Natalia Beristáin es una de las pocas directoras que han encontrado un espacio amplio de reconocimiento autoral y comercial en el cine mexicano. Al centro de sus proyectos se encuentra la experiencia femenina y una reflexión tremendamente personal sobre el contexto social que la delimita
Texto y fotos: Ximena Natera y María Ruiz
CIUDAD DE MÉXICO.- La conversación con la cineasta (Ciudad de México, 1981) fluye con gusto hasta que se le pregunta sobre su proceso para construir los personajes femeninos tan complejos que hasta ahora han definido su filmografía (Los adioses, No quiero dormir sola, Pentimento).
Ella guarda silencio, suelta una carcajada seca y dice entre chasquidos de lengua:
“Creo que si fuera hombre no me estarías preguntando esto, ¿cómo construyes un personaje masculino? Pues como construyes un personaje: intentas no juzgarlos, entenderlos en sus defectos y cualidades, alejarte de los maniqueísmos y si uno como creador sigue estas líneas, cualquier personaje será complejo, lleno de matices y vida”.
Natalia tiene razón. A los directores hombres no se les pregunta cómo construyen personajes masculinos complejos. Tampoco se les cuestiona cuando crean personajes femeninos deshabitados.
No juzgar, entender las luces y las sombras, evitar la caricatura. La fórmula de Beristáin es sencilla y clara. ¿El problema es de voluntad? ¿Es realmente trabajo de la mujer eliminar el problema de la representación femenina en la pantalla?
“Protagónicos han habido desde siempre, pero por lo general son unidimensionales. Hoy tenemos una oportunidad y una responsabilidad de cambiar estos estereotipos que tanto nos han metido”, señala.
Un vistazo rápido a la oferta de cine comercial mexicano de 2018 avienta luces sobre qué tipo de personajes nos reflejan como mujeres en la pantalla.
Desde Lo más sencillo es complicarlo todo, un moderado éxito de taquilla, donde la protagonista adolescente intenta ganarse el deseo de un hombre 12 años mayor, o La Prima, fracaso taquillero, sobre una joven atrapada en un triángulo amoroso formado por su marido y un familiar. Ejemplos sobran. El cine de autor tampoco está exento. Incluso Alfonso Cuarón, director de Roma, la película mexicana más galardonada en el extranjero, recibió críticas por el poco desarrollo de su protagonista, Cleo.
Las mujeres en el cine de Natalia respaldan su discurso. Desde su ópera prima No quiero dormir sola (2012), una historia autobiográfica que explora la relación entre una abuela que sufre de Alzheimer avanzado y su nieta, hasta su trabajo en la serie Colosio (2019) sobre el asesinato del candidato presidencial de 1994, narrado desde el punto de vista de su esposa Diana Laura Riojas y su búsqueda por justicia. En su más reciente película, Los adioses (2018), Beristain aborda al personaje histórico de la poeta Rosario Castellanos desde la intimidad de su relación con el también escritor Ricardo Guerra.
“Sobre Rosario Castellanos saltan a la vista cosas como mujer diplomática, escritora notable, profesora queridísima y muchas cosas que la hacen una especie de figura intocable y con eso no me puedo relacionar. El lado falible, contradictorio, que se le quema el arroz, es con el que yo sí me podía conectar con una mujer de estas dimensiones. Al final es una historia de dos. Una de las cosas que quería retratar era la violencia de la cotidianidad y cómo una mujer opera a partir de un sistema cultural y social en el que le toca vivir. No hay víctimas ni victimarios en la relación, son puestos que se rotan”.
Beristáin acredita el resultado final a un trabajo colaborativo que hace eco de las voces de las mujeres en su equipo de filmación.
“Está mi punto de vista sobre Rosario, pero también el de las actrices (Karina Gidi, Tessa Ia) la escritora (María Renée), la fotógrafa (Dariela Ludlow), la productora (María José Córdova). Tomo cosas de las mujeres de las que me rodeo y siempre eso, intentando encontrar los claroscuros.
