«Esta lucha es por el territorio»

4 mayo, 2016

10 años después de la terrible represión al pueblo de San Salvador Atenco, el gobierno de Enrique Peña Nieto, que entonces era gobernador del Estado de México, insiste en construir el aeropuerto… y los pobladores siguen resistiendo

Texto: Lydiette Carrión,

Fotos: Ximena Natera

SAN SALVADOR ATENCO, ESTADO DE MÉXICO.- “No se equivoquen…” se interrumpe Ignacio del Valle. El dirigente histórico y emblemático del Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra se ve casi igual que hace 10 años, cuando sufrieron la gran represión. Quizá ahora un poco más delgado, pero desde entonces era canoso, con arrugas. Tenía unos 50 años. Ahora ya es oficialmente un hombre de la tercera edad. Abre los ojos, negros, los vuelve redondos, como carboncitos encendidos. Ha dejado la idea en suspenso, y cambia el discurso. “Ustedes aquí ven un desierto…”. Lo sabe. Sabe lo que el fuereño ve en este campo, que ahora un puñado de campesinos defiende con un plantón: tierra reseca, salitrosa, yerbas raquíticas, requemadas verdinegras. “Es la temporada seca. Cuando vengan las lluvias, todo cambia”, explica otro campesino. A lo lejos hay campos con siembras de poco valor comercial, nopal, alfalfa, milpa, regadas con aguas residuales. “Ustedes ven un desierto”, repite. Él sabe, sin embargo, que esta tierra vale mucho, no sólo para ellos, los campesinos originarios de Atenco, Texcoco, sino para los empresarios, para el gobierno. Aunque por otras razones: por la ubicación estratégica, el agua, por los prospectados desarrollos habitacionales. Ignacio del Valle retoma su discurso: Que no se equivoque nadie. El conflicto no es la ecología, ni la falta de comunicación entre gobierno y un puñado de campesinos. No hay ingenuidad. Los carboncitos se encienden. “No se equivoquen. Esta lucha es por el territorio”.


El sol no pega de lleno. El día es aparentemente nublado, pero en el plantón que Ignacio del Valle vigila junto con otros campesinos desde hace 15 días, la resolana es casi corpórea.

El plantón es una sola tienda negra, improvisada con el propio material de la empresa constructora: mallas y plásticos negros; específicamente ahí quieren construir una carretera que conectaría hacia las pirámides de Teotihuacán.

Hay maquinaria varada, materiales de construcción, grava y unas rejas de plástico que se utilizan para allanar y crear vialidades fast track. A lo lejos se alcanza a ver la carretera México Texcoco, y a lo largo de ésta, rumbo a Tocuila, quedan los restos desperdigados de casas derribadas el año pasado: cascajo, ropa, trastes a la intemperie. Desalojos masivos, tal vez unos 10, ya que esos terrenos también son necesarios para levantar todo lo que proyectan empresarios y gobierno: almacenes, bodegas, centros comerciales. Un parque ecológico, y por supuesto, sí: un aeropuerto.

Ignacio del Valle insiste: todo tiene que ver con el aeropuerto.

“Todo”, reitera, una y otra vez ante preguntas de los periodistas.

La tierra polvosa se levanta formando remolinos.

Las tierras en las que se encuentra el plantón actual corresponden a Tocuila, población perteneciente al municipio de Texcoco, y quizá uno de los asentamientos humanos más antiguos de la zona. Quizá por eso, por arraigo, esta comunidad se ha resistido a vender, a cambiar el tipo de uso de suelo, de social a individual. En esa comunidad no han vendido sus terrenos. Pero “los comisariados ejidales ya están dando permisos”, refiere Del Valle.

Jorge Espinoza es campesino de Tocuila. Es viejo ya. Insiste en que el plantón no rompe ninguna ley. “Aquí en Tocuila –y muestra los papeles, copias de sus amparos ganados–, la asamblea no ha determinado el cambio de uso de suelo (pasar de la propiedad comunal y ejidal). Los campesinos no pueden vender”. Por ende, no se puede construir ese camino.

