Instantáneas de la oposición. Imágenes de un desfiguro sexenal

29 septiembre, 2024

El presente catálogo compila algunas imágenes del atribulado periplo de la oposición durante los últimos seis años. el catálogo ha sido elaborado sin posibilidades de exhaustividad ni particular voluntad de equilibrio

Por Jesús Suáste Cherizloa / X: @suaste86

El presente catálogo compila algunas imágenes del atribulado periplo de la oposición durante los últimos seis años. Por oposición entiende —y ruega comprensión ante la patente vaguedad— el bloque de poder que a partir de las elecciones de 2018 pierde considerable influencia en las instituciones del Estado y ciertas esferas de la sociedad civil. Inútil esconderlo: el catálogo ha sido elaborado sin posibilidades de exhaustividad ni particular voluntad de equilibrio. El compilador ha elegido estas imágenes porque sospecha que son sintomáticas, seguro de que el lector sabrá asociarlas a los padecimientos correspondientes.

Excursiones al país del Pueblo. En enero de 2021, el político panista Ricardo Anaya anuncia una gira alrededor de mil municipios de México. En los videos que registran el recorrido, el excandidato presidencial convive con habitantes de comunidades rurales o colonias populares para, en sus palabras, “de veras sentir y vivir los problemas como propios”.

Unos meses más tarde, un columnista de Reforma publica el clásico instantáneo ¡Vas, carnal!, artículo que busca imitar el habla del simpatizante obradorista (es decir, lo que el autor se imagina que es tal cosa) invitándolo a reconsiderar el sentido de su voto. Acá entre nos. Te cuento pa’ que sepas: paternal y condescendiente, el autor explica la naturaleza de la indisoluble alianza obrero-patronal (sin ese güey, tu patrón, no habría jales) y denuncia los planes antipopulares del gobierno (esos de la cuatro-te no quieren a tus patrones) echando mano de frases que ponen fin a siglos de incomprensión entre ricos y pobres: te la rifas, te la pinto muy clarita, está cabrón, derecha la flecha al pecho, tu vieja o tu jefecita, ¡no la chifles que es cantada!, ¿te lo digo más cabrón?

Gira y artículo remiten al mismo problema estructural. A medida que AMLO convierte su lema (primero los pobres) en un principio que hasta sus adversarios políticos deben suscribir, la oposición descubre que el pueblo es territorio ignoto, y sólo atina a interpelarlo a la prudente distancia de sus prejuicios e intuiciones: pueblo es la masa estadística con la que nos relacionamos a través de indicadores macroeconómicos, es el ciudadano susceptible a votar mal porque no entiende en qué país vive, es el sujeto en deuda con nosotros porque le damos empleo o lo mantenemos vía impuestos, es el paisano a quien somos idénticos salvo porque nuestras vidas se parecen en muy poco, es el hablante de un dialecto que debemos aprender si deseamos instruirlo. Que un político deba trasladarse a otro mundo para “de veras vivir y sentir los problemas como propios” (lo que implica: hay quienes los sentimos y vivimos como ajenos), o que un articulista balbucee clichés en la esperanza de que esa sea la lengua del enigmático otro, son actos significativos no porque cierren una brecha, sino porque hacen ostensible que sus autores se han percatado de que existe.

Por ahora, las primeras expediciones de la oposición al Continente Pueblo rinden frutos magros (se generaliza el meme: ¿qué haces allí si esa no es tu familia?) y sólo consiguen generar, por contraste, la extrañeza que producen los cuerpos arrancados de su hábitat: sociólogo en convención de fisicoculturistas, charro en película de ovnis, palabra sin falta ortográfica en tuit de Vicente Fox.

Estampas de la erudición minimalista. El que no conoce su historia que la explique. En julio de 2020 el diputado Gabriel Quadri escribe: “Antorchas en el Zócalo quiere López el 15 de septiembre. Evocación del nazismo”. Por los mismos días, un periodista de nombre Ricardo Alemán comparte su apreciación del presidente: “más peligroso que la bomba atómica […] que un dictador como Mussolini, Hitler y Franco”. Al darse a conocer el himno del Aeropuerto Felipe Ángeles, Joaquín López Dóriga lanza categórica advertencia: “Es casi fascista”. Raymundo Riva Palacio enriquece las comparaciones: “El recorrido de López Obrador […] traza muchas analogías, por cuanto a aislamiento, desconfianza y represalias contra quienes fueron leales, con Maximilien Robespierre”.

