Bombardear hospitales en Gaza sigue una lógica similar a la idea de que (y aquí voy a jugar un poco al periodismo de ciencia ficción) para detener al Chapo Guzmán, el ejército mexicano debió bombardear Culiacán. Y, en el caso mexicano, efectivamente hubo quien así pensó
Por Lydiette Carrión / @lydicar
Al inicio de este proceso de violencia (a partir de los ataques del 7 de octubre), mi preocupación como periodista era si la población en México se percataba de lo inédito de la violencia en Gaza. Ahora, a dos meses y medio, considero que mucha gente –no tanta como quisiera– sí identificó el horror. Estas historias que desgarran el alma, bebés que pierden ambas piernas, o con la cara quemada, por el uso de fósforo blanco. Las historias de médicos que tuvieron –y tienen– que hacer amputaciones sin anestesia, incluso a niños y bebés.
Mucha gente entendió que esto era injustificable. Pero otra no. Me sorprendía que frente a estas historias muchas personas en redes sociales respondieran a quienes denuncian estos crímenes que si alguien de veras quería detener esto, exigieran a Hamás liberar a los rehenes.
Primero debo ser enfática: no apoyo ni justifico lo hecho por Hamás. Dicho esto, creo que es aquí donde encuentro lo que se llama un “pensamiento circular”. Es decir, hay una premisa, probablemente falsa, y que impide hacer avanzar la conversación. Desde mi punto de vista, la premisa falsa es la siguiente: que si un Estado bombardea a población civil, esta es la única forma de detener a terroristas.
Esta lógica sería similar a la idea de que (y aquí voy a jugar un poco al periodismo de ciencia ficción) para detener al Chapo Guzmán, el ejército mexicano debió bombardear Culiacán. Y, en el caso mexicano, efectivamente hubo quien así pensó.
¿Cómo pasamos de enemigos públicos al bombardeo de hospitales? Parte de una idea totalitarista: que la violencia se terminará únicamente con la eliminación de un individuo. Sigamos el ejemplo de un Culiacán de ciencia ficción.
Seguimos con el pensamiento circular: si se detiene al Chapo, se acaba el cartel. Y resulta que en los hospitales hay personas que trabajan para el cártel. Así que debemos bombardear el hospital.Y cuando las fotografías de niñas y niños inocentes, ajenos por completo al Chapo o al Ejército, emergieran en redes sociales, alguien respondería:
“Es que en Culiacán quieren a los narcos”, o “recuerden cuando el cártel de Sinaloa mandó matar a fulano”, “recuerden que Chapo secuestra migrantes”, “recuerden que el Chapo secuestra y viola niñas”.
¿Y qué hay de la idea de que quizá haya un médico, o un enfermero, que efectivamente trabajara para el cártel de Sinaloa? Probablemente sí. Es probable que haya uno o varios médicos que colaboran, a veces convencidos o coptados, otras veces amenazados por un cártel. Lo mismo ocurre en Tamaulipas, en Coahuila, En Nuevo León, en Guerrero… you name the state you want...
Pienso en personas que quizá simpatizan con aquellos narcos que asfaltaron su pueblo o le dieron una despensa a una madre necesitada. Un delincuente que suple los deberes de un Estado ausente. Así debe ser difícil no simpatizar, aunque los proveedores sean criminales, porque la experiencia directa es la del abandono institucional a generaciones enteras… Creo que algo muy similar debe ocurrir en Gaza. Si por años una población ha estado sujeta al aislamiento, la discriminación, la violación sistemática de derechos humanos, cualquiera que reivindique aunque sea un poco la identidad de esa población será bienvenido. Igual que en la sierra de todo México. ¿Cómo creen que la idea de ser narcos se popularizó tanto entre muchos niños y adolescentes mexicanos? Si un sistema entero por décadas niega cualquier sentido de dignidad… ¿en qué nos convertimos entonces? Son en realidad pocos los individuos que, bajo esas condiciones, logran trascender estas dinámicas. Por eso para hablar de violencia y buscar genuinamente la forma de desarticularla, se requiere conocer estas estructuras… y modificarlas…
Pero regresemos al pensamiento circular…
¿Es válido que el Ejército bombardee el hospital entero, matando así mujeres parturientas o niños recién nacidos, ancianos enfermos, personas lesionadas, enfermos de cáncer? Dirán que ahí hay un narcotúnel, ¿no? ¿Y los muertos, repito, las niñas y los niños, los civiles? ¿En qué momento el ejército se convierte también en delincuente o –y sigo jugando al periodismo de ciencia ficción– o en “terrorista”? ¿Habrá Estados terroristas?¿ Habrá democracias terroristas? Quizá.
