Milei promete libertad, pero en realidad, revive a la rancia oligarquía argentina. El presidente promueve ideas anarcocapitalistas por el mundo, mientras el país vuelve cien años al pasado
Por José Ignacio De Alba / @ignaciodealba
Las oligarquías de América Latina se conformaron a través del poder casi hereditario, entre algunas familias y linajes. Hay casos muy conocidos, Guatemala, por ejemplo, estuvo controlada por cuatro redes familiares durante trescientos años. El sistema de dominación siempre estuvo enmascarado de democracia.
América Latina vivió en esa realidad paralela. Los partidos políticos eran, en realidad, clubes de caballeros notables. Algunas familias mantuvieron sus redes de poder gracias a compadrazgos y otras relaciones simbólicas. El gobierno estaba integrado por buenos apellidos, amistades y hábiles comerciantes.
La tradición signó al poder. Como dice Octavio Ianni, debemos comprender que estas relaciones se dieron dentro de la “racionalidad” del capitalismo.
El político fue una especie de hacendado, pero en una escala nacional. En América Latina prácticamente todos los países mantuvieron esa forma de dominación. En Argentina, Juan Domingo Perón, rompió esta estructura. El personaje y su administración son muy ambivalentes, pero si algo es reconocible en su gobierno es eso.
Argentina logró resquebrajar a su oligarquía. El político John William Cooke lo resumió en una frase famosa “el peronismo es el hecho maldito del país burgués”.
Aunque hoy Javier Milei está reinstalando en el poder a las familias más ricas del país. A pesar de que los libertarios se dicen seguidores de economistas como Friedrich Hayek, la realidad es que los que le hablan al oído al presidente son hombres de negocios: Paolo Rocca (dueño de Ternium), Marcos Galperín (propietario de Mercado Libre) o Eduardo Elsztain (el mayor latifundista urbano de Buenos Aires).
El gobierno de Miliei parece olvidar que los libertarios colocan a la libertad individual como “valor político supremo”, que el Estado no debe inmiscuirse en la orientación sexual o en el derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo. Temas en los que Milei entretiene con frecuencia.
Ya no hablemos de la libre expresión o las detenciones en contra de manifestantes ¿ellos no tienen libertad de manifestarse? No, su libertarismo se da por descarte. El presidente es un conservador, no un libertario.
¿Debería obviar que su gobierno absorbió a la derecha tradicional del país, el expresidente Mauricio Macri?, por decir algo.
La agenda de Milei está dominada por el libre mercado, la entrega de recursos al capital, nacional o extranjero. Esa es la piedra angular del proyecto. Aunque hay ilusos que se entusiasman porque la agenda libertaria les ofrece usufructuar los bienes del país, la realidad es que los únicos que se benefician con el proyecto son los grandes capitales.
Mieli no es el futuro, busca un pasado perdido, así lo dice «hay que derrumbar el modelo defendido por la casta política, que lo único que ha generado es transformar el país más rico del mundo en uno de los países más pobres del mundo».
Como en el sistema oligárquico, Milei se ha dedicado a reducir las funciones del Estado “soy un topo que destruye el Estado desde dentro”, dijo ante un medio estadounidense. Empresas estatales a la venta, despidos al por mayor, desfinanciamiento de los sistemas públicos.
La vuelta al pasado se vende como algo novedosisimo, como si Argentina circulara por un lugar inédito. Y claro que va, porque pocos países han hecho una regresión de libertades -o paradoja- y de derechos tan votada. Argentina se ha convertido en una geografía pedagógica, un experimento que pone a prueba los límites de la democracia.
Milei es un un entusiasta de ideas eurocéntricas en medio de la realidad latinoamericana. El presidente argentino rehuye a encuentros con sus pares de la región, incluso alimenta reyertas. Él prefiere los viajes a Europa, para hablar de la escuela austriaca.
En la oligarquía de Milei subyace una circunstancia curiosa: él ni siquiera es un notable. No es rico, ni lo fue. Procede de una familia de clase media. Pero mientras él incursiona en su aventura filosófica, los potentados del país ganan fortunas a expensas de las licencias que da el gobierno, como en los buenos viejos tiempos. Mientras que el ciudadano común se abstiene de utilizar calentadores en medio del peor invierno en décadas.
Milei es un presidente que reinstala a la oligarquía, pero hay algo que falta. El club de potentados y el gobierno no tienen el monopolio del poder. Requisito indispensable de la oligarquía. Así que los argentinos tienen un par de años para decidir si entregar todo el poder al viejo club de caballeros notables.
Cronista interesado en la historia y autor de la columna Cartohistoria que se publica en Pie de Página, medio del que es reportero fundador. Desde 2014 ha recorrido el país para contar historias de desigualdad, despojo y sobre víctimas de la violencia derivada del conflicto armado interno. Integrante de los equipos ganadores del Premio Nacional Rostros de la Discriminación (2016); Premio Gabriel García Márquez (2017); y el Premio Nacional de Periodismo (2019).
Ayúdanos a sostener un periodismo ético y responsable, que sirva para construir mejores sociedades. Patrocina una historia y forma parte de nuestra comunidad.
Dona