Zemmour ha nutrido su trayectoria a golpe de “polémicas”. Ha afirmado que los homosexuales sólo tienen que “dormir con el otro sexo” para “hacer hijos”; que la Francia colaboracionista de Philippe Pétain salvó a judíos del exterminio nazi; que ser francés equivaldría a estar «del lado del general Bugeaud»
Texto: Iván Cadin @ivankdin
Foto: Foto: Eric Zemmour. Wikipedia / CC BY-SA 4.0
PARÍS.- “No hablamos de sirios que huyen de bombardeos del régimen sirio, hablamos de europeos que parten en autos que se parecen a nuestros autos”, “Hay una diferencia entre los ucranianos, que son parte de nuestra civilización, y la población que pertenece a otras civilizaciones”, “Será (la ucraniana) una inmigración de gran calidad, serán intelectuales”, “Estamos en el siglo XXI, estamos en una ciudad europea y hay fuego como si estuviéramos en Irak o Afganistán, ¿lo puedes imaginar?”, “Los franceses decimos ‘el ucraniano’ es como yo; usamos los mismos autos y (Ucrania) está a tres horas de París, tenemos más cercanía que, quizá, con el afgano y no, no es racismo, es la ‘ley de la proximidad’”.
Los anteriores comentarios fueron parte de una serie de videos que se han estado compartiendo por todo el mundo. Son académicos, conductores o reporteros que dan su visión sobre la situación que se está viviendo actualmente en Ucrania a causa de la invasión militar rusa, reivindicaciones de un darwinismo social y una eugenesia que nos llevan al siglo XIX en pleno siglo XXI. Cuando los vi en mi celular no me sorprendió tanto ver que varios habían sido grabados en foros de TV de Francia. Justo venía de terminar este texto que ahora se lee. Lo que se vio en las redes es una muestra de algo que arrastra el debate mediático en Francia desde hace ya algún tiempo…
Pequeños grupos de la ultraderecha soñaban desde 2015 con ver a Éric Zemmour como aspirante a la presidencia. Su deseo se ha cristalizado para las elecciones presidenciales francesas ya en curso, cuya intención de voto, según encuestas, lo sitúa entre el tercer y cuarto lugar, peleando por entrar a la segunda vuelta.
Si bien la derechización del debate mediático es un asunto que viene comentándose desde hace años en el país galo, la llegada de este personaje a la elección presidencial terminó por meter el acelerador a fondo en el tema. ¿Cómo un sujeto con sus características (para muchas personas situado a la derecha de Marine Le Pen, la candidata de Agrupación Nacional, el partido de extrema derecha) alcanzó tanta notoriedad?
Tras haber pasado décadas en redacciones y foros de TV expresando las narrativas más rupestres de la extrema derecha francesa, Zemmour le disputa hoy a Marine Le Pen y a Valérie Pécresse (candidata de Los Republicanos) el espacio de las fuerzas abiertamente definidas de derecha. (Para amplios sectores franceses el presidente Emmanuel Macron, de La República en Marcha, pertenece también a este campo político, más allá de su slogan de “ni de izquierda ni de derecha”).
Impensable hace meses en la lista de candidatos, la cobertura mediática que comenzó a crecer sobre su persona a partir de la segunda mitad del 2021 terminó logrando que se hablara de él por todos lados, siendo los grandes medios -deliberadamente o no- su plataforma de lanzamiento.
Con el pretexto de la promoción de su más reciente libro, Francia no ha dicho su última palabra, Zemmour comenzó una gira incesante por radio, prensa escrita, televisión y redes sociales donde, a la par, jugaba con la posibilidad de presentarse a las presidenciales. A dichos rumores la mayoría de los medios respondió con una editorialización casi homogénea: “La tentación Zemmour”, “Los secretos de un candidato” (aunque aún ni declarara serlo), “La tentación presidencial”, “Obsesión presidencial”. Acto seguido fue subirlo al baile de los sondeos y de ahí se pasó a “su estratagia de campaña” y la “posibilidad presidencial”, cosa que él mismo capitalizaba con cada “escándalo” o declaración “polémica” que soltaba. Todo en cuestión de semanas.
