2 septiembre, 2023
A los erizos rojos marinos se les encuentra en los bosques de macroalgas, de las cuales se alimentan. En la última década, estos ecosistemas han disminuido en forma dramática. En Baja California, científicos y pescadores unen conocimientos para tener métodos que permitan una pesquería sustentable del erizo rojo y, además, evitar que se pierdan los bosques marinos
Texto: Thelma Góomez Durán / Mongabay Latam
Fotos: Mongabay
BAJA CALIFORNIA.- Miguel Ángel Bracamontes rondaba los veinte años cuando comenzó a sumergirse en el océano. Su padre le enseñó a realizar el buceo con hookah, a bajar hasta 25 o 30 metros de profundidad con tan solo unas pesas amarradas a la cintura y una boquilla conectada a una manguera que recibe el aire de un compresor. Esta riesgosa y rudimentaria técnica es la misma que, hasta hoy, emplean los pescadores para encontrar al erizo rojo en las aguas que se encuentran frente a la Península de Baja California. Antes, cuentan, no invertían mucho tiempo en hallar erizos adecuados para la pesca. Treinta años después, la historia es otra.
Bracamontes forma parte de la Sociedad cooperativa de producción pesquera Ensenada S.C.L. Cuando era niño, recuerda, “todo mundo sacaba especies hasta que se cansaba”. Él creció y lo mismo sucedió con el número de lanchas que salían a pescar, “era un mar de todos y responsabilidad de nadie”. La sobrepesca cobró su factura. Las poblaciones de erizo rojo comenzaron a disminuir. Para detener esa caída, a finales de los años ochenta el gobierno mexicano comenzó a reglamentar las pesquerías, se establecieron tallas mínimas de captura y una temporada de veda que va de marzo a junio.
Eso funcionó un tiempo, hasta que los cambios en el clima empezaron a ser más notorios y a causar estragos. Bracamontes ubica que eso sucedió a finales de los años noventa. Su afirmación coincide con los datos científicos: los registros de la Organización Meteorológica Mundial ubican que en 1997-1998 se presentó un “intenso episodio” de El Niño, un fenómeno climatológico que implica un aumento en la temperatura del océano y que trae como consecuencia una serie de cambios en los ecosistemas marinos.
En Baja California, los pescadores miraron cómo a partir de esos años los erizos rojos se pusieron “flacos”, así es cómo los buzos llaman a los erizos que no tienen las características adecuadas para su comercialización.
El que estos herbívoros marinos estén “flacos” no es un asunto intrascendente, mucho menos para varias comunidades costeras que tienen en la pesquería de esta especie una de sus principales actividades económicas. En Baja California, al menos 2 mil personas —entre buzos y mujeres que trabajan en las plantas procesadoras— dependen de la pesca de erizo rojo, de acuerdo con datos difundidos por investigadores como Julio Palleiro, quien trabajó en el Instituto Nacional de Pesca (INAPESCA) y desde hace años ha estudiado a los erizos marinos.
Para entender por qué los erizos rojos están “flacos” hay que conocer un poco sobre esta especie y su hábitat, los bosques de macroalgas o kelp, un ecosistema que ya resiente los cambios del clima y que es protagonista de varias investigaciones científicas.
En el mundo son casi mil las especies de erizos marinos; de todos ellos, solo alrededor de 20 se pescan y comercializan. El erizo rojo (Mesocentrotus franciscanus, antes llamado Strongylocentrotus franciscanus), que se encuentra en el Pacífico mexicano es uno de los más grandes, puede medir más de los 80 milímetros de diámetro, sin contar las espinas. En las aguas del norte de México también se puede encontrar al erizo morado (Strongylocentrotus purpuratus) que alcanza más de 45 milímetros de diámetro.
Los erizos son organismos evolutivos sencillos, explica el doctor Luis Malpica Cruz, del Instituto de Investigaciones Oceanológicas de la Universidad Autónoma de Baja California. “No necesitan tantas cosas para vivir; su sistema nervioso es muy simple. Y su función es sólo reproducirse”.
Estos herbívoros se alimentan de las algas que encuentran en los bosques marinos y tienen una característica que los hace singulares. Cuando no encuentran qué comer, usan los nutrientes que almacenan en sus cinco gónadas, sus órganos sexuales. “No se mueren, se van consumiendo a sí mismos”, explica el doctor José Alberto Zepeda, profesor de la Facultad de Ciencias Marinas de la Universidad Autónoma de Baja California. Es en esta etapa cuando los pescadores dicen que los erizos “están flacos”.
Cuando Bracamontes comenzó a bucear para atrapar erizos rojos, esta pesquería ya tenía al menos dos décadas de realizarse en California, al sur de Estados Unidos, y en la Península de Baja California.
