17 mayo, 2025
En el conversatorio Pensar en Diálogos con Rita Segato, la escritora y antropóloga recuerda la imperante necesidad de cuestionar la obediencia al mandato de masculinidad y a la política de violencia que impera a nuestro alrededor
Texto: Laura Buconi
Foto: Archivo Pie de Página
CIUDAD DE MÉXICO. – Necromasculinidades, políticas de muerte, desapariciones forzadas en aumento, sicariato y secuestro. Frente al levantamiento de gobiernos autoritarios, de ultraderecha y profundamente patriarcales en varias regiones del globo, ¿cómo resistimos las mujeres?
Rita Segato habla de un «segundo estado», también llamado economía oculta, que gobierna paralelamente al Estado, y cuyas víctimas son «esos cuerpos tirados en los campos algodoneros, en los terrenos baldíos».
«Los hombres son tan victimizados por el mandato de masculinidad como nosotras las mujeres. Son víctimas también. ¿Cómo hacer? Somos nosotras, con nuestro movimiento, las que intentamos salvar a los hombres de su obediencia, que también los daña», recuerda Segato.
En el conversatorio Pensar en Diálogos con Rita Segato, las teóricas, escritoras e investigadoras Sayak Valencia, Emanuela Borzacchiello y Karine Tinat abordan las múltiples problemáticas contemporáneas que generan políticas cada vez más hostiles hacia las mujeres. Junto con Rita Segato, reflexionan sobre las posibles lecturas de estas violencias y sus estrategias de resistencia.
Rita Segato, ante las problemáticas de violencia, borrado de historias y manipulación de la información en una sociedad cada vez más alineada con modelos patriarcales y autoritarios, recuerda:
«Dentro de la masculinidad está la semilla de la obligación. Lo que llamo el mandato de masculinidad: un hombre, desde niño, tiene que optar entre ser considerado un impotente —un incel— o matar. Solo le quedan esas dos posibilidades».
La antropóloga reflexiona sobre las coyunturas entre patriarcado y capitalismo: «La masculinidad tiene una estructura corporativa; es la primera de todas las corporaciones que el ser humano atraviesa. Desde las sociedades tribales, vemos rituales de paso que cada niño debe cumplir para titularse ‘hombre'».
La pedagogía de la crueldad, según Segato, es «todo aquello que eleva nuestro umbral de empatía». En la sociedad contemporánea, especialmente en Latinoamérica, estamos insensibilizados ante la violencia extrema. La antropóloga llama a no permitir que el contexto anule nuestra empatía, pues esta es «la semilla más poderosa de resistencia».
«Yo siempre estudié a los hombres. Desde que, por pedido de mi rector, fui a entrevistar violadores en la cárcel de Ciudad Juárez, me di cuenta de que, con la violación, no satisfacen su deseo sexual, sino el narcisismo masculino, que demanda una espectacularidad de la masculinidad».
«Los hombres son tan victimizados por el mandato de masculinidad como nosotras, las mujeres.»
Segato analiza la necromasculinidad como un tipo de masculinidad eludible, siempre que se proporcionen herramientas —ante todo, verbales («lo que no se nombra no existe»)— para cuestionar ese mandato. «Pueden desmarcarse, desobedecer. Desde nuestro movimiento, les decimos que es más interesante, elegante y bello desobedecer; adherir a una ética de la desobediencia.»
La escritora y ensayista Sayak Valencia, autora de Capitalismo Gore (2010), presenta el concepto de necromasculinidades, que define como «muy vinculado con el ejercicio de violencia de baja y alta intensidad, ligado a las políticas de muerte y el ejercicio de violencia letal en contra de ciertas poblaciones, como técnicas de tortura y de violencia sistematizada».
Hace referencia al sicariato, al secuestro y a las prácticas del crimen organizado y del narcotráfico, y menciona el aumento de las tasas de trata de personas y desaparición forzada. Dentro de esta última, enfatiza cierta categoría de hombres que también son afectados: «varones, regularmente precarios y racializados».
En el marco de la alza de gobiernos autoritarios, patriarcales y de ultraderecha, Valencia define a Trump, Putin, Milei y otros gobernantes de ultraderecha como «soberanos, como el rey o el omnipotente, frente a poblaciones que están replegándose en una sensibilidad regresiva para no ser dejadas de lado o no ser borradas».
Valencia advierte también sobre los peligros del «asedio estético» del que todas y todos los que usamos tecnologías digitales somos inevitablemente víctimas:
«Sabemos que mucha de la digitalización que hoy consumimos está desarrollada en los mismos laboratorios para desarrollo militar y nuclear. Se trata de un tinglado empresarial que conocemos como GAFAM (Google, Apple, Facebook, Amazon y Microsoft), que ahora se ha reconfigurado también por la entrada de China en la carrera tecnológica y en el desarrollo digital».
