Desde 2020, una acelerada erosión ha marcado la vida del río Coca y de sus poblaciones aledañas. Todo apunta a que la presencia de la hidroeléctrica Coca Codo Sinclair aceleró el proceso, que podría llevar, en situaciones extremas, a desastres comparables con los que dejaron los deslaves en La Josefina o Alausí. ¿Qué llevó a la zona a este punto?
Texto: Gabriela Ruiz Agila @gabyruizmx
Fotos: Josué Araujo IG @la.mala.foto
ECUADOR. – Un inmenso cráter se abrió en febrero de 2020 y desde entonces devora el paisaje del hermoso valle del alto Coca. Árboles de 500 años y otros más jóvenes son lanzados de cabeza al abismo donde el rugido del río Coca los engulle. Se escucha el crujido de las rocas al desprenderse de la tierra, hierven en un incendio invisible hasta desintegrarse como polvo. Sus raíces se aferran al aire.
La fuerza tractiva del agua vence la resistencia de arcillas y limos cuya edad es de 19.000 años. Arenas, gravas, cantos y bloques son acarreados, disueltos y suspendidos. Por dentro, el caudal no se ha apaciguado. El río Coca busca recuperar el punto de equilibrio produciéndose el socavamiento del margen izquierdo del río y de fondo. ¿Es un fenómeno natural? ¿Fue alterado por la hidroeléctrica Coca Codo Sinclair?
Desde el borde del cráter y junto a lo que queda de un tramo de la vía Quito-Lago Agrio, por la carretera E-45 de la Troncal Amazónica, se observa que apenas existen 50 metros entre las 150 casas del pueblo de San Luis y el abismo.
—¿Cómo describirías lo que pasa aquí?
—Es un terremoto en cámara lenta —responde Maximiliano Bedo, productor local de 35 años que viene desde El Chaco. Son 127 kilómetros desde la ciudad, para aproximarse lo más cerca al borde del socavón. Transcurre una hora. Para alcanzar el otro lado de la carretera E-45 hay que caminar entre las grietas y las piedras. No hay otra opción.
¿Cuál es la historia? La vía Quito-Lago Agrio colapsó en mayo de 2020, en el tramo Baeza-Reventador; y el 22 de agosto, un nuevo colapso, a la altura del río Montana, terminó en la caída del puente el 21 de Octubre. Celec tuvo que admitir que la Hidroeléctrica Coca Codo Sinclair estaba en riesgo. El 21 de octubre colapsaron los puentes sobre el río Montana; el 19 de mayo de 2021 cayó el puente Ventana 2; el 22 de febrero de 2023 también el puente sobre el río Marker se vino abajo, dejando incomunicados a los poblados y cortando las movilidad hacia la vía Quito-Lago Agrio, de gran importancia comercial y estratégica para la región. ¿A qué se debe toda esta erosión?
Para lograr la gestión eficiente de un proyecto como Coca Codo Sinclair era necesaria la evaluación de impacto ambiental. Todos los estudios previos a la construcción, advirtieron al Estado sobre la aceleración de los procesos de erosión en la cuenca hidrográfica del alto Coca asociados a la instalación de proyectos hidroeléctricos. Un ejemplo de referencia se estableció en 1985, cuando Jorge Sevilla, analizó el caso de la cascada de Agoyán que retrocedió 800 metros en 30 años debido a la presencia de la hidroeléctrica del mismo nombre, que aprovecha las aguas del río Pastaza.
En 2012, Clinton Jenkins identificó a la Hidroeléctrica Coca Codo Sinclair como la mayor amenaza para la cuenca del río Napo por la interrupción importante del flujo de sedimentos río abajo, el bloque de la migración de peces río arriba y el impacto de la extensa construcción de carreteras y líneas de transmisión.
Wildlife Conservation Society (WCS) también alertó en 2017 sobre los potenciales impactos de las represas en los Andes: “Cerca de 900 millones de toneladas de sedimentos serían retenidas por estas represas, lo que afectaría la disponibilidad de nutrientes que sustentan la producción pesquera y agrícola aguas abajo”.
Entre 2015 y 2017, la Escuela Politécnica Nacional (EPN) realizó análisis hidrosedimentológico y morfodinánimo en el río Coca. Con base en la aplicación del modelo de tasas de erosión, concluyó que la construcción de la Central Hidroeléctrica Coca Codo Sinclair determinó un aumento del 42% en la tasa de erosión. Por tanto, se atribuye a la hidroeléctrica la responsabilidad del fenómeno conocido como “aguas hambrientas”.
