Esta discusión es álgida, despierta pasiones, enojos y miedos de todo tipo: ¿abrir una escuela puede poner en riesgo a un maestro o una familia? Los expertos parecen no ponerse de acuerdo, aunque hay ya algo de evidencia y aprendizaje que se puede aprovechar
@lydicar
México está por cumplir un año sin escuela presencial: desde mediados de marzo de 2020 cerraron todos los niveles: desde preescolar hasta universidad. Si bien esto conlleva costos y pérdidas para todos los niveles, aquí me interesa sobre todo examinar qué ocurre con la educación preescolar y primaria, porque es ahí la principal palanca para detener la desigualdad: atender la infancia, desayunos escolares que pueden prevenir la desnutrición infantil, y horas en un espacio seguro y estructurado que permiten a las jefas de familia sobre todo, insertarse en el mercado laboral.
En la escuela también es posible identificar situaciones de abuso o maltrato –o al menos provee a un niño o niña maltratado horas de seguridad–, de seguimiento a cartillas de vacunación.
La mayor parte de las escuelas del mundo hizo lo mismo: cerraron… pero por un tiempo.
En China, y Europa se dio prioridad a abrir lo más pronto posible los niveles preescolar y primaria. Para una niña o niño perder la escuela es perder una parte vital de su mundo. El cierre de primarias es, pues, una tragedia para millones de familia.
Pongo como ejemplo una nota publicada por Pie de Página en julio pasado, sobre una encuesta realizada a niños indígenas en San Cristóbal, Chiapas.
Ahí, los pequeños encuestados advertían que con la pandemia y dejar de ir a la escuela, les daba miedo no comer.
Y es que se trata de una población de niños que tienen acceso a los desayunos escolares, y que por la tarde trabajan.
Cabe recordar que el gobierno mexicano distribuye (o distribuía unos 6 millones de desayunos escolares caliente a nivel preescolar, primaria y secundaria en todo el país.
Sobre la educación a distancia, solo el 18 por ciento de la infancia trabajadora en San Cristóbal tiene internet en su casa, y menos aún una computadora. ¿Cómo tomar clases por televisión cuando en muchas ocasiones, la madre no habla español y por más quiera no puede ayudar?
No todo son malas noticias.
Frente a esta situación insostenible, muchos profesores se organizaron. Destaca la sección 36 de Michoacán, donde elaboraron una serie de cartillas pedagógicas para entregar en las zonas rurales. Ahí, los maestros se propusieron dar seguimiento en clases de regularización al aire libre, o por mensajes de texto, visitar una vez por semana a sus alumnos para no dejarlos a la deriva.
Estas son experiencias que pueden rescatarse y de las que se puede y debe aprender; pero hasta la fecha no tienen un seguimiento ni análisis por parte de autoridades; mucho menos el apoyo.
Y esa es otra cuestión: profesores, escuelitas, han buscado opciones. Maestras que organizan mini escuelitas controladas con 4 o 5 niños, tanto a nivel comunitario, como en los sectores más privilegiados de la sociedad. Pero todas estas experiencias se han desenvueltos en la marginalidad y debajo del agua; no hay autoridad que sustente estos esfuerzos, que sistematice el aprendizaje, que busque articular mejores respuestas.
Pero aquí regresamos a lo mismo: ¿Cuánto tiempo es sostenible un preescolar o una primaria a distancia?
Encuentro una columna escrita por un experto en educación comparada, Javier M. Valle, que aglutina datos relevantes de los cierres de escuela en el mundo. Adelanto una conclusión: en América Latina se concentran los cierres de escuela más severos, mientras que Europa y países como China, Rusia y EU procuraron mantener la educación primaria y preescolar abiertas.
En concreto: Brasil (con un enorme número de contagios y muertes), Argentina (que por momentos ha alcanzado cifras récord de contagios). Paraguay también cerró de forma general, a pesar de que, explica Valle, había zonas remotas donde no hubo contagios.