¿Es esta realmente la ruta para erradicar la violencia?¿Matar más bebés y niños, mujeres, civiles? ¿Qué pasa con aquellas personas, inocentes o “responsables” (responsables quizá de simpatizar con un grupo terrorista, del mismo modo que la población israelí simpatiza con su ejército, aunque también viole y mate), que han visto morir a seres queridos, o que han quedado lesionados o con alguna discapacidad? ¿Qué pasó en México durante la llamada guerra contra el narcotráfico, entre los años de 2007 a 2012, por ejemplo? La experiencia nos muestra que los grupos criminales no se redujeron ni debilitaron. En todo caso se fragmentaron y luego se multiplicaron, generando aún más violencia, una entre sí y otra contra las fuerzas del Estado. La población civil por su parte, sufrió y sigue sufriendo muchísimo: falsos positivos, agresiones y terror por parte del crimen organizado, fabricación de delitos y culpables. Personas muertas y desaparecidas. Los estragos en términos sociales los seguimos sufriendo. Y una vez que estos mecanismos de violencia se ponen en marcha es muy difícil frenarlos. Algo hay en los aprendizajes de violencia que impide ponerle freno tan fácilmente.
¿A dónde nos llevó la guerra contra el narcotráfico?, ¿A dónde ha llevado a Occidente la lucha contra el terrorismo?
Pero volvamos a mi preocupación como periodista, o como humana que ha visto y documentado historias de violencia. Volvamos a mediados o finales de octubre de 2023 y los bombardeos contra casas y hospitales en Gaza, y la falta de suministro de agua potable y comida, y combustible.
Por supuesto mucha gente no logró entender el salto cualitativo que implica los bombardeos continuos a hospitales y casas e civiles. Pero hubo mucha gente que sí. Una diferencia entre este y otros ataques a población abierta recientes es que las redes sociales nos mostraron en tiempo real los resultados gráficos de los ataques, las vidas perdidas, el sufrimiento.
No es lo mismo leer que un ejército bombardeó un hospital, que escuchar los gritos, ver los niños, ver las cunas…
Esto generó una inesperada simpatía por la población en Gaza. En efecto, en todo el mundo se han dado innumerables manifestaciones de simpatía por las personas palestinas, incluso entre personas judías. Por supuesto no hablo de una totalidad, hay por supuesto una división, una nueva polarización, entre simpatizantes de personas Palestina y simpatizantes de Israel. (Este tema, la polarización y los discursos de odio, de ambos lados, darían para otra columna, porque en efecto, el tema tiene sus complejidades y vericuetos. En ambos lados se ha promovido discursos de odio que no ayudan en nada a detener los crímenes de guerra, y sí ponen en riesgo a las personas judías, tanto como han vulnerado a las comunidades árabes –y no solo palestinas– en diversas partes del primer mundo.)
Ahora mi preocupación, de nueva cuenta, ¿cuánto durará esa simpatía? Mi temor: que lo que ocurre en Gaza “dejara de ser noticia”. Creo que esta planicie y luego declive de atención es inevitable, la gente se cansa, se “distrae”, y más con las redes sociales. Lo he visto incontables veces con los temas o sucesos más difíciles. Existe un desgaste. No ha sido la excepción lo de Gaza. Lo cual es grave si consideramos que no se trata de una sola bomba, o un sólo suceso único que devasta y luego se debe lidiar con los daños. Aquí se trata de bombardeos continuos que no han cesado en más de 80 días.
Sería por ejemplo, como si tras el huracán que destruyó Acapulco viniera un nuevo huracán al día siguiente, y al día siguiente otro nuevo, y al día siguiente uno más, y así, un nuevo huracán por 80 días. Y (periodismo ciencia ficción otra vez) nadie en Acapulco pudiera salir. La gente debería esperar el nuevo huracán, rezar por que el edificio derrumbado no sea el suyo. En este Acapulco maldito, la ayuda humanitaria no llegará, quedaría detenida de forma indefinida poco antes de llegar a la ciudad. O quizá quedaría en Chilpancingo, esperando una luz verde que nunca llega, mientras un nuevo huracán mata, pulveriza, destruye, y deja sin agua, luz, medicamentos a todos los residentes.