La opinomanía nacional ‒oficio que consiste en intervenir en el debate público para convertirlo en competencia de atención‒ ratifica cotidianamente sus artículos de fe: creemos que la historia es un inventario de nombres propios citables para revestir de autoridad a un argumento; creemos que ser crítico es asociar los eventos del día con un crimen histórico; creemos que el análisis es el camino más corto entre lo que sucedió ayer y lo que yo sé desde el origen de los tiempos. El problema no es tanto la proliferación de declaraciones no muy amistadas con el sentido común, sino que ellas extienden la superstición de que el presente sólo es criticable si podemos declarar su parecido con los personajes o eventos más atroces de la historia, como si lo que éste tiene de infernal e intolerable no pudiera ser repudiado en sus propios términos, y como si el recubrirlo en analogías disparatadas representara una contribución valiosa al debate. Por lo demás, la forzada traspolación de tragedias y tiranos a nuestro presente constituye una injusticia hacia los esfuerzos de un gobierno tan autosuficiente en materia de incompetencias, desastres y personajes nefandos.

La opinomanía convierte a la Historia en el cultismo al alcance de una googleada y al analista, tremendo juez de tremendos silogismos, en guerrero armado con la espada de la libre asociación de ideas. Escribe una fecunda columnista: “quienes argumentan que ‘la mañanera no se toca’ se asemejan demasiado a robespierianos cortando cabezas, estalinistas asesinando disidentes, nazis persiguiendo judíos, inquisidores torturando a paganos, y hombres quemando a mujeres en la plaza pública”. Y se escuchan vivas a los despropósitos metafóricos y mueras a los grilletes del recato argumentativo: ¿para qué escribir si no para incluirse desde ya entre los compañeros de tragedia de las Ana Frank y las Juana de Arco de la historia? La opinomanía es la aversión al sentido de la proporción y la conciencia de que quien no finge conocer su historia se condena a no repetir el artículo de la semana anterior.

Imagen de lo imprevisible. La amplitud con que se ejerce la crítica en México da origen a enunciados que uno considera imposibles incluso después de haberlos leído. Por ejemplo, esto escribe Ricardo Elías para Reforma: “[La oposición debiera] sembrar en la mística político-religiosa de los mexicanos la idea de la “Virgen Xóchitl” […] En lugar de que el hijo (el mesías tropical) acuse a los criminales con sus mamás, el pueblo acusaría al hijo con su madre, la Virgen Xóchitl. Las posibilidades de Xóchitl como virgen política, sin pecado concebida, son inmensas”.

Auge y la caída de la política-sketch. 10 de noviembre de 2022. Acompañada de un grupo de compañeros de bancada, la diputada panista Teresa Castell ocupa la tribuna del Palacio Legislativo e intenta entonar, con dedicatoria al presidente, la “Rata de dos patas”, canción popularizada por Paquita la del Barrio. El momento no alcanza la comicidad esperada. La belleza del canto de las diputadas que acaparan el micrófono hace pensar en los beneficios de disolver el Congreso, mientras los legisladores que las rodean intercambian miradas incómodas y se debaten entre seguir pretendiendo que el acto les parece gracioso y los llamados a la realidad provenientes de las gargantas de las legisladoras. Para terminar el acto, la propia Castell lee un afectado discurso con un resultado apenas menos infeliz que la perpetración musical.

Hay algo sintomático en el episodio: avasallados mediáticamente por el presidente, los políticos opositores deben recurrir a actos estrafalarios en la esperanza de conquistar minutos de atención del público. A tono con esta lógica, la eventual candidata presidencial de la coalición opositora es quien protagoniza la mayor cantidad de números noticiosos a lo largo del sexenio: Xóchitl Gálvez irrumpe en la Cámara de Diputados disfrazada de tiranosaurio rex; Xóchitl Gálvez presenta una réplica en Lego de “La Casa Gris”; Xóchitl Gálvez visita Palacio Nacional para encarar al presidente. Más allá de algunas movilizaciones exitosas y que temporalmente vigorizan el entusiasmo de la oposición, la política-sketch exhibe pronto sus limitaciones graves, y al comenzar la justa electoral se hace evidente que Xóchitl Gálvez, más que una campaña presidencial, está encabezando un largo proceso de control de daños: la procesión de tropiezos y autoatentados que desemboca en la derrota electoral del 2 de julio.

Durante seis años, los partidos opositores son collage de dramatizaciones que sólo marginal y brevemente les consiguen un sitio en la agenda de debates. Y alejados de la posibilidad de construir un proyecto político, apenas aspiran a protagonizar acciones que dejen indeleble huella por lo menos hasta el día siguiente.

