Gracias, de todo corazón

25 diciembre, 2020

A pesar de toda la precariedad que ha vivido el sector salud durante las últimas décadas; ahí han estado, dispuestos a darlo todo: laboratoristas, personal de limpieza, trabajadoras sociales, chóferes de ambulancia, paramédicos, camilleros, enfermeras, enfermeros, médicos, médicas

Tw: @tuyteresa

Este año pasará como uno de los más críticos, complejos e inusuales de la historia. También será recordado por haber puesto en el centro del diálogo público, temas que no parecían relevantes: la vida, la salud, los afectos, la dimensión histórica y política de los cuidados.

Estamos hablando de millones de hogares en todo el planeta que han sostenido la vida con todas sus implicaciones. Requerimos una política de los cuidados.

No es causalidad que las únicas naciones de América Latina que no aparecen en números rojos por covid-19, sean Cuba y Uruguay. Quizá sea una buena oportunidad para reflexionar profundamente en la dimensión y alcances de la Salud Pública, pues no hay atención médica privada que pueda sostener una pandemia como esta, en ningún lugar del mundo.

Sin un sólido proyecto de educación y salud pública en nuestro país, no será posible transformarnos ni social, ni política, ni culturalmente. A pesar de toda la precariedad que ha vivido el sector salud durante las últimas décadas; ahí han estado, dispuestos a darlo todo: laboratoristas, personal de limpieza, trabajadoras sociales, chóferes de ambulancia, paramédicos, camilleros, enfermeras, enfermeros, médicos, médicas.

El año pasado, —por estas mismas fechas— mi madre estuvo internada un mes en un hospital regional del IMSS. Sin la incansable labor del personal de salud y de los cuidados colectivos de mi familia, hubiera muerto. Durante semanas quienes asistíamos regularmente a realizar guardias, logramos hacer una pequeña y fugaz comunidad con otras mujeres que también hacían labores de cuidado de personas queridas en la sección de medicina interna.

Cuando ingresó mi madre, en la cama contigua yacía desde hacía un mes, una profesora que experimentaba síntomas diversos sin una enfermedad específica. Los primeros días fue un alivio contar con su apoyo: ella y su hija cuidaban a mi madre, varias veces estuvo a punto de caerse de la cama mientras hacíamos cambio de guardia. Luego de una semana de dolorosos estudios, esta amable mujer fue dada de alta y continuó la vida con una vecina nueva: una mujer de 85 años con neumonía y una infección generalizada. Le cuidaban 2 hijas que vivían en Estados Unidos, habían venido solo para atenderla.

Y así pasaban días y semanas, nos apoyábamos cuidando a la hermana, madre o abuela de la otra. En este pabellón había 8 camas, todas ocupadas, no pasaban 24 horas antes de que ingresaran a otra paciente. Afortunadamente mi madre se había ganado la querencia de algunas enfermeras y pacientes: aún con oxígeno e intravenosa interpretaba canciones de amor en los días más difíciles de su enfermedad.

Algunas de nosotras llevábamos frazadas y agua, compartíamos consejos para mover a nuestras personas amadas sin rompernos la espalda, hacíamos de tripas corazón para ir al cuarto de lavado de cómodos y charolas. Quienes sabían lo que implicaba pasar por el procedimiento para conseguir una ambulancia u oxígeno, apoyaban a las otras para agilizar el trámite de salida, o bien, consolábamos a la compañera que había perdido a su madre. Durante estas semanas, hubo un sentimiento de apoyo colectivo, algunos momentos de felicidad y mucho estrés.

Siempre veíamos al personal de salud agotado: los médicos, rondas cada 12 horas para supervisar el estado general de cada paciente; enfermeras y enfermeros alistando medicamentos, poniendo intravenosas, tomando signos vitales. Cada hora, una persona limpiaba pasillos, estancia y salas y; cada día, a las 8 en punto de la mañana, labores generales de aseo. Tres veces al día el personal de cocina llevaba la comida de las pacientes.

Los hospitales funcionan 24 por 7, hay movimiento permanente, trabajo, trabajo y más trabajo. Todo urge, todo es crítico, al menos en este piso era así. No puedo imaginar lo que debe ser este hospital regional ahora que es covid-19.

Un regalo de Navidad

En las últimas semanas han llegado procedentes de Campeche, Jalisco, Colima, Yucatán, Quintana Roo, Oaxaca y Chiapas cientos de médicos/as y enfermeras/os. Son relevos vitales para los tiempos que se avecinan. Si bien este 24 de diciembre comenzó la Campaña Nacional de Vacunación para combatir covid-19, las arduas jornadas del personal de salud continuarán.

La pandemia y sus efectos persistirán al menos durante todo 2021, se requerirán notables esfuerzos en este sector. Los efectos de largo plazo quizá podamos sentirlos en los próximos años. Y no solo en el ámbito económico, también en el de la salud mental y social.

¿Qué se escribirá en los libros de historia sobre 2020?

Ojalá esta época sea recordada por ser una etapa de crisis donde las prioridades cambiaron: una era en la que cuidar, alojar, alimentar, compartir, atender, sostener la vida con todos los medios a nuestro alcance se haya transformado en prioridad global.

Esta Navidad —seamos creyentes o no— tocó hacer una pausa. Recordarnos: en tiempos de crisis también hay grandes aprendizajes.

Volver a lo básico: comer, dormir, proveer. Hacer de nuestro día una revisión de lo que podemos compartir, dirían las abuelas: “echar más agua a los frijoles”, “compartir el pan”. ¿No es ése el sentido de la Navidad? Servir un plato de sopa caliente, departir, compartir alimento, escuchar, conversar alrededor de una mesa o una fogata.

En esta complejidad donde la ecuación: salud pública-macro economía sigue dando dolores de cabeza a jefes de Estado y voces expertas, hoy sabemos que este modelo económico resulta obsoleto y la pandemia ha evidenciado lo que permanecía sostenido con alfileres.

Desde el primer caso registrado en México -el 27 de febrero de 2020- se ha transformado la vida. La línea divisoria entre lo “público” y lo “privado” se ha desdibujado y con ella, se abren nuevos caminos para repensarnos socialmente.

Urgen redes de solidaridad para los cuidados. No es posible que una sola persona materne, cuide adultos mayores, enfermos crónicos o con alguna discapacidad. No es posible que el cuidado siga siendo un “asunto de mujeres”. Es un tema colectivo, histórico, político, filosófico.

Agradezco de todo corazón al personal de salud, es inconmensurable lo que hacen por nosotros. También urge una red de cuidados para ellas y ellos. No solo premios y reconocimiento mediático. Urge repensar la salud y los cuidados como una prioridad, como un tema estratégico.

Algo es seguro: nada será como antes. Y esperemos nunca más volver a la “normalidad” del ayer.

Guionista, reportera, radialista. Cubre temas culturales, sexualidad, salud, género y memoria histórica. En sus ratos libres explora el mundo gastronómico y literario. Cofundadora de Periodistas de a Pie.