Históricamente reconocida como una región expulsora de migrantes, comunidades de la Mixteca de Oaxaca padecen un proceso de abandono en el que sus habitantes poco a poco se van de sus lugares de origen y dejan de volver hasta que un día no lo hacen más. Así se van formando pueblos fantasma en este desierto oaxaqueño
Texto y fotos: Antonio Mundaca
Ilustración : Brunof
SAN ANDRÉS MONTAÑA, OAXACA. — Entre los cimientos de un torreón de ladrillo rojo, casi de noche, Emiliano Jesús Vázquez Vera hace un té de la planta “dedito de dios”, para los ojos empañados y turbios de los que llegamos atravesando la sierra tras ocho horas de viaje. Casi no habla español y si su vida pudiera explicarse en líneas de tiempo, sería la de un hombre ñúu savi que emigró de joven al norte del país a ganarse la vida y fue discriminado por ser indígena. Regresó entonces a su comunidad definitivamente a sembrar frijol y calabaza, y es respetado ahora como un anciano sabio por sus conocimientos sobre la tierra. Y después, si la virgen de la Concepción Limpia, se lo permite, quiere morir decentemente y ser enterrado junto a los restos de su padre Francisco.
Una línea de tiempo desprovista de datos oficiales, que sería quizá la historia de un viejo que sabe que no es fácil irse de casa, quedarse en sitios ajenos, más sin saber hablar español, sin saber leer o escribir. Y dejar atrás una vida como jinete de jaripeo en las fiestas comunales. Empezar de cero como él lo hizo, como lo han hecho por generaciones los habitantes de San Andrés Montaña, una comunidad religiosa y aislada que pertenece al pueblo Ñuu Savi, casi en el límite de Oaxaca con Guerrero, que se ha vaciado de jóvenes.
Don Emiliano Jesús es un sanador que ha tenido todos los cargos comunitarios en el Sistema Normativo Indígena que rige a su agencia municipal. Durante el día lo visitan personas del pueblo para que les de remedios contra la fiebre. Saca de entre sus paredes, quincallas con aceites que huelen a quelites y limón, se hinca a orar sobre la tierra y masajea los brazos, y les receta savias de hojas de zapote blanco.
Vive solo, iluminado y silencioso entre cerros de 2 mil metros de altura. Tiene 76 años. Se casó a los 18 con María Plácida Candelaria Aguilar, una mujer menudita que tenía 13 cuando tuvo al primero de sus 11 hijos: dos fallecieron casi niños por la pobreza, y los otros nueve viven repartidos entre Nuevo León y Jalisco, pero la mayoría decidió migrar a Chihuahua, específicamente a Ciudad Juárez, hace más de 30 años. En el norte viven y crecieron la mayoría de sus nietos. Mariela y Fabiola son las nietas que más extraña. Doña María Plácida debió irse con sus hijos a la frontera para salvarse, porque el pueblo no tiene centro de salud ni farmacia.
Don Emiliano Jesús lamenta que los jóvenes piensen que el mixteco, o como ellos prefieren llamarle tu´un savi, es una lengua que no sirve, que ya casi no quieran hablar el idioma antiguo y prefieran el inglés. Es de los pocos ancianos de la Mixteca baja que lleva un registro en la memoria de la medicina tradicional de los Ñuu Savi, el pueblo de la lluvia.
—Aquí ya todos se volvieron nómadas, se van a trabajar y cada vez regresan menos, antes siempre volvían para la temporada de siembra o las fiestas de San Andrés en noviembre—, dice.
Su rostro tiene la piel fibrosa, debajo de su bigote ralo sus labios tienen grietas de sed, es delgado y lampiño. Habla poco, no hace alarde luego de los rezos, cuando termina de orar se disipa el cansancio y la penumbra. Cuenta que padece el mal de huesos y un cuerpo que se le entume, para atenuarlo toma agua de caléndula.
San Andrés Montaña es un pueblo en medio de nada con la tierra seca. Sus caminos son siluetas de serpientes de monte donde no llegan las promesas del desarrollo de gobiernos federales. Sus casas están en un valle profundo que parecen ruinas recién descubiertas y apenas se ven en los cerros tepehuajes. La mayoría de las flores que quedan de las sequías son arbustos con espinas. No tienen drenaje. Con tuberías de gravedad insuficientes y ollas de agua en las laderas del campo abastecen apenas al centro del pueblo.
La entrada a este pueblo es un arco desteñido, la iglesia es el único edificio alto que rebosa de pintura. Está ubicado a 15 kilómetros de la cabecera municipal de Silacayoápam, uno de los municipios de más alta marginación de Oaxaca y que, según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), 98% de su territorio no es apto para la siembra. La mayoría de su población son adultos de la tercera edad, alrededor de 80, que viven en casas de adobe. Las calles son de piedra caliza y al anochecer se vuelve un sitio frio y desierto. Muchos hogares, alrededor de 20, según el gobierno municipal, tienen como jefas de familia a mujeres que viven con niños en casas a medio terminar incrustadas en los cerros.
Es un pueblo fantasma con sólo 12 personas menores de 15 años y 72 mayores de 60. Según la comparación entre censos nacionales, pasó de tener 421 habitantes en 2005, a contar con 287 en 2010 y registrar sólo 187 en la medición 2020. Si las cifras son confiables, San Andrés Montaña es un pueblo que se queda deshabitado. Para Mariela Vázquez Tobón, integrante de la Red de Investigadores Educativos de Chihuahua, originaria de esta población oaxaqueña y nieta de Don Emiliano Jesús, esta caída poblacional se atribuye al proceso migratorio derivado de la pobreza extrema, al abandono público, la corrupción, el saqueo de políticos y un profundo olvido del gobierno centralizado, lo que ha originado que la gente busque empleos temporales y permanentes en sitios lejanos, hasta llegar al extremo de que la población originaria de esta comunidad cuadruplique su número en ciudades fronterizas y en Estados Unidos.
La casa donde vive don Emiliano Jesús es un solar amplio con guajolotes y conejos. Tiene una escopeta para cazar armadillos. Dejó de tener becerros cuando ya no pudo cuidarlos por su edad. Su habitación es un pedregón con cenizas y es parte del 55% de las casas que tienen carencia de servicios básicos en Silacayoápam, según los indicadores de carencia social y bienestar económico de Sistema de Información para la Planeación del Desarrollo de Oaxaca (Sisplade).
Don Emiliano cada mes atraviesa el Cañón del Boquerón, un cerro abierto y profundo en medio de la carretera intransitable número 15 que el gobierno de Oaxaca lleva 60 años sin rehabilitar. Viaja a Huajuapan de León para tener una cita médica con el cardiólogo. Además del dolor de huesos, padece del corazón. Toma dos camionetas para recorrer 122 kilómetros pétreos donde cada curva anuncia desfiladeros. Paga sus pasajes con dinero que pide prestado y lo que obtiene de la venta de sus animales. Pedir, pagar y recorrer las montañas es un ciclo interminable que sólo se interrumpe en las fiestas del pueblo cuando sus hijos que pueden regresar una vez por año.
En San Andrés Montaña la gente habla muy poco. Las palabras de don Emiliano Jesús al paso de las horas son como un sonido blandiéndose, queda muy poco del español que aprendió por la fuerza de la supervivencia en las ciudades norteñas. Es posible que después de vernos no quiera hablarlo jamás. No quiere volver a salir de su comunidad, confiesa, porque tiene miedo de morir lejos de este cerro.
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