En cuatro años, la erosión regresiva en el río Coca ha arrastrado 500 millones de toneladas de sedimentos, entre lodo, piedras y vegetación, según el estudio publicado en la revista académica Wiley, en enero de este año, por Pedro Barrera Crespo, Pablo Espinosa, Renán Bedoya, Stanford Gibson, Amy E. East, Eddy J. Langendoen y Paul Boyd.
Este dato contrasta con los 18 millones de toneladas de carga anual promedio de sedimentos en suspensión que se registraron en la zona de captación del río Coca, según la Hidroeléctrica Coca Codo Sinclair en 2013.
Coca Codo Sinclair fue construida por la empresa china Sinohydro. Su construcción inició en julio de 2010 y fue inaugurada el 18 de noviembre de 2016. Tuvo un costo de 2.300 millones de dólares, con un tiempo de vida útil previsto de 50 años.
Fue promovida para producir 1.500 megavatios de energía “limpia y renovable”. Cubre el 30% de la demanda eléctrica del país. Permitiría disminuir la importación de 533 millones de galones de diésel y generaría “4 millones de toneladas anuales menos de CO2”.
Está entre las provincias de Napo y Sucumbíos, y aprovecha el caudal del río Coca, formado por la confluencia del Quijos y el Salado. Construida en una zona altamente sísmica, está expuesta, sobre todo, a El Reventador, un volcán activo que hizo erupción por última vez en 2022.
Se hace necesario revisar los antecedentes de los estudios previos durante tres décadas, para demostrar cómo la decisión política intensificó la gestión hídrica del alto Coca en 2007, con participación de asesoría y capitales extranjeros.
En los setentas, el Instituto Ecuatoriano de Electrificación (Inecel) realizó los estudios en cooperación con otras empresas: Hidroservice levantó el estudio de prefactibilidad en 1976; junto a las consultoras italianas Electroconsult y Rodio, la empresa belga Tractionel y las empresas nacionales Ingeconsult, Inelin, Astec y Caminos y Canales.
Entre 1990 y 1992 se presentó el diseño de factibilidad para generar 432 megavatios y 427 megavatios en dos etapas. Hasta que en 2007, el Estado rediseñó el estudio para alcanzar una potencia de 1.500 megavatios y esa fue la meta.
La construcción de Coca Codo se anunció el 15 de enero de 2007, como parte del Plan Maestro de Electrificación. En 2008, los estudios fueron aprobados por el Conelec, encargándose a la Compañía Consultora ELC-Electroconsult, de Milán, Italia, los estudios de rediseño conceptual, y en 2009, ELC-Electroconsult presentó el estudio de factibilidad final de 1.500 megavatios. La Compañía Hidroeléctrica Coca Codo Sinclair S.A., de Quito, contrató a la empresa Sinohydro para el desarrollo de ingeniería, dando inicio a la construcción.
Se fomentó la deforestación por pastizales en el sector e instalación de infraestructura hidrocarburífera, explica el estudio de Jiménez y Terneus de 2019. Fueron factores que afectaron las condiciones climáticas de la cuenca del alto Coca y el caudal de sus ríos. Además, se alertó sobre una disminución del caudal de hasta un 11% debido a los usos consuntivos del agua por los proyectos de riego Cayambe-Pedro Moncayo y de agua potable Pesillo-Imbabura.
Varios frentes institucionales emprendieron estudios de hidráulica fluvial para frenar el fenómeno de erosión regresiva y preservar la infraestructura estatal, aguas abajo de las obras de capacitación hasta el lugar de implosión de la cascada San Rafael.
Un buró de expertos locales y del Gobierno de Estados Unidos en geotecnia, geología, hidrografía, hidrología y cartografía estudian la erosión regresiva que tiene como referencia el colapso de la cascada San Rafael por el socavamiento del 2 de febrero de 2020; y el desplazamiento de tierra del 7 de abril, que provocó el derrame de 15.800 barriles de petróleo por la destrucción de un tramo del Sistema de Oleoductos Transecuatoriano y el Oleoducto de Crudos Pesados (OCP).
La posible liberación de sedimentos acumulados podría traer consecuencias comparables sólo al desastre en La Josefina (Azuay), en marzo de 1993; o, más reciente, al deslave en Alausí (Chimborazo), en marzo de 2023.