Por su parte, Europa gestionó los cierres de escuelas de forma diferente:
como una medida tomada solo durante los momentos más duros de la primera ola de la pandemia y cuando los contagios han arremetido con mayor fuerza. En Pie de Página, la periodista Cynthia Rodríguez narró a lo largo del año como Italia también tuvo uno de los cierres de escuelas más severos, y eso no detuvo los contagios.
Fue hasta que las madres de familia –que cargaron con el trabajo de cuidados y enseñanza de sus hijos– empezaron a protestar, que abrieron las escuelas primarias.
Javier M. Valle advierte: “Actualmente, a pesar de medidas de confinamiento social más o menos estrictas, Francia, Alemania, Italia o el Reino Unido mantienen sus escuelas abiertas.”
Efectivamente, lo hacen con flexibilidad, así como hacen cierres cuando existe un brote de infección al interior del plantel o hay un alto nivel de transmisión comunitaria.
Hace unos días, lancé la discusión sobre el cierre de escuela públicamente en redes sociales. Como en todo el mundo, como las discusiones actuales en Estados Unidos, hay posturas encontradas: los que están a favor de abrir y los que no.
Un lector envió este tuit: En Estados Unidos abrir o no escuelas también confronta, genera disputas. En concreto, entre los sindicatos de maestros, entre las autoridades federales, entre las madres y padres de familia.
En aquel país han logrado mantener la educación básica parcialmente abierta dejando gran parte de la decisión a cada plantel: aquel que tiene las condiciones de higiene, ventilación y puede invertir en pruebas de detección (y no solo medir la temperatura) tendrá probabilidades de mantenerse por mayor tiempo abierta.
En México, por supuesto no contamos con ninguna de estas herramientas. Pero me pregunto: ¿proteger la infancia no vale lo suficiente como para implementar ya algunas medidas? Pareciera que no, porque ni siquiera hay un plan claro. Otra lectora envía el sitio de la Unicef que ha aglutinado los protocolos de reapertura de escuelas para América Latina y El Caribe.
México no tiene ningún documento contemplado.
No hemos podido medir los impactos que esto ha generado en nuestro país, un lugar que ya era violento contra la infancia. Sólo una que otra columna de opinión (como esta misma), un informe sobre el cierre de Telesecundarias en el ámbito rural.
Pero este impacto está también sobre las madres de familia.
“La pandemia de covid-19 produjo una contundente salida de mujeres de la fuerza laboral, quienes, por tener que atender las demandas de cuidados en sus hogares, no retomaron la búsqueda de empleo”, dijo Alicia Bárcena, secretaria ejecutiva de la agencia de Naciones Unidas”, escribió Daniela Pastrana en esta nota.
En México, y en concreto en la Ciudad de México y las grandes urbes, se suma que la pandemia ha sido devastadora. La directora de Pie de Página, y otras personas me hicieron ver que uno de los grandes problemas en México es que no se trata sólo de las escuelas, sino de los traslados. Nuestras megaciudades son inabarcables y los tiempos de traslado son un riesgo de contagio.
Pienso en esa máxima de las escuelas en los países eslavos: la mejor escuela posible es la escuela pública más cercana a casa –no existen prácticamente las privadas–. Una realidad muy distinta de la que vivimos en México.
A eso se suman otros factores: la edad de los profesores, la infraestructura de las escuelas. ¿Cuántas tendrán una ventilación adecuada para prevenir el enrarecimiento del aire?
Pero de nuevo: ¿qué acaso estamos condenados como país a la inmovilidad? A no poder transformar esta realidad? ¿No nos merecemos mejores escuelas? ¿No nos merecemos una educación pública digna para las niñas y niños mexicanos?
Desde el epicentro de esta tragedia que nos atraviesa a veces olvidamos que hay otras realidades, otras formas de afrontar y gestionar las emergencias. De otro modo, las niñas y niños mexicanos arrastrarán esta desgracia por décadas.
Lydiette Carrión Soy periodista. Si no lo fuera,me gustaría recorrer bosques reales e imaginarios. Me interesan las historias que cambian a quien las vive y a quien las lee. Autora de “La fosa de agua” (debate 2018).
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