La historia que ha pasado de abuelos a nietos cuenta que en los años setenta un grupo de japoneses llegó a Ensenada buscando erizos rojos. Los pescadores mexicanos no tenían idea de que las gónadas de este herbívoro se podía comer y que, incluso, era muy apreciadas en tierras asiáticas. Así que comenzaron a pescar a esta especie.
“En 1972 se da el primer registro de captura”, comentó el doctor Julio Palleiro durante su participación en un capítulo dedicado a la pesquería del erizo rojo, transmitido en octubre de 2021, por la iniciativa Mares Mexicanos.
Durante décadas, el erizo rojo fue el único que se pescó en Baja California, ya que sus gónadas son más grandes que las del erizo morado y más apreciadas en el mercado. Cada gónada de erizo rojo puede llegar a medir hasta 10 centímetros.
En la actualidad casi toda la pesca del erizo rojo está destinada al mercado de exportación de Estados Unidos y Asia. En Japón, país que está entre los principales consumidores, un kilo de gónada de erizo rojo puede llegar a costar hasta 100 dólares.
Por los ingresos que representa para los pescadores y porque es una importante fuente de trabajo para mujeres —ellas son las que realizan la extracción manual de las gónadas—, la del erizo rojo es una de las pesquerías artesanales más importantes en Baja California, comenta el doctor Zepeda.
En la actualidad, uno de los principales problemas que tiene esta pesquería es que cada vez son más los erizos rojos “flacos”. Eso se debe, entre otras cosas, a que se están quedando sin alimento suficiente, pero también a que estas especies ya resienten los efectos del aumento de la temperatura en el océano.
En la tesis “Evaluación de las acciones de trasplante de erizo rojo como estrategia de manejo de la pesquería en El Rosario, Baja California”, que realizó Alanh Hernández Castillo, para obtener el grado de maestro en ciencias en oceanografía costera, se señala que el aumento de un grado en la temperatura del mar “produce una disminución del 0.14 % en el tamaño de las gónadas” de los erizos.
Que cada vez haya más erizos rojos “flacos” no solo es un problema para las comunidades pesqueras. También es una alerta sobre lo que está pasando en el océano, en especial en ecosistemas como los bosques de macroalgas, lugares que son zonas de refugio y crianza para diversos peces e invertebrados.
Cuando Bracamontes comenzó a bucear para buscar erizos rojos, a principios de los años noventa, también conoció los exuberantes bosques de macroalgas, ecosistemas que albergan a especies como la nutria marina (Enhydra lutris), distintas especies de abulón (Haliotis spp.), el pepino de mar (Isostichopus fuscus), langostas (Panulirus interruptus), un pez conocido como la “vieja” (Semicossyphus pulcher), estrellas de mar (Pycnopodia heliantoide) o los erizos.
En México, las aguas del Pacífico norte que están frente a las costas de Baja California son el único lugar donde es posible encontrar esos bosques marinos que se forman, sobre todo, por la Macrocystis pyrifera, una alga de tonalidades pardas que alcanzar alturas de hasta 30 metros.
El asombro que Bracamontes experimentó cuando conoció esos bosques de macroalgas lo han sentido todos aquellos que, por primera vez, bucean en esos lugares. Lo crítico es que la grandeza de esos sitios se está perdiendo. En la última década, se estima, estos bosques marinos ha disminuido su presencia hasta en un 60 %. Los cambios de temperatura del océano es una de las causas de este declive.
En 2016, por ejemplo, se registraron dos condiciones climáticas que provocaron modificaciones notorias en estos bosques de algas, explica Malpica. Ese año se presentó un intenso fenómeno de El Niño y, casi al mismo tiempo, otro evento climático conocido como “La Mancha”: corrientes de aguas que provienen del norte y que también presentan temperaturas más arriba de lo normal. Esto provocó “ondas de calor” en esa zona del Pacífico.
Científicos y pescadores notaron que esas ondas de calor disminuyeron la abundancia de las Macrocystis que dan forman a los bosques marinos. “La Macrocystis es un alga de aguas templadas; con el incremento en la temperatura del mar, sus poblaciones tienden a reducirse”, explica Zepeda.
Si bien el aumento en la temperatura del agua es un factor que propicia el declive en los bosque marinos, no se puede asegurar que esa sea la única causa. “El sistema oceánico —apunta Malpica— es muy complejo y hay varios factores que intervienen, pero lo que sí estamos viendo es que hay cambios”.
Los científicos también han notado que la disminución de las macroalgas provoca un efecto dominó. Al existir menos alimento, los erizos dejan su estado sedentario, comienzan a moverse y a comer todas las algas que encuentran a su paso. “Un bosque marino saludable tiene erizos. Ellos viven en cuevas y hasta ahí les llegan las láminas de las algas, pero si se les acaba el alimento, salen a buscarlo, como cualquier otro animal”, explica María Teresa Tavera Ortiz, ingeniera ambiental con maestría en oceanografía costera.
