Estar contentas sin entender

17 noviembre, 2021

Habitar la contradicción, y a pensar en que, así como hay días en los que hacerlo se nos da con facilidad, lo asumimos casi sin darnos cuenta —también sin darle valor—, hay momentos en los que no es tan sencillo darlo por hecho

@celiawarrior

“Otra cosa que hay que aprender es a estar contentxs sin entender”, escribió en un muro del ciberespacio el bot ch’ixi de la socióloga y teórica anarquista Silvia Rivera Cusicanqui, en julio de 2020. Yo llegó a ese mensaje más de un año después, un día negro y al mismo tiempo luminoso, una tarde en la que dos sentimientos: la serenidad y el desasosiego, se contraponen —como indica en otro sentido el concepto ch’ixi— dentro de mí, sin llegar a mezclarse, para conformar un nuevo resultado: un tercer sentimiento sin nombre.

La invitación en el mensaje de la historiadora boliviana me lleva también a otra de sus ideas: habitar la contradicción, y a pensar en que, así como hay días en los que hacerlo se nos da con facilidad, lo asumimos casi sin darnos cuenta —también sin darle valor—, hay momentos en los que no es tan sencillo darlo por hecho. Hay una (hay muchas) lucha(s) internas, se inclina la balanza y la siempre aparente estabilidad desaparece, caemos en la incomprensión amarga.

La sucesión de los sentimientos sin nombre, de las reflexiones alrededor de la contradicción, se presenta cuando a la par de que armo una base de datos que arroja el incremento constante de los feminicidios infantiles durante los últimos 6 años en el país, me entero de que la vida se prolonga grata: una gran amiga recién parió una niña; y otra buena nueva: mi propia familia sigue creciendo, esperamos a 2 integrantes y una, ya lo sabemos, es niña. ¿Qué tipo de sosiego que nunca llega a cuajar es este?

“Uno de los adoquines que se pisan cuando tocas fondo en los terrenos más profundos de una crisis de violencia armada es el que se expresa en el feminicidio de niñas. Es un límite en términos de una crisis de lo humano en nuestro país”, reflexiona Tania Ramírez, directora de la Red por los Derechos de la Infancia en México (Redim). Ella lo dice y yo con mi imaginación gráfica visualizo un objeto que cae dentro de un vacío y golpea lo que —nadie puede decirlo con absoluta certeza— quizá sea un fondo.

Busco datos que reflejen la brutalidad: un feminicidio infantil cada tercer día en 2020, en México. En 2021, de enero a septiembre, 77 feminicidios donde las víctimas tenía de 0 a 17 años. De los más de 5 mil feminicidios registrados en el país desde 2015 hasta la fecha, 10 de cada 100 son feminicidios infantiles.

Pero, como muchas de las violencias, no las estamos contando del todo bien. Las activistas coinciden en señalar el evidente subregistro derivado de la suma de, por lo menos, 2 sesgos: el primero, no todos los que dicen son feminicidios son los que son; y, el segundo, prevalece la resistencia a aceptar los asesinatos de niñas como feminicidios, aún cuando claramente lo son.

Es la discriminación hacia las mujeres “que se refuerza en las niñas y adolescentes”, considera la abogada feminista Ana Yeli Garrido. “Lo clasifican como parricidio”, explica María de la Luz Estrada, coordinadora del Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio, porque en la mayoría de los casos quienes las matan son hombres, familiares o personas cercanas a las víctimas.

También es una expresión más del “adulcentrismo”, como Tania Ramírez lo denomina. Y esa falta de conciencia de las niñas como titulares de derechos la podemos ver cuando se les cosifica y, por ejemplo, se les vende para la esclavitud de trabajo de cuidados a las familias de con quienes se casan, como si de mercancía se tratara.

Todos estos datos, todos estos hechos, toda esa información que recopilo y aglutino y proceso como máquina trituradora, en realidad no me ayuda a entender ni aspiro a que alguien más al conocerlos lo haga. No hay nada a qué darle sentido.

Lo que se hace es ponerle un poco de orden al sinsentido. Es buscarle un nombre a ese sentimiento de estar contentas aún sin entender y asumir que en el mismo espacio donde la brutalidad nos ahoga, respiramos y respirarán otras.

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