Ante tales hechos, el Consejo Superior de Medios Audiovisuales (CSA), entidad pública independiente encargada de regular los medios tradicionales, ordenó ya no considerar a Zemour como un periodista sino como un abierto candidato, por lo que su tiempo de exposición debería sujetarse a esas nuevas características. Por tanto, Zemmour dejó de publicar su columna en el diario Le Figaro y la conducción de su programa en canal CNews, ambos medios caracterizados por su abierta editorialización conservadora.
“Existe una fortaleza de Zemmour como periodista, pero que es en sí un producto mediático de casi 20 años de zemmourismo televisivo”, detalla el sociólogo Ugo Palheta en entrevista para Pie de Página.
Los medios han instalado gradualmente a Zemmour en el centro de atención. Y él demostró ser hábil en el uso de ellos. (…) Lo que intenta ahora es convertir su capital mediático en capital político, electoral y organizativo. No es una tarea fácil porque podría quedar atrapado entre Le Pen, que continúa liderando en el extremo derecho, y la clásica derecha de Pécresse. Pero lo cierto es que hubiera tenido muchas más dificultades para llevar a cabo su conversión en un actor propiamente político sin la ayuda de los medios de comunicación mainstream, que le han dado una publicidad constante e inimaginable para alguien que ha sido condenado en varias ocasiones por incitación al odio racial y religioso.”
Eric Zemmour nació en 1958 en Montreuil, a las afueras de París. Hijo de judíos argelinos, asegura haber roto con todo rastro de su ascendencia árabe pues se asume “fascinado” por los valores europeos tradicionales que basa en la “grandeza” imperial y en el cristianismo eurocéntrico (ideas que, por el contrario, son muy cuestionadas por otros sectores de Francia).
Dedicado a los medios de comunicación desde hace años, Zemmour ha nutrido su trayectoria a golpe de “polémicas”. Ha afirmado en TV, columnas o libros que los homosexuales sólo tienen que “dormir con el otro sexo” para “hacer hijos”; que la Francia colaboracionista de Philippe Pétain salvó a judíos del exterminio nazi (cuando la evidencia histórica dice todo lo contrario); que ser francés equivaldría a estar «del lado del general Bugeaud», uno de los oficiales de la conquista de Argelia en 1840; que los jueces deben prohíbir el registro de ñinos que se llamen Mohamed, Kevin o Jordan pues todos deben poseer “nombres franceses”; que el cambio climático no se debe a las emisiones de dióxido de carbono sino a que hay mucha población asiática y africana…
Zemmour ha sido condenado tres veces por provocaciones racistas. En 2011 tras decir al aire que se le pueden negar plazas laborales a “negros y árabes” pues “era un hecho” que la mayoría trafica droga. Una segunda condena llegó en 2018 cuando, nuevamente en TV, comentó que los árabes tenían que escoger entre ser musulmanes o franceses. Ahí mismo afirmó que Francia vivía una “invasión” de inmigrantes, una de las líneas narrativas más típicas de la extrema derecha y que es hoy una de sus banderas de campaña: “el gran reemplazo”, una conspiración según la cual Europa está siendo suplantada por gente no europea que busca la “exterminación del hombre blanco heterosexual católico”.
En otoño de 2020 y nuevamente en un show televisivo, expresó que los menores no acompañados que llegan a Francia “no tienen nada que hacer aquí (pues) son ladrones, asesinos, violadores y deben ser devueltos”.
Esto ameritó su tercer condena, dictada, como las anteriores, por el Tribunal de París y con penas basadas en multas de miles de euros.
En esta ocasión la condena fue de 10 mil euros, multa que, a diferencia de las anteriores, la recibe ahora como candidato presidencial. Contestó que apelaría y llamó a la situación “una condena estúpida (…), la condena de un espíritu libre por parte de un sistema judicial invadido por ideólogos”.