El problema comienza justo cuando los erizos salen de sus cuevas —señala la investigadora—, ya que cambian su comportamiento alimenticio de pasivo a activo “y pueden arrasar con las algas que se encuentran a su paso”.
Si bien las dos especies de erizos —rojos y morados— son herbívoros voraces, los morados son los que se distinguen por tener un efecto más invasivo, ya que atacan a las algas desde sus rizoma y parece que son más resistentes al estrés. Además, no tienen muchos depredadores, y, como durante casi dos décadas no se les pescó —sus gónadas no tienen mucha demanda en el mercado—, ocuparon espacios que antes tenían los erizos rojos.
“El erizo morado antes solo se encontraba en zona de entre mareas, pero fue ocupando el espacio que dejó el erizo rojo por la explotación pesquera. Hace 30 años no veías a un erizo morado a 20 metros de profundidad y ahora es común verlo”, señaló Julio Palleiro durante su participación en Mares Mexicanos.
Así que esos lugares que antes eran bosques de macroalgas comienzan a llenarse de erizos, a tal grado que los científicos los llaman “desiertos de erizos”.
El efecto dominó sigue: al ya no tener alimento disponible, los erizos se quedan “flacos” y, por lo tanto, hay una caída en la pesquería de esta especie.
Los científicos siguen estudiando si las ondas de calor son las que principales causas de que los bosques de macroalgas estén disminuyendo o si es una combinación entre el aumento de la temperatura y el apetito desaforado de los erizos.
De lo que no hay duda es que este es un problema creciente. Malpica menciona que en los últimos años, los “desiertos de erizos” han aumentado a lo largo de toda la costa de los Estados Unidos hasta la Península de Baja California, en México.
Cuando María Teresa Tavera Ortiz buceó en uno de los bosques de macroalgas de Baja California descubrió “un sitio lleno de magnificencia”. Un año después, regresó a esa zona y lo que encontró fue “un lugar plagado de erizos”. La impresión que le causó mirar la transformación abrupta de un ecosistema, la llevó a investigar cuál es el papel biológico que juegan los erizos en los bosques marinos. En ese entonces, aún no tenía idea de la importancia que tienen los erizos rojos para las pesquerías locales de Baja California.
Tiempo después, Tavera conoció al pescador Miguel Bracamontes y a otros miembros de la Sociedad Cooperativa de Producción Pesquera Ensenada S.C.L. Ellos llevaban varios años haciendo un experimento que, al parecer, les funcionaba. Los pescadores de esa cooperativa estaban “engordando” a los erizos “flacos”.
El experimento surgió de la necesidad. Cuando fue aún más evidente que los erizos rojos estaban muy “flacos” y no había suficientes para sostener a los 300 pescadores de la cooperativa, el problema comenzó a ser un tema de conversación recurrente entre los buzos. Bracamontes recuerda que uno de sus compañeros comentó: “¿Y qué tal si movemos los erizos para que engorden?”. La propuesta tuvo eco. Los pescadores hicieron las primeras pruebas y empezaron a mover erizos rojos a lugares en donde había bosques de macroalgas. “Nos dimos cuenta que sobrevivían y engordaban”, recuerda Bracamontes sin ocultar su entusiasmo.
En 2016, los pescadores se acercaron a las autoridades de pesca para solicitar, de manera formal, el permiso para realizar las “translocación”, como hoy se le conoce a esta técnica. La autorización se les entregó sin que existiera un estudio científico que avalara la efectividad de la estrategia.
Al realizar el movimiento de los erizos rojos de un lugar a otro, los pescadores no seguían una metodología científica, aunque sí hicieron varias pruebas. Después de un tiempo, conocieron cuál era el mejor momento para hacer la “translocación” y determinar la cantidad de erizos que podían mover y engordar sin causar daños a los ejemplares ni al nuevo sitio. Lo que ellos hicieron, explica Tavera, fue desarrollar un “conocimiento ecológico local”.
Ese es el conocimiento que ahora Tavera rescata y documenta en una investigación científica, como parte de sus estudios de doctorado en oceanografía costera en la Universidad Autónoma de Baja California, en donde tiene como directores a los doctores Zepeda y Malpica. “Lo que busco —explica Tavera— es rescatar este conocimiento supervalioso de los pescadores… La ciencia, por sí sola, no resuelve los problemas ambientales. Si no hay un enlace con la comunidad, no sirve de mucho”.
Tavera comenzó su investigación en 2022, desde entonces ha realizado entrevistas, encuestas, charlas informales, “observación participante”, entre otras actividades, para documentar cómo los pescadores han implementando el proceso de “translocación” de erizos.
