Jóvenes Cucapá restauran Museo Comunitario. Buscan unir a los cuatro clanes

9 abril, 2022

Los más jóvenes de la comunidad Cucapá-el Mayor convocaron a muralistas y a las personas de la comunidad a pintar y avivar su Museo Comunitario, en memoria de Inocencia González, jefa tradicional recién fallecida.

Texto y fotos: Daliri Oropeza Alvarez

EL MAYOR, BAJA CALIFORNIA.-  Camila toma la pintura para arrojar con una bomba el color negro sobre la pared de la construcción donde dibujarán el rostro de Juan García Aldama, el jefe de la tribu cucapá más longevo quien murió a los 123 años, cuyo nombre e imagen destacan en el Museo Comunitario.

En la tierra, afuera de este pequeño cuarto, hay diminutas chaquiras que resplandecen solo si miras fijo, parecen chispas de estrellas coloridas que contrastan con el suelo desértico. Un muralista, del grupo que da los talleres de pintura, toma varias bolitas en la palma de su mano y recuerda a Inocencia González Saiz.

—Aquí se ponía a tejer las artesanías y pectorales de chaquira la jefa tradicional Inocencia González, aquí habitó antes de morir— dice Camila Galindo, joven cucapah mientras termina de llenar el color en toda la pared. Ella aún no tiene 15 años, pero es reconocida por su familia por tener el don del canto desde que nació. Y ahora, es reconocida por la comunidad por el rescate y difusión que hace de su propia cultura.

 Camila expresa la preocupación que tiene al ver el desplazamiento del ser cucapá:

—Los jóvenes nos juntamos. De ahí surgió la idea de pintar a los jefes de la tribu en las paredes del museo donde vivió Inocencia González. Era una de las personas que hablaba nuestra lengua cien por ciento. Ahorita, lamentablemente, solo quedan dos que hablan cien por ciento aquí en la comunidad. Raquel Portillo, mi abuela, y Víctor Portillo.

Inocencia era hermana de Onésimo González, abuelo de Camila quien también fue jefe tradicional. Para Camila es importante tenerles presentes porque han sido la guía en su esfuerzo por rescatar y difundir la cultura propia Cucapah. Todas esas personas están en los bocetos de los muros del museo que sábado con sábado, van a pintar tras la convocatoria que lanzaron los jóvenes.

Entre Camila, Noé, Jaziel, convocaron a avivar el museo después de la muerte de Inocencia González Saiz, el 24 de junio del 2021. Así llegaron primero los jóvenes muralistas a dar talleres y después se sumaron alumnos prestadores de servicio social de la Universidad Autónoma de Baja California (UABC). Ahora van sábado con sábado a arreglarlo y pintar de manera voluntaria. 

—A mí, como mujer cucapah, mi esperanza es que seamos reconocidos. Que las personas de afuera que vienen y nos visitan, vean que aquí hay cucapás jóvenes que tienen su cultura en pie— dice Camila mientras toma una brocha y pinta el mural de su abuelo Onésimo. 

En el museo está Antonia Torres González, promotora de cultura del museo comunitario, artesana y cocinera tradicional. Durante 31 años llevó el museo junto con Inocencia. Ahora lo lleva sola

Las condiciones del museo y su cuidado 

Desde que nació, Camila canta. Hay videos con evidencias. Inocencia González la quería mucho y le enseñó el arte de tejer la chaquira, al igual que la lengua.

—Estoy bien orgullosa de Camila. Siempre le digo: vas a ser grande, mija. Porque no le pagan un peso por lo que hace. No está percibiendo nada por difundir la Cultura— dice Antonia Torres González mientras hace un recorrido por el museo. Ella y su familia son del Clan de las Águilas.

Junto con su mamá, Antonia difunde desde 1979 la cultura Cucapá. De manera fija, desde 1990 que crearon el museo comunitario. 

—Mi mamá y Juan García Aldama rescataron la artesanía tradicional, entonces mi mamá era la instructora en el museo y les enseñó a sus sobrinas, a sus hermanas, a sus cuñados a tejer el arte de chaquira— cuenta Antonia en el cuarto que está al fondo del museo, donde acepta hace una entrevista rodeadas de botes coloridos con chaquiras. Y hace hincapié, —A mi mamá le costó mucha parte de su vida difundir la cultura.

Antonia teje chaquira desde los 10 años, ha ganado premios nacionales con sus pectorales tradicionales de chaquira. Ha llevado las recetas cucapah a Estados Unidos y por todo México.

