Quienes defendemos los derechos de dichos individuos nos solidarizamos igualmente con las hecatombes que en la esfera humana se llevan a cabo en el mundo en que vivimos, puesto que los principios fundamentalmente son los mismos: la violencia, cualquiera que sea la víctima, es violencia
Elideth Fernández
En 2013, como miembro de la organización Movimiento Consciencia – Fundación Internacional por el Reconocimiento de la Conciencia y los Derechos de los Animales, tuve una idea, según yo innovadora y esperanzadora, aunque hay que admitir que nunca nada es nuevo y solo cambian las formas: hacer fotoactivismo por los derechos de los animales. El objetivo era motivar a fotógrafos, profesionales o aficionados, cuya labor como activistas estuviera enfocada a la lucha por la paz y la evolución ética, aquella que no consiente discriminación alguna así sea por etnia, género o especie, y cuya causa por la justicia en pro por lo que trabajan contemple indistintamente a todos los que sienten por igual. Siempre he sostenido que el combate por el reconocimiento y respeto de los derechos de los animales no es un movimiento ajeno a otros movimientos sociales, dado que los animales, sujetos sintientes, sensibles física y emocionalmente, pensantes y conscientes, son individuos que, más que ningún otro y a una escala masiva de dimensiones surrealistas, son objeto de maltratos, abusos, sevicias, explotación, esclavitud y tortura, víctimas inermes de una despiadada cadena opresiva – tanto en un plano consciente como inconsciente – que para tal efecto los cosifica de forma deliberada y sistemática. Llamémosle individuo a todo ser dotado de consciencia y que, por ende, es indiscutiblemente poseedor de derechos esenciales y consubstanciales aún cuando la ley se los niegue, como consecuencia de intereses diversos.
En ese sentido, es incuestionable que quienes defendemos los derechos de dichos individuos nos solidarizamos igualmente con las hecatombes que en la esfera humana se llevan a cabo en el mundo en que vivimos, puesto que los principios fundamentalmente son los mismos: la violencia, cualquiera que sea la víctima, es violencia, y la crueldad genera inmutablemente más violencia en el entramado social. Así pues, el objetivo central de este proyecto era documentar, develar y denunciar las injusticias que contra estos seres inocentes se perpetran en la más completa impunidad, como si uno mismo las estuviera sufriendo, y transmitir ese sentimiento al público espectador. Buscando hacer uso de la imagen como instrumento para la observación, la descripción objetiva y subjetiva, y el análisis fundamentado de la verdad.
El activismo en fotos, se centra en la denuncia y ha convertido a la imagen, sin duda, en un instrumento coadyuvante para la realización de cambios ético-sociales; en el eje central en torno al cual una práctica polí(é)tica permite dar visibilidad a realidades que a muchos conviene mantener ocultas. Permitiendo hacer visible lo invisible, hace posible que las personas pacten a través de un código moral y busquen organizarse en consecuencia.
Pensaba que esos materiales audiovisuales y gráficos que se irían generando no serían desarrollados necesariamente por profesionales; había que incursionar con responsabilidad en el periodismo participativo, en el periodismo público o el periodismo democrático como un movimiento plural en el que son los propios ciudadanos quienes se convierten en informadores para el mundo exterior, y para sí mismos. Mi objetivo era mostrar transversalmente el sufrimiento innecesario, en el mundo contemporáneo, de los animales, revelar las condiciones de su entorno, y contar con una herramienta más que aporte para la inminente gran revolución de las conciencias, cuyo objetivo es incluir dentro de nuestro círculo moral y compasivo a todos los habitantes del planeta.
Así, buscar cada vez un mayor nivel cultural de la imagen fotográfica por los animales que se expanda al leerla para separar la propaganda de la abominable verdad. Intentar captar un interés general por las situaciones que aquejan cruelmente a millones de individuos y que, a pesar de ello, son desapercibidas. Presentar imágenes vigentes y de autor, que sensibilicen y no insensibilicen, como ha estado sucediendo en el tsunami de imágenes anónimas producto de una tecnología indiscriminada, sin sentido y, sobre todo, sin causa.