En La Josefina, 20 millones de metros cúbicos de material rocoso proveniente del cerro Tamuga se desplazaron hasta taponar los ríos Paute y Jadán, que formaban parte de la Central Hidroeléctrica Paute, una presa convencional.
Cuando se dinamitó el dique de taponamiento, se produjo un aluvión que inundó varios poblados con aproximadamente 200 millones cúbicos de agua. La inundación cambió la geografía, el paisaje y la vida de los habitantes de esa región.
La Secretaría Nacional de Gestión de Riesgos define el proceso de erosión regresiva como “un fenómeno hidráulico dinámico”, “natural” de afectación a las personas e infraestructura estatal. En su informe del 8 de junio de 2020, advierte que “la probabilidad de que continúe la erosión en varios afluentes del río Coca es alta, debido que el sistema hídrico (cauce principal y afluentes) deben conseguir la estabilidad hidráulica”.
Una serie de factores y acciones gubernamentales han afectado a la cuenca del río Coca. En 2022 una investigación periodística sobre derrames petroleros en el río Napo y Coca indagó el posible vínculo con el proceso de erosión. Daniela Rosero, PhD en ecohidrología e investigadora en el instituto Biósfera de la Universidad San Francisco de Quito, explica que el proceso de erosión es un fenómeno natural y, a su vez, el resultado del desequilibrio ocasionado por la actividad humana: descarga de desechos sólidos, construcción de carreteras para infraestructuras petroleras e hidroeléctricas, minería de gran impacto en la deforestación y, por supuesto, derrames de petróleo y uso de químicos para remediación.
Carolina Bernal, PhD en geomorfología e hidrosedimentación, es asesora experta en el tema. Ha participado en varios estudios sobre los ríos Napo y Coca, incluido el de la Politécnica Nacional, de 2015 a 2017, sobre sedimentación.
—¿Cómo describiría al río Coca como parte de la cuenca hidrográfica del río Napo?
—Es uno de los más activos productores de sedimentos; es decir, de piedras y otros materiales que se arrastran con el caudal del río que se incrementa con la erosión.
—¿Existe algún caso con el que se pueda comparar la erosión del río Coca?
—No se ha visto, en términos humanos, un proceso tan dramático de erosión. El río Coca está buscando el punto de equilibrio dinámico perdido. En cuatro años, la erosión ha recorrido 13 kilómetros.
—¿Es la causa de la erosión regresiva la construcción de la Central Hidroeléctrica Coca Codo Sinclair en el río Coca?
—Coca Codo Sinclair se construyó con el modelo de una represa de filo de río que —por lo general— tiene dimensiones pequeñas (de unos 20 metros de ancho). No se hicieron las puertas de fondo que venían en el diseño original (para la evacuación de sedimentos).
—Sobre las obras de mitigación para proteger la captación e infraestructura estatal, ¿se puede detener el proceso de erosión regresiva?
—Ninguna obra civil estabilizará los márgenes del río. Las formas del valle deben evolucionar en respuesta a la modificación humana del transporte de sedimentos. No hay ninguna obra que pueda detener el proceso de modelado del río. Si se quisiera ayudar a las personas afectadas, a la captación, al SOTE-OCP y al río, se debe restaurar el flujo de sedimentos y realizar una verdadera gestión de la cuenca hidráulica del río Coca.
—¿Existe un cálculo del volumen o la extensión de la afectación en el valle del Coca?
—Nunca lo he hecho, pero se pueden calcular los volúmenes, se puede hacer una reconstrucción del valle. El valle está desapareciendo y no va a quedar nada.
Sólo hace falta un detonante para desencadenar una crisis ambiental y económica, explica la geóloga Caroline Bernal. Un sismo similar al de 1987 puede desplazar la tierra 500 millones de toneladas de sedimentos acumulados, aguas arriba de la captación de la hidroeléctrica Coca Codo Sinclair. En el peor escenario: la hidroeléctrica Coca Codo Sinclair y la estación de bombeo El Salado podrían desaparecer y acarrear una crisis económica y energética en un contexto de crisis en Ecuador.