Cuenta cómo durante la pandemia, el museo quedó en inacción, aunque siempre estuvo en función, la sala de lectura, la biblioteca o por cualquier emergencia en la comunidad. Con las condiciones climáticas extremas propias del desierto, la construcción se ha ido deteriorando por afuera. Antonia asegura que les han hecho falta apoyos de los gobiernos para sostenerlo, pero no las han volteado a ver. Ella paga el recibo de luz de su bolsillo. Por los excesivos costos consiguió paneles solares.

—Me siento motivada por lo que están haciendo los muchachos, los jóvenes de la comunidad y los que dan su servicio social. Es gratis todo lo que hacen, vienen y pasan hambre, no hay agua a veces. Nadie nos apoya ¿verdad? por eso hoy les hice comida porque estoy muy agradecida por su trabajo— asegura Antonia, quien al medio día ofreció un pozole de puerco en caldo rojo, que las voluntarias agradecieron por su sabor.

Antonia narra cómo a su mamá le costó trabajo preservar el museo para la comunidad. Explica que no tiene propietarios, no era de Inocencia o de ella, el museo es de la comunidad.

—Yo quisiera que la gente se involucrara aquí en el museo y que vieran que de aquí sale la cultura de nosotros Somos una comunidad marginada que han pasado bastantes sexenios y nadie ha venido a ver cómo estamos, la comunidad. Por eso Inocencia González Saiz, mi mamá, siempre luchó porque estuviéramos juntos, porque no tuviéramos las divisiones y problemas que están surgiendo.

Antonia prefiere que si hay donaciones para el museo, que sean en especie. Considera que el dinero provoca problemas y disputas. Solo si piden platillos tradicionales cobra la comida. Lo demás son donaciones y han aceptado desde papel de baño, artículos de limpieza, o despensas para quienes cuidan el museo.

—Mi mamá se llevó la cultura a la tumba, nosotros, yo como hija de Inocencia me siento perdida de la cultura porque a ella todo le consultaba. Ella siempre ayudó con su firma, dándole a la gente que consiguiera sus becas o financiamientos; porque su firma y su sello tenían autoridad, cuenta Antonia con pesar.

Para ella, fue un golpe muy duro la muerte de inocencia y, a los 16 días, que murió también su hermano menor, que tanto les encargó. 

—Nosotros como en nuestra cultura siempre sabemos que cuando la gente se preocupa mucho por una persona vienen por ellos.

Historia del museo 

Antes de morir, Inocencia González ganó el XLIV Premio Nacional de Arte Popular 2019. Antonia recuerda a su mamá como una buena persona, muy sociable y que no veía a la gente con malicia. La recuerda hablando de la cultura, el cambio climático y del río. 

—Desde 1990 hemos estado aquí. Hemos tenido grupos de artesanos. Difundimos la artesanía, para darle empuje. Buscamos que los niños no pierdan su cultura y su lengua. Fomentamos que la artesanía es parte de nuestra cultura, que no pierdan la identidad como indígenas cucapá sin divisiones. Porque si seguimos con tanto problema en la comunidad que han sido las divisiones por problemas familiares que a veces llevamos, no nos dejan avanzar.

Cuando inició el museo hubo una reunión general de comuneros y habitantes de la comunidad donde nombraron a Inocencia y Antonia como promotoras de cultura del museo. Cualquier cuestión sobre el uso de la lengua, el vocabulario o la historia cucapá o del museo, le consultaban a Inocencia. Era su guía.

—No había persona que no le invitara a comer, a tomar café, a comer tacos de frijol. Quién fuera, los miraba como sí ya los conociera desde siempre, les decía: ‘pásate, ven, vamos a comer, que cómete un taco’. Nunca le cerró la puerta a nadie, ni a los periódicos, ni a las cámaras.

Antonia resalta la apertura y participación constante que tuvo Inocencia con documentalistas y periodistas que se acercaban a preguntarle sobre la cultura. Resalta que antes de morir, llegaron de la BBC de Londres realizando un documental y antes de morir alcanzaron a ir al río. Ella lo vió.

—Todavía pude llevarla a que viera el río. Vinieron por un documental que, en parte, nosotros grabamos. Y en la orilla, mi mamá dice: ‘¿Te acuerdas, mi’ja, cuando pescamos en la Laguna Salada? Eran los días más felices de mi vida. Mira qué bonito está el río, que bueno que va haber mucho pescado para los pescadores’. Pero ya. Pasó que en esos días mi mamá enfermó y ya no alcanzó a ver el agua venir.