“(Rusia) fue un imperio, hoy en declive, pero él intenta renacerlo. Sueño con un (Vladimir) Putin francés pero no hay”. Este deseo de Zemmour expresado en una entrevista de 2018 ha resurgido hoy en el contexto de la contienda presidencial y la invasión rusa a Ucrania. Zemmour ha intentado matizar sus antiguos dichos condenando la invasión pero a la par se muestra reacio a la llegada de ucranianos a Francia:
“Comparto y entiendo la emoción frente a la población ucraniana, (pero) pienso que no es bueno arrancar a gente así de su país ni desestabilizar a Francia, que ya está hundida, lo digo bien: ¡hundida!, por la inmigración. Creo que tenemos que ayudar (financieramente) a Polonia a acogerlos. Entonces podrán regresar a casa más fácil cuando termine la guerra”.
El movimiento político-electoral de Zemmour se llama RECONQUÊTE! En mayúscula y con exclamación. La palabra hace guiños a la “Reconquista” cristiana de las Cruzadas frente a los musalmanes pero también a la reconquista de un “orgullo” imperial europeo.
En la discusión pública francesa, asuntos como las jubilaciones, la pobreza creciente, los problemas laborales de sectores clave (como la educación, la salud), la transición energética, el restablecimiento del impuesto a la fortuna (que el presidente Macron eliminó apenas entrando a la presidencia) pasan a un segundo término pues el ruido mediático se mantiene en asuntos como la inmigración, la seguridad y la “identidad francesa” desde una notable agenda conservadora. (Ahora, ante el conflicto en Ucrania, la “identidad europea” se hace presente).
“Todo esto deriva, en mi opinión, en un sentido común periodístico que se ha consolidado y se ha vuelto rutinario con el tiempo, en Francia y en otros lugares, como en México, que se transmite tanto en las escuelas de periodismo como en las redacciones y que consiste en reducir las campañas electorales a una competición deportiva y en reducir todos los temas políticos a cuestiones de estrategias de comunicación”, piensa Palheta, también académico en la Universidad de Lille.
Sobre la responsabilidad directa de los medios en el debate actual, Pauline Perrenot, periodista que labora en Acrimed, una asociación que desde 1996 hace crítica de los medios franceses, es dura contra ciertas conductas del gremio. En un texto titulado “Zemmour: un artefacto mediático listo” critica las “prácticas periodísticas de rebaño, el tratamiento uniforme de las noticias y las elecciones (en forma de lucha libre y carrera de caballos), la dependencia cada vez mayor de las encuestas y los comentarios artificiales”.
Sobre los medios que justifican abrirle las puertas a Zemmour porque “es una personalidad con una forma de pensamiento existente que no hay que prohibir”, Perrenot pregunta en el mismo texto si entonces Zemmour tendría una especie de “contrato divino” con los medios porque hay otras personalidades como “autores, investigadores, intelectuales, ensayistas, activistas, sindicalistas, etc. que representan también ‘una cierta corriente de pensamiento que existe actualmente’ en la sociedad pero que con el desprecio cotidiano de la ‘libertad de expresión’ nunca han tenido el más mínimo micrófono extendido. ¿Será porque simplemente no conocen su existencia mediática o porque estos no forman parte de su ‘libreta de contactos’?” Para Perrenot la mayoría de los medios “ha construido y fijado el capital mediático de Zemmour (…) lo que revela ni más ni menos que decisiones editoriales. A un solo sentido.”
Concluye su texto: “La banalización de Zemmour y de Agrupación Nacional (el partido de Marine Le Pen) se ha convertido en un fenómeno mediático sistémico. Ya sea siguiendo una agenda estandarizada o prácticas rutinarias, ya sea por dependencia de las limitaciones editoriales, ya sea por ceguera o simpatía política.”