En un suceso o bombardeo único, lo usual es lo siguiente: la prensa difunde, la ayuda humanitaria se vuelca, la solidaridad brinca, por un tiempo. Luego, la noticia pasa, los damnificados deben valerse por sí mismos, y las notas son menos frecuentes.
La atención declina de forma inevitable… pero en el caso de Gaza no lo ha hecho. Frente a este miedo mío identifico que se ha articulado una sistematización de información por parte de activistas –les activistas de siempre– y creo que muchas personas han identificado este peligro: de ahí quizá ese leitmotif que se repite en tantas publicaciones: «no dejes de hablar de Palestina», o «We will never forget, We will never stop sharing» (no olvidaremos nunca y nunca dejaremos de compartir). Muchas personas han hecho un esfuerzo sostenido por no dejar de hablar de Palestina. No se ha logrado detener los bombardeos, pero al menos el tema continúa en la discusión pública.
Ahora estamos por llegar al Año Nuevo. Los bombardeos siguen –un Acapulco destruido cada día; pienso, también desde la experiencia de cubrir desplazados y desastres, en cuántas vidas han quedado descarriladas los siguientes 10 años después de una tragedia así–, la discusión pública continúa, el desgaste mediático es real, pero… y aquí hay un aspecto interesante, el desgaste de la situación de guerra también la sufre el Estado de Israel. Algo ha habido en la ingeniería mediática diseñada por activistas que sí ha reventado las dinámicas de silencio que han ocurrido en otros casos y otros. momentos. El hecho de pronunciamientos por parte de celebridades, pero sobre todo, pienso, el enorme ingenio de muchos activistas de explicar situaciones complejas e historias largas de forma hipersintetizada y contundente en reels, infografías, testimoniales. Venimos como sociedad practicando esta forma de comunicación hace pocos años, y creo que en este momento ha dado los principales frutos. Por supuesto, el papel de periodistas palestinos in situ que no han parado de difundir en situaciones extremas, más allá de la precarización y el riesgo.
Viene el Año Nuevo, fecha de hacer propósitos, fijar objetivos, hacer recuentos. ¿Qué hemos aprendido? ¿En qué muertos pensaremos al comer las 12 uvas? ¿Qué niños inocentes lloraremos? ¿Cuáles valores y compromisos renovaremos en la intimidad de nuestros deseos? ¿Qué mundo queremos dejar a las personas que amamos? ¿Cómo celebrar o conmemorar una vuelta al sol, la promesa del reinicio de la vida, frente al horror que ejercen contra Gaza?
El pasado 28 de diciembre, la Oficina de Derechos Humanos de la ONU emitió un informe relámpago sobre el rápido deterioro en las condiciones de derechos humanos de las personas palestinas en el Banco Oeste. El informe de la ONU destaca que desde el pasado 7 de octubre –cuando Hamás ejecutó un terrible ataque contra población civil israelí–hasta el 27 de diciembre fueron asesinados 291 palestinos, de los cuales 79 eran niños.
Hay que recordar que en el Banco Oeste no opera Hamás, sino que se encuentra la Autoridad Palestina, considerada interlocutora válida en procesos de pacificación. Entonces, ¿bajo qué argumento se agudiza la violencia por parte del Estado de Israel contra población palestina? Lo cierto es que la violencia venía aumentando de forma consistente desde al menos 2020.
De acuerdo con el mismo informe, antes del 7 de octubre, 200 palestinos ya habían sido asesinados en la zona en 2023, la cifra más alta en un período de diez meses desde que la ONU comenzó a llevar registros en 2005.
En el mismo informe se ve un aumento sostenido de violencia contra personas palestinas desde 2020 a la fecha; violencia de la que participa de forma creciente los colonos israelíes. Esto cobra relevancia, sobre todo cuando una recuerda los reportajes que relatan la forma en la que el estado israelí provee con armas a los colonos, quienes llegan ahí convencidos de que los territorios que van a tomar –y en donde han habitado familias por siglos– le corresponden por “derecho ancestral”.
El informe también advierte sobre diversos videos publicados el 31 de octubre, donde se ve a soldados israelíes torturando física y psicológicamente a palestinos detenidos. La violencia exacerbada corre el riesgo de continuar y explotar aún más. Mientras, en Gaza, los bombardeos contra lugares residenciales y contra población civil continúan.
Lydiette Carrión Soy periodista. Si no lo fuera,me gustaría recorrer bosques reales e imaginarios. Me interesan las historias que cambian a quien las vive y a quien las lee. Autora de “La fosa de agua” (debate 2018).
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