre, por cierto, al proyecto obradorista, mientras que son pobres los esfuerzos por entender y explicar de qué va el humanismo mexicano y por qué es relevante para enfrentar las múltiples crisis que vivimos.
La trayectoria científica de Claudia Sheinbaum es sin duda notable. Como lo relata Jorge Zepeda en su libro La Sucesión, para mediados de los años noventa “Claudia Sheinbaum comenzaba a ser reconocida como una de las pocas científicas ambientalistas en México o para el caso en América Latina”. Con licenciatura en Física, maestría en Ingeniería Energética por la Facultad de Ingeniería de la UNAM y un doctorado en Ingeniería Ambiental, la trayectoria académica de Sheinbaum ha tenido un valor propio. Sin embargo, como lo puso Elena Poniatowska en referencia al andar de Claudia, si ya son pocas las mujeres científicas son todavía menos las que optan por participar directamente en la vida pública.
Claudia Sheinbaum ingresó a la política activa por invitación de López Obrador cuando fue electo Jefe de Gobierno del Distrito Federal. Buscaba, para la cartera ambiental, a alguien de preferencia joven y mujer, de izquierda y con conocimientos científicos en la materia. El encargo no era menor pues tenía que ver, entre otras cosas, con atender la problemática de contaminación atmosférica de la ciudad. Además de ayudar a construir los segundos pisos del Periférico (ambientalmente cuestionables aunque efectivos y sobre todo públicos, a diferencia de los tramos concesionados), Sheinbaum introdujo el sistema Metrobús, clave en la movilidad metropolitana, y dio un fuerte impulso a la movilidad no motorizada. De acuerdo con López Obrador la ciudad tuvo sólo dos días de contingencia ambiental durante su gestión.
Dada la seriedad con que tomó la encomienda se incorporó hacia el final de la campaña de López Obrador cuando en 2006 buscó la presidencia, haciendo un importante papel como vocera. Tras el fraude, Sheinbaum participó activamente en las jornadas de protesta y en diciembre de ese año se integró al ‘gobierno legítimo’ como titular de la Secretaría de Defensa del Patrimonio Nacional. Al centro de las preocupaciones estaba la inercia privatizadora de nuestros recursos naturales. Años después, y como lo relata Poniatowska en el referido texto, Claudia volvería a jugar un papel importante en la defensa del petróleo frente a la reforma energética del Pacto por México. Es decir, esa lucha de Andrés Manuel, convertida en la actual política de soberanía energética, ha sido también la lucha de Claudia y es, por cierto, algo que hoy persiguen numerosos países europeos que dejaron que se convirtiese la energía en mercancía sujeta al lucro de transnacionales.
Mientras que las pausas de Claudia en política le permitieron retomar actividades académicas y universitarias y tener colaboraciones de mucha relevancia —como su participación en el Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC por sus siglas en inglés), sus retornos a la actividad política fueron cada vez más significativos. Así, volvió para competir exitosamente por la Delegación Tlalpan en 2015 y posteriormente competiría y saldría victoriosa en las elecciones de 2018 como Jefa de Gobierno de la Ciudad de México. Esto, mientas ayudaba a López Obrador a elaborar el Proyecto Alternativo de Nación 2018-24, imprimiendo la dimensión urbana en su proyecto Innovación y Esperanza cuyos principios de innovación, sustentabilidad, igualdad, honestidad y gobierno abierto, guiarían la acción de su gobierno en la Ciudad de México. Aquí, nuevamente, podemos apreciar la indisolubilidad de su proyecto de ciudad como —en palabras de Sheinbaum— “una parte en la construcción de nuestro proyecto de nación”.