Tanto en Europa como en Francia, la derechización del debate público se refleja también en sus medios masivos. Para diversos sectores de Francia, estas visiones sobre la realidad no se discuten sino que se consideran ya como ideas “pertinentes” a las que le dedican portadas o espacios.
Las posiciones conservadoras reivindican la libertad de expresión, la “libertad de importunar”, de ser “mordaces” y “antisistema”. Para Ugo Palheta, despolitizar el debate público y a los actores políticos les ha servido para que sus expresiones netamente políticas y que plantean abiertos retrocesos en temas elementales, se escondan en pretendidas posturas de rebeldía, en discursos que los aligeran, juvenizan y trivializan.
“Podríamos empezar por cuestionar la costumbre mediática de calificar a Zemmour de ‘polemista’”, ataja Palheta. “No es un polemista: es un ideólogo que (…) desarrolla formas conspirativas de racismo contra determinado grupo que es sospechoso de actuar en la sombra para corromper, disolver y destruir la nación que los ‘acoge’. Esta visión es precisamente lo que condujo en el siglo XX a los crímenes masivos contra las minorías, en particular contra los judíos y gitanos de Europa. Presentarlo como alguien ‘polémico’, una especie de ‘rebelde que lucha contra lo políticamente correcto’, le permite ocultar todo lo que lo vincula profundamente con el orden social y que hace de él un ultraconservador, promotor de una lógica de backlash frente a las mujeres y las minorías (sexuales, de género y étnico-raciales). Es decir, un retroceso en todas las conquistas en materia de igualdad de derechos. Lo que le caracteriza muy profundamente es el odio a la igualdad.”
En Francia nueve millonarios son dueños de cerca del 90% de los medios privados. Uno de ellos es Vincent Bolloré, quien este 2022 pasa las riendas de la empresa a sus hijos. Bolloré es la cabeza de Grupo Vivendi, aglomerado empresarial que concentra una gran cantidad de medios, entre cadenas de televisión, radios, diarios, revistas, editoriales y oficinas de publicidad. Es también el accionario mayor de Universal Music Group y posée casi el 10 por ciento de participaciones en el grupo español Prisa. Su emporio empresarial tiene igualmente intereses en los campos del transporte y la logística y está presente en más de cien países.
Bolloré originalmente había anunciado que el 17 de febrero pasaría las riendas a sus hijos Cyrille y Yannick pero aplazó la sucesión, justo cuando está en vía de concentrar más medios dado que se convertirá en el accionario mayor de otro conglomerado empresarial mediático, el grupo Lagardère. Esta acción convertiría al empresario en una especie de Robert Murdoch francés. Tal iniciativa ha creado resistencias, como el movimiento llamado Stop Bolloré: “Esta concentración de medios no tiene precedentes en nuestra historia (…). Bajo nuestra mirada incrédula se está produciendo una revolución retrógrada que urge impedir”, expresaron en un comunicado presentado en rueda de prensa en París.
Vincent Bolloré es empresario católico conservador, a quien le aterra la inmigración y el “gauchisme” (izquierdismo). Cuando Nicolas Sarkozy ganó la presidencia en 2007, Bolloré le dispuso al recién presidente electo su jet privado y su yate personal, el Paloma, para que descansara tres días sobre el mar Mediterráneo. Años después, en la elección de 2017, el grupo Bolloré hizo acto de presencia en la campaña del actual presidente, Emmanuel Macron, mediante la figura de Yannick Bolloré, uno de sus hijos. Para estas elecciones, todo parece indicar que la apuesta del grupo empresarial es por Zemmour, su antiguo conductor (CNews es un canal de la familia Bolloré), dada la amplia cobertura acrítica que sus medios le dan.
Cuidar al candidato ha trascendido las pantallas que posee la familia. El periodista Étienne Girard sacó en octubre pasado un libro crítico sobre Zemmour bajo el sello Seuil. Nada del otro mundo si no es que dicho libro originalmente iba a salir bajo la editorial Plon, quienes cancelaron el contrato a última hora. Plon también es propiedad de Bolloré.
