5 junio, 2020
A los opositores al gobierno de Andrés Manuel López Obrador se sumaron algunos fanáticos de la mano dura y la represión. En la competencia por propagar más odio y mentiras olvidan que detrás del controvertido presidente de México hay millones de personas que le respaldan. Es el tigre amarrado que AMLO dijo no iba a controlar más
Twitter: @anajarnajar
Aparecen con frecuencia, generalmente los fines de semana. En la tormenta de odio que inunda una parte de las redes sociales de internet en México de vez en cuando se cuelan mensajes que, en esencia, aseguran que el gobierno de Andrés Manuel López Obrador ya terminó.
El argumento es, dicen algunos, que el país se encuentra en niveles inéditamente críticos, con un presidente que no escucha y cuyos programas sociales y algunos decretos provocan una enorme crisis económica.
No hay elementos para sustentar la hipótesis, pero a quienes propagan la versión no parece importarles. El verdadero objetivo es crear la sensación de que el país no tiene gobierno.
Tras esta campaña hay una enorme cantidad de cuentas falsas, sobre todo en Twitter.
Pero también participan, con entusiasmo, algunos de los intelectuales, académicos y periodistas a quienes en otros años se les consideró parte de la conciencia social del país.
Desde el inicio del actual gobierno prácticamente a diario aparecen oleadas de mensajes en internet, columnas en medios tradicionales y comentarios en radio y televisión para cuestionar prácticamente todos los discursos o acciones de López Obrador.
La estrategia es obvia. Se trata de reducir la popularidad del presidente que al inicio de su gobierno se le consideraba histórica.
En estos 18 meses desde que asumió el poder el respaldo a López Obrador es muy distinto. La mayoría de las encuestas le ubican en un 50% de los mexicanos.
No está claro hasta dónde influyeron las campañas de odio y mentiras en estos números, aunque los opositores al presidente lo festejan como si fuera una victoria épica.
En lo que sí parece haber un relativo éxito es que los propagadores de odio parecieron lograr que la inconformidad se concentre sólo en la figura de López Obrador.
Una muestra fueron las caravanas con automóviles de lujo que se realizaron en algunas ciudades el pasado 30 de mayo.
Ridículo fue el adjetivo más usado para definir la protesta. Esquizofrénicos y desinformados los que se aplicaron a algunas de las consignas de los inconformes.
Más allá de la anécdota lo que llama la atención es el reclamo en las caravanas para que el presidente sea destituido. Algo habrán leído en esta protesta algunos adversarios políticos, para que se deslindaran con presteza de tal demanda.
Y es que lo preocupante no es la consigna sino los mensajeros. Se trata de grupos radicales y fanatizados, amantes de la mano dura y la violencia contra quienes no piensan como ellos.
La violencia y el racismo son asunto cotidiano entre quienes protestaron con claxonazos. Es un sector que en cualquier momento puede pasar de Twitter a la acción directa.
Algunos dicen que se trata de un sector minoritario, con influencia en sus zonas residenciales o algunas ciudades de talante conservador.
Pero mal se haría en minimizar su presencia. El gobierno de personajes como Jair Bolsonaro en Brasil o Donald Trump en Estados Unidos empezaron con movimientos pequeños, ignorados por políticos y medios de comunicación.
Es una de las lecciones de estos días. La otra ya se ha dicho varias veces pero algunos no parecen tomarla en cuenta:
Concentrar el odio en López Obrador con la esperanza de que no termine su mandato es como hacer hoyos en el barco donde viajamos todos.
Porque no se trata sólo de un personaje, por más controvertido que sea, sino las personas que lo respaldan. No son pocas.
Si como presumen los encuestadores los números de sus sondeos representan una fotografía del país, el 50% de popularidad de López Obrador significaría unos 63 millones de personas.
Y aún si la medición se refiere sólo a quienes están en el padrón electoral el resultado tampoco es muy bueno para los propagadores de odio.
La lista nominal del Registro Federal de Electores incluye a más de 90 millones de personas. Si la mitad de los empadronados respaldan al presidente, de acuerdo con las encuestas, la cifra supera los 45 millones.
López Obrador ganó la presidencia con poco más de 30 millones de votos.
En marzo de 2018 el entonces candidato de la coalición Juntos Haremos Historia fue invitado a la Convención Nacional Bancaria de ese año.
En su mensaje López Obrador utilizó una figura retórica para advertir del riesgo de irregularidades en las elecciones, como en esos días planteaban algunas versiones de medios.
“El que suelte al tigre que lo amarre, yo no voy a estar deteniendo a la gente luego de un fraude electoral”, dijo.
Meses después el tigre cobró forma en la histórica votación que obtuvo el tabasqueño.
Casi dos años después el mamífero sigue vivo. Se ha alimentado con los programas del actual gobierno.
Mientras en las redes de internet se propaga el odio y la violencia; mientras decenas de privilegiados protestan en sus automóviles de lujo, el presidente construye una sólida base social que es, como repite a menudo, su mayor protección y respaldo.
Ése es el pueblo del que habla a diario. Ése, y no López Obrador, es el verdadero desafío para quienes ven amenazados sus intereses y privilegios.
Con su rabia y despropósitos, en cada campaña de violencia que festinan, desatan los nudos que mantienen amarrado al tigre.
Productor para México y Centroamérica de la cadena británica BBC World Service.
Periodista especializado en cobertura de temas sociales como narcotráfico, migración y trata de personas. Editor de En el Camino y presidente de la Red de Periodistas de a Pie.
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