La charla se extiende en el cuarto de las artesanas. Antonia recuerda que Inocencia Gonzalez fue fue la primera mujer pescadora cucapah que tuvo una cooperativa n 1979 y que obtuvo el primer permiso de pesca en 1985 (aunque después se lo quitaran en el 98) en la Laguna Salada, tierras donde vivían y después de la la primera inundación del río Colorado que las sacó de su entorno, salieron a «la civilización» y habitaron los terrenos aledaños donde ahora está el museo. 

Inocencia le dijo antes de morir que siempre iba a tener la presencia aquí, en el museo. 

De cuando salieron a la civilización

Antonia cuenta cómo se convirtió en cocinera tradicional y cómo se convirtió en una guardiana de la cultura cucapá. 

—Hay niños pues que éramos los cocineros de las mamás, siempre le mandan hacer a uno cualquier actividad. Yo era la cocinera y leñera, porque íbamos a la leña mi hermano y yo, y luego, cocinábamos. Hacíamos tortillas. Hacíamos lo que había porque éramos muy pobres. La mayoría de la gente cucapah éramos muy pobres. No sabíamos salir más allá del río, en ese entonces no salíamos a ningún lado, no sabíamos cuál era la civilización. 

Antonia cuenta que ahí se dieron cuenta que existían las estufas de gas. Todavía con 16 años, andaba descalza y se bañaba en el río. No les importaba bañarse desnudos hombres y mujeres. Pescaban, cazaban, ponían trampas. 

Sus hermanos se fueron a estudiar cuando salieron de sus tierras. Como Juana, que estudió enfermería. A ella le tocó quedarse y aprender lo más posible su cultura y tradiciones. Así es como llega a ser promotora del museo, primero en el 90 hubo una reunión general que realizaron comuneros y habitantes de la comunidad, así la eligieron. Es hasta 2008, que el INAH y el Gobierno Municipal se dieron cuenta de la importancia de sostener el museo y le asignaron a Antonia un sueldo base. 18 años después de la creación del museo comunitario.

—Nosotros éramos muy felices cuando vivíamos allá en el río, en chozas. Nos tocó pues vivir a la orilla del agua, que llegaba del Colorado.  La consumíamos como agua de tomar. No teníamos una pesca comercial, era solamente en las temporadas que nos tocaba; para tener alimento durante el año. Se ponía a secar la lisa.

Inocencia y el agua: curar el dolor con chaquira

El día que sepultaron a Inocencia Gonzalez, jefa tradicional cucapah, el mar y el agua del río se conectaron. Fue cuestión de que su cuerpo entrara al museo, el agua del río y del mar se unieron. Tenía más de 40 años que no sucedía. 

Inocencia González fue autoridad tradicional por mucho tiempo. Personas de todo tipo la buscaban en el museo más que en su casa. Trabajó en el museo sin percibir salario, mas que la satisfacción de resguardar la cultura. Siempre luchó por el agua del Río Colorado y denunció la falta de agua en las comunidades cucapá.

—Mi mamá hizo mucho por la cultura de nosotros. Trabajó en el rescate de la lengua y también de los cuentos, que son nuestras historias fundacionales. 

Nos contaba muchos cuentos de la creación de nosotros pues.

Inocencia González es la única cucapah que hacía la capa tradicional de chaquira en la que se usa el tejido más antiguo, tupido y cuya elaboración tarda hasta un año, y con la que ha ganado numerosos reconocimientos; la técnica, diferente a la del pectoral, se ha usado desde el siglo 17 cuando extranjeros que se asentaron junto al río Colorado trajeron la chaquira a la región. 

Antonia da clases de arte de chaquira, su lengua, baile, ceremonias y cocina tradicional de su comunidad. Después de la muerte de su madre, recordó lo que le decía, que cuando la gente muere, hacer un pectoral es algo propio de la cultura cucapá,y al ir bordando, se quita la tristeza. 

Por eso Antonia bordó un pectoral especial y así fue olvidando el pesar por la muerte de Inocencia. Para ella, al realizar el arte de la chaquira, te olvidas de todo alrededor, piensas en las cuentas, bolita por bolita para tejerlas o bordarlas.

—Lo hice hablando de lo que era el Río Colorado y el mar, de la Serpiente Divina. Una serpiente que hizo el mar y el río.La unión de nosotros que tenemos con el mar son las conchitas, por eso le ponemos todas las artesanía cucapah. Para nosotros el río Colorado es un río sagrado que nosotros debemos de venerar, querer, porque así me lo aprendí, me lo inculcaron. Las tortugas, Esto habla del clan de los hombres tortuga que vivían de aquel lado del río que quedaron separados. Los montes. El cerro del Wishpah. Los rombos son los rombos de los clanes. Al paso que vas haciendo un collar te vas dando una idea de lo que quieres plasmar.