El control de la información por parte del grupo Bolloré fue retratado en un minidocumental que se estrenó en redes sociales hace meses llamado El Sistema B, la información según Vincent Bolloré. Once periodistas que trabajaban dentro de su emporio denuncian la presión de los directivos para controlar la información que toca los intereses del dueño. Serge Nedjar, director general de CNews, acuñó una frase recientemente a propósito de estos temas: “la única línea editorial que sigo es la de mi patrón”.
El asunto de la concentración mediática inició con fuerza este 2022.El Senado abrió el pasado 18 de enero una comisión de investigación al respecto. Varios magnates han sido convocados a comparecer, como Bernard Arnault, la máxima fortuna francesa, y el propio Vincent Bolloré, entre otros. El Senado presentará un informe a fines de marzo próximo. La comisión no modificará nada de manera legal pero simbólicamente significa mucho: los dueños de la prensa comparecen ante el poder público.
Fue durante su comparecencia donde Bolloré tuvo un desliz. Cuestionado sobre la zemmourización de los medios que controla, el empresario soltó: “Cuando lo reclutamos (como conductor) nadie pensaba que iba a ser presidente de la República”. Inmediatamente un senador socialista le contestó: “No lo es todavía”.
Sobre esta concentración mediática y su relación con la derechización del debate, Ugo comenta: “Tenemos toda una gama de posiciones frente al auge de las ideas xenófobas, racistas e incluso fascistas en el campo de los medios. El corazón de este ascenso son los medios del grupo Bolloré, que acoge tanto a los viejos veteranos del editorialismo de extrema derecha como a los recién llegados de la fachósfera y que apoyan a Zemmour con todas sus fuerzas. Luego tienes una gran cantidad de medios de comunicación privados que ven los temas racistas como una forma de conseguir audiencia. También tienes medios de centro como Le Monde o France Inter (emisora pública líder en radio) que, por un lado denuncian a la extrema derecha pero por otro abren sus columnas o antenas a escritores reaccionarios como Alain Finkielkraut o Michel Houellebecq, quienes son partidarios de Zemmour. Finalmente, tienes algunos medios de izquierda (Mediapart, L’Humanité, Libération, etc.) y por supuesto muchos medios independientes que hacen un trabajo de investigación sobre la extrema derecha y sus ideas, pero que en su mayoría tienen un nivel bajo de audiencia respecto a los principales medios comerciales (excepto Mediapart).”
Ugo Palheta, autor de varios libros, los dos más recientes dedicados al alza del pensamiento fascista en Francia, ve diferencias y similitudes entre las elecciones presidenciales de 2017 y 2022 y su relación con los grandes medios: “La candidatura de Macron fue ampliamente promocionada por los grandes medios. Encontraron un nuevo gancho, joven y bien vestido, más apuesto que (François) Hollande y menos agresivo que Sarkozy. También vimos hasta qué punto, cuando un candidato de una izquierda (Jean-Luc Mélenchon) que no ha renunciado a cambiar la sociedad se acerca a la segunda vuelta, los medios hacen todo lo posible por hacerlo pasar por un autócrata en potencia y su proyecto como una red de absurdos que llevará a la ruina al país.”
Lo que ha cambiado en estos cinco años es la centralidad de la extrema derecha en dos formas distintas: Zemmour, el presunto ‘polemista’ que ha extremaderechizado el ‘debate’ durante años, está presionando a la derecha para que se vaya cada vez más hacia el extremo. Y Marine Le Pen, que lleva años intentando ‘irse al centro’, adecuando su imagen, se beneficia así del radicalismo racista de Zemmour, aunque su proyecto sea esencialmente muy cercano al de él. Los grandes medios promocionan al primero porque con sus dichos ganan audiencia mientras banalizan a la segunda mediante una people-lización: Marine Le Pen es una mujer como las demás, ama a sus gatos, tiene problemas con su familia, se ha divorciado o separado varias veces, etc. Nuevamente estamos despolitizando sus proyectos y al hacerlo estamos haciéndole el juego a fuerzas que, precisamente, han estado buscando durante años ocultar lo que está en el corazón de su proyecto”.
