Cientos de personas se arremolinan para ver el puente de la Línea 12 caído; muchos, molestos porque no tienen cómo llegar a su trabajo o por el mayor tiempo que les significará; para otros, la molestia es agravio por un familiar o por un conocido herido o fallecido; para unos más, el olvido es abandono
Texto: Arturo Contreras Camero
Fotos: Arturo Contreras, Gobierno CDMX, Daniel Lobato y María Ruiz
CIUDAD DE MÉXICO.- Sobre la avenida Tláhuac, la gente, estupefacta, mira cómo pasa un vagón del Metro. No cruza el paso elevado que siempre surca a toda velocidad; ahora pasa por debajo, maltrecho y roto, sobre una grúa jalada por un tráiler. La escena parece más el cortejo fúnebre de una celebridad, o de alguien muy querido por el pueblo. De entre la gente que observa sin poder exhalar una expresión, Alberto Martínez decide romper el silencio, y con la voz entrecortada, reconoce:
“Adiós, vagón, si alguna vez viajé en ti, gracias por tu servicio –solo, Alberto empieza a aplaudir y continúa en su soliloquio: un aplauso por respeto para todas las personas que murieron ahí”. Frente a él y a cientos de personas que miran los trabajos de remoción de escombros por el derrumbe del puente elevado y el desplome de los vagones del Metro continúan. A veces, parece un funeral improvisado.
“Nos prometieron un Metro hasta con wifi en aquel tiempo. En el 2012 así lo vendieron, que iba a ser el mejor de México y que iba traer un progreso para este lado de la ciudad, porque siempre a Tláhuac nos echan la ‘calabaza’ de toda la urbe”, comparte Alberto momentos antes de que el vagón desfile frente a él.
“Yo soy de aquí y viví todo el proceso, desde que empezaron a rascar y a pintar con plumones los topógrafos y hasta que lo inauguraron en el parque de los Venados, que estuvo (Carlos) Slim y que hicieron una pachanga a mediodía”, recuerda. Después el tono de su voz pasa de una tristeza suave a un enojo seco. “Estamos muy enojados, muy muy enojados. Nos dejan sin trabajar, como si nos quitaran la esperanza de ese desarrollo que prometieron”.
Momentos antes, desde el edificio del Gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, la jefa de Gobierno informaba los saldos del incidente: hasta ese momento, 24 personas habían fallecido (ya son 25), 79 fueron trasladadas a hospitales, de las cuales 27 siguen en tratamiento.
Después, la secretaria de Protección Civil de la Ciudad de México Myriam Urzúa repetía lo que ya toda la ciudad conocía: a las 10:22 de la noche del día lunes 3 de mayo colapsó la estructura consistente en trabes metálicas y elementos prefabricados en uno de los tramos del Viaducto Elevado de la Línea 12 del Metro, entre las estaciones Olivos y San Lorenzo Tezonco, al momento del paso del tren en dirección a Tláhuac.
Sheinbaum informó que habrá un peritaje realizado por una empresa externa, DNV de Noruega, de la mano de la Fiscalía General de Justicia, para determinar cuáles fueron las causas del siniestro y responder por qué los 120 millones de pesos anuales de mantenimiento, 327 mil pesos cada día, no sirvieron para evitar el colapso de la estructura.
Mientras que los vagones destrozados del Metro fueron llevados a los talleres del propio sistema de transporte colectivo para que la Fiscalía General de Justicia les haga el peritaje correspondiente, un grupo de Ingenieros Civiles de México e ingenieros estructuristas del Instituto de Seguridad de las Construcciones participarán en la revisión de todo el paso elevado por el que circula el Metro.
En el lugar del incidente, cerca del mediodía, el subsecretario de movilidad Rodrigo Díaz González observa atónito la estructura que pende del puente y los vagones desechos que son removidos sobre de ella; también parece coordinar los esfuerzos para suplir el Metro con más de 690 camiones y autobuses de todo tipo.
