Pero ella, esta mujer mexicana, de quizá unos 55 años, morena, pobre, ella percibe menos discriminación aquí, en Houston, trabajando en casas, viajando en el transporte público, que allá, en Cuernavaca, en la ciudad de la eterna primavera. En el paraíso de Morelos.
X: @lydicar
El autobús que tomo rumbo a la Universidad usualmente pasa frente a mi casa a las 6:30 de la mañana (nunca me había levantado tan temprano). A esa hora, la población que viaja en transporte público en Houston es bien diferente: suelen ser oficinistas de medio calibre, con camisa formal, y pantalón y zapatos viejos; o trabajadores uniformados: pantalones caqui, alguna tarjeta colgando del cuello; y también y todo un ejército de mujeres “hispanas” de mediana edad o ya llegando a la tercera edad. Casi todas llevan el pelo recogido, muy estirado, en chongos. Algunas traen el pelo teñido, otras muestran sus canas sin ningún enfado. La mayoría carga bultos o bolsas. Se conocen entre sí, por el solo hecho de viajar siempre en el mismo autobús a la misma hora. Se saludan, platican un poco en un español con diversos acentos y entonaciones.
La inmensa mayoría de estas mujeres se emplea en trabajos de limpieza industrial o en casas particulares. Algunas venden jafra, y algunas, creo, trabajan en restaurantes. De seguro hay de todo. En Houston –y me aventuro a pensar que es así en casi todo Estados Unidos– hay muchas mujeres que trabajan y viven solas o se han casado en segundas nupcias. Muchas de ellas cuidan a nietecitos que nunca aprendieron el español pero que comprenden perfectamente de los labios de la queridísima abuela.
Muchas llegaron a Estados Unidos desde que eran muy jóvenes, y otras en realidad lo hicieron a la mitad de su vida. Conozco algunos casos de migrantes que lo que quieren es dejar atrás una vida amorosa fallida, que buscan un empezar de nuevo y dejar atrás la decepción.
Algunas historias que he conocido estos días:
«Soy de Cuernavaca, pero llegué aquí muy joven. Aquí la vida es muy muy diferente. Al principio extrañaba todo. Extrañaba a mi mamá. Luego ya me casé, y cuando iba para allá, no me hallaba allá. Es que sabes, en México hay mucha discriminación. Aquí no hay tanta. No como allá. Allá (en México), el personal de limpieza come aparte, va con los ojos bajos, las tratan bien mal. Aquí no. Aquí no tienes que hablarle “sí señora, no señora” a quien te da trabajo. Es solo un trabajo y ya. La vida es bien, bien diferente. Acá la gente no se fija tanto cómo vas vestida. Si te subes en shorts o en chanclas, a nadie le importa. Allá sí. Siempre se están fijando.”
Otra historia, ésta la narramos en tercera persona: una mujer que en México es niñera de una familia rica de diplomáticos. Le ruegan para que se vaya a cuidar a sus hijos a Houston, le sacan una de esas visas que dependen de la familia. La mujer ha trabajado muchos años con ellos. Se quedan en Houston 3, 4 años y al final el diplomático debe ir a algún otro país. Pero la mujer ya no quiere seguir migrando y les pide que la dejen aquí. El diplomático, en vez de ayudarle a conseguir algún permiso, le “da la bendición”. La mujer se queda sola, de “ilegal”. Así pasa algunos años hasta que regresa a México. Tampoco “se halla”, así que decide regresar. Para entonces, es una mujer de unos 35, o 40 años. Vuelve, con una visa vencida, y se queda los siguientes años. Trabaja de niñera, haciendo el aseo. En algún momento se casa y regulariza su situación. Ahora, toma clases de inglés.
Un punto en común es la libertad económica que ellas experimentan, y que no hubiera sido posible en México. Ojo, no se trata de un discurso vacío ni pro Estados Unidos de forma gratuita: sino sólo describir el hecho de que, en su experiencia individual, por el mismo trabajo en México no hubieran sido capaces de vivir de forma independiente. Aunque desde los feminismos ya no esté de moda hablar de la necesidad de un cuarto propio, y se manifieste que hay que salir adelante desde en la cocina, con los hijos gritando, con dos o tres trabajos precarios, la realidad llana y silenciosa para muchas es la misma: ganar dinero suficiente para poder mantenerse hace la diferencia. Da libertad de irse o venir, devuelve la dignidad. La independencia devuelve la dignidad.
Pienso en la mujer que afirma que en México hay más discriminación que en Estados Unidos. No podría asegurar lo mismo. Estamos en un territorio –Texas– que hace menos de 200 años peleó por el derecho del hombre blanco a esclavizar a otros seres humanos. Vivimos en un estado en el que las mujeres van presas por abortar, y un lugar cuya población afrodescendiente todavía padece los peores índices de pobreza y marginación.
Y son las mujeres latinas, porque muchas de ellas son indocumentadas, y por un sinúmero de factores más, quienes se encuentran en la peor desventaja económica. De acuerdo con datos de Equal Pay, las mujeres latinas son las mujeres que en promedio menos ganan en Estados Unidos. De acuerdo con los datos de esta organización, las mujeres latinas ganan en promedio 52 centavos de dólar por cada dólar que ganan los hombres blancos.
Pero ella, esta mujer mexicana, de quizá unos 55 años, morena, pobre, ella percibe menos discriminación aquí, en Houston, trabajando en casas, viajando en el transporte público, que allá, en Cuernavaca, en la ciudad de la eterna primavera. En el paraíso de Morelos.
¿Qué podemos responder como país? ¿Qué abismos nos falta cerrar en nuestros países?
Lydiette Carrión Soy periodista. Si no lo fuera,me gustaría recorrer bosques reales e imaginarios. Me interesan las historias que cambian a quien las vive y a quien las lee. Autora de “La fosa de agua” (debate 2018).
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