Napo es una región verde y rica, pero no aquí. El socavón es la boca de un monstruo que no cierra sus fauces, desde donde el polvo asciende al cielo robando todo halo de vida. Las mamás cargan a sus hijos en la espalda y los cubren con telas. Un grupo de unas 20 personas atraviesa el socavón a pie. Bajo el sol y sin la sombra de los árboles, el bosque amazónico se desvanece como un espejismo. Se pasa de la humedad característica del bosque tropical —entre 84% y 93%— al calor seco que solo se sufre en el desierto a 40 grados bajo la sombra. Dar un paso tras otro representa levantar cortinas de polvo que lastiman los ojos y ahogan.
Aquí hubo un río. ¿A dónde se fue?
Una parte del lecho del río Coca está seca y, por sobre él, se divisa el esqueleto de un puente extinto, partido por la mitad. Los caminos fueron tragados por la tierra, los puentes que flanqueaban los ríos se cayeron, varias casas desaparecieron y fincas quedaron bajo el agua donde el caudal del río avanzó. Parece la producción de una película de ciencia ficción postapocalíptica.
Entre las montañas yermas, las tuberías que transportan combustibles y petróleo aparecen como tripas negras y rojas. El avance del proceso erosivo provocó en abril de 2020 y enero de 2022 la ruptura de algunos tramos de las tuberías del Sistema de Oleoductos Trans Ecuatorianos (SOTE) y el Oleoducto de Crudos Pesados (OCP).
El derrame de petróleo de 2020 es el peor desastre socioambiental en los últimos 15 años: 15.800 barriles de petróleo en los ríos Napo y Coca, afectando indirectamente a más de 120.000 personas y, de manera directa, a 35.000, de las que 27.000 son indígenas kichwas de 105 comunidades distribuidas en dos provincias.
El evento de “fuerza mayor” ocasionó el incrementó de costos de los alimentos, servicios y tiempo de traslado. Antes del aparecimiento del socavón en febrero de 2020, un viaje de Quito a Napo tomaba cuatro horas; ahora, hasta 13 horas en transporte público.
El impacto para las poblaciones amazónicas se agudizó: enfrentan pobreza, falta de educación, restricción a servicios de salud, falta de acceso al agua segura y alimentos. El 56% de la población amazónica pertenece a pueblos y nacionalidades, según cifras oficiales de 2022 y el 19% de los menores de 2 años padece desnutrición crónica infantil.
El caudal del río Salado ya es casi inexistente. Debido a su gran capacidad de generación de sedimentos, se ha convertido en un río de piedras. En enero de 2024, la cantidad de agua es poca y la dureza del paisaje se impone. Se podría cruzar un tramo a pie. ¿Dónde está el caudaloso río?
En este sector, frente a las compuertas de la represa Coca Codo Sinclair, se han formado islotes de arena y piedras sobre las que crece la vegetación, que ha alcanzado más de cinco metros de altura. Esta realidad ya había sido recogida en el informe de la Escuela Politécnica Nacional, de octubre de 2022, sobre afectaciones a los ríos Quijos y Salado.
Estudios anteriores, realizados también por la Escuela Politécnica Nacional en 2014 dentro del proyecto de investigación PIMI 14-09 o proyecto de análisis hidrosedimentológico y mofordinámico del río Coca, advierten que los sedimentos de gran tamaño, “no pueden atravesar la captación de la hidroeléctrica Coca Codo Sinclair, debido a que el vertedero de excesos carece de compuertas de fondo que limpien este sedimento y el canal de aproximación no abastece este propósito”.
El proyecto PIMI 14-09 se refiere al “Caso San Rafael” haciendo alusión a la cascada que lleva el nombre y atribuye a la construcción de la hidroeléctrica el fenómeno de “aguas blancas”. El antecedente fue citado en la Acción de Protección interpuesta por las organizaciones de la sociedad civil en reclamo de las responsabilidades por el derrame de petróleo ocurrido en abril de 2020.
Aunque la Corporación Eléctrica del Ecuador (Celec) ha informado de la limpieza de sedimentos de manera periódica en la desembocadura del túnel de descarga, desde el puente sobre el río Salado, de unos 140 metros de longitud, se aprecia la acumulación de piedras al punto de que el caudal del río se ha dividido en dos. Una retroexcavadora está estacionada en una playa para retirar los sedimentos depositados en el lecho del río Coca, frente a la zona de descarga de las aguas turbinadas de la central hidroeléctrica.
