Cada día espero con ansia una actualización en la cuenta de Instagram de una chica de, creo 23 o 24 años. Se llama Bisán, que ahora sé, significa flor en árabe. Es una chica de cabello muy rizado, esponjoso, rasgos regulares, de brackets. Cada pequeña transmisión o actualización que hace inicia con esa misma frase, en un inglés con acento árabe: Hi everyone, this is Bisan, from Gaza. I`m still alive.
Por Lydiette Carrión X: @lydicar
Antes de la “guerra” (sigo pensando que no es una guerra, pero llamémosla así), Bisán era la presentadora de un programa cultural llamado “caravana”. Ahora, cada ciertos días rescata uno de sus programas, pero al inicio muestra la leyenda: Todo lo que a continuación verán fue destruido.
Así vemos las cápsulas culturales. Se tratan de episodios de pocos minutos que tratan de rescatar algunos aspectos culturales de la Franja de Gaza. Uno de ellos, por ejemplo, nos arroba los procesos de cultivo del trigo, por parte de los campesinos palestinos, el uso de medios bastante artesanales, los éxitos de su esfuerzo y sin embargo, el hecho de que Gaza no era autosuficiente en la producción de este cereal, que es la base de su alimentación.
En otro programa hablaba sobre los beduinos, este grupo étnico semi nómada del desierto que de hecho ha vivido por ¿cientos? ¿miles? de años en la región. Bisán nos lleva a ver cómo preparan una boda. Nos muestra su ropa y bordados, su hospitalidad, ya que recibirán a cualquiera que se los pida durante tres días, sin siquiera preguntar el motivo. Veo una tradiciones milenarias, en un paisaje empobrecido. Se parece tanto a lo que luego vemos en México: tradiciones bellísimas, incrustadas en el tercer mundo. En otro video más nos lleva al “barrio viejo” de la ciudad de Gaza, donde hay familias que seguían habitando edificios de 800 años, construidos con los materiales del lugar. Construcciones naturalmente frescas para el calor del desierto, aislantes para el frío del invierno. Estas casas tienen una distribución muy parecida a la de las viejas vecindades en México: un patio central que está descubierto, que permite la ventilación. Habitaciones o pequeños departamentos de techos altos (en el caso paletino además muy abovedados, estructura que le da enorme estabilidad y frescura), todo planificado para la convivencia entre varias familias o vecinos.
Bisán relata que a partir de cierta década del siglo pasado, el gobierno de la ciudad promovió otro tipo de construcciones, edificio de departamentos modernos, sin patios centrales. Más parecidos a los multifamiliares setenteros que también pueblan Latinoamérica.
Otro episodio más, uno sobre caminos. Veo una carretera de terracería polvorienta, la grabación está sobreexpuesta, imagino lo soleado que ese lugar debe estar. Caminos por los que pasó Saladino… ahora entiendo que este pedazo de tierra, del que antes de esta mal llamada “guerra” es el escenario de las historias más antiguas de esa intersección, ese punto que da inicio a las tres religiones monoteístas del mundo. De lejos, y desde las noticias, esa franja tan histórica y culturalmente: la prisión a cielo abierto más grande del mundo, refugiados, niños que han nacido presos. En su sencillez, en su franca pobreza, no se ve la historia. Pero es, supongo, como esos breves montes en México, elevaciones del terreno que esconden pirámides. Historias ocultas, sólo presentes para el ojo que conoce y desentraña, enfrentando y tratando de resistir el paso de estos tiempos violentos. Estos tiempos de aniquilación.
La iglesia cristiana más antigua de Gaza. ¿Cuántos siglos? ¿Qué tipo de cristianismo hay ahí? Apenas he aprendido que, claro, Jesús fue palestino, no solo judío, y que ahí en la franja de Gaza y en Cisjordania ocupada hay muchos cristianos, herederos directos de los primeros andares de ese hombre que dicen que existió. Bisán, la chica que tiene nombre de flor, narra que hasta antes de todo esto, musulmanes y cristianos celebraban por igual las fiestas de cada religión. Los barrios musulmanes iban a la fiesta de Navidad, los cristianos acompañaban en el ramadán.
“Todo lo que verás a continuación ya no existe”.
Luego ha ido narrando, día a día, como en capítulos de una telenovela, su historia de desplazamiento. Cuando le sacaron de la mochila sus ración de agua del día –500 mililitros–. Se apresura a explicar que quien lo hizo “no robó”. Es la necesidad, la sed. La ocasión que debió dejar su casa en la ciudad de Gaza, desplazada como muchos más. La vez que supo que su departamento fue bombardeado, probablemente asesinando a sus tres gatos bebés, de los cuales ya no sabremos nada más. Otro más, tras el bombardeo a la oficina que tenía ella y el resto de su equipo para la producción de Caravana, regresó y lloró frente a cámara. No sin antes disculparse, dice algo así como: “lo siento, sé que están muriendo niños y bebés, y yo lloro por este edificio”.