El diario La Croix y la encuestadora inglesa Kantar Group publican cada inicio de año el barómetro que mide la confianza de los franceses en sus medios. Este 2022 se señala que un 62 por ciento del conjunto de la población tiene interés en la actualidad (en las personas de 18 a 24 años el interés se reduce a 38 por ciento). Son los porcentajes más bajos registrados para una contienda presidencial.
En el mismo estudio, 44 por ciento de los encuestados cree «que los medios brindan información confiable y verificada» y el 62 por ciento de ellos cree que los periodistas no son independientes.
En otro estudio, publicado también en enero pasado, Nicolas Hervé, investigador del Instituto Nacional Audiovisual (INA), analizó las coberturas mediáticas y su relación con el espectro ideológico. Constató que son la centroderecha, la derecha y la ultraderecha las expresiones políticas más citadas en los medios masivos, relegando las expresiones de izquierda, ecologistas o comunistas a un porcentaje más bajo.
Ante tal descrédito y homogeniedad mediáticas, diversos medios y gente del gremio está organizándose de diversas maneras. Además de la comisión en el Senado o el grupo que advierte sobre la concentración mediática que tendrá el grupo Bolloré, en los últimos meses han surgido diversas iniciativas desde los medios en búsqueda de una urgente pluralidad.
En octubre pasado, alrededor de 50 medios independientes franceses publicaron un desplegado colectivo. Abran las ventanas, lean prensa independiente es su título. Denuncian “un sistema de medios dominante” donde la información libre se ve amenazada por una concentración sin precedentes “en manos de una docena de grandes fortunas que buscan así protección e influencia y, con demasiada frecuencia, imponen su agenda.”
Advierten que hay que “evitar que el periodismo se vea envuelto en polémicas nauseabundas, posverdades, intereses políticos y/o mercantiles ajenos”. E invitan a leer prensa independiente, abierta y honesta en sus posicionamientos editoriales y políticos pero totalmente contraria a hacer de la información una mercancía y, menos, una mentira. “Es la prensa independiente la que, en su diversidad, ofrece lo que la aplanadora del sistema mediático dominante aplasta o socava, ignora o desacredita.” Terminan citando al escritor Albert Camus: “Una sociedad que tolera ser distraída por una prensa deshonrada corre hacia la esclavitud”.
Uno de los firmantes de dicho desplegado, el diario digital Mediapart (iniciativa periodística que susbiste exclusivamente de sus suscriptores y con importantes trabajos sobre la cosa pública que lo han convertido en un referente) dio foro en su sección de blogs a un texto titulado Los periodistas no seremos cómplices del odio, texto al que se adherieron decenas de reporteros de todo el país.
En estos tiempos de campaña presidencial, donde circulan cada vez más ideas nauseabundas y contrarias al respeto a los derechos humanos, los periodistas (…) nos desvinculamos de los grandes patrones mediáticos, directores editoriales, conductores, columnistas y colegas que, jubilosos, abren micrófonos y cámaras a personajes públicos que vomitan su odio hacia el otro.”
El blog señala ser consciente de la existencia de dos tipos de periodistas en las redacciones: aquellos que callan “por la creciente precariedad del trabajo” pero que, bajo la mordaza de los dueños, “no están de acuerdo con esta práctica del periodismo que consiste en crear uno o más monstruos”. El otro grupo son aquellos periodistas que tienen “deliberadamente un rol en la subida del fascismo, del racismo, del antisemitismo, de la LGBTfobia y la misogonia en Francia”.