Con el término «algolitarismo», entendido como autoritarismo a través de los algoritmos, Valencia alerta sobre la diseminación de algoritmos con contenido reaccionario, fraccionado y enriquecido estéticamente, estrategia comunicativa común de la alt-right (derecha alternativa).
«Amor, seguridad, bienestar, salud pública parecen lujos en la vida cotidiana, pero no lo son; serían prerrogativas del Estado en los sistemas democráticos. Se han vinculado con una ‘buena vida’ que va de la mano con una agenda muy conservadora, muy regresiva, que disemina contenidos en las redes como los de las trad wives (esposas tradicionales)».
Esta coyuntura —entre una política institucional cada vez más autoritaria y reaccionaria, una diseminación de contenido hegemónico orquestado por las industrias militares y la carencia de programas políticos que garanticen los derechos de las mujeres y las personas racializadas— puede persuadir de suscribir políticas e intereses de derecha en pro de una vida digna, advierte Valencia.
«Muchos proyectos progresistas son muy poco progresistas con los derechos de las mujeres, las minorías, los migrantes y las personas racializadas. No hablo solamente de los fascismos, sino de este paréntesis social en el que mucha gente que no suscribió una vida de derecha, pero que quiere una ‘buena vida’, puede adherir a estas políticas de sensibilidad regresiva».
La investigadora e historiadora Emanuela Borzacchiello aborda los «nudos no resueltos en un panorama muy preocupante», desde su experiencia de investigación sobre feminicidios y desapariciones forzadas en Ciudad Juárez desde 2007.
«En México, en las últimas tres décadas, ¿qué hemos hecho? ¿Cómo lo hemos hecho? ¿Desde dónde partimos para entender la lógica de guerra? Partimos desde donde no había más nada que hacer: desde un cuerpo víctima de feminicidio o desaparición forzada, y desde ahí volvemos a hacerlo todo. Hay territorios con mayor acumulación de poder simbólico, religioso, económico y político en la trama nacional. Territorios que nos hablan de la continuidad histórica del aparato represivo y del común, porque hoy se configura una repatriarcalización del Estado».
Borzacchiello denuncia que «una telaraña de poderes» trabajó incansablemente para proyectar a la sociedad civil en una historicidad distinta, ajena a las tragedias que se consumían en silencio: *»En los años más álgidos de la guerra, entre 2009 y 2012, en Juárez el producto interno bruto iba subiendo constantemente. Pasamos de un -6.3% en 2007 a un +5% en 2010. ¿De qué desarrollo hablamos si, al mismo tiempo, buscábamos en fosas comunes los cuerpos de mujeres desaparecidas? ¿De qué desarrollo sin progreso hablamos si los porcentajes de desempleo en Juárez eran casi cero, pero en las fiscalías acompañábamos miles de casos de feminicidios? En esos años, nos ilusionamos con que la violencia podía encerrarse en los límites de una ciudad o un estado. No es así, y nunca lo fue.»*
El problema de reconocer a las madres buscadoras de ayer y hoy como sujetos políticos, afirma Borzacchiello, es «reconocer que nos enfrentamos a una metamorfosis de poderes interrelacionados. A una telaraña. Y también implicaría afirmar que la derrota y el fracaso son de quienes no han tenido el valor de descubrir la verdad. No alcanzar la verdad judicial es una derrota del Estado, no nuestra. No se trata solo de castigar al agresor: un Estado que no tiene el valor de reconocer la verdad es un Estado que ha perdido.»
La historiadora propone recomponer la fragmentación de esos cuerpos e historias borradas en un archivo feminista como práctica política, que permita posicionarlas no solo como enunciación de un sistema feminista, sino como acta de nacimiento de una nueva subjetividad colectiva.
La investigadora Karine Tinat lleva al debate el caso Pélicot para analizar el mandato de masculinidad y la pedagogía de la violencia.
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«No quería defraudar al señor Pélicot. Era mi cuerpo, no mi cerebro. Creí que era un juego; nunca quise violar.» Estas son algunas de las frases de los 51 hombres condenados por violar a Gisèle Pélicot, bajo la cínica orquestación de su esposo. Todos los invitados de Dominique se involucraron en el performance del mandato de masculinidad y usaron el cuerpo de Gisèle como «el campo de batalla donde se reunían».
Y denuncia:
«Si bien no se pretende deducir que cualquier hombre puede ser un agresor en potencia, tampoco es casualidad que la mayoría de los agresores sean varones. El sexismo estructural se perpetúa, y muchos hombres saben bien cómo protegerse dentro de él y cobijarse entre ellos. A ninguno se le ocurrió denunciar a la policía las vilezas que se cometían en esa casa».
Dominique Pélicot confesó que había «tratado de someter a una mujer insumisa». Esta frase remite al deseo de muchos hombres de amar a mujeres libres, fuertes e independientes, pero con la condición de que no lo sean demasiado o todo el tiempo. No quieren perder su superioridad ni el derecho de propiedad sobre sus cuerpos y acciones.
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