Al frente de la Ciudad de México el gobierno de Claudia Sheinbaum ha tenido logros importantes en materia de sustentabilidad, entendida ésta en la Cuarta Transformación como una causa inseparable de la justicia social, pues sin ésta la sustentabilidad carece de sentido. Destacan, por ejemplo: intervenciones en transporte público como las dos líneas de Cablebús, el fortalecimiento de la red de trolebuses eléctricos con doscientas unidades nuevas así como la renovación del sistema de bicicletas públicas y la expansión de la red de ciclovías; la iniciativa Sembrando Parques, que ha logrado crear y rehabilitar 16 parques públicos, restaurando, entre 2019 y 2022, más de 1,400 hectáreas; la inversión sin precedentes en suelos de conservación; la creación del Centro de Cultura Ambiental en Chapultepec; los esfuerzos por reducir significativamente los desechos que en vertederos y contaminan suelos y aguas mediante la planta de tratamiento de basura más moderna de América Latina; y la planta solar urbana más grande del mundo, con una superficie de 230,000 metros cuadrados y un potencial de generación de 25 GWh al año. Porque claro, ni Claudia Sheinbaum ni el presidente López Obrador están en contra de las energías renovables, como sí lo están contra la corrupción, los atropellos y los abusos cometidos por energéticas privadas, mientras que decididamente buscan fortalecer el sector público de la energía y por tanto nuestra soberanía.
A nivel nacional está pendiente un balance serio e integral sobre los avances y limitaciones del gobierno de López Obrador en materia ambiental. Esto, pues buena parte de los medios de comunicación y de la academia sigue omitiendo, minimizando y despreciando iniciativas, acciones y programas de muy largo alcance. Por ejemplo Sembrando Vida y Producción para el Bienestar, que incorporan prácticas agroecológicas y empoderan a ejidos y comunidades indígenas, beneficiando en conjunto a cerca de dos millones y medio de campesinos, ejidatarios y comuneros, en un proceso que para el investigador y exsecretario de Semarnat Víctor Toledo significa el renacimiento del campesinado en México. Sucede lo mismo con los programas de ordenamiento territorial impulsados por la SEDATU, la integración de nuevas Áreas Naturales Protegidas por parte de la CONANP —y el fortalecimiento de las existentes mediante (ahora sí) Programas de Manejo. Suele minimizarse también lo que significan la prohibición del maíz transgénico y del fracking, la prohibición y sustitución progresiva del glifosato y otros agroquímicos tóxicos, o la suspensión de concesiones mineras a cielo abierto.
¿Se hace lo suficiente para asegurar la integridad de los ecosistemas y la preservación de la vida toda, además de contribuir a la mitigación de problemas globales como la crisis climática? No. Pero prácticamente ningún país lo ha logrado y en todo caso atender estos enormes desafíos compete no sólo a los gobiernos sino a las sociedades en su conjunto. Sin embargo, la posibilidad de transitar la política nacional hacia políticas de la vida, como les llama Toledo, radica indudablemente en la Cuarta Transformación. De manera que el siguiente sexenio podrá efectivamente ver un fortalecimiento de la acción ambiental pero no porque Claudia Sheinbaum sea distinta a López Obrador sino porque es, como la agenda feminista, parte de la progresión natural del proyecto obradorista. Ayudarán, eso sí, el origen y vínculos de Claudia y su disposición a integrar a un sector de la comunidad científica y universitaria que por una u otra razón se sintió menospreciado por este gobierno.
En lo que concierne a la otra candidata, Xóchitl Gálvez, lo que dice y hace parece cada vez menos relevante. El desparpajo que escuchamos en sus palabras radica, en realidad, en sus ideas. Por más que anduvo en bicicleta, hable (frívolamente) de energías limpias y les caiga —como el chahuistle al maíz— a los opositores al Tren Maya en el Tramo 5, la ausencia de un proyecto consistente y creíble de la oposición se refleja en sus propias inconsistencias frente a éste y otros temas. Los esfuerzos empresariales y mediáticos para inflarla pronto descubren sus límites mientras que su aparente proclividad a la corrupción, la trampa y el abuso de poder que tanto daño han hecho también al territorio, hacen que sus palabras, además de huecas, sean inconsecuentes.
Eso sí, se requerirá como en todo momento de la presión social y que el proyecto obradorista, ahora liderado por Claudia Sheinbaum, logre la mayoría calificada en el congreso, de manera que puedan prosperar iniciativas como la reforma constitucional sobre los derechos de los pueblos originarios así como una nueva Ley General de Aguas que finalmente sustituya a la neoliberal del salinismo, entre otros grandes pendientes de este primer sexenio del humanismo mexicano.
Profesor de ecología política en University College London. Estudia la producción de la (in)justicia ambiental en América Latina. Cofundador y director de Albora: Geografía de la Esperanza en México.
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