Los edificios históricos del centro de Torreón conservan los balazos de sus dos épocas más duras: la Revolución Mexicana y la “guerra contra el narcotráfico”. Las paredes perforadas se convierten casi en el único recuerdo de que esta ciudad estuvo sometida en un conflicto armado. Otra de sus huellas –menos tangible- son sus desaparecidos
Texto: José Ignacio De Alba
Fotos: Duilio Rodríguez
TORREÓN, COAHUILA.- A 5 minutos del centro de la ciudad, encontramos gente con armas automáticas que no se ocultan. Los armados caminan tranquilos, a plena luz del día, como si la impunidad los convenciera de su poder.
Torreón dejó de ser una ciudad con una guerra abierta para adoptar una permanente tensión: en las calles hay gente armada, actividades ilícitas pero se mantienen en una aparente calma. La «paz narca», le dicen aquí.
La maestra de preparatoria Mayté Méndez relata que tocar con sus alumnos el tema de la violencia que asolaba la ciudad hace menos de un lustro es difícil. “Pareciera que todos tienen un familiar que fue asesinado o desaparecido en los tiempos de la violencia”. También cuenta que los maestros no están capacitados para tratar con sus alumnos.
Un habitante de la ciudad que pide no publicar su nombre dice que la población fue sometida a grandes niveles de estrés y que la paranoia agravó el ambiente en el que vivía Torreón. Para ilustrar lo que dice, cuenta esta historia, sucedida durante los años más duros de la guerra:
En el centro de Torreón los vecinos empezaron a perturbarse por un olor que salía de un local aparentemente abandonado; el olor a carne podrida, olor a muerto, alcanzó a varias casas aledañas y provocó que la gente llamara a la policía. Nadie respondía llamados dentro del local. Los uniformados forzaron la entrada a golpes y cuando comenzaron a escuchar golpes secos cerca de sus casas, otros habitantes imaginaron (aterrados) que eran balazos. Varios llamaron a los servicios de emergencia para denunciar una balacera cerca de sus casas. Con el circular rápido de patrullas con sirenas y torretas encendidas, la gente entró en pánico. Más policías armados llegaron en despliegue. La confusión hundió a varias personas en pequeñas crisis dentro de sus hogares. Se enconcharon ante aquel escenario. Después de derrumbar la cortina metálica, los agentes de seguridad descubrieron que lo que causaba ese olor era un gato muerto.
“El sueño de la razón construye a un monstruo”, resume el ciudadano que platica la anécdota.
El poderío de los grupos armados se consolidó en 2007, con la llamada “guerra contra las drogas”. Es paradójico que fuera en el centenario de la fundación de la ciudad cuando comenzaron los enfrentamientos.
El aumento de homicidios catapultó a la zona de La Laguna como una de las más violentas del país. Los muertos empezaron a aparecer descuartizados, colgados de puentes o amontonados con otros cadáveres. Todo aquello recordaba a los días de lo que se conoce como Revolución Mexicana. Sin aviso previo, la ciudad quedó consumida por una hecatombe que duró varios años.
Si en 2007 hubo 33 asesinados en Torreón, para 2012 la ciudad de la Comarca Lagunera ya tenía 761 homicidios. En pleno centro de la ciudad, el Palacio Municipal fue escenario de varios enfrentamientos entre Los Zetas y la Policía Federal. Las marcas de las balas aún se conservan en la fachada de los edificios aledaños.
Nadie estaba preparado. El conflicto fue protagonizado por Los Zetas –el más sanguinario de los cárteles- y el Cártel de Sinaloa. El lugar quedó dividido, en el poniente estaba el grupo sinaloense y al oriente la organización tamaulipeca.
La importancia de controlar Torreón radica en que es el paso de distribución hacia el noroeste del país. Desde aquí se accede a Monterrey y Chihuahua.
En 2012, después de cinco años de terror, los Zetas fueron replegados de la zona. El control quedó en manos del Cártel de Sinaloa, de acuerdo con los distintos expertosdel tema. Pero las huellas del horror que esparcieron aún permanecen.
Silvia Ortiz es un ejemplo de ello. La mujer busca entre miles de restos humanos a su hija, Sthephanie Sánchez Viesca, quien desapareció cuando tenía 16 años.
Ortiz se ha convertido en un símbolo de la soledad de las familias víctimas de la violencia.
