«Existimos porque resistimos» es una consigna que siempre ha llamado mi atención por la profundidad y, al mismo tiempo, simpleza del mensaje. Pero le imprime una potencia extra que los movimientos de mujeres y feministas la reivindiquen bajo un significado propio
Twitter: @celiawarrior
Una de las consignas más comunes en protestas de mujeres y feministas en la actualidad es “Existimos porque resistimos”. Resulta por lo menos curioso que, con el tiempo y la difusión de la consigna, en ocasiones la frase sea reconfigurada a la inversa: “Resistimos porque existimos”.
También es esclarecedor rastrear el origen y uso de la consigna entre mujeres indígenas que participaron en la primera década de los 2000 en movimientos sociales anticapitalistas y antiimperialistas en Perú, Bolivia y otros territorios del sur de América; pasando por su utilización para la visibilización lésbica, hasta su adopción entre colectivas feministas de comunidades periféricas del Estado de México.
Es una consigna que siempre ha llamado mi atención por la profundidad y, al mismo tiempo, simpleza del mensaje. Pero le imprime una potencia extra que los movimientos de mujeres y feministas la reivindiquen bajo un significado propio, remasterizado, sí, por el contexto, pero que conserva la esencia original de las palabras.
La idea de “resistencia” unida a la de “existencia” es particular si se considera su denotación política de fuerza u oposición al poder hegemónico, una enunciación del lugar desde donde se es y se lucha simultáneamente, una realidad material constituida desde la vulnerabilidad y la protesta, la sola presencia como indisciplina ante una sociedad que les considera individuos fuera de la norma.
Pero el hecho de que “existencia” tenga como sinónimo “presencia” se torna conflictivo, al tiempo de que hablamos de una consigna que se grita durante protestas, en las calles, como insistencia de reconocimiento público y agencia política.
En Teoría de la mujer enferma, Johanna Hedva ensaya sobre los otros posibles modos de protesta que tienen, por ejemplo, personas enfermas, discapacitadas, cuidadoras de esos enfermos o discapacitados, o personas racionalizadas en contextos de “brutalidad policiaca» (sic) en los que la represión está asegurada, como las manifestaciones de apoyo al Black Lives Matter.
“Debemos enfrentar el hecho de que muchas de las personas para las que son estas protestas no son capaces de participar en ellas —lo que implica que no pueden ser visibles como activistas políticxs”, escribe.
Lo que plantea J. Hedva en este ensayo puede reflexionarse en la realidad mexicana, un escenario con todas las complejidades anteriores a las que, además, podemos sumar: la violencia avasalladora de las organizaciones criminales ilegales y legales, la despolitización social, y en específico de las mujeres, que acarrea la precariedad económica, el machismo dominante, la centralización de la protesta, y un largo etcétera.
Incluso, podría llegar a ser aún más relevante pensarlo en diferentes contextos ahora, a un día de cumplir 11 meses de la declaración de pandemia que derivó en las medidas de confinamiento social bien conocidas a lo largo del planeta.
“Teoría de la mujer enferma es una insistencia en que la mayoría de las formas de protesta política son internalizadas, vividas, encarnadas, sufridas y sin duda invisibles […] sostiene que la mente y el cuerpo son sensibles y reactivos a los regímenes de opresión —particularmente nuestro régimen actual neoliberal, supremacista-blanco, capitalista-imperial, cis-hetero-patriarcal”, plantea J. Hedva.
Y de manera inmediata su discurso se compagina con la consigna “Existimos porque resistimos”, en el entendido que la existencia no debe, en este caso, igualarse necesariamente a la presencia. Y así, resistir adquiere nuevas potencias.
Periodista
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