17 julio, 2020
Aún con reconocimiento constitucional del pueblo afromexicano, prevalecen la discriminación institucional y la marginación en sus comunidades, advierte Bulmaro García, impulsor del movimiento negro. El activista llama a las instituciones a cerrar la brecha y denuncia el estancamiento de gestiones con el INPI por la pandemia
Texto: Daliri Oropeza
Foto: Hugo Arellanes
Bulmaro García Zavaleta nació en una comunidad conocida como Rancho Alegre. Está en la colonia Miguel Alemán Valdez, en el municipio de Cuajinicuilapa en la Costa Chica de Guerrero. En esa ranchería, agrícola y ganadera, Bulmaro tiene su tierra para la siembra. Cuna del movimiento por los derechos del pueblo afromexicano en los años 70.
“El pueblo afromexicano se reconoce porque es alegre”, asevera con firmeza.
La Costa Chica de Guerrero es una de las regiones del país donde habitan más personas afromexicanas. También habitan en otros estados como Veracruz, Tabasco, Oaxaca, Coahuila. Bulmaro los enumera pues ha podido viajar y conocer a las personas que ahí habitan.
Asegura que ha detectado que cada vez más, en estados como Baja California, Jalisco, San Luis Potosí, Morelos, surgen otros grupos de personas que se identifican como afromexicanos. Advierte que es importante una visión crítica del modo en el que los quiere reconocer el Estado.
Cuajinicuilapa fue bautizado recientemente como la Perla Negra del Pacífico. “Orgullosamente puedo decir que aquí nací”, dice en voz alta. La particularidad es que en este municipio inició este movimiento que ya logró su reconocimiento constitucional. Sin embargo hace falta aún para que logre la justicia y la igualdad, y se erradique la desigualdad y la marginación en la que viven sus integrantes.
Esta es una conversación telefónica con uno de los impulsores del reconocimiento constitucional del Pueblo Afromexicano.
—¿Cómo ha sido el reconocimiento afromexicano?
—Todos somos mexicanos, dicen, pero no quieren entender que somos diferentes. Somos iguales pero diferentes. Y entonces nosotros tuvimos que exigir que nos reconozcan con esas diferencias.
¿Somos mexicanos? Claro que somos mexicanos, como lo son los pueblos indígenas, Ñu savi, Me’phaa, Tlapaneco. Son diferentes todos. Así queremos que nos reconozcan a nosotros. Los afrodescendientes somos diferentes.
—¿Por qué los afromexicanos son un pueblo y no son solo colectivos, comunidades o grupos étnicos?
—Los investigadores sociales, antropólogos, para nombrarnos, nos han querido meter en el rollo académico. Nosotros nos consideramos pueblo porque tenemos una cultura propia, tenemos un territorio, tenemos variantes en la forma de hablar, a una sola cosa le decimos de varios nombres.
Si los afromexicanos de Veracruz escuchan ese nombre de la costa Chica de Guerrero o de Oaxaca, a lo mejor no van a conocer. Es lo mismo que con los pueblos indígenas. Hay nahuas, como hay ñomda’a, como hay ñuu savi. En México hay un sinnúmero de pueblos que tienen sus propias costumbres y hablan su lengua.
Hay cosas que enunciamos en español pero con nombres distintos. Se dice que hasta hablamos un español antiguo. Usamos palabras que han desaparecido del español. Nosotros las seguimos pronunciado, por la herencia.
Por decir, una palabra que usamos para expresar “aunque sea”, que es la palabra correcta de la lengua española, algunos dicen: “manque sea”. Para decir sucio puede ser “nejo” o “choco”, de ahí viene negro, choco. Y “chirundo”; quiere decir “desnudo”, “sucio”.
Son palabras que tenemos. Son costumbres que nos identifican como un pueblo diferente, pero el Estado Mexicano no nos considera. Nuestra cultura, nuestro folklor, desconocido para mucha gente, es completamente particular de nosotros.
Por eso, decimos que somos un pueblo distinto, con sus distintas variantes, como las lenguas indígenas. Los nahuas de Guerrero son distintos a los nahuas de la Ciudad de México. La cuestión es que se identifiquen. Por eso nosotros somos un pueblo y ellos son pueblos indígenas.
—¿Qué de lo que vives en Cuajinicuilapa es representativo de la cultura afromexicana?