Mira su tierra. Parece una tierra enferma. “Ustedes ven un desierto. Pero para nosotros es libertad”. En realidad, explicarán más tarde, que la tierra sea cultivada con aguas negras se debe también a una política de Estado: el abandono al campo, el negar constantemente agua para cultivar. Con ello han venido otros problemas: los pozos se desecan. Pero Jorge sabe que con cuidados esta tierra puede dar, ser más fértil. “Lo que usted está viendo, tal parece como que lo tenemos abandonado. No. Vamos a ver cómo con las aguas residuales, estamos sacando con bombeo… le decimos a las autoridades les pedimos que nos manden agua… Y no. Nos responden que, como nos dijo vicente Fox: que somos unos indios patasrajadas. Eso somos para ellos”.

Don Jorge se enoja. Alza la voz: “Aquí dejé mi ombligo. Aquí me voy a morir. No me queda otro remedio, porque lo único que soy es un campesino que vive de la tierra, soy abuelo de más de 20 chamacos. Tengo bisnietos. Y de la tierra comen todos ellos…”.

En el plantón hay un puñado de viejos, unos cuantos jóvenes. Quieren plantar árboles en donde se proyecta una autopista. Sembrar milpa donde el fuereño ve desierto. Así llega el Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra al 10 años de la gran represión.

El agravio que infligió Atenco

Se cumple una década desde la represión de Atenco. Pero la historia de los macheteros de Atenco es anterior, y está sellada por una victoria prácticamente inédita en la historia de luchas sociales en México: impuso su criterio al gobierno federal.

En 2001, el entonces presidente Vicente Fox pretendió expropiar, previo pago raquítico a ejidatarios, unas 5 mil 361 hectáreas de tres municipios mexiquenses: Atenco (donde se planeaba construir el 70 por ciento del proyecto), Texcoco y Chimalhuacán, para construir el nuevo aeropuerto de la Ciudad de México.

Fox quería pagar las tierras a 7.20 pesos el metro cuadrado de tierra de temporal, y 25 pesos el metro de tierra de riego.

Los ejidatarios se opusieron. Se organizaron. Y sus movilizaciones ocuparon planas de la prensa nacional. Muchos los llamaron “los macheteros” porque solían marchar (y hasta la fecha lo hacen) con sus machetes en alto, o bien, haciendo movimientos como segando la tierra, tallando los fierros contra el pavimento, sacando chispas.

Para 2002, después de un muerto y mucha presión social, el Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra logró detener el proyecto del aeropuerto. Hicieron recular a Fox, el presidente de la alternancia y las trasnacionales.

Una victoria inédita en tiempos de la privatización intensiva.

Y parece que el gobierno jamás se los perdonó.

Pasaron los años, llegó 2006, el último año de gobierno de Fox. Y nuevas movilizaciones se gestaban en todo el territorio nacional. Oaxaca se incendiaba. El subcomandante Marcos recorría el país al frente de La Otra Campaña, venían elecciones presidenciales, y el candidato perredista Andrés Manuel López Obrador era peligrosamente popular. En el Estado de México, gobernaba Enrique Peña Nieto, futuro presidente del País.

Días antes de la represión, los campesinos de Atenco recibieron al Subcomandante Marcos; desempolvaron sus cañoncitos de utilería, que utilizan cada 5 de mayo, agasajaron a la Otra Campaña con comida, consignas y cañonazos de papel periódico y pólvora. Fue una fiesta larga y eufórica. Se hablaba de autogobierno, de transformación del país, de los de abajo. Cuando la caravana se fue, los atenquenses estaban entusiasmados, crecidos, optimistas.

En ese entonces, había un conflicto aparentemente minúsculo: a ocho floristas (también pertenecientes al FPDT) que ofertaban su producto afuera del mercado Belisario Domínguez, en Texcoco, se les había impedido vender en días anteriores. Supuestamente, el problema ya estaba resuelto. Pero en la mañana del 3 de mayo, nuevamente se les impidió colocarse.

En protesta, los comuneros bloquearon la carretera Lechería-Texcoco. Luego las cosas se escalaron, la policía lanzó gases lacrimógenos, toletazos. Los pobladores aventaron piedras. En esa refriega, un niño de 14 años recibió un impacto y murió. La gente se encolerizó. Llegó más policía. Se calcula que participaron unos 3 mil uniformados estatales y federales. Hubo servidores públicos golpeados. Y también pobladores torturados.

