‘Igualatitud’, mas no igualdad

22 mayo, 2019

¿Vamos a seguir buscando la igualdad o podemos imaginarnos desde una diferencia que no implique una desigualdad? La apuesta personal es por la igualatitud, mas no por la igualdad, como un postura que reconoce lo valioso de la abstracción “genéricamente humano”, pero se imagina desde la diferencia

Twitter: @CeliaWarrior

¿Por qué volvemos a discutir si el objetivo del feminismo es la igualdad?, dicen algunas. Ése es debate superado, replican otras. Que hay que considerar la genealogía feminista, que también se vale ver más allá del feminismo liberal, que es necesaria una agenda para avanzar, que no basta con reclamar derechos, que la perspectiva de género se convirtió en un eufemismo, que políticas para las mujeres no es necesariamente políticas feministas… Uf. En estos terrenos mejor partir de la humildad, prefiero declararme aprendiz principalmente porque creo que el feminismo es un ejercicio político que se practica y fortalecemos día a día. Pero, con todo y la complejidad de los discursos y múltiples teorías que abruman por momentos, es una política para explorar mucho más emocionante que la falocracia mundial de ayer y hoy [lo prometo, chicas].

El entusiasmo inicia con prácticas que se alimentan de teorías y teorías de las que nacen prácticas: el feminismo enseña a desobedecer un sistema que oprime a las mujeres [de ahí no hay vuelta atrás], al mismo tiempo que exige tomar conciencia, ir reconfigurando y aceptando de a poco posturas y ejercicios políticos complejos. Porque movernos, manteniéndonos críticas y sensibles, no volverán a negárnoslo. “Todas estamos aprendiendo”, repiten constantemente mis amigas, quienes más me enseñan.

Cuando opto por declararme novata en el feminismo, no crean que estoy interiorizando lo que el patriarcado nos dicta al oído a las mujeres: por más que leas y estudies siempre se te va a discutir que no sabemos lo suficiente. Sólo estoy desconfiando de mí porque hay días en los que me levanto sintiéndome más igualada [toda resplandeciente de igualatitud], pero no hay días en los que pueda decir que me siento igual con respecto a los hombres.

Es un debate esencial en el feminismo al que —aunque lo declaren superado— retornamos continuamente: ¿vamos a seguir buscando la igualdad o podemos imaginarnos desde una diferencia que no implique una desigualdad? Para mí, ésta fue una duda original y creo que para cada generación de mujeres que se asoma al feminismo puede llegar a ser una discusión fundamental o recurrente, que no debería ser vedada.

En la búsqueda de respuestas, que nunca son absolutas, ayudó esta conferencia de Celia Amorós en la que hace una mini repasada a una genealogía feminista y el origen del concepto igualdad, además de llamar papanatas a todos los señores que van de cultos pero nunca han leído a una teórica feminista [bien ahí mi tocaya].

Entre otras varias ideas, Amorós destaca el valor politizador de las definiciones. Argumenta: para que haya discriminación debe existir una idea o concepto universalizador, que luego se niega o regatea a un colectivo. Da un ejemplo gráfico muy sencillo: si un paraguas se despliega y tapa a unos sí y a otros no, hay discriminación a un grupo; pero, sin paraguas no hay discriminación. Y ¿eso qué significa?

Para doña Amorós lo “genéricamente humano” (el paraguas) es una abstracción necesaria a la hora de hacer una crítica al androcentrismo. De esa abstracción —que para ella existe— se desprende la idea de igualdad (todos bajo el paraguas) y por ende la de desigualdad (algunos bajo el paraguas).

La contradicción en Amorós es que considera que cuestionarse lo anterior es propio del feminismo posmoderno, errático, desorientador y sin sentido. Y pues, maestra, perdón, pero no me convence que acepte una deuda histórica con los feminismos poscoloniales [por ejemplo] y luego me diga, “Mira, mijita, ya ni te preguntes por eso. Aquí está tu genealogía”.

No le convenció, de hecho, desde hace tiempo a varias feministas de allá, en ese mismo lado del charco, hablando de su genealogía. Carla Lonzi, teórica feminista italiana, escribió en Escupamos sobre Hegel (1970) sobre el feminismo de la diferencia. Planteó que la opresión de la mujer no se resuelve en la igualdad, sino que prosigue dentro de ella.

“La igualdad de la que hoy disponemos no es filosófica, sino política: ¿queremos, después de milenios, insertarnos con este título en el mundo que han proyectado otros [los hombres]? ¿Nos parece gratificante participar en la gran derrota del hombre?”, postula.

Si algo ahí dentro, desde nuestra cora, nos dice: “¡No, amiga! ¡No queremos!”, está también la posibilidad de un nuevo orden simbólico, como lo definieron las feministas de la diferencia. En él, las mujeres creamos nuestros modelos, nuestras esencias, resignificamos a partir de la diferencia sexual. Es una postura muy criticada tachada de biologista, discurso usado históricamente en contra de las mujeres, pero lo importante es su propuesta que cuestiona la connotación misma del concepto ‘poder’.

Escribe Victoria Sendón de León, filósofa española, “…en una sociedad estructurada por la dominación, la palabra ‘poder’ significa ‘dominio’, un dominio que ha permitido sobre todo transformar las diferencias en desigualdades. ¿Nos interesa realmente ese tipo de poder? El feminismo de la igualdad dice que por qué no; el de la diferencia, pone en tela de juicio la bondad y la eficacia de ese poder para conseguir lo que pretendemos”.

De ahí la apuesta personal por la igualatitud, mas no por la igualdad, como un postura que reconoce lo valioso de la abstracción “genéricamente humano”, pero se imagina desde la diferencia. No adopta ni se acomoda en posturas dadas, sino que redefine desde el feminismo. ¿Será que nos permitiremos optar por un camino guiado, mas no trazado, e ir reforzando el avance sobre él mismo?

Entrega anterior:

Una columna (más) feminista