La exploración de la figura femenina ha sido central en las historias de Natalia desde sus años de estudio en el Centro de Capacitación Cinematográfica.
“He ido descubriendo que socialmente y personalmente me interesa que (estas historias) estén sobre la mesa, que se toquen desde una mirada personal”.
Así que por ahora, la representación lo femenino es parte de su cruzada como creadora, pero esta posición también ha traído la carga de convertirse en la voz de un género completo.
“Hay un estigma en cuanto a la mirada femenina. Nos quieren englobar a las cineastas como un todo, dicen ‘son mujeres y filman todas igual’. No hay una observación aguda para detenerse a analizar las diferencias en el trabajo de unas y otras, y es un desperdicio”.
–¿Qué resaltas de tu práctica como cineasta?
– Algo que puede describir mi trabajo como directora es mi amor profundo y dedicación absoluta al trabajo con los actores, creo que es una forma muy particular de entender el cine por otro lado.
La cercanía, cuenta la cineasta, viene de haber crecido en una familia de actores pero también de desempeñarse como directora de casting para más de 20 filmaciones, entre ellas La vida precoz y breve de Sabina Rivas; La jaula de oro; Sr. Ávila y 600 millas.
Beristáin dice creer en el poder del cine para generar vínculos y abrir canales. Y es el cine el que le ha enseñado a ver el mundo, a cuestionarse y entenderse, a crear empatía y buscarla para otros y esto es el principal motor que empuja su práctica.
“Se hace muchísimo cine de gran calidad en este país y me gustaría pensar que estas generaciones que han crecido con el gran cine que se ha hecho en estos últimos 15 años van a ser actores políticos mucho más conscientes de su realidad gracias al cine”.
La cineasta aboga por repensar las interlocuciones que la audiencia y los medios tienen con las mujeres en el cine.
“De entrada habría que cuestionarnos si este diálogo que estoy intentando abrir contigo tiene que ver sólo por el hecho de que eres mujer, enfocarnos en el punto de vista de las creadoras, sus procesos creativos y no el género. Eso nos obligaría a entablar un diálogo que permita avanzar tres casillas sobre el tema”.
Al mismo tiempo admite que la solución tampoco puede ser rechazar el diálogo aun cuando no es ideal: “sería irresponsable eliminarlos porque a eso queremos llegar en el futuro pero por ahora hay que transformarlos”.
El caso de éxito de Beristain es más cercano a una excepción: una directora joven respetada por la crítica y la taquilla en sus proyectos autorales pero que también se ha abierto un espacio en sectores más comerciales como la series.
–Hace años nunca pensé que trabajaría sobre personajes como Colosio o Luis Miguel–, dice Beristain y explica que la batalla a futuro es que más mujeres tengan ese tipo de oportunidades.
Aunque tampoco ha sido simple. Cuenta que en los sets de filmación todavía es común enfrentarse a actitudes machistas – “En la serie de Luis Miguel el equipo, casi todos hombres, estaban aterrados de tener una mujer en el set”– o que se etiquete a las directoras como difíciles, emocionales o autoritarias por actitudes respetadas en los directores hombres.
–Sé que pertenezco a una esfera totalmente privilegiada, donde mis conflictos son esos y no representan la violencia que viven mujeres dentro de otras esferas– dice Beristain y explica que es por esto que hace tiempo asumió con gusto la tarea de seguir hablando, y a veces educando, sobre lo que implica la mirada femenina.
–¿Qué espacios hay para las mujeres en el quehacer del cine y qué espacios hay que construirse?
“Estamos en un momento de construcción, mi generación de mujeres tras la cámara, no sólo dirigiendo, en todo el crew, estamos repasando el camino que las mujeres cineastas antes de nosotras abrieron picando piedra. Eran pocas y nos hemos ido multiplicado, podemos hablar por lo menos de una treintena de directoras y también fotógrafas aunque sigue siendo una asignatura pendiente, productoras ni se diga. Seguimos descubriendo y trabajando estos espacios, ahora pavimentando el camino que nos dejaron abierto”, concluye.
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