Rogelio Tutillo, de 60 años, agricultor y comunero del sector de El Salado, explica que antes de la entrada en operación de la hidroeléctrica: “El río tenía un solo caudal; ahora, con la acumulación de material, se abre hacia la izquierda o derecha y se lleva pedazos del bosque”.
La erosión río arriba del Coca podría afectar las obras de captación de Coca Codo Sinclair. Está en peligro, además, El Salado, una de las seis estaciones de petróleo del SOTE que cumple la función de represurizar el bombeo de petróleo a las estaciones de Baeza y Papallacta para su embarque en la Costa ecuatoriana.
Pero las consecuencias de la sedimentación y erosión del río Coca son también de escala humana. La antropóloga Susan Poats, de 72 años, comparte los principales hallazgos sobre estudios que realizó en 2022, junto a Alfredo Carrasco, para Wildlife Conservation Society (WCS), sobre la vulnerabilidad de tres comunidades ribereñas de los ríos Coca y Napo frente a la erosión regresiva en la parte alta del río Coca.
El levantamiento de datos se hizo en la coyuntura del derrame de enero de 2022. Llegaron al segundo día de derrame de 6.300 barriles de petróleo donde, una vez más, en el sector de Piedra Fina, se rompieron dos variantes. Los derrames o contingencias, abren posibilidades de trabajo a la población, pero también los enfrentan entre ellos.
En un primer momento, se atribuyó la caída de la Cascada a la hidroeléctrica, y la población se dividió en detractores y defensores de la hidroeléctrica. “Fueron 160 metros de altura de material que bajó por el río. Fue terrible de ver eso, no lo podía creer. El desastre del río Coca no tiene fin”, reflexiona con tristeza.
A sus 77 años, José Pillajo, antiguo dueño de los terrenos donde se construyó la represa, denuncia la falta de abastecimiento de agua para la comunidad. Magdalena Lanchimba, 48 años, exrepresentante local, agricultora y ganadera, asegura que se pierden bosque y tierras cada día. Las playas se usaban para cultivos de yuca, plátano, cacao, naranjilla. La casa de su madre, Rosa Lanchimba, corre el riesgo de perderse.
En un recorrido de seis horas desde las playas del río Quijos junto a Ernesto Morales, pastor de la comunidad de Santa Rosa, se observa el avance de la erosión por el margen izquierdo del río Coca. Hay árboles desprendiéndose de la tierra, unos suspendidos en caída lenta y otros muertos. Casas fantasmales que antes fueron parte de fincas prósperas con ganado y cultivos.
—A los dos años de que instalaron la hidroeléctrica se acumularon los sedimentos —responde don Ernesto—. Pensaron que se iban a ir pero aquí están y ha cambiado el curso del río. El río va cavando por dentro de la tierra y causa derrumbes porque la tierra es arenosa.
El valle del río Coca está sufriendo un cambio extremo y está en riesgo. La zona, que comprende 5.283 Km2, sufre de erosión y compactación, según el Plan de Ordenamiento Territorial (PDOT) de El Chaco, de 2015.
En este valle corren los ríos Quijos, Salado, Marker, Piedra Fina, Loco y Malo que, siendo parte de la cuenca amazónica, la red hidrográfica más extensa del mundo, gozan de bosques de ribera o pantanos que sustentan la mayor diversidad de peces de agua dulce del planeta, explica el Panel de Ciencia por la Amazonía (PCA).
Su inminente afectación pone en peligro la subsistencia de 900 especies de aves, 110 de anfibios, 140 de reptiles, y más de 200 mamíferos en la franja de amortiguamiento en las playas del río Quijos, entre las reservas Napo-Galeras. Según el Ministerio del Ambiente, existen 10 zonas de vida establecidas con base en la clasificación Holdridge.
Pero, ¿qué pasa con las personas en riesgo? No hay una organización constituida de afectados. La tierra se desprende y la comunidad se debilita. Para la asambleísta por Napo Sandra Rueda, esta es “una realidad cruel. La comunidad tiene un bajo conocimiento y ejercicio de la normativa vigente para exigir la garantía de sus derechos” y la gestión de riesgos al gobierno central.
Según el informe de situación Nº 57 de la Secretaría Nacional de Gestión de Riesgos (SNGR), fechado en 2021, producto del proceso de erosión hídrica regresiva del río Quijos (erosión lateral de los taludes) y del proceso de sedimentación del Río Coca, que ha causado inundaciones en la parte baja, en ese entonces ya había 225 personas afectadas, 11 damnificadas, 17 evacuadas, 52 familias en riesgo y 25.108 personas afectadas indirectamente. Podrían desaparecer de un momento a otro 150 casas.