Mientras, a unos 25 kilómetros de Texcoco, en la Plaza de las Tres Culturas, Tlatelolco, unas 3 mil personas se habían reunido para escuchar al Subcomandante Marcos. Antes de que este hablara, América del Valle –hija de Ignacio del Valle y Trini, las figuras emblemáticas de Atenco– tomó el micrófono.

América relató lo que sucedía en ese momento. Hermann Bellinghausen y Erika Duarte consignaron las palabras de la joven de entonces 26 años, en el diario La Jornada:

«‘Necesitamos sus manos para resistir, para avanzar. Solos no podemos’. Llamó a la gente a concentrarse en la Universidad Autónoma Chapingo y en el Puente de Fierro de Ecatepec. […] ‘Necesitamos las manos de los estudiantes, necesitamos las manos de los colonos. Necesitamos de todos ustedes para resistir, para avanzar. Solos nosotros no podemos’”.

Y mucha gente acudió al llamado. Y esa gente que se solidarizó fue testigo y víctima de la represión que se extendió hasta el 4 de mayo. Así fue que Ollín Alexis Benhumea Hernández, de 20 años, estudiante de la Facultad de Economía de la UNAM, recibió un proyectil de gas lacrimógeno en la cabeza y 35 días después perdió la vida. Así fue que la policía golpeó, torturó y vejó a manifestantes y pobladores por igual, e ingresó a casas sin órdenes de aprehensión; así fue que una veintena de mujeres resultaron víctimas de tortura sexual o violación; que decenas de personas fueron encarceladas, la mayoría por unas cuantas semanas. Así fue que tres dirigentes, Ignacio del Valle, Felipe Alvarez y Héctor Galindo, fueron acusados de secuestro equiparado, y recibieron sentencias de entre 31 y 112 años de prisión. Otros tuvieron que esconderse, como América del Valle.

Cuatro años después de la represión, en 2010, la suprema Corte de Justicia de la Nación determinó que los acusados no habían tenido un debido proceso, y dictó su auto de libertad. Habían pasado cuatro años, mil 520 días desde el operativo. Y ese tiempo fue aprovechado por el gobierno federal, bajo una nueva administración –la de Felipe Calderón Hinojosa–, para convencer a muchos campesinos de la región para que vendieran sus tierras.

“Salvar” Texcoco

Ignacio del Valle mira hacia el Oriente, donde se pretende construir el Parque Texcoco. Él calcula que fue desde 2003, y luego 2008 cuando comenzó la compra masiva de tierras, bajo el pretexto de “rescatar el medio ambiente”. Pero “siempre es el aeropuerto. Es lo mismo”.

“Han utilizado formas de engaño, dádivas, en donde convencen a la gente para vender sus tierras dizque para ese parque ecológico. Estamos hablando desde 2003, después de que tiramos ese decreto expropiatorio. Ellos traen otra estrategia mencionando que ‘se tienen que dar vida a estas tierras’. Lo hicieron en 2003, 2004, en [Santa Isabel] Ixtapan. Posteriormente aguantaron hasta el 2008 [ya durante la administración de Felipe Calderón Hinojosa], cuando nuestro frente se desvió… no, no se desvió, sino que se enfocó hacia nuestros compañeros presos”.

En aquel entonces, desde Conagua se hablaba de “recuperar” el espacio, de rehabilitar lo que queda del lago de Texcoco. Nadie hablaba de aeropuertos durante esos años.

Por ejemplo, en octubre de 2012, a menos de dos meses de que terminara el sexenio de Felipe Calderón, la publicación oficial de Conagua “Las vertientes de Conagua” dedicaba su nota principal al Parque Ecológico Lago de Texcoco. En el texto, la institución recordaba que desde 1971, la entonces Secretaría de Recursos Hidráulicos había diseñado el Plan Lago de Texcoco. Pero en la actualidad, consignaba la nota, se contemplaba además, un parque y una zona de mitigación:

“Dentro del Plan Lago de Texcoco, se prospecta la Zona de Mitigación y Rescate Ecológico (ZMRE) en los terrenos aledaños a la Zona Federal del Lago de Texcoco (ZFLT). Esta zona de mitigación tiene el propósito de mejorar la calidad de vida de la población que habita la región oriente de la Zona Metropolitana de la Ciudad de México (ZMCM) […]. “La primera acción sería la adquisición de predios. […] La ZMRE constaría de la siguiente infraestructura: Vialidades de acceso y operación, instalación de sistemas de riego y sistema de drenaje”.