Tavera también realiza monitoreo submarino, para recopilar datos sobre las densidades de algas, de invertebrados y de peces, además de registrar las características del sustrato, con la finalidad de detectar cambios asociados con la “translocación” de los erizos.
En 2022, el proyecto de investigación de Tavera fue seleccionado para recibir una beca del programa Ocean Stewardship Fund del Marine Stewardship Council (MSC), organización mundial que desde 1997 desarrolló un estándar de certificación pesquera.
Francisco Javier Vergara Solana, gerente de pesquerías para México de MSC, explica que el proyecto fue seleccionado porque busca contribuir a tener una pesquería sustentable del erizo rojo. “La investigación —dice— ayudará a probar si el método que realizan los pescadores, que lo implementan muy intuitivamente, realmente es efectivo y puede ayudar a mantener la pesquería y a la conservación de los bosques marinos”.
La investigación, señala Tavera, busca ampliar el entendimiento sobre los procesos, motivaciones y percepciones en torno a una medida de adaptación al cambio climático implementada por los propios pescadores. “Esto permitiría desarrollar estrategias de gestión más efectivas que promuevan el beneficio social, la conservación del medio ambiente y la salud de los pescadores”.
Y es que cuando se realiza la “translocación”, el buceo puede durar 25 minutos, pescando a una profundidad de 15 metros. “Hay una diferencia enorme. Incluso, ellos también observan que esa diferencia se refleja en su salud”, comenta la investigadora, pues conforme aumenta el tiempo y la profundidad se incrementan los riesgos del buceo.
Cuando Tavera difundió en sus redes sociales que ganó la beca para realizar su investigación, la hija de un pescador le mandó un mensaje para agradecerle que trabajara en ese proyecto científico, porque toda su familia —como muchas en Baja California— dependía de la pesquería del erizo rojo.
Ese mensaje fortaleció la idea de Tavera sobre la importancia de que científicos, sociedad y pescadores “nos acompañemos y busquemos implementar de la mejor manera las estrategias de conservación”.
Para el doctor Zepeda, la investigación de Tavera además de tener como centro a la pesquería y el ambiente, tiene un enfoque social: “No sólo busca conservar una especie y ecosistema, también tiene como objetivo mejorar la calidad de vida de los pescadores”.
Al igual que la ingeniera ambiental, en Baja California son varios los investigadores que tratan de comprender cómo es que los cambios del clima, y otros efectos antropogénicos, están afectando los ecosistemas costeros, entre ellos los bosques de macroalgas, las costas rocosas y los estuarios.
Para unir esfuerzos y saberes en torno a este tema, en 2015, un grupo profesores, investigadores y estudiantes de la Universidad Autónoma de Baja California crearon la iniciativa MexCal.
Entre los proyectos que desarrollan está el “reforestar” los bosques de macroalgas. El doctor Luis Malpica explica que hay esperanzas de conservar a estos ecosistemas, porque son sistemas “muy resilientes”. Como muestra de ello cuenta lo que sucedió en 1998. Ese año se registró un fenómeno de El Niño muy intenso que provocó la pérdida de muchos bosques marinos en la región. Con el tiempo, estos ecosistemas se recuperaron. También se ha visto que en aquellos lugares en donde se retira la sobrepoblación de erizos es posible tener, de nuevo, presencia de macroalgas.
Hoy existen proyectos de investigación que buscan desde tener viveros de algas, hasta reproducir en laboratorio para después “plantarlas” en el océano. “Aún se están probando tecnologías para ver cuál puede ser la más eficiente”, comenta Malpica.
El doctor Zepeda resalta el porqué estas investigaciones son vitales para lugares como la Península de Baja California, un territorio en donde la pesca es una de las principales actividades económicas: “Si recuperamos las algas, recuperaremos especies como el abulón y el erizo, además de muchas otras funciones ecosistémicas que nos permitirán tener pesquerías más sanas y comunidades pesqueras con mayor calidad de vida”.
Bracamontes confía en que si pescadores y científicos unen fuerzas podrán encontrar soluciones para esos desafíos que ahora, ante los cambios en el clima, están haciendo más difícil la pesca. “Lo que queremos, dice, es seguir haciendo esto que sabemos: pescar y bucear”.
Este trabajo fue publicado inicialmente en MONGABAY LATAM. Aquí puedes consultar la publicación original.
Periodista de investigación especializada en temas sociales, ambientales y científicos.
Egresada de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, en 2008 obtuvo menciones honoríficas en el Premio de Reportaje sobre Biodiversidad 2008, por sus reportajes “Todos verdes ¡ya!” y “Volar lejos de la extinción”. Editora en México de Mongabay Latam.
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