Estética femenina en Tepito

16 julio, 2022

Ese mismo sitio que durante la colonización fue una de las zonas geográficas de mayor resistencia de mexicas y tlatelolcas, hoy es uno de los lugares de mayor resistencia estética y cosmética frente al maquillaje discreto; ese pequeño templo citadino que alberga a sus mujeres trabajadoras

@aceves_ever

Entrar a Tepito es colocarse en una estética citadina folclórica y a la vez popular, en donde las mujeres llevan al límite la exploración cromática de los cosméticos, la variedad de formas y tamaños de accesorios: collares y aretes únicos: arracadas delgadísimas y gigantescas, o bien, pequeñas y magistralmente conjugadas con el resto de su arreglo. No faltan las pestañas excesivamente pobladas y de un largo inusual. Qué importa si son postizas o no, lo que importa es el hechizo de belleza que adorna su mirada.

Una gran parte de las mujeres de Tepito —ya sea porque viven ahí o porque Tepito es su segundo hogar por su trabajo— no juega al disimulo, al “maquillaje discreto” tan usual entre muchas mujeres; ellas repelen al “maquillaje natural”, a la gama de colores nude. Ese maquillaje que “no se nota” no resulta una preocupación para ellas, al contrario, buscan usar sombras arriesgadamente coloridas y hermosas.

Una trabajadora de traje sastre color gris y camisa verde esmeralda, el uniforme de su trabajo —¿empleada en una zapatería, tal vez?— se cruzó en mi camino. Noté que usaba un delineador verde con diamantina del mismo tono de su camisa. El color de una vegetación fantástica. Quedé impresionada por su habilidad creativa, por encontrar la manera de hacer notar su singularidad mediante el uso de cosméticos, aun con uniforme.

Entre las calles de Tepito hay una diferencia en el atuendo, entre vendedores ambulantes y vendedores de negocios establecidos en locales. Los primeros visten a la usanza de la calle, de la vestimenta casual —que es también la vestimenta que enfrenta las inclemencias del tiempo: lluvia y sol, frío y calor a veces excesivos— y, de no ser por su amable ofrecimiento de precios competitivos o por el voceo de sus productos, se confundirían fácilmente con los transeúntes. En cambio, en los negocios establecidos, los trabajadores tienen uniforme, o bien, algún distintivo que les reconoce como trabajadores del establecimiento, algún mandil, una camisa o pantalón de cierto color y camisa tipo polo de otro color, el uniforme que el dueño o la dueña decidieron sería reconocible para la clientela.

Los pocos que no llevan uniforme y figuran entre los trabajadores tienen una mayor jerarquía, tal vez sean dueños o trabajadores de mucho tiempo que tienen funciones más permisivas.

Hace algunos años, uno de los puestos directivos de Microsoft México, un hombre de la India, era el único que usaba sandalias a diario. Claro que podía usar sandalias porque al salir de la oficina no iba a tomar autobuses ni transbordar en metro para llegar a su casa, con riesgo de que sus pies fueran acribillados por pisoteos o en los charcos de la lluvia. Es más, era un símbolo de jerarquía: sólo yo uso sandalias porque me distingo de los demás. A pesar de las reglas cool, inclusivas en Microsoft, nadie se atrevía a usar sandalias, incluso llegué a saber de una jefa que impedía a su equipo llevar jeans rotos al trabajo —imposiciones de la jefa-sin-jeans-rotos por supuesto criticadas—, y aunque esta comparación de sandalias pertenece a otro orden, me recordó a estos negocios de Tepito, donde los dueños se permiten ir con vestimenta “casual”, cómoda.

El uso de uniforme pareciera darle a los trabajadores menos libertad para poder ataviarse conforme a su propio gusto, sin embargo, en las mujeres puede notarse su singularidad a través de las uñas largas, de las pestañas largas y relucientes, de sus peinados a la moda, de sus tatuajes. Y lo mismo con los muchachos, principalmente los jóvenes, quienes tampoco temen al cabello teñido ni a los tatuajes —los tatuajes son ya universales, en Polanco, en Tepito o en Santa Fe; en México, en Alemania o Estados Unidos; en cualquier género.

Me causa admiración el empeño con que las mujeres de Tepito se estilizan, no sólo por la majestuosidad con que lo hacen y lo lucen, sino porque es un maquillaje de larga duración considerando la jornada diaria. Ellas se levantan desde muy temprano, desconozco, pero supongo, que dejan preparado el desayuno y la comida a sus hijos, para quienes tienen hijos, o tal vez los dejan encargados con sus madres o familiares cercanos. Se levantan al albor del amanecer, o antes, para llegar temprano a abrir las estridentes cortinas metálicas del negocio, o bien, a colocar los andamios metálicos de su negocio sobre la calle, y emprender la venta.