Pero para septiembre de 2014, durante su segundo informe de gobierno, el ya entonces presidente Enrique Peña Nieto anunciaba un nuevo aeropuerto “al lado” de donde se encuentra el actual.

“El Aeropuerto Internacional Benito Juárez de la Ciudad de México presenta una saturación operativa y no cuenta con la capacidad para competir con la mejor infraestructura de otros aeropuertos del mundo, lo que le resta competitividad al país”, anunció el gobierno mexicano a través de sus embajadas.

Pero el proyecto no se encontraba exactamente “al lado del actual aeropuerto”, sino a unos 10 kilómetros, sobre el ex vaso de Texcoco, a pocos kilómetros de Atenco. En otras palabras, en la misma región que Vicente Fox proponía 13 años atrás.

Se desveló que los terrenos que Conagua había estado comprando a campesinos serían destinados a la construcción del nuevo aeropuerto de la Ciudad de México. Se habló de cifras millonarias. Unos 169 mil millones de pesos como inversión inicial.

La estrategia de compra de terrenos sí funcionó. En Atenco y otras poblaciones, mediante este cambio de régimen, los pobladores vendieron la tierra de uso común. En el caso de Atenco, la tierra de uso común que ya privatizaron comprende “la mitad de dos cerritos, los caminos… ¡Los caminos!, un parque y todo lo que significa zanjas, caminos… todo lo que le corresponde a la comunidad”, remata Ignacio del Valle.


Llegan unos jóvenes al plantón. Una pareja. Otros dos muchachos, de unos 22 años (tenían 12 cuando ocurrió la gran represión) han estado aquí ya varias horas. Hay relevo generacional, pero los propios jóvenes reconocen que la mayoría de sus conocidos de la edad no están interesados en el campo. “Aunque muchos no están aquí están dispuestos a venir cuando verdaderamente haga falta”, dice Orlando, un muchacho delgado y barbón.

Cae la tarde. Algunos irán por naranjas, para el calor. La última pregunta a Ignacio del Valle: A pesar de las condiciones adversas, de la venta de tierra, del riesgo en el relevo generacional, de la desinformación, ¿creen que pueden ganar?

Ignacio sonríe. “Pero si ya ganamos”.

La reportera lo mira incrédula. El aeropuerto, todo parece indicar que se construye. Apenas en enero de este año, el Grupo Aeroportuario de la Ciudad de México (GACM) informó que antes de que termine 2016 se concluirán los primeros trabajos para la construcción del aeropuerto: el aplanado de terreno, drenaje temporal, pruebas de carga, de pilotes, de excavación de terminal, de consolidación por vacío, la remoción de escombros y los caminos interiores al polígono del Nuevo Aeropuerto.

A 10 años, el movimiento social está dividido, debilitado. ¿De verdad ya ganaron? Ignacio mira hacia la tierra. “Estamos ganando. Ganaremos. Aunque nos maten físicamente, ya dejamos nuestra rebeldía”.

Y sí. Desde 2001, un grupo de campesinos con machete en mano demostraron que no se cuadrarían. El ejemplo lo siguen dando.


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“Este trabajo forma parte del proyecto Pie de Página, realizado por la Red de Periodistas de a Pie. Conoce más del proyecto aquí: https://piedepagina.mx«.

Lydiette Carrión Soy periodista. Si no lo fuera,me gustaría recorrer bosques reales e imaginarios. Me interesan las historias que cambian a quien las vive y a quien las lee. Autora de “La fosa de agua” (debate 2018).

Periodista visual especializada en temas de violaciones a derechos humanos, migración y procesos de memoria histórica en la región. Es parte del equipo de Pie de Página desde 2015 y fue editora del periódico gratuito En el Camino hasta 2016. Becaria de la International Women’s Media Foundation, Fundación Gabo y la Universidad Iberoamericana en su programa Prensa y Democracia.

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