Entrevista con el vampir(ólogo)

30 octubre, 2021

Foto: Cortesía Jacques Surgent

“Yo tengo una visión optimista del vampiro: al no tener alma es insensible al más allá y a los conceptos de infierno y paraíso. Es libre. Y no es un monstruo ya que tiene corazón. Y es atravesando su corazón como se le mata para evitar que él inmortalice a quienes ama y a quienes, nunca más, escaparían del cielo y del infierno, justo como él»: Jacques Sirgent

Texto: Iván Cadin

Foto: Cortesía de Jacques Sirgent

PARÍS.- En Francia lo consideran el “vampirólogo” por excelencia. A él este término no le basta. Prefiere situarse como un estudioso del imaginario vampírico, un “historiador de lo simbólico de la sangre”.

De padres franceses, Jacques Sirgent nació en Canadá hace 66 años. Cursó su educación básica en una escuela católica irlandesa, muy rígida. A sus siete años las circunstancias del destino lo acomodaron en una butaca frente a una pantalla de cine, descubriendo en ese espacio a un ser inquietante que le fascinó desde el primer momento y que terminaría marcando su derrotero: el Nosferatu de 1922 de Friedrich W. Murnau.

Muchos años después, en 2003, e instalado en Francia, Sirgent optó por dejar su carrera como profesor de literatura y de inglés para dedicarse a la vocación que se le presentó en forma de película en su infancia: los vampiros.

El vampiro, ese ser que no desarrolla el rigor mortis en su apariencia como para estar muerto pero tampoco guarda un metabolismo normal como para estar vivo: el no-muerto. Cuyo halo de inmortalidad siempre levanta fascinación por todos los puntos cardinales de este planeta.

Museo vampírico

Jacques da conferencias, realiza paseos y publica libros sobre el vampiro desde que dio un giro a su vida profesional. Incluso abrió un museo en la capital francesa dedicado al personaje y seres que lo acompañan: El Museo de los Vampiros y Monstruos del Imaginario.

“En el museo encontramos libros, de ellos casi 400 antiguos; una máquina de escribir que perteneció a Bram Stoker (el escritor inglés de Drácula), un kit anti-vampiro de finales del siglo XIX, una trampa para hombre lobo, murciélagos conservados bajo vidrio, cuadros, la mandíbula de un lobo, una hoz medieval”, detalla Sirgent, quien tiene hasta el momento más de una decena de títulos publicados, entre ellos Elizabeth Bathory, la sangre de inocentes, El vampiro en Francia. De los orígenes a nuestros días, Lugares extraños y casas encantadas de París y uno de próxima salida sobre la Inquisición.

El pequeño museo, que abrió hace 15 años y ha recibido a cerca de 10 mil personas, está cerrado desde la crisis sanitaria por covid-19. Con nueva locación, abrirá en los próximos meses.

La metáfora de la sangre

Sirgent aclara la obviedad: no cree en los vampiros de manera literal. Cree en su representación histórica, en el vampiro como abstracción y metáfora de un tiempo. Por ello él prefiere que al vampiro se le vea también desde la historia y no sólo desde la narración.

–Ahora se ve al vampiro desde una cosmovisión judeocristiana pero como personaje del imaginario tiene orígenes muy variados y antiguos. ¿Qué relaciona a una diversidad de culturas en torno a una entidad con características tan similares como las que representa el vampiro?

–Es complejo pero simple: el rol y el simbolismo de la sangre. El primer texto que habla de un pacto de amistad inmortal se remonta a dos mil años, en el antiguo Egipto, donde un padre le da unas gotas de su propia sangre a la persona que acaba de curar a su hija que sufre de una enfermedad incurable. En China se han encontrado esqueletos de neandertales pintados de rojo. A sus muertos les daban esa sangre falsa para que no volvieran a tomar la sangre de los vivos.

Sirgent es enfático al señalar el poder de la metáfora de la sangre. De ella, dice, absorben todas las creencias y religiones antiguas, incluido el cristianismo: 

“La transubstanciación (en la doctrina católica, la conversión de las sustancias del pan y del vino en el cuerpo y sangre de Jesucristo) es una operación mágica prestada del vampirismo que se remonta más allá en el tiempo y de todas las religiones establecidas: la búsqueda de la inmortalidad. En el Canto II de la Odisea de Homero, Ulises sólo puede hablar con su madre, que descendió al mundo de los muertos, ofreciéndole a beber sangre de carnero.”

En el México antiguo la alegoría de la sangre también puede observarse: el corazón y su fluente vital, la chalchíuhatl (sangre), fomentan el ciclo de la vida en la mitología mexica. De la misma forma, en el imaginario de las culturas precortesianas -y aún hasta nuestros días- se escuchan historias sobre nahuales o las tlahuelpuchi, seres oscuros que a diferencia del imaginario europeo no cargan con una connotación maligna sino que cumplen un rol representativo de la dualidad de la existencia, de la naturaleza y del humano. Existe también Camazotz, el murciélago de la cultura maya que relaciona la noche y la muerte con la fertilidad y la sexualidad.

La polémica Crepúsculo

“Yo tengo una visión optimista del vampiro: al no tener alma es insensible al más allá y a los conceptos de infierno y paraíso. Es libre. Y no es un monstruo ya que tiene corazón. Y es atravesando su corazón como se le mata para evitar que él inmortalice a quienes ama y a quienes, nunca más, escaparían del cielo y del infierno, justo como él.”