Antonia hizo este pectoral en memoria de Inocencia González Saiz, pensando en su vida y en sus últimos momentos.

—Recuerdo las palabras de mi mamá que ya estaba agonizando, me dijo que… quería platicarme algo de la pesca: ‘¿Te acuerdas, mija, cuando buscábamos en la laguna salada’” Que ella había sido muy feliz allá en el río, en la pesca. Siempre añoró este río que hoy tenemos sin agua.

El homenaje del museo

Juan García Aldama fue uno de los ancianos que más años vivieron en la comunidad de El Mayor, duró 125 años en su honor es el nombre del museo comunitario. Él fue cuñado de Inocencia, aunque en los hechos fue quien la crió pues se casó con su hermana mayor quien se encargaba de cuidarlas. Cuando su mamá iba a la pizca de algodón, Juan llevaba a Inocencia y a su hermana al río a cuidar ganado. Así crió varias generaciones. 

—Mi papá dejó a mi mamá. Entonces nos fuimos con Juan Aldama, entonces él también fue parte de nuestras vidas, de mis hermanos y mía. Él fue una muy buena persona con nosotros, nos cuidó siempre. Aprendí hacer muchas cosas de mi tío, a hacer comida tradicional, y me enseñó mucho de nuestra cultura. Desde que naci, íbamos a cortar flor de biznaga— describe Antonia su vida, mientras platica en el cuarto de las tejedoras de chaquira.

Juan García Aldama le enseñó la chaquira, la cocina y también los senderos que recorren a los centros ceremoniales en el monte, lugares que aparecen en los sueños de niñas y niños cucapah y así saben que existen en la Sierra Cucapah.

—El río para mí es un río sagrado porque si lo conocí, me lo enseñaron, porque don Juan decía que el río era el papá o la mamá de uno porque nos daba de comer. Somos gente de agua, gente de río— recuerda Antonia ese momento de su infancia. De ahí que sepa preparar el pescado seco o el pecado zarandeado, harina tatemada con carne seca molida en el metate. 

La demanda por el cuartito de los pescadores

Uno de los murales que más les gusta a los jóvenes cucapah es el de Juan García Aldama, el cual está en un pequeño cuarto a un costado de la entrada del museo.  Por consenso, decidieron que sería el cuarto de los pescadores, con fotografías históricas de esta actividad del pueblo Cucapah. Ahí. Donde Camila recuerda que habitó Inocencia González Saiz en sus últimos días.

Mientras Antonia ofrece la entrevista en el cuarto, se escucha un disturbio afuera, en el estacionamiento del museo. Al salir, la enteran que llegó una notificación de citatorio por una demanda por allanamiento de morada. Esto la hace lamentarse por las divisiones familiares y comunitarias que hay ante la entrega de dinero y recursos. Además, esos terrenos del museo pertenecen a la gente de la comunidad y está destinado para la cultura, donde todo mundo tiene las puertas abiertas.

—El señor Prisciliano González hizo a mi mamá que firmara documentos cuando mi mamá no sabía leer y era la autoridad tradicional. —Antonia recuerda que Prisciliano bajó recursos del gobierno para que se hiciera la pileta, pero terminó siendo un cuartito. 

Recalca que Inocencia González le dejó un documento para salvaguardar el Museo Comunitario, antes de fallecer; porque vio que el señor un día puso candado al cuarto, y eso no le pareció. Ahora que ven movimiento en el museo, muchas personas se han acercado con todo tipo de motivos.

—Nosotros deberíamos estar unidos. Todos los cucapá. Ya lo he dicho: tener esa unión para nosotros es poder rescatar. Sí seguimos en esto no vamos a rescatar nuestra cultura. Con divisiones, nos vamos a ir de pique porque mi mamá ya murió, ya solo quedan la señora Raquel y don Víctor.

Y recalca álgidamente Antonia:

—Yo quisiera que la gente se involucrara aquí en el museo y que vieran que de aquí sale la cultura de nosotros a que otras personas sepan que nosotros ya existimos.

En los últimos días, Antonia ha buscado un acercamiento al gobierno para exigir no solo recursos para la cultura, sino para la educación, para que den las becas, para que den computadoras. Piensa mucho en las juventudes y por eso dedica un mensaje a los jóvenes cucapah:

—Deben tener respeto a su cultura. El museo es un buen lugar para iniciar, para que sean unos buenos promotores nacional e internacional. Por hacer el arte de la chaquira, por el canto y la danza, por la lengua. Porque defiendes tu propia cultura.

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Resistencias: El derecho a existir

El color de la pobreza: Cucapá, mujeres de agua y fuego

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