En el noreste de Argentina se encuentra una maravilla del mundo, el río Paraná recae en un desfiladero que forma una serie de elevadas cataratas. Este sitio ha sido el escenario de películas y aventuras mayores. Pero sus pobladores originales han quedado en el más completo abandono
José Ignacio De Alba / X: @ignaciodealba
Si se observa un mapa del continente, uno encontrará que nuestra América es una tierra surcada de ríos. La región se parte una y mil veces, como si de venas se tratara. El pulso del agua se abre camino entreverado en la intrincada geografía. Sus inicios son montañas o selvas que rebosan de vida, el torrente se abre camino hasta llegar al mar. En Argentina se logró un capincho geográfico de maravilla.
El río Paraná, el segundo más largo del continente, yuxtapone las fronteras de tres países: Paraguay, Brasil y Argentina. Es una vía fluvial que alivia a Paraguay de su encerramiento, por este lecho el interior del continente franquea el mar. Pero en un punto la cuenca hidrográfica cae en una serie de imponentes cataratas.
Llego a Puerto Iguazú, un lugar que conocí por primera vez por la película The Mission (1986). En la cinta se proyecta la historia de un grupo de jesuitas, que durante la colonización, intenta evangelizar a un grupo de guaraníes. En uno de los intentos frustrados, los originarios atan a un misionero a una cruz y lo arrojan al río que desemboca en el salto. Una muerte exquisita.
Me explico, el hombre flota sobre su cruz de madera con la corriente, hasta alcanzar el vacío de la catarata. Muere en una forma de redención. Pero aquella imágen me sedujo. El poder inconmensurable de la naturaleza que se traga a un hombre. Iguazú y aquella muerte respetable me las guardé durante muchos años. Ahora tuve la oportunidad de viajar a este sitio de Argentina.
Se transita por una serie de andamios para poder observar las caídas de agua, el sitio es de una naturaleza exuberante. La caída de agua está formada por un largo farallón que logra una serie de cascadas con caídas de agua de más de ochenta metros de altura. El despeñamiento es tan pesado que se forma una altísima burma, en el lugar se forma una llovizna perpetua.
El sonido del desfogue es tremendo, el agua torrencial se abre paso en medio de la selva espesa. El parque natural es uno de los destinos más famosos de Argentina.
En el paso de una de las escalinatas se encuentra una placa dedicada a Alvar Núñez Cabeza de Vaca, un conquistador de larga trayectoria. Sobre una piedra se conmemora:
“A la memoria del descubridor de estas cataratas Don Alvar Nuñez Cabeza de Vaca quien tras cruentas luchas con la naturaleza y lo ignoto, es su temerario viaje desde las selvas brasileñas atlánticas en busca de una vía al Río de la Plata descubrió esta maravilla del mundo en el año 1541”.
Caveza de Vaca describió de forma breve las cataratas, recordemos que en ese momento las descripciones naturalistas aún no se inventaban:
“un salto por unas peñas abajo muy altas, y da el agua en lo bajo de la tierra tan grande golpe, que de muy lejos se oye; y la espuma del agua, como cae con tanta fuerza, sube en alto dos lanzas y más”.
Lo que es improbable es que Alvar fuera el descubridor del lugar, seguramente fue el primer europeo en encontrarse con esta maravilla natural. Los guaraníes y otras poblaciones habitaron esta región por miles de años. Incluso, sobrevive una leyenda sobre la creación de esta maravilla.
Se dice que en las cercanías de las cataratas vivió una gran serpiente llamada Mbói, la cual habitaba en las profundidades del río. Los indígenas del lugar acostumbraban un ritual, que consistía en arrojar a una mujer al río, para pacificar a la furiosa serpiente.
Aunque en una de estas ocasiones, un guerrero guaraní decidió rescatar a la joven, desafiando la tradición ancestral. Los jóvenes escaparon juntos en una canoa por el río.
Cuando Mbói se enteró del robo, se enfureció y rompió de un golpe las tierras, dividió así a la población y creó con aquel impacto las cataratas.
Salgo de las Cataratas de Iguazú y sobre la carretera encuentro mujeres y niños semidesnudos y sucios caminando kilómetros a pleno rayo del sol. Esta gente va cargada con un poco de comida. Le pregunto al taxista que me lleva al aeropuerto por ellos ¿quiénes son? “Son los Guaraníes, viven allá adentro en el monte. Viven como animalitos, pobres”.
La respuesta me dejó tan asombrado como las propias cataratas. Los guaraníes que han vivido en el lugar por generaciones están relegados del turísmo y las multimillonarias ganancias de “una de las siete maravillas del mundo”. Imágen completa de un mundo descompuesto.
Cronista interesado en la historia y autor de la columna Cartohistoria que se publica en Pie de Página, medio del que es reportero fundador. Desde 2014 ha recorrido el país para contar historias de desigualdad, despojo y sobre víctimas de la violencia derivada del conflicto armado interno. Integrante de los equipos ganadores del Premio Nacional Rostros de la Discriminación (2016); Premio Gabriel García Márquez (2017); y el Premio Nacional de Periodismo (2019).
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