La comunidad San Luis está al borde del abismo, en el socavón junto a la vía Quito-Lago Agrio colapsada. Sin embargo, se cobraron los impuestos prediales para esta zona declarada en rojo para construcción, prestación de servicios o enajenación.
Está ubicada a 4,5 kilómetros de la extinta cascada de San Rafael, aguas arriba del río Coca. Desde el centro poblado hasta la orilla existe una distancia de tan sólo un kilómetro. Viven 40 familias (120 personas), que se dedican a la agricultura y a la ganadería. Hay otro grupo de pobladores que trabaja en las petroleras y los oleoductos y en la hidroeléctrica Coca Codo-Sinclair.
En 2022, el Gobierno determinó que 59 familias de las comunidades San Rafael, San Luis y San Carlos estaban siendo afectadas por el proceso de erosión. 17 familias estaban en mayor riesgo, por lo cual se planificó la reubicación en unos lotes de la urbanización Marcial Oña, en El Chaco.
Para Karina Farinango, vecina de 32 años y exfuncionaria de San Luis, la reubicación no les conviene, porque no es la misma extensión del terreno y eso les perjudica. Sus padres fundaron el barrio, vivieron allí desde que no había luz. Cuenta que, a raíz de la llegada de Sinohydro, San Luis se convirtió en una ciudad; que en diversas ocasiones recibieron apoyo de la empresa para la Escuela 12 de Febrero, donde estudian sus dos hijas.
—¿Está consciente de que su casa se encuentra a pocos metros del abismo y cualquier día puede ocurrir que el socavón se amplíe?
—Sí, pero nosotros no tenemos a dónde ir. Lavo ropa y cuido de un hotel para ayudar a mi familia. Si me voy de San Luis, no tengo otra fuente de sustento. He hablado con mi esposo y le he dicho que, si la erosión llega hasta la carretera principal (ubicada a unos 60 metros), ese día nos iremos.
La escuela, el consultorio médico y la calle principal se encuentran en funcionamiento. Aún se mantiene en exhibición en exterior el mapa de avance de erosión del río Quijos entre junio 2021 y noviembre de 2022.
Las comunidades contrataron maquinaria y habilitaron la Variante II, o “variante del pueblo”, para abrir una vía desde San Luis hasta el río Piedra Fina, en una distancia de 400 metros, explicó Wilmer Corrales, de la parroquia El Reventador.
Ese año, Blanca Alulema, copropietaria de un restaurante y entonces dirigente, encontraba una explicación al fenómeno erosivo: “Sueltan las aguas desde la hidroeléctrica, el río aumenta 20 veces y eso es lo que provoca la erosión”.
El Gobierno dice que solo hay 11 afectados y que en junio de 2022 se detuvo el proceso de erosión. En territorio, el recuento de los daños y los testimonios hablan de una realidad muy diferente: En realidad, no solo son 11 personas —responde Carlos Andy, presidente de la comunidad—. “Vivimos 60 familias, somos como 200 personas. En enero se activa el invierno y se acelera la erosión”.
Rige el Estado de Excepción y el toque de queda declarado por el Gobierno nacional desde el 8 de enero de 2024. Jacinta Avilés, abuela de 54 años, pasea con sus nietos Erick, de cinco, y Dara, de dos, en la calle principal del pueblo. Los sigue un perro de manchas negras hasta la orilla del socavón, donde termina abruptamente el pueblo. Estudian de manera virtual porque a San Luis aún llegan las brigadas del Ministerio de Educación a visitar a los niños.
En la cancha cubierta del poblado se apilan inodoros, puertas y material de construcción, que antes pertenecieron al campamento de Sinohydro. La presencia de periodistas se percibe como una amenaza para algunos comuneros, que reaccionan con violencia. San Luis está a punto de desaparecer.
El Estado ecuatoriano no ha recibido formalmente la obra de la hidroeléctrica construida por la empresa china Sinohydro por fallas técnicas en su ejecución. La Contraloría General del Estado confirmó tres glosas por 346.372 para la contratista y dos funcionarios del holding estatal Corporación Eléctrica del Ecuador (Celec).