Para las creyentes católicas, la primera venta viene acompañada de una persigna interna o en voz baja, para que el resto del día les vaya bien en la venta de sus productos. Pero horas antes de esa primera venta, ya hubo minutos de concienzudo maquillaje, concienzudo pero rápido, femenino pero también veloz. Labios coloreados de colores intensos, mucho rojo, mucho rosa. Muchas sombras de colores pastel, mucho delineador fosforescente, lumínico, vivaz: verde, amarillo, rosa, morado, combinaciones que no se encuentran fácilmente en ninguna oficina de Polanco o Santa Fé, porque, aunque “modernas”, sus pautas son, por mucho, más limitadas que el mar de posibilidades de Tepito, donde la cosmética discreta es opcional, pero poco recurrida por su clientela, arriesgada y experimentada en el arte del maquillaje.

Mucho chongo y cola de caballo para quienes prefieren el cabello largo, porque el trabajo de comerciante necesita de practicidad, por eso también los tenis son el calzado más común en ellas, al igual que también en los corporativos joviales, actualizados, en donde no ya sólo los viernes los dejan ir sport, sino todos los días porque son muy “avanzados”.

Claro, también están las mujeres que prefieren mostrar su cabello sin coletas ni amarados, a muchas de ellas no les resulta un impedimento para su trabajo, al contrario, es un adorno más.

Las blusas de tirantes pegadas al cuerpo para resaltar la figura también son comunes, al igual que las chamarras, por si llueve.

En fin, la estética femenina en Tepito es única. Aquí describo sólo a una porción de las mujeres, entre vendedoras, dueñas, vecinas, clientas, las que más llaman mi atención por sus cualidades estéticas y femeninas, descomunales y desparpajadamente bellas. Creo que lo inusual de esas combinaciones es lo que más me seduce de su arreglo; el ver esos colores, esa posibilidad de exprimir al máximo combinaciones cromáticas y delineados varios, arracadas, contornos de orejas tapizadas de aretes dorados o brillantes.

Naturalmente, no todas visten ni se maquillan igual, pero darse una vuelta por esa maravillosa zona de comercios es como hojear un catálogo de maquillaje, es una revista en vivo de moda callejera. Mejor aún, porque pueden decirte dónde adquirieron ese maravilloso delineador, esas sombras idílicas.

Las mujeres de Tepito son mujeres como cualquier otra, pero la naturaleza de sus empleos es, quizá, la que permea sus posibilidades cosméticas, que no conocen límite alguno de pigmentación ni variación.

A Cocó Chanel se le conocía como “la irregular”, y es que la irregularidad está plagada de cierta magia. Irregular viene del latín irregularis; el prefijo in proviene de la negación, de lo necio, lo que va a contracorriente, mientras el verbo regere alude a lo derecho, o bien, a lo gobernado. Y la cosmética femenina de Tepito es precisamente eso: una estética ingobernable, necia a las imposiciones de lo regular, de lo gobernable, de lo común (el promedio de la usanza).

Esa es la magia de la estética femenina en ese gigantesco barrio bravo, Tepito, ese teocal-tepiton en náhuatl, que significa “pequeño templo”; ese mismo sitio que durante la colonización fue una de las zonas geográficas de mayor resistencia por sus pobladores mexicas y tlatelolcas ante la invasión de españoles, y hoy día es uno de los lugares de mayor resistencia estética y cosmética frente al maquillaje discreto, o tal vez una adecuación, una fusión mexicanizada; ese pequeño templo citadino que alberga a sus mujeres trabajadoras de arreglo personal ingobernable.

Évolet Aceves escribe poesía, cuento, novela, ensayo, crónica y entrevistas a personajes del mundo cultural. Además de escritora, es psicóloga, periodista cultural y fotógrafa. Estudió en México y Polonia. Autora de Tapizado corazón de orquídeas negras (Tusquets, 2023), forma parte de la antología Monstrua (UNAM, 2022). Desde 2022 escribe su columna Jardín de Espejos en Pie de Página. Ha colaborado en revistas, semanarios y suplementos culturales, como: Pie de Página, Nexos, Replicante, La Lengua de Sor Juana, Praxis, El Cultural (La Razón), Este País, entre otros. Fue galardonada en el Certamen de ensayo Jesús Reyes Heroles (Universidad Veracruzana y Revista Praxis, 2021). Ha realizado dos exposiciones fotográficas individuales. Trabajó en Capgemini, Amazon y Microsoft. Actualmente estudia un posgrado en la Universidad de Nuevo México (Albuquerque, Estados Unidos), donde radica. Esteta y transfeminista.