Sin embargo, el interés por los vampiros que se genera en tiempos recientes no satisface del todo a Sirgent:

“Los adolescentes que leen Crepúsculo (novela light de vampiros escrita por Stephenie Meyer) y se desmayan por su historia no están más interesados ​​en el concepto de vampirismo como aquellos que adoran a Harry Potter y no tienen ningún interés por la magia (…). El vampiro es un producto como cualquier otro, dependiendo del éxito de las campañas publicitarias. La espiritualidad está regresando pero más bien del lado de la magia blanca, Wicca, llamada beneficiosa. Las brujas están regresando, no los vampiros.”

“En 2012, hice la primera traducción completa de Drácula al francés. (A las anteriores traducciones al francés) les faltaban casi tres páginas enteras, una frase aquí y allá en gaélico (lengua indoeuropea) o (era) demasiado abstracto o, a veces, incluso mal escrito.” Por eso Jacques decidió intentar hacer una versión definitiva; pero fue en esa tarea que topó con otra revelación: “Drácula es una metáfora de la Inglaterra imperialista” (la novela vio la luz en 1897, cuando toda Europa participaba en el llamado “reparto de África”).

El vampiro como opresor

“El término vampiro hoy se aplica especialmente a los depredadores económicos y financieros, a los políticos hambrientos de poder.”

Sirgent señala, por ejemplo, que la característica vampírica de no reflejarse en un espejo no existía antes de Bram Stoker, que él la introdujo en su novela y que ese juego alegórico es una representación de la Inglaterra colonial de la época. El vampiro sin reflejarse en el espejo refleja sólo a la persona concreta que sí se ve: la parte monstruosa del humano.

El vampiro es, en este caso, una personalización de cierta crítica social: el símbolo de un personaje que cree lograr cualquier cosa con su poder. La imagen del vampiro acaudalado que vive en su inmenso castillo rodeado de campesinos pobres a los que él exprime es una representación de ello.

El vampiro pop

En la actualidad el vampiro es variopinto. Es el vampiro opresor, el chupasangre, el que muerde. También es la representación de ese temor o miedo que se apodera de la gente cuando está sola en un bosque sombrío cargado de leyendas que te advierten de tener cuidado con vampiros, nahuales o tlahuelpuchis. Igualmente, es el símbolo que seduce día y noche, que calienta la sangre y se rebela ante los cánones de las buenas costumbres (el vampiro dandi, bisexual, andrógino, gay o/y poliamoroso).

O es, sencillamente, la imagen más afianzada, la que -sin pretenderlo- instauró Bram Stoker con Drácula, una obra que marca un antes y un después en la efigie del vampiro: por encima de las tradiciones del folclor local de cada país, Drácula llegó para moldear al vampiro estilo victoriano y decimonónico que tendría después su explosión popular en el siglo XX, forjando una estética vampírica que sugiere terror, melancolía, asombro y belleza a la vez.

En México el vampiro pudo salir con Chabelo y ser actuado por el cómico Pedro Weber Chatanuga pero también tener una personificación de culto con el actor Germán Robles; ser llevado a la literatura y enfrentado con nahuales gracias a libros de la autoría de Federico Navarrete o Armando Vega-Gil; ser trasladado al Centro Histórico de la Ciudad de México mediante la pluma de Carlos Fuentes o convertido en canción bajo la lírica de Adriana Díaz Enciso y Santa Sabina.

A nivel general inspiró desde La mansión del diablo de George Méliès hasta cintas que no obstante su cercanía en tiempo son ya clásicos del género de vampiros como Déjame entrar o Una chica vuelve a casa sola de noche. Libros como El vampiro, poema de Ossenfelder de 1748 (considerada la primera obra literaria formal dedicada al personaje), hasta la controversial Anne Rice y su Entrevista con el vampiro o la citada Crepúsculo, sin obviar los clásicos del XIX como Drácula o La novia de Corinto, de Goethe, y tantas obras más de la escritura gótica europea.

A Jacques Sirgent toda la creación contemporánea y artística referente a vampiros le motiva interés. Mucha de ella la colecciona y muestra en su museo, donde las fotos de Bela Lugosi o Klaus Kinski se asoman a un costado de libros diversos o de infinidad de películas sobre el personaje.

“El gótico como movimiento artístico es una invención francesa: la arquitectura gótica primero, luego el arte y la literatura góticos. El primer libro gótico es Le Diable amoureux (El Diablo enamorado) de Jacques Cazotte (fechado en 1772), escrito antes de la oleada de novelas góticas inglesas”, acota Sirgent, quien es también asiduo visitante de un museo gótico único en el mundo, el cementerio parisino del Père Lachaise.

“Père Lachaise es mi sitio de paseo y de ensueño favorito, donde doy pláticas desde hace casi quince años. Toparse ahí con un vampiro no es nada, depende de quién sea: ahí están los restos de doce autores que escribieron sobre vampiros.”

Sirgent se refiere, entre otros, a las tumbas de Balzac y Apollinaire, por citar un par. Pero ahí no queda la cosa: el famoso camposanto francés es también conocido por sus tumbas con referencias al mito vampírico, que abundan. Tumbas con murciélagos protegiendo puertas, con lobos labrados (animales asociados al personaje), tumbas con la lápida entrecorrida que nutren las historias más diversas sin dejar de mencionar los innumerables sepulcros, mausoleos y monumentos de estilo gótico que, entre gatos y cuervos vivos que las merodean, tapizan el lugar.

Para concluir, sé que no cree literalmente en los vampiros, pero si en una noche, completamente a solas por la calle, se le aparece uno, ¿qué le diría?

— Si me cruzara con uno… le agradecería.

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