—Nosotros disfrutamos que somos un pueblo alegre. Un pueblo de mucha fiesta, de mucha celebración, con una marcada actitud de la no acumulación: no guardar dinero. Venimos a este mundo a disfrutar lo que tenemos. Las cosas materiales se disfrutan y se ocupan para lo que son, no para guardarse.
Entonces es la parte que me gusta porque si yo gano una feria, un dinero en un mes, me lo puedo disfrutar en dos días, si es mi gusto ¿No? Aunque mañana no tenga nada. En cambio otras culturas tienen el sentido enfermizo de acumular.
—¿De qué manera se relacionan con los pueblos indígenas?
—Nosotros tenemos varias fiestas; podría decir que nuestra cultura tiene que estar combinada con los pueblos indígenas. Somos un país que nos conquistaron. Tuvieron que meter parte de su cultura y, con eso, la religión. Entonces se combina lo nuestro con los indígenas, impuesto por los españoles.
De la religión surgen las mayordomías y también nosotros las celebramos. Como la del Señor San Santiago, Las Carmelitas. Bailamos y disfrutamos esos días. Lo voy a disfrutar con toda la comunidad. No nacimos en África. Nosotros hemos vivido siempre en una relación constante con los pueblos indígenas.
—¿Es única la identidad afromexicana?
—Tenemos cosas en común. Principalmente, donde vea a un afromexicano, hay alegría. Donde sea, el negro es alegre, de todo hace fiesta. Es una generalidad que pudiéramos tener. Aunque lo celebremos de manera distinta.
Ahora me ha marcado la relación indígena con afromexicano, por eso la palabra de afromexicano, porque tenemos ascendencia africana. No podemos decir que solo somos mexicanos. Yo puedo ser afroindígena, puedo ser afromixteco, afronahua, afro… Una parte de mi ser le corresponde al pueblo indígena. Con lo que más me identifico es con lo que yo quiero ser: yo quiero ser afromexicano y así lo manifiesto.
La primera vez que se enunciaron como afromexicanos
—¿Qué es lo que originó todo este proceso organizativo, de los pueblos afromexicanos, en la Costa Chica, en particular de dónde tú eres, de la Perla Negra?
—Se genera de una manera accidental.
Desde niño yo escuché una poesía de Nicolás Guillén. Hermano negro, se llama. Ahí voy entendiendo que somos diferentes. ¿Por qué esta historia no aparece en los libros de texto en México? Lo tuve que entender de otros lados. Por eso me veo identificado por los movimientos sociales.
En los años setenta, con esta poesía, me doy cuenta que en esas diferencias, hemos tenido maltratos. Nos damos cuenta de la discriminación que existe hasta que nos salimos de nuestro territorio (aquí como todos somos afromexicanos no sentimos ninguna diferencia, somos mayoría).
“Están negros”, “porque están feos”, o porque “les gusta la fiesta”, porque “son flojos”, son las razones que nos ha impuesto el sistema para el maltrato y la discriminación.
En 1992, vimos que los indígenas se estaban organizando para hacer lo contrario a lo que los gobiernos neoliberales que estaban en ese tiempo querían celebrar (los 500 años de la conquista). En esos momentos yo hacía labores políticas en la región. En esa invasión colonial trajeron negros acá, a sacar riquezas y llevárselas para España o Europa. No vinieron a traernos bendiciones.
En ese año surge la inquietud de participar como negros en esa manifestación que estaban haciendo los pueblos indígenas. Porque eran solamente los indígenas los que se estaban manifestando en Latinoamérica.
Nosotros nos metimos como pueblo a la organización. La primera manifestación fue la de Guatemala, después fue México. Antes, en 1991 fue la primera asamblea de afros. Se dio en Oaxaca. Pero hubo ausencias; no llegaron muchos. La segunda reunión ya fue aquí en Guerrero, en la ciudad de Tixtla. Ahí se tomaron decisiones.
—¿Por qué fue importante esa reunión afro en Tixtla?
—En Tixtla se genera el movimiento de 500 años de la resistencia indígena, negra y popular. Ahí se incluye a los negros. Ya para el 92 se inicia una marcha grandísima. Fuimos apedreados ahí en la capital de Chilpancingo, en Guerrero. En esa mega marcha nos encontraríamos en la Ciudad de México el 12 de Octubre.
