Que sean en una escuela tan prestigiosa y tan cara, en el corazón de Estados Unidos, es lo que da un color muy particular a estas protestas.
Lydiette Carrión
Policías armados arrastran a jóvenes con sus keffiyehs. Estudiantes en sus tiendas de campaña en el campus de la Universidad de Columbia, una de las universidades privadas más prestigiosas del mundo. Las colegiaturas ahí rondan los 80 mil dólares el semestre. No cualquiera puede estudiar.
Ahora incluso en Harvard, la universidad –también privada– más antigua en Estados Unidos. Ahí, este domingo, estudiantes «bajaron» la bandera de Estados Unidos de un mástil para ondear la palestina.
Este movimiento estudiantil ocurre en Estados Unidos, la potencia económica y militar más grande del mundo, que además ha respaldado una y otra vez a Israel siempre. Estados Unidos, la nación que ha vetado una y otra vez cualquier instancia internacional que obligue a un cese al fuego. El Apoyo de EEUU ha estado ahí siempre, y aún más desde que, a raíz de las agresiones que las milicias de Hamás cometieron el 7 de octubre de 2023, Israel desató bombardeos indiscriminados contra la población civil e impuso un aislamiento aún mayor.
Que sean en escuelas tan prestigiosas y tan caras, en el corazón de Estados Unidos, es lo que da un color muy particular a estas protestas, las vuelve algo singular.
Pero no se trata sólo de universidades privadas. Decenas de universidades públicas siguieron el ejemplo de Columbia y también colocaron campamentos:; sus estudiantes alegan que, ya que Israel destruyó todas las universidades y centros de enseñanza en Gaza, ahora los campus son para Gaza.
Con estos campamentos las, los, les estudiantes organizados exigen demandas muy concretas a sus autoridades: que las instituciones dejen de invertir en empresas que tengan vínculos económicos y políticos con Israel.
En días pasados, la policía allanó los campamentos de Columbia y esto encendió y provocó más campamentos en las universidades de todo Estados Unidos.
Pero las protestas estudiantiles no empezaron la semana pasada. Prácticamente desde que iniciaron los bombardeos, estudiantes se han manifestado en contra. Eso sí, cada vez con más claridad. Al inicio las protestas eran muy tímidas. Y hay una razón: en Estados Unidos hay un fenómeno que se conoce como la “Palestine exception”: no es una regla asentada explícitamente en ningún lado, pero básicamente promueve que la Primera Enmienda (sobre libertad de expresión) vale para todo, excepto para hablar mal de lo que cometa Israel.
Cuestionar los actos de Israel puede ser rápidamente calificado de antisemita, de discurso de odio. Y hay estados más virulentos en el tema que otros.
De acuerdo con esta nota de 2019, ese año al menos unos 19 estados de la Unión Americana tenían leyes que penalizaban a empresas y personas que se rehúsaran a hacer negocios con empresas vinculadas a los territorios ocupados en el West Bank. Esto, a pesar de que la ocupación que Israel comete es considerada ilegal por leyes internacionales.
Es decir, no sólo no podrías criticar, sino que no puedes negarte a hacer negocios con ellos.
Instancias como la ONU advierten que la expansión territorial es ilegal. Pero las leyes en EEUU condenan a quienes protestan o se resisten de forma solidaria. Es decir, no sólo estaría prohibido cuestionar la legalidad de los actos de Israel, tampoco se puede dejar de enriquecerlos.
En Texas, también se han realizado protestas. Aquí se trata de estudiantes y población sobre todo de origen árabe. Sin embargo, antes de ser contratado, el personal académico de algunas universidades públicas debe firmar un documento en el que se compromete a no participar en ninguna protesta contra Israel. Aquí están incluidos los movimientos de BDS (Boicot, Desinversión y Sanciones). Estos movimientos, durante los últimos 10 años, han sido el corazón de las protestas contra las políticas de despojo de Israel.
Los estudiantes y profesores que protestan en las universidades de Dallas, Austin, y Houston, en Texas, no sólo arriesgan que los golpee un policía antimotines (el equivalente de los granaderos en CDMX, pero con armas de fuego semiautomáticas y mejor entrenamiento, además de medir, la mayoría, no menos de 1.80 mts). También pueden perder su empleo. Y esto puede terminar de forma definitiva la carrera académica de cualquiera.
En años pasados, también en Texas hubo una iniciativa para hacer ilegal participar en movimientos de BDS, por considerarlos antisemitas.
En Estados Unidos las personas que protestan contra este genocidio pueden ser procesadas por delitos como discurso de odio, antisemitismo, proterroristas.
Sin embargo, las movilizaciones no se han detenido. Por el contrario, se consolidan. Durante estos seis meses, muchos nos hemos ido “educando” sobre la situación Palestina. Dejó de ser un asunto lejano o en el pasado. Creo que muchos hemos comprendido que si queremos un futuro como humanidad, debemos obligar a autoridades y empresas a no tolerar un genocidio.
Nadie lo hará, más que la sociedad civil organizada.
Lydiette Carrión Soy periodista. Si no lo fuera,me gustaría recorrer bosques reales e imaginarios. Me interesan las historias que cambian a quien las vive y a quien las lee. Autora de “La fosa de agua” (debate 2018).
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