Impostoras

3 julio, 2019

El síndrome o fenómeno de la impostora es un patrón psicológico que hace un par de años comenzó a ser más conocido, es un mecanismo de autolimitación efectivo que se da en mujeres, en algunos casos con consecuencias de mayor gravedad que otras

@celiawarrior

¿Alguna vez te has frenado de expresar tus ideas o creatividad para evitar que sean desestimadas? ¿Crees que tienes amplias habilidades y competencias en X labor, pero nunca tendrás suficiente capacidad y autoridad para realizarla frente al mundo? ¿La acusación pública o el miedo a ser señalada como “falsa» te han llevado al punto de autoanular tus logros o te inhiben de exhibirlos? Si tus respuestas fueron: a veces, sí, komo lo zupo; amiga, tal vez sufres del síndrome de la impostora.

¡Tranquila! No eres [nada más] tú y tus inseguridades, es parte de un entramado cultural mucho más complejo que educa a las mujeres para la autolimitación y [sí] para sentir una falta de seguridad en varios sentidos y de forma constante. De manera complementaria, esa estructura ejercita un exceso de confianza, mejor conocida como arrogancia, en los hombres.

Sí, #NoTodosLosHombres [¬_¬], ya lo sabemos. No, ni el término ni la deducción me los inventé yo.

El síndrome o fenómeno del impostor es un patrón psicológico estudiado desde hace décadas y que, hace un par de años, comenzó a ser más conocido. Y en realidad fue observado por primera vez como un patrón de conducta en un grupo de mujeres, así que bien podríamos nombrarlo síndrome de la impostora.

Comencé a buscar más sobre el término cuando la cuenta de tuiter @ellascuidan, un espacio de mujeres que reflexionan y escriben sobre el trabajo de cuidados, lanzó una encuesta a mujeres creadoras: “En su quehacer, ¿cuál es el tema que más les cuesta trabajo resolver?”. Como opciones de respuesta dieron cuatro, y los resultados fueron: colectivizar cuidados, 9 por ciento, redes entre mujeres, 14 por ciento, autocuidado, 22, “síndrome de impostora”, 55. Discutí este resultado con otras mujeres, profesionistas en múltiples disciplinas y me sorprendió darme cuenta de que, hasta las más talentosas, también consideraban este fenómeno un obstáculo para sus labores cotidianas.

Luego caí en cuenta que también yo, cuando recibí este espacio de publicación, inmediatamente acudí a ese rincón de inseguridades que me decían al oído: a nadie le importa lo que puedas opinar. Por fortuna tengo redes de cómplices, colegas y amigas que me indicaron lo contrario [agradézcanlo a ellas]. Solo así pude apaciguar esa sensación aparentemente falsa, pero que no lo es tanto, porque está fundamentada en las experiencias de otras mujeres y el amplio desdén de sus opiniones, lo cual sucede [mucho] y no solo están en mi cabeza.

Tan solo hoy, mientras preparaba esta columna, Alejandra Ibarra Chaoul, una de las periodistas mexicanas jóvenes más brillantes y preparadas, y que cubrió el juicio del Chapo Guzmán, comentaba en redes sociales que el proceso de escritura de su primer libro estuvo atravesado por un “agudo síndrome de la impostora”. Vaya, hasta Michel Obama reconoció sufrir el dichoso síndrome durante una conferencia que impartió a niñas de secundaria, en diciembre de 2019.

Menciono esto para señalar que ese mecanismo de autolimitación es tan efectivo que se da en mujeres pertenecientes a diferentes espectros sociales, en algunos casos con consecuencias de mayor gravedad que otras.

Y, considerando esa gama de posibilidades, lo interesante es la relación que guarda este fenómeno aparentemente controlable, con otro no tan inofensivo: el silencio.

En Los hombres me explican cosas, la increíble Rebecca Solnit comienza hablando precisamente sobre ello. Si a las mujeres se nos mantiene alejadas de expresar lo que pensamos y de ser escuchadas, cuando nos atrevemos a hacerlo, el mensaje que se nos envía es “una invitación al silencio”. Y pone como ejemplo extremo el caso de los países en donde el testimonio de violación de una mujer no tiene validez a menos de que un hombre que haya sido testigo lo sustente.

“La credibilidad es una herramienta de supervivencia… A millones de mujeres se les está diciendo, en este planeta de siete mil millones de personas, que no son testigos fiables de sus propias vidas, que la verdad no es algo que les pertenezca, ni ahora ni nunca”, dice para argumentar que el problema va más allá de los polos: arrogancia masculina – autolimitación femenina.

Para mí ese es el verdadero peligro de adoptar el síndrome de impostora como una sensibilidad personal y no como lo que verdaderamente entraña: un mecanismo de control cultural muy efectivo que, si no lo identificamos y abandonamos, continuará acentuando desigualdades entre hombres y mujeres.

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