El Zócalo no es territorio exclusivo de López Obrador y, hoy –con o sin razón, con muchos o pocos–, vuelve a ser lo que siempre ha sido: un zócalo opositor
Twitter: @chamanesco
Histórico, simbólico, político, disruptivo y opositor, el Zócalo de la Ciudad de México amanece cubierto de tiendas de campaña. Vista desde arriba, la manifestación multicolor tiene la apariencia de una cuadrícula perfectamente trazada.
La Plaza de la Constitución vuelve a congregar a miles, con todo y pandemia.
Con todo y cubrebocas, los contingentes desafían la “sana distancia”, avanzan agitando banderas de México y gritando consignas, y se plantan en la plancha ardiente.
Pero esta vez no son campesinos, obreros, familiares de desaparecidos, ciudadanos indignados por un fraude electoral o estudiantes. Se trata de un mosaico representativo de una parte de la clase media, media-alta del país, que han respondido al desafío del presidente: demostrar que el Zócalo también puede ser anti-AMLO.
La 4T y sus “milagros”: el presidente ha logrado convocar a miles en el Zócalo… para protestar contra él y pedirle que renuncie.
Si algún político ha hecho del Zócalo capitalino un emblema, ése ha sido Andrés Manuel López Obrador.
Fue la plaza a la que arribó su éxodo por la democracia en las elecciones federales intermedias de 1991, donde se estrenó como actor político nacional y un hábil negociador que explicaba así su toma del Zócalo: “sin movilización, no existe el mismo respeto a la hora de hablar con el gobierno”.
Al mismo Zócalo, cuatro años después, AMLO llevó las cajas con las pruebas del fraude en las elecciones de Tabasco, en las que el priista Roberto Madrazo le ganó la gubernatura gastando más dinero que Bill Clinton para llegar a la Casa Blanca.
En el Zócalo protestó contra el rescate bancario y el Fobaproa.
Llenó el Zócalo como candidato a la Jefatura de Gobierno de Distrito Federal, en su campaña del 2000. Y en ese cargo adoptó esta plaza como sede para la creación de un movimiento social que, poco a poco, fue trascendiendo al PRD.
Un Zócalo atiborrado de gente, después de una impactante manifestación, le dijo No al desafuero promovido por el gobierno de Vicente Fox. Era 24 de abril de 2005, y los organizadores calcularon una asistencia total de un millón de personas, la mayoría de las cuales se quedaron en las calles aledañas, pues ni siquiera el Zócalo tiene capacidad para contener a esa multitud.
Desde un Zócalo atiborrado de gente, López Obrador partió hacia su juicio en la Cámara de Diputados, donde fue desaforado. El Zócalo lleno no impidió que una mayoría de diputados siguiera las instrucciones de las cúpulas del PAN y el PRI, pero sí evidenció el trasfondo de aquella jugada: sacar a AMLO de la contienda presidencial.
En esa absurda estratagema, el gobierno de Fox –y el Zócalo lleno de gente– terminaron por catapultar al tabasqueño en la carrera presidencial.
El Zócalo fue también el escenario de mítines multitudinarios en la campaña de 2006, y de las manifestaciones en contra del fraude electoral. Desde el Zócalo se convocó y planeó la toma de Paseo de la Reforma para tratar de impedir que Felipe Calderón llegara a la Presidencia. En el Zócalo, el 20 de noviembre de 2006, López Obrador tomó protesta como “presidente legítimo de México”.
La plaza repetidamente llena no impidió que Calderón llegara a la Presidencia, pero mantuvo vivo el movimiento de López Obrador, que en 2012 volvió a llenar esa plaza como candidato presidencial.
Desde ese lugar, anunció la creación del Movimiento de Regeneración Nacional y su separación definitiva del PRD.
Allí recaló en 2017, para anunciar su tercera campaña presidencial, la que lo llevaría al fin a la Presidencia de la República.
El Zócalo de AMLO lucía pletórico y festivo la noche del 1º. de julio de 2018, el día de los 30 millones de votos que dieron fe de un movimiento incontenible que exigía una transformación, un cambio verdadero.
En el Zócalo, el nuevo presidente leyó sus cien compromisos de gobierno el 1º. de diciembre de 2018 y sus primeras decisiones, entre otras, la de quedarse a vivir en Palacio Nacional, para gobernar desde ahí.
López Obrador, el político contemporáneo que mejor supo entender el significado del Zócalo como sede de la resistencia civil y la oposición política, trasladó allí el centro neurálgico del poder.
Desde allí decide y anuncia, desde ahí pontifica y descalifica, desde ahí gobierna.
Ahí dijo, hace cuatro días, que si sus opositores llevaban a cien mil personas al Zócalo, renunciaría a la Presidencia.
Y hasta allí fueron a dar el sábado sus detractores –no se sabe aún si llegarán a erigirse en opositores–. No fueron cien mil, sino 20 mil en el cálculo más optimista, pero ya fueron miles.
El Zócalo, a final de cuentas, no es sólo de López Obrador.
Ya en el pasado, al Zócalo han llegado masas contrarias a su corriente política: el cierre de campaña de Vicente Fox, en 2000, que congregó a más de cien mil personas, y la marcha del 27 de junio de 2004 exigiéndole a él, entonces como jefe de Gobierno, combatir a la delincuencia y garantizar la seguridad de los capitalinos.
El Zócalo de enero de 1994 que detuvo la incursión militar del gobierno en Chiapas al grito de “Todos somos Marcos”; el Zócalo de los trabajadores de la Ruta 100 en 1995; el Zócalo en cueros de Spencer Tunick, en mayo de 2007; el Zócalo de las ferias del libro; el Zócalo de la indignación por la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa, en 2014, y el Zócalo tomado por feministas en 2019 y 2020 no han sido tampoco movimientos pro-López Obrador.
Emblema y causa; recinto de poder y sitio turístico; centro de culto y de pachanga; mercado y manifestódromo; estadio y sala de conciertos; mega pantalla y ofrenda; feria y plaza por antonomasia, el Zócalo es de todos.
El Zócalo no es territorio exclusivo de los lopezobradoristas y, hoy –con o sin razón, con muchos o pocos–, vuelve a ser lo que siempre ha sido: un zócalo opositor.
Es claro que el Zócalo lleno –o mejor dicho, semilleno– no va a hacer renunciar a López Obrador, pero cuánta razón tenía él mismo cuando hace 30 años dijo: “sin movilización, no existe el mismo respeto a la hora de hablar con el gobierno”.
Periodista desde 1993. Estudió Comunicación en la UNAM y Periodismo en el Máster de El País. Trabajó en Reforma 25 años como reportero y editor de Enfoque y Revista R. Es maestro en la UNAM y la Ibero. Iba a fundar una banda de rock progresivo, pero el periodismo y la política se interpusieron en el camino. Analista político. Subdirector de información en el medio Animal Político.
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