La Croix, un diario que se asume abiertamente católico, ante el vendaval de críticas por el bajo nivel de debate mediático existente, publicó que editorialmente se ajustaría a un decálogo que nombró Discutir en verdad: 1) luchar contra la información falsa; 2) no atacar la privacidad; 3) no difamar; 4) no ceder a la indignación sistemática y reivindicar el pensamiento razonado; 5) no distorsionar declaraciones ni sacarlas de contexto; 6) no utilizar el anonimato para eludir las reglas de civismo o para sesgar el debate; 7) no encerrar a los interlocutores en identidades fijas de origen, género, edad, religión o clase social; 8) escuchar el punto de vista del otro sin dramatizar los desacuerdos; 9) aceptar la complejidad y los matices para no quedarse en oposiciones frontales; 10) escuchar la voz de los más débiles y, en general, de los que menos hablan en los medios o redes sociales.
En otoño pasado, tras su congreso nacional, el Sindicato Nacional de Periodistas emitió una resolución votada por unanimidad: denunció la «zemmourización» de la cobertura mediática de la campaña presidencial. “El polemista es objeto de una frenética cobertura mediática mientras que sus posturas y posiciones deben cuestionar a toda la profesión sobre su misión informativa. Debe cuestionarse la responsabilidad de las líneas editoriales por esta nauseabunda cobertura.”
El diario Libération ha sacado por estos días una edición especial llamada “Mucho odio”, con el mismo fin: desenmarañar el por qué de “la extrema derechización” del debate público. Igualmente, Mediapart en conjunción con otro medio, Premières Lignes, estrenaron en días recientes un documental en las salas de cine: Media Crash, ¿quién ha matado el debate público?, una investigación audiovisual que, dicen sus realizadores, busca “ir al corazón de la catástrofe mediática”.
Y al último pero no menos importante, periodistas, medios, asociaciones de investigación en periodismo, organizaciones sociales, músicos, artistas, sindicatos de periodistas, entre otros, promueven una iniciativa que a inicios de febrero pasado lanzó el medio independiente marsellés Le Ravi, que busca que los impuestos no subsidien más a medios privados. “Como la salud, la educación o la cultura, el derecho a informar y el derecho a ser informado no debe depender de las leyes del mercado”, por lo que la prensa independiente debe ser fortalecida por el Estado, acción que no debe significar “ni una limosna ni un intento de sometimiento sino una política transparente y sin condicionamientos.”
“La mayoría de los periodistas que dominan las salas de redacción están muy imbuidos de ideas racistas, sexistas, autoritarias”, considera Ugo Palheta. “O imaginan que al dar voz tan amplia a los ideólogos reaccionarios sólo reflejan la realidad y permiten el pluralismo. Pero el pluralismo no es ‘5 minutos para los judíos y 5 minutos para Hitler’, como decía el cineasta Jean-Luc Godard para burlarse de la visión periodística del pluralismo. Y en Francia ni siquiera estamos allí” porque las voces contrarias a la derechización son realmente bajas.
Para Pauline Perrenot, quien antes de ingresar a Acrimed laboró para el diario Le Monde Diplomatique, es urgente y necesaria una autocrítica ética.
En su texto “Medios y extrema derecha: ¿pero qué hacen las redacciones?”, Pauline Perrenot afirma que para ciertos colegas “la crítica radical (abierta) de los medios es una herejía” pues prefieren que siga “a puerta cerrada (…). Ante tal ceguera, ante la explícita complicidad de dueños y la lentitud de la profesión, las respuestas colectivas parecen más que urgentes.”
Para Ugo Palheta la discusión sobre los términos de nuestras democracias pasan invariablemente por la calidad del debate de nuestros medios de comunicación: “Son varias las cuestiones que se plantean periodistas y medios: su financiamiento (en particular, el hecho de que los grandes medios sean propiedad de multimillonarios que trabajan en otros sectores), sus redacciones, la precariedad de la profesión, etc. Todo se mezcla para darle un enorme poder a los cacicazgos editoriales que fija el dueño, lo que se traduce en un periodismo sumamente empobrecido, muy poco pluralista y despolitizado. En cierto modo, hay que replantearse todo”.
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