La Alhóndiga, el “pípila” y las piochas

17 septiembre, 2021

Cuando inició la insurgencia popular el cura Miguel Hidalgo y Costilla se enfiló a una serie de batallas en Guanajuato, la más importante sucedió en la Alhóndiga de Granaditas donde la muchedumbre prendió fuego para siempre al mundo tirano de la colonia 

José Ignacio de Alba @ignaciodealba

Miguel Hidalgo y Costilla, el cura rebelde del curato del pueblo de Dolores, inició la guerra de Independencia en 1810 (con el Grito de Dolores) prácticamente desde una ranchería, el hombre de 57 años necesitaba alimentar el fuego revolucionario con la toma de otros pueblos del Bajío.

Hidalgo encabezó, ni si quiera un ejército, sus filas estaban integradas por algunos rancheros de a caballo, muchos campesinos e indígenas (incluyendo mujeres y niños). Se sabe en los relatos que la tropa iba descalza y harapienta. La gente se armó con herramientas de trabajo, guadañas, horcas, palos y piedras. Algunos fusiles. 

Las milicias populares empezaron su recorrido en el pueblo de Atotonilco, Guanajuato. A pocos quilómetros de Dolores. El sitio es conocido desde hace siglos por sus santuarios, sus imágenes milagrosas y su casa de ejercicios. Multitudes de peregrinos se reúnen cada año en busca de auxilios espirituales. Miguel Hidalgo, un gran conocedor de su pequeño ejercito aprovecho la vista al lugar para recoger una imagen de la Virgen de Guadalupe, la que colocó en un estandarte para convertirla en la generala y patrona de su causa. 

Después la insurgencia siguió hacia el sur, Hidalgo esperó para entrar al corazón económico y administrativo de la intendencia (“estado”), primero levantó pueblos y reunió gente. Así que su cada vez más nutrida columna entró en San Miguel el Grande (hoy San Miguel de Allende). El pueblo no ofreció mayor resistencia, aún así la muchedumbre aprovecha la ocasión para saquear comercios de españoles; se hacen de parque y garantizan viandas. 

Luego Hidalgo decide tomar otra ciudad nada despreciable, se hace de Celaya sin problemas. Ya con el arrastre de las masas populares Hidalgo encabeza la marcha hacia Guanajuato capital, rodeada por sus acaudaladas minas de plata. Tan solo la Valencia, en aquellos años, contaba con más de 3 tenateros y barreteros (en su mayoría indígenas) explota la riquísima veta Señor San José. Pero ni siquiera todo ese portento ayudaba a aliviar el hambre de la población, los caudales iban a parar a manos de los amos de la minería. 

En Guanajuato el intendente Juan Antonio Riaño supo que la bandada de insurgentes se aproximaba a la ciudad. El hombre decidió usar la alhóndiga (lugar donde se almacenan granos) a manera de fortaleza, la realidad es que el sitio ofreció una disposición ventajosa; está situado en un altozano en la entrada de la ciudad, además sus muros gruesos ofrecen buena defensa, sus pequeñas ventanas pueden utilizarse como troneras para disparar desde ahí con fusiles, también desde el techo se puede desplegar una buena línea de tiradores. 

La Alhóndiga de Granaditas no solo tenía espacio para para el ejército realista, en sus grandes bodegones se instalaron las familias más acaudaladas de la ciudad. Pensaron que ahí podían guarecerse de los revolucionarios. El 28 de diciembre de 1810 el plan del intendente Riaño se puso a prueba. 

Los insurgentes tomaron posiciones en el cerro del Cuarto, otras columnas de rebeldes liberaron a los presos, también tomaron posiciones en las intrincadas calles que rodean la alhóndiga. La primera refriega se dio en una trinchera del bando oficial, próxima al almacén de granos. El intendente Riaño se empeñó en mantener esa posición, él mismo se puso a llevar refuerzos. Pero en uno de los recorridos uno de los tiradores insurgentes dio blanco sobre el ojo izquierdo de Riaño, el hombre murió al instante. La muerte de la cabecilla provocó un caos en el bando oficial, pero la alhóndiga estaba lejos de caer. 

El ataque más tupido de la batalla la dio la muchedumbre armada de piedras, la lluvia sobre la alhóndiga provocó que los realistas apostados sobre el techo huyeran a dentro de la fortificación, desde donde siguieron disparando desde las troneras. Los muertos cayeron por cuenta doble. Los insurgentes, sin piezas de artillería, no lograron penetrar los muros. El ataque quedó estancado.

El conflicto lo destrabó un minero del barrio de mellado, según dicta la tradición popular. El hombre supuestamente llamado Juan José de los Reyes Martínez se colocó una loza en la espalda para protegerse de los balazos provenientes de la alhóndiga, luego con un ocote prendió fuego a la puerta de la fortaleza, para dejar vulnerable la construcción. Existe un debate sobre si realmente existió “el pípila”, para muchos investigadores es solo una representación popular del momento, como la del carbonero que prendió fuego a la puerta de la Bastilla en la Revolución Francesa. 

Con la entrada a la construcción la muchedumbre arrasó con el ejército realista, la toma del lugar constituye un símbolo en la Guerra de Independencia. Una de las ciudades más ricas de la colonia había caído a manos de la insurgencia. La lucha popular se concretó en una verdadera revolución por la emancipación de México. 

Pero Hidalgo no conocería el fin de la guerra que ayudó a iniciar. El cura fue capturado y fusilado. Pero su cabeza, junto con la de los hermanos Juan e Ignacio Aldama y José Mariano Jiménez fueron colgadas afuera de la alhóndiga por el ejército realista. La idea de las autoridades virreinales fue la de escarmentar a la población. Pero ni siquiera eso logró acabar con la revolución iniciada en Dolores Hidalgo. 

Cronista interesado en la historia y autor de la columna Cartohistoria que se publica en Pie de Página, medio del que es reportero fundador. Desde 2014 ha recorrido el país para contar historias de desigualdad, despojo y sobre víctimas de la violencia derivada del conflicto armado interno. Integrante de los equipos ganadores del Premio Nacional Rostros de la Discriminación (2016); Premio Gabriel García Márquez (2017); y el Premio Nacional de Periodismo (2019).