La historia de su tragedia se remonta a los años previos de la guerra; en 2004 su hija salió de su casa rumbo a un torneo deportivo. Pero la muchacha nunca volvió. Su madre piensa que Fany fue raptada por un Zeta para tenerla como pareja; 15 años después ninguna autoridad le ha dado pistas sobre el asunto.
Ortiz y su esposo, Óscar Sánchez, se dedican a recopilar información sobre los campos de exterminio de los Zetas para ir en busca de alguna pista que les indique dónde pueda estar su hija. La pareja lleva años aprendiendo técnicas periciales para saber cómo identificar huesos y restos humanos, cosas que ayuden a reconstruir la identidad de una persona.
Desde hace un par de años, Silvia busca en un predio desértico llamado Patrocinio, en el municipio de San Pedro de las Colonias (a 80 kilómetros de Torreón). Ahí buscan pequeños pedazos de huesos, la razón de que los restos sean tan pequeños –llegan a ser del tamaño de un grano de arroz- es que los Zetas se dedicaron durante años a meter en tambos de 200 litros a sus víctimas, para incinerarlas con diésel.
El sistema para destruir cuerpos es digno de los peores relatos de guerra. Tan sólo en Patrocinio, el grupo criminal utilizó 90 tambos de forma simultánea, durante varios años. Los pequeños huesos humanos fueron esparcidos en un predio de 67 hectáreas. Ahora, la pareja dedica días y horas a buscar, bajo el sol desértico, alguna señal que les ayude a encontrar a su hija.
El trabajo que realizan Silvia y Óscar lo hacen con Grupo Vida, que formaron con otros familiares de desaparecidos. Las autoridades sólo han logrado sacar 30 perfiles genéticos de más de 100 mil fragmentos que han encontrado en sus búsquedas.
Pero aún con identidad, los restos no son reclamados por nadie. El temor a denunciar una desaparición es uno de los problemas más serios para lograr calcular la cantidad de desaparecidos que hay en la región, asegura Silvia.
Uno de los logros de Grupo Vida fue obligar al gobierno del estado a levantar un monumento a los desaparecidos.
En el parque Alameda, cerca del centro de Torreón, tres estructuras metálicas contienen inscritos los nombres de más de 200 personas. Aunque la propia Silvia reconoce que son muy pocos, si se compara con la cifra de personas no localizadas en el estado.
La mujer relata que muchos familiares acuden al memorial cuando su desaparecido cumple años.
El memorial, dice, “es un recordatorio a las autoridades de que no hicieron su trabajo, que la gente sepa lo que pasó en Coahuila y que las familias tengan algún sitio para ir a visitar a sus familiares desaparecidos”.
El sitio, junto a la tranquilidad de un estanque de agua, sirve también para los días de espera. En una parte de los monumentos hay tres piedras traídas de Patrocinio: “los únicos testigos de lo que pasó en ese horrible lugar”.
Silvia insiste “en Torreón urge construir espacios para la memoria”.
Ella acusa a las autoridades de Coahuila de encubrir las verdaderas cifras sobre desaparecidos.
«La Fiscalía informó que había 5 mil desaparecidos pero que ya fueron localizados 3 mil, la mayoría en vida. Pero no da cifras de cómo ni en dónde y se le solicita conocer quiénes y dice no por los derechos (humanos) de las personas. Ha sido una pugna por saber la verdad», dice.
En esta ciudad, la violencia se redujo cuando tomó el control un solo grupo criminal (Sinaloa), pero se concentra sobre todo en ciertas zonas periféricas, donde siguen habiendo asesinatos.
Un activista cuenta de forma anónima que uno de los rescoldos de los grupos delictivos es el Centro Federal de Readaptación Social (Cefereso) de Gómez Palacio, una ciudad que está en el vecino estado de Durango y que colinda con Torreón. La prisión se utilizaba también como casa de seguridad y hay quien asegura que ahí dentro podrían estar los cuerpos de personas desaparecidas.
Pero no es el único problema latente para los habitantes de la ciudad.
El Grupo de Armas y Tácticas Especiales (Gates), dependiente de la Secretaría de Seguridad Pública del Estado, encabeza la lista de dependencias con más recomendaciones por parte de la comisión de derechos humanos local.
Los Gates circulan encapuchados y con armas largas por la ciudad. Son tan temibles “como los Zetas”, explica un poblador del lugar.
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