El 18 de mayo murió Mario Vergara Hernández, uno de los fundadores del colectivo Los Otros Desaparecidos, que en 2014 inauguró la búsqueda masiva en fosas clandestinas. Trataba de encontrar a su hermano Tomás, desaparecido hace once años. Así fue despedido en Huitzuco y en la Ciudad de México
Texto: Eliana Gilet y Lucía Flores / A dónde van los desaparecidos
Foto: Ernesto Álvarez y Lucía Flores
HUITZUCO, GUERRERO. – Había tanta gente reunida para despedir a Mario Vergara que ya no cabía en la iglesia. En el centro del pasillo central, cerca del altar donde el sacerdote oficiaba la misa, descansaba el féretro celeste, con un retrato suyo usando la pañoleta roja que se ataba a la cabeza para caminar por los cerros. Alguien colocó también su resortera, una pala y una varilla usada para confirmar la presencia de fosas clandestinas y que simboliza la búsqueda de las familias rastreadoras en México.
Tomás Vergara Hernández, el hermano de Mario, fue secuestrado el 5 de julio de 2012 mientras trabajaba como taxista en este mismo pueblo guerrerense, Huitzuco de los Figueroa. Con su desaparición, las vidas de Mario, su hermana Mayra y su madre comenzaron a girar en torno a su búsqueda. La familia fue pionera en romper el miedo y organizarse, junto a otras, para dejar de esperar que la autoridad saliera a buscar en el campo los restos de sus seres queridos ausentes y hacerlo ellas mismas.
Durante los once años que pasaron desde la desaparición de su hermano, Mario se convirtió en un puntal de los familiares en búsqueda, un hombre que supo enseñar a ubicar fosas clandestinas, y brindar apoyo a quienes requerían de su ayuda, de cualquier lugar del país, especialmente en su comunidad. Por eso, la Iglesia de Santiago Apóstol estaba llena de gente llegada de todo México. Más aún por lo prematuro de su muerte, antes de cumplir 49 años, tras sufrir un accidente la tarde del jueves 18 de mayo en la recicladora de materiales que la familia abrió para poder financiar, precisamente, las tareas de búsqueda.
Antes de bendecir el cuerpo, el sacerdote brindó la palabra a María Herrera, madre de cuatro hijos desaparecidos, y una presencia fundamental en las brigadas nacionales de búsqueda, en las que Mario ejerció su maestría.
Doña Mary, como le llaman las familias de cariño, explicó lo difícil que era para ella estar ahí, frente a esta muerte, tomando la palabra por la gran familia de buscadores que no hallaba consuelo, comprometiéndose a seguir buscando a Tomás y a las más de ciento once mil personas que han sido desaparecidas en el país.
Con la potencia en la voz que da el cariño dijo: “Mario, dejaste una gran familia aquí presente, sufriendo tu ausencia. Pero sabiendo que el Señor, en su infinita misericordia, te recibió con los brazos abiertos, porque llevaste a muchos hogares la felicidad de tener estos restos que tanto anhelamos, que llamamos ‘tesoros’. Yo sé que, desde allá, vas a seguir ayudándonos y te ruego que en un sueño nos digas dónde están nuestros hijos. Quedamos miles y miles de madres con este dolor, pero sabemos que tenemos un aliado más, sabemos que tú, como buen buscador, seguirás a nuestro lado. Mario, jamás te olvidaremos”.
Cuando se confirmó la noticia de su muerte, los principales medios de comunicación titularon que había fallecido el buscador que, apenas dos días antes, ubicó el cuerpo de Lesly Martínez, una mujer de 30 años, originaria de la Ciudad de México, que estuvo desaparecida desde el 30 de abril hasta que Mario halló su cuerpo en Guerrero.
El 16 de mayo, pasado el mediodía, había recibido información de una persona anónima que le contó sobre un cadáver abandonado en una brecha junto a la Autopista del Sol, que conecta a Ciudad de México con Acapulco. Mario dio aviso a las autoridades y convenció a su informante para que lo acompañara a identificar el sitio. Cerca de las seis de la tarde publicó un video en sus redes sociales describiendo la ropa que vestía el cuerpo que acababa de encontrar a unos cinco metros de la carretera, en el tramo entre Puerto Morelos y Quetzalapa, en el municipio de Huitzuco, y también un dato importante: era una mujer de cabello rojo.
Al día