–Subsecretario, ¿tiene algún comentario al respecto?– se le pregunta. Como sin saber qué responder, se dice sin palabras. Nada bastaría para expresar la tragedia que contempla. De pronto, una de las personas que por ahí pasan le reclama: “¡Antes del Metro había tres rutas de camiones, ahora no nos queda nada!”. El subsecretario intenta razonar con el transeúnte molesto, pero sus palabras solo lo alteran más, como si todos los vecinos de Tláhuac reprocharan al gobierno por la tragedia.
Adrián Cisneros vive a unas cuadras de la estación Los Olivos, en la colonia del mismo nombre. Él, como muchos, solía usar el Metro con regularidad. Ahora no sabe si quiere volver a subirse, pero sabe que, eventualmente, por la necesidad, lo va a volver a hacer. Según él, el operador de los vagones siniestrados tuvo una actuación casi heroica.
“Cuando cimbró, vi que pasó echo la raya, y eso no es normal. Normalmente como va a llegar a la estación viene desacelerando, pero esta vez no. Yo creo que (el conductor) sintió el golpe y aceleró para sacar los vagones del hundimiento, por eso yo creo que sí salvó bastantes vidas, porque si no hubiera estado peor”.
Según cuenta, cuando se derrumbó el viaducto, en toda la colonia se sintió como si hubiera temblado, como si hubiera pasado un terremoto. Adrián, como cientos de vecinos y miles de usuarios de la Línea Dorada, ya había advertido fallas en el trayecto, como vibraciones y chirridos, pero nunca imaginó que pudiera llegar una catástrofe de estas proporciones.
Afuera de la Agencia 6 del Ministerio Público de Iztapalapa hay una carpa y bajo ella se escuchan lamentos. En las sillas, a la sombra improvisada, familias completas esperan con los ojos llorosos alguna noticia sobre el paradero de un familiar suyo. Algunos, los que parecen más calmados, ya tuvieron información y encontraron los restos de alguien de su familia. Otros, aún inquietos, no quieren hablar con los medios. Caminan como si los nervios y las lágrimas los fueran a derrumbar; aún no saben nada de sus familiares más que posiblemente hayan estado en alguno de esos vagones.
José Luis Sánchez es una de las personas que lucen un poco más tranquilas. A pesar de la situación, accede a contar la odisea en la que se vio envuelto desde la noche del día anterior. Él y su hermano buscaban a su cuñada Liliana López.
“Mi hermano está adentro, era su esposa, está haciendo todo el proceso, nos dicen que aquí está su cuerpo. Desde anoche que nos enteramos del accidente nos preocupamos, pues ese es el camino que toma mi cuñada para llegar a su oficina, empezamos a hacer conjeturas, una cosa llevó a otra y cuando vimos que no contestaba su teléfono, fue cuando nos empezó a preocupar más”.
“Desde anoche empezamos el peregrinar por todos los hospitales de la ciudad. Nos habían dicho dónde podía estar. Pasamos por Xoco, Balbuena, La Villa, El Belisario Domínguez, hasta fuimos al Semefo (el Servicio Médico Forense). A todos los hospitales donde nos dijeron que podía haber gente, ahí fuimos. Mi hermano pudo conseguir un vuelo de Monterrey para acá y ya llegó en la madrugada, porque estaba allá trabajando. Él fue el que en la mañana empezó a buscar en otros lados y escuchó que aquí era la última opción. En el hospital territorial de Tláhuac le dijeron que si ya no quería buscar entre las personas con vida, viniera para acá”.
Para José Luis, como para Armando, el derrumbe del Metro simboliza el desdén de las autoridades por las zonas más alejadas de la ciudad.
“Pagamos los que no teníamos que pagar por un error de alguien que se le hizo fácil no poner atención en algo que estaba fallando de hace mucho, había reportes y no lo atendieron. Estas son las únicas consecuencias, nosotros no somos los únicos que están sufriendo acá por un papá, una mamá, un hermano o un hijo y eso, yo creo que no se paga con nada”.
La tarde de este martes, la bandera fue izada a media asta. Así permanecerá por tres días para honrar a las víctimas, según lo determinó el gobierno federal. Ya por la mañana, Claudia Sheinbaum había informado que así sería tanto en el Zócalo capitalino y en el Palacio del Ayuntamiento.
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