En 2021, los gobiernos de Estados Unidos y Ecuador firmaron un Memorando de Entendimiento para permitir la cooperación para proteger las obras de captación de la hidroeléctrica con la contratación de servicios y obras de mitigación de la erosión regresiva del río Coca.
En febrero de 2023, Celec junto a científicos del Servicio Geológico (USGS), el Cuerpo de Ingenieros (Usace) y la Oficina de Reclamación visitaron las instalaciones, visita que se repitió en enero de 2024 sumando al delegado de la Embajada de Estados Unidos en Ecuador, Eddy Santana.
El 88.32% de la energía del país proviene de grandes centrales hidroeléctricas que aprovechan las cuencas hídricas del Amazonas (Napo, Santiago y Pastaza). Los estudios señalan la poca o nula planificación actual para la producción de energía hidroeléctrica y gestión de las cuencas hídricas.
La ministra de Energía y Minas, Andrea Arrobo, en compañía de la Comisión de Fiscalización de la Asamblea Nacional recorrió las instalaciones de Coca Codo Sinclair en enero, avalando el buen estado y eficiencia de la hidroeléctrica.
Al cierre de este reportaje, la canciller, Gabriela Sommerfeld, mencionó que el Gobierno ecuatoriano evalúa entregar dos centrales a China, una de ellas Coca Codo Sinclair, a cambio de un pago anticipado. De Coca Codo depende el 30% del abastecimiento de la energía del Ecuador. En noviembre de 2023, en medio de la crisis energética debido a la sequía, alcanzó un récord de generación de 1.440 megavatios.
Leonidas Alulema, de 60 años, es el propietario de los terrenos donde se encontraba la cascada San Rafael. Esta cascada de origen volcánico comenzó su destrucción entre el 2 y el 3 de octubre de 2019 y su destrucción total se produjo el 2 de febrero de 2020. Cuando la erosión avanzó, don Leonidas perdió 14 del total de 21 hectáreas, y 2 de ellas quedaron como potreros. Desde 1989 cuenta con el certificado de no intercepción de área protegida que continuamente las autoridades ambientales o de obras intentan transgredir.
La casa de don Leonidas está rodeada por un valle rocoso donde operan máquinas de las empresas tercerizadoras contratadas por la OCP o Petroecuador para construir y actualizar las variantes por donde cruzan las tuberías que transportan crudo pesado y combustibles. La lluvia deja ver entre la bruma brotes de árboles apenas plantados a la orilla de la carretera, en un intento de frenar la erosión. Si se viaja en auto ascendiendo la montaña camino a la excascada de San Rafael, la lluvia baja en sentido contrario, como un río de lodo.
En una casa de cuatro habitaciones sin luz eléctrica y piso de madera, se guardan las maquetas iniciales de la propuesta del megaproyecto de la hidroeléctrica. Con nostalgia, don Leonidas las conserva porque considera que son de gran valor para el país, pero aún más, quiere agradar y cumplir a los espíritus del bosque.
—¿Cómo son los espíritus que cuidan este lugar?
—Tienen todas las caras. A veces son forasteros que traen mensajes.
—¿Qué le han dicho sobre la erosión del río?
—Que nadie más podrá vivir aquí.
Al mismo tiempo que se daba la erosión, la población perdía agua, bosques y la vida de sus hijos por la contaminación de derrames petroleros.
El análisis del fenómeno en estudios científicos y antropológicos ubica como detonante de esta problemática a la construcción de la hidroeléctrica más grande de Ecuador. Es cuestión de tiempo. En el principio fue la tierra, y al final también será ella quien decida cómo y cuándo renovarse.
*Este reportaje se realizó como parte de la segunda edición del InvestigaTour Ecuador, organizado por Fundamedios, con apoyo y acompañamiento de The Nature Conservancy (TNC), Convoca Perú, Ecociencia y MapBiomas Amazonía.
Gabriela Ruiz Agila @GabyRuizMx Investigadora en prensa, migración y derechos humanos. Cronista. Es conocida como Madame Ho en poesía. Premios: Primer lugar en Premio Nacional de Periodismo Eugenio Espejo [Ecuador, 2017]; segundo lugar en el Concurso Nacional de Poesía Ismael Pérez Pazmiño con Escrituras de Viaje [Ecuador, 2016]; primer lugar en Crónica del Cincuentenario organizado por la UABC con Relato de una foránea [México, 2007].
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