La imagen refleja una realidad, escribía yo entonces para el proyecto. Es incuestionable, y es vital para diversos propósitos, ya que permite educar, cultivar, hacer reflexionar, a la vez mover a las grandes masas desprovistas de información, de educación y conocimiento. Haremos uso de todos los géneros de la fotografía, tanto desde la fotografía documental y la periodística, como de la artística, experimental o construida, hasta el breve video ya inseparable del fotógrafo con las nuevas tecnologías.
“Los fotógrafos de la sociedad de consumo se asoman pero no entran. En fugaces visitas a los escenarios de la desesperación o la violencia, bajan del avión o el helicóptero, oprimen el disparador, estalla el fogonazo del flash: ellos fusilan y huyen”, anota Eduardo Galeano. Justamente la idea de este plan era tratar de tomar distancia con la sociedad de consumo en la que estamos inmersos, amparada por la ley arbitraria y la doble moral, y ejercer desde la ética y la empatía una forma de manifestarnos, conformando una resistencia visual contra el brutal capitalismo y la desigualdad, para así mirar desde otro ángulo de valores, a través del filtro del lente, y dejar de ver la miseria como algo normal, aceptable.
En esas condiciones, convocaba a ciudadanos solidarios, animados por una motivación genuina y desinteresada, sin ánimos de lucro, con el fin de formar un colectivo de la comunicación. Activistas que transmitan cuestiones de denuncia social y de compromiso cultural por los individuos más marginados de la sociedad, y en ese camino nos cuestionemos el mundo en que vivimos, cómo lo viven primordialmente los animales, planteándonos qué representan ellos en nuestro entorno y en nuestro código de valores, en nuestra sociedad y cotidianeidad, cuál es nuestra actitud para con ellos, para así poder hurgar en nuestra consciencia. Sólo entonces contaremos con la capacidad de evolucionar y tener el derecho de empezar a hablar de humanismo.
Así expresaba mi pensamiento desbordado por la pasión y el romanticismo, por un movimiento al que acababa de incursionar pocos años atrás y que no conocía a plenitud; sin embargo, fue una idea que nunca se concretó como un colectivo por ese afán de individualismo intrínseco a nuestra compleja condición humana.
Sin embargo, mientras meditaba esa idea y con el transcurso del tiempo, advertí que lo que yo había escrito para un propósito de grupo, era lo que yo esperaba de mí misma; que para ese entonces había abandonado la fotografía, pero fue justo por esa reflexión escrita, lo que me motivó a desempolvar y preparar la cámara y mi mente; por fin había encontrado mi discurso fotográfico, después de múltiples vaivenes sin brújula: abordar desde una perspectiva social e intentar generar un cambio a través y por los derechos de los animales.
La aspiración de hace casi diez años, se mudó a mi propio activismo, artivismo como denominara mi trabajo mi querida amiga la escritora de ficción, poesía, filosofía, feminismo e historia, Francesca Gargallo (1956-2022) quien me acompañó siempre cuando inicié esta nueva aventura en mi vida por los animales. Somos coautoras del libro publicado por Artes de México a través de su Colección Luz Portátil en 2018, Revocar el Silencio. Francesca escribe un ensayo que “cuestiona los privilegios humanos instaurados a partir de la negación de los derechos de los animales”; y yo con la fotografía. “En este libro, su ensayo fotográfico promueve la conciencia social en torno a los derechos de los animales y objeta las condiciones de violencia y sufrimiento a las que diariamente el humano los expone”.
Nunca sabré con certeza si las páginas en redes sociales de fotoactivismo que publicamos y seguimos publicando, con diversos contenidos, desde el año 2013, ha coadyuvado a la formación de jóvenes o nuevos activistas, ni que tanto esas imágenes permearon en la conciencia general y en el quehacer fotográfico, lo que sí he constatado es que desde entonces hay más presencia de fotografía de autor por los derechos animales, lo que celebro ya que uno de mis objetivos, desde entonces y así lo expresé cuando comencé a incursionar en el fotoactivismo, fue crear un género fotográfico documental y artístico hacia la defensa de los derechos animales, mismo que se ha ido cumpliendo al colocar el tema con mi trabajo en la violencia social global y dentro del contexto de las grandes luchas sociales.
“…Por la estética hay que emprender caminos de liberación: transformar los gustos implica cuestionar los prejuicios” [Francesca Galardo].
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