La avidez de las profecías de los últimos tiempos. Como si la realidad nacional no fuera lo suficientemente trágica o compleja, numerosas voces opositoras se entregan a una futurología que convierte los hechos en la ocasión para la proyección de pronósticos tremendistas. Gabriel Quadri: “Riesgo real. López y Morena van a lograr la división del país. Que el norte-centro se separe en otro México: México del Norte”. Carlos Mota: “¿Qué quiere Morena? Iniciar el establecimiento de un Estado comunista en México. Así de sencillo.” Pablo Hiriart: “López Obrador ha emprendido una huida hacia el socialismo. Un socialismo marxista. ¿Hacia dónde va el país? Los hechos apuntan a que vamos hacia el socialismo caduco”.

En seis años de imaginativa y diligente actividad, las voces opositoras han anunciado devaluaciones, colapsos económicos, conspiraciones, planes secretos de reelección, planes secretos para cancelar las elecciones, incursiones de espías cubanos, incursiones de espías venezolanos, fraudes electorales cibernéticos, la instauración de un régimen comunista, la instauración de un régimen fascista, la instauración de una monarquía, autogolpes de Estado y, cada tanto, el inminente derrumbe de Morena (¿cuántas veces, por ejemplo, Víctor Trujillo y Carlos Loret anunciaron “el principio del fin” del gobierno de AMLO?)

No sólo el costo por equivocarse es inexistente: la profetización es infalible para quienes tienen el cuidado de anunciar la inminencia de todos los escenarios ya ni siquiera concebibles sino gramaticalmente enunciables, incluídos guerra con Belice y anexión voluntaria a Norcorea. Pero bien mirado, se profetiza no para acertar, sino para encontrar a quienes comparten una creencia y mantener en tensión un estado de ánimo. Lo importante no es predecir lo que podría pasar, sino estar preparado para manifestarse en contra. ¡El peso ya se devaluó! ¡El peso ya se apreció! ¡El peso no sube ni baja: helo allí impávido!

El análisis opositor se malogra por la obsesiva intervención de quienes creen que cualquier hecho es una invitación a derivar una crítica audaz (dijo buenos días y ya eran tardes). Y para los espíritus con convicciones firmes, hasta el error es una oportunidad para confirmar la veracidad de las fantasías: Me informan que compartí una noticia falsa. ¡Es que con el loco que tenemos de presidente ya nunca se sabe!

Susanita socióloga. O los límites de mi código postal como límites de mi mundo. La tarde del 2 de julio de 2024, los comentaristas de Atypical Te Ve enumeran las razones que anticipan la derrota del obradorismo en las urnas: la atmósfera festiva en sus casillas respectivas; la unánime simpatía que concita Xóchitl Gálvez entre los pasajeros de un vuelo a París; la mayoritaria aversión al obradorismo entre los mexicanos residentes en Madrid. Unas horas más tarde, los resultados contradicen sus expectativas y los panelistas acusan fraude.

La cobertura que Atypical da a las elecciones de 2024 resulta memorable (con todo y que lo más preciso de la programación es una encuestadora que erró casi todas sus proyecciones) y se convierte en material de consumo voluntario y obsesivo para los divertidos votantes de izquierda (¡ve sus caras, ve sus caras!) Pero antes y más allá de la coyuntura electoral, Atypical se destaca como un personaje con voz propia en el cuadrante opositor. Acaso involuntariamente (acaso todo lo que allí sucede es involuntario) Atypical presta al obradorismo un servicio invaluable: ser ese fragmento de realidad que resulta idéntico a las caricaturizaciones que el presidente hace de sus opositores.

Si bien su nivel real de influencia política puede ser marginal, su valor como acontecimiento cultural no es despreciable. Atypical es el foro de una cosmovisión pobre de mundo: un provincialismo de clase, la mitología de una aldea cuyos confines son los del condominio residencial. Y sus portavoces, cartógrafos de una tierra plana, son representantes no tanto de una corriente de pensamiento como de un estereotipo social. Exabruptos de un mucho enojo que no sabe cómo acomodarse en tan poco lenguaje.

En el lado derecho del espectro político, figuras como Atypical Te Ve o Chumel Torres (uno como comedia involuntaria, el otro como la involuntaria incapacidad de la comedia) establecen en México el límite inferior en materia de calidad argumentativa, y si a final de cuentas constituyen un fenómeno tan notable es porque consiguen vivir en el total desapercibimiento de los desfases que los definen: entre la jactancia y el desconocimiento enciclopédico, entre el analfabetismo hecho personalidad mediática y el sentirse autorizado a dar por idiotas a franjas enteras de la población. Declara el agudo Carlos Alazraki: “México chocó contra el muro de los pendejos” tal como “el Titanic chocó contra un iglú”.