Ha entrevistado a mujeres y niñas sobre la sobrevivencia diaria. Por ejemplo, la falta de productos para gestionar la menstruación… recuerdo en particular cuando entrevistó a una niña de unos seis años, quien reconoció que le dijeron que empacara su ropa pero ella se llevó su peluche: un enorme gusanito sonriente de retazos de colores. Otra mujer, una adulta, en vez de ropa se ha llevado la fotografía del hijo muerto, asesinado en otro bombardeo, otro desplazamiento de años pasados…. Porque sin lugar a dudas, este ataque, estos 70 días de infierno han sido el peor, pero no el único ataque.
Bisán narró cuando estaba postrada en una cama, enferma, confesándose que por primera vez sabía que no iba a salir viva de esto… Los comentarios bajo cada publicación suelen estar llenas de simpatías, oraciones, preguntas de a donde donar. También, claro, hay quien le pregunta dónde estaba cuando Hamás atacó el 7 de octubre. La acusan de “trabajar para terroristas”, le reprochan que el día de la agresión de Hamás, ella había subido una “storie” a Instagram en la que se le veía contenta, paseando por la playa de Gaza. Imagino lo más probable, cuando Bisán subió eso ni siquiera estaba enterada de lo que ocurría a pocos kilómetros. Bisán no estaba metida en “política” propiamente, sino en rescate cultural. Ella misma se define como activista de derechos humanos, viajaba, probablemente ostenta otra nacionalidad. Eso sí, siempre, aun antes del 7 de octubre reivindicaba Gaza. Decía que amaba Gaza. ¿Es transgresor amar un lugar? A veces sí, pienso.
Cada día me asomo a la cuenta de Bisán. Supongo que yo y otros millones de personas, lo hacemos para poder constatar que ella suba una nueva “story” y diga, con su acento árabe: “Hi everyone, I’m Bisán from Gaza and I ‘m still alive”.
Pareciera que si esta particular joven logra sobrevivir, la esperanza lo hará. Es lo engañoso de los medios de comunicación, de las historias. Saberla viva me permite soportar el hecho de que han sido asesinados 9 mil niños en los últimos dos meses y medio. Antes de descubrir su cuenta, no podía yo ya ni levantarme de la cama. No podía soportar el hecho de la impotencia, de no hallar forma de ayudar a detener, como fuera, el homicidio de tantos niños. Bisán ayuda a soportar el peso de que 25 mil niños han quedado huérfanos de uno o ambos padres. Mil niños más han sido mutilados. Veo –me niego a no mirar– los bebés de piernas amputadas, las madres que lloran a bebés asesinados. ¿Por qué me hago esto?, pienso. Tanta gente me ha dicho: no puedes hacer nada. Cuida tu salud mental. Pero siento que si dejo de mirar me vuelvo cómplice. Es una emoción rara, oscura. ¿Cómo pueden bombardear a diario, cada día, matar de hambre y sed a 2 millones de personas y yo saberlo y seguir con mi vida?
Recuerdo que alguna vez entrevisté a un joven cuya hermana fue secuestrada por los zetas. Antes de ese evento que trastocó la vida de su familia para siempre, él tocaba en una banda de rock. Dos o tres meses después de no saber de ella, estaba por subirse al escenario. Su grupo, su banda, lo esperaba. Pero él se quedó ahí. Pensó: no puedo subirme al escenario y tocar y divertirme, mientras sé que mi hermana está no sé donde, y estos infelices la lastiman”.
Pues bien. Así me siento yo. Me pesa sobre todo, y lo he dicho mil veces, los niños. Pero Bisán de alguna manera me ayuda a continuar. Acompañarla.
Actualmente A Bisán la siguen unos 3.5 millones de personas. No sé cuántos la seguían antes del 7 de octubre, pero dudo que fueran tantos. Ella y otros periodistas palestinos como Motaz, se han vuelto los canales de Gaza al exterior, porque reportan en inglés y no en árabe. Lo que valoro de Bisán es que trata de hacer pequeñas historias sobre las personas que se encuentra. Es así que Bisán me levanta. En vez de que nosotros, impotentes testigos del horror, podamos salvarles de alguna manera, ellos nos salvan a nosotros.
Lydiette Carrión Soy periodista. Si no lo fuera,me gustaría recorrer bosques reales e imaginarios. Me interesan las historias que cambian a quien las vive y a quien las lee. Autora de “La fosa de agua” (debate 2018).
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