14 mayo, 2022
Un dato enterrado le dio para hacer un documental icónico del cine mexicano: Los rollos perdidos de Pancho Villa. Esta semana, circuló la versión –falsa– de que el cineasta habría muerto en un accidente como repartidor de Rappi.
Lydiette Carrión
Su voz es afable y cargada de cierta ironía. Y era apasionado del cine de archivo, de descubrir tesoros enterrados de la realidad. Quizá el cineasta de 65 años, Gregorio Rocha, se habría reído con la esta versión –que resultó ser falsa– de la forma en que murió: que sería un cineasta que cayó en precariedad y debía sostener el gasto como repartidor de Rappi.
¿Cómo se dio esta versión equivocada? Probablemente porque en redes, la Red de Repartidores “Ni un repartidor menos” fue el primer espacio que denunció el accidente. En mi experiencia, los teléfonos descompuestos, las noticias falsas, se esparcen con facilidad, sin que necesariamente haya maldad. Los errores absurdos que crean leyendas falsas son más comunes de lo que nos gustaría reconocer. Parece que se trató de un teléfono descompuesto: algún repartidor quizá vio el accidente o alguien más reportó el hecho en la red. Después, medios, personas, retomaron así la versión.
Los amigos del cineasta han tratado de detener el bulo. Por ejemplo, uno de ellos, Gregory Berger escribió:
“A Gregorio no le hubiera dado vergüenza trabajar como repartidor, él no era materialista y creía en la dignidad de todos los oficios. Pero esta noticia no es cierto. Y peor aún, ciertas agencias y tuiteros de influencia están politizando su muerte, basándose en este Fake News. Un tuit sonado decía, «CINEASTAS TRABAJAN Y MUEREN DE HAMBRE POR LAS POLÍTICAS CULTURALES DE LA 4T.» ¿Cada minuto de la vida y muerte tiene que ser utilizado para una guerra política sin fin? Da asco que la familia y comunidad de Gregorio tienen que desmentir estas estupideces en lugar de reconciliarse con el dolor de su partida y recordar su importante contribución a la vida cultural de México”.
Gregorio Rocha era un cineasta icónico en el cine documental de México. En 1988 estrenó la obra de la que fue coautor junto con Sara Minter: Sábado de Mierda. En ella, sigue cámara en mano a la banda Mierda Punks, de Ciudad Neza.
Vemos Neza con calles sin pavimentar, niños en camisetas y descalzos, jugando en las calles. Y chavos, chavitos no mucho más grandes que aquellos niños, a los que les gusta el punk. Niños banda que se suben al tren, que van a los basureros, que activan mientras escuchan a los Sex Pistols (esa gran estafa del rock and roll).
Entrevistando rápidamente a algunos conocidos, lo describen como un apasionado del archivo. Muchos de sus proyectos tienen que ver con conservación de archivo, cuenta un amigo suyo. “Él tenía un espacio en los estudios Churubusco, archivos de latas, de rollos, de latas de historia del cine mexicano. Ha aportado muchísimo en términos de conservación del legado fílmico del país”.
Luego agrega: “También este lado de que era un apasionado de las motocicletas, de motociclismo…”, guarda silencio. El recuerdo del accidente fatal.
Luego advierte: “Eran viejos lobos de todo el cine analógico”. Alrededor de su quehacer se aglutinaron muchos colectivos de cine analógico; es decir hecho con material fílmico, y no de video o digital. Ya llevamos tres pasiones: los archivos, las motos y el material fílmico, flamable. Incluso eso lo llevó a realizar instalaciones, explorando así una faceta de artista plástico.
Otra gran obra son los “Rollos perdidos de Pancho Villa”. Rocha retomó el descubrimiento de un historiador Frank Katz. En archivos, halla un contrato realizado de 1914 en el que Pancho Villa cedía a la American Mutual Film Company los derechos para filmar sus batallas:
Incluso, una de sus batallas en la ciudad fronteriza de Ojinaga fue planeada para ser filmada. La pregunta que guía a Rocha es por qué haría Pancho Villa esto, entrar al juego de Hollywood. Y esta película es detonante para encontrar materiales hasta entonces inéditos. Lo sabroso de esto son las discusiones desatadas en internet: Villa, la Revolución Mexicana. La capacidad, en suma, de crear interés y apasionamiento a partir de un ejercicio fílmico documental.
Otro conocido lo describe: “fue muy punk, en el sentido puro del oficio, de no venderse. Fue una generación de cineastas muy sacrificada en los ochenta. No había apoyos, eran muy artesanales, pero con mucho arrojo”.
Pues ese era Gregorio Rocha y un poco de lo que dejó para el cine mexicano.
Lydiette Carrión Soy periodista. Si no lo fuera,me gustaría recorrer bosques reales e imaginarios. Me interesan las historias que cambian a quien las vive y a quien las lee. Autora de “La fosa de agua” (debate 2018).
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