Conectarse con el sentir popular por vías inalámbricas. La oposición es también un conjunto de creencias propias de lo que podría resultar indignante, prioritario, cómico o vergonzoso para un país. Dice la diputada María Elena Pérez-Jaén (ortografía del original): “IMAGÍNENSE la cena de gala, a los empresarios mexicanos, a los embajadores de ambos países, Ebrard y los invitados gringos —TODOS ENGLISH SPEAKING— cuando estén traduciendo a AMLO pero no entienda los chistoretes de TRUMP, todos riendo y él con cara de WHAT. ¿Sentirán vergüenza?”. Dice Gabriel Quadri: “Rindiendo homenaje al gran Porfirio Díaz, cementerio Montparnasse, París. En 2024 lo repatriaremos.” Se burla Felipe Calderón del habla de la morenista Delfina Gómez: “De esto ‘nadien’ la salva”. Y se burla con toda razón: ¿cómo se atreve a hacer política una persona que habla como tantos millones de mexicanos? ¿Cómo se atreven tantos mexicanos a ser como son?

La inconcebible hipótesis: AMLO fue el contrapeso. Escribe Macario Schettino unos días antes de la elección en que Claudia Sheinbaum obtendrá 35 millones de sufragios: “ya solo quienes son muy tontos o muy HDP pueden votar por Morena”.

La victoria del obradorismo en las elecciones de 2024 da pie a que una parte de la oposición estalle en explicaciones fallidas y autoexhibiciones exitosas: se señala la ancestral propensión del pueblo mexicano a la adoración de los caudillos; se enumeran los defectos caracterológicos de la gente; se renueva la fe en la existencia de El Mexicano, piedra filosofal de las hipótesis pseudoserias. En los casos más extremos, se le niega la capacidad de raciocinio a medio padrón electoral: el votante de Xóchitl Gálvez es un ciudadano virtuoso, el de Claudia Sheinbaum es incapaz de comprender la complejidad del sistema político sobre el que, ay, decide.

Fruto de la pereza o el clasismo franco, estas posturas descartan una explicación considerablemente más sencilla: hay una amplia franja de la población que no sólo entiende las virtudes de la democracia; entiende que tras décadas de ver reducir su calidad de vida, podría ser hora de que la transición democrática funcione a su favor. No sólo entiende la importancia de la división de poderes: entiende que lo que ha habido por treinta años es el dominio unívoco de la ley de la selva del mercado. No sólo entiende, en fin, la naturaleza y funcionamiento del sistema político mexicano: la entiende porque ha padecido sus efectos aborrecibles y, con distintos grados de confianza y convencimiento, vota por un proyecto que percibe como la posibilidad de mejorar su vida. No más, no menos.

Al dirigir todas sus energías en la crítica de que el presidente aspira a gobernar sin contrapesos, la oposición ha omitido lo que el multitudinario apoyo al obradorismo manifiesta: que para los sectores populares AMLO fue el nombre del contrapeso: fue en su figura (real e imaginaria) que encontraron la posibilidad de verse representados y poner un dique al proyecto, ese sí hegemónico, fundado en el culto religioso al capital, en la convicción de que los pobres son pobres porque quieren, en la humanista certeza de que si alguien se murió de hambre fue por no cultivarse en tanto capital humano.

Radiografía de una crisis. La crisis de liderazgos y proyecto que padece la oposición es integral. Vicente Fox la explica con elocuencia: “ERES PIRRICO, ERES CHURUMBEL, ERES APRENDIZ DE MAGO, FUTUROLOGO Y DEMAS… YERBAS. NI ES CLAUDIO… NI ES XOCHITL…. NI ES FOX… NI ES ANAYA… SERA MELON, SERA SANDIA, SERA TU VIEJA DEL OTRO DIA, DIA…” (aclaración redundante: ortografía del original).

Tienda a la salida de la exposición. La sesgada curaduría de este inventario omite un hecho evidente: la oposición es también un proyecto respaldado por millones de ciudadanos, y es un campo que incluye críticas válidas al régimen, una historia no desdeñable de esfuerzos por democratizar el Estado, personajes lúcidos y (madre mía, lo que uno dice por congraciarse con el pluralismo) una voz legítima dentro del juego democrático. También es cierto que en los últimos seis años, su praxis estuvo marcada por personajes, acciones y declaraciones que dan a pensar que a Morena le quedan algunos miles de años más en el poder.

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