Llegamos al Zócalo. La marcha tardó 17 días. De aquí de Guerrero éramos como 10 mil gentes. Y por primera vez en México salen negros a manifestarse como pueblo. Entonces no pedíamos nada, solamente que visualizaran que en México hay negros también. Y se extrañaban en la Ciudad de México: “¿a poco ustedes también vienen?”. “No, ustedes son de Honduras, son de Panamá, son de otros lados”.
Ahí se empieza a generar un trabajo para que el gobierno nos volteara a ver y dijera: “Sí hay negros en México”, porque nos negaban. Empezamos a exigir que aparezca nuestra historia en los Libros de Texto Gratuito. Nuestras participaciones en la construcción del país. Nos negaban. Si nos incluían era como campesinos. Todo menos como negros en México.
—¿Cómo llevaron el término afroméxicano a la Constitución?
—Se fue madurando el movimiento. Tomamos acciones muy concretas con esto del movimiento de 500 años y se empezaron grandes proyectos en Guerrero. Empezando por la policía comunitaria. También se generó otro proyecto: el de las Casas de Salud. Y luego se generó otro movimiento para la educación, del que derivó una universidad indígena (Unisur).
Con el surgimiento de más organizaciones en los 90 se fue haciendo un movimiento para el reconocimiento. Eso nos orilló a que saliéramos a otros estados donde sabíamos que había población afromexicana. Surgió así una organización que se llama México Negro, donde anualmente hacemos un encuentro de organizaciones negras.
En un encuentro de esos, en un lugar que se llama Charco Redondo, en Tuxtepec, Oaxaca, se genera por primera vez el nombre de afromexicano. Así queremos llamarnos. En una consulta general donde participaron organizaciones lo definimos: queremos que nos llamen afromexicanos, ya no queremos llamarnos negros.
Nuestro reconocimiento se impulsó por años en el congreso. Ya tenemos el reconocimiento constitucional, salió el 9 de agosto del 2019. Este gobierno de López Obrador nos da el reconocimiento constitucional, en el artículo segundo. Primero crearon el INPI (Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas). Se buscó que se llamara ‘Afromexicanos’. Pero el reconocimiento constitucional salió después. Aún no entrábamos todavía en ese instituto, aunque ahora ya estamos dentro.
Falta el desarrollo
—¿Cómo se ha dado seguimiento al movimiento?
—Aquí en Guerrero se fue transformando con el tiempo y se convirtió en la Universidad de los Pueblos de Sur, Unisur. Yo retomé el proyecto de la educación. En la actualidad estamos todavía con esa lucha para el reconocimiento en la Constitución del estado. La Unidur está aquí en Cuajinicuilapa. La hemos ido transformado poco a poco. Ahora ya se convirtió en una universidad del primer mundo porque ya tiene aulas con aire acondicionado. Pero sin el reconocimiento público al pueblo afromexicano. Esperamos que ya pronto contemos con ello.
Porque lo que ahora acaba de hacer el Estado mexicano es darnos un reconocimiento en la ley como pueblo. Ya tenemos reconocido un territorio. Ahora lo que falta es empujar para que este pueblo tenga también el desarrollo que nos merecemos como mexicanos que somos. Conjuntamente tiene que ir con ello la justicia que siempre nos han negado.
Creo que en este momento (por la pandemia y todo), lo que nos queda es empujar para que nos llegue el desarrollo. No solamente porque estamos reconocidos en la ley, sino que ese reconocimiento se concrete en beneficios para la gente.
Mejores escuelas, mejores posibilidades para integrarse a la economía, vías de comunicación, que tengamos lo que todos los mexicanos merecemos. ¿Qué es lo que nos queda de ahorita en adelante con el reconocimiento? La educación, la salud, ¿quién nos lo va a dar?.
— ¿Cómo ha sido el trato con el INPI en cuanto al reconocimiento y con la Unisur?
El INPI reconoce a los pueblos indígenas y al pueblo afromexicano, aunque aún nos separan. Todavía hay un acto de discriminación, y ahí nos quedamos en esta discusión. Porque después que empezamos a reorganizarnos para los trabajos del INPI, empezamos a sentir que este gobierno iba a ver dónde iban a encajar los pueblos afromexicanos en el INPI con los recursos que tenían las luchas de presupuesto. Luego se vino la pandemia.
El propio INPI se comprometió con nosotros, con la organización Diversidad de los Pueblos del Sur, para reconocer a nivel nacional a Unisur con un decreto que el propio presidente de la República iba a hacer. Ahí nos quedamos. Ya no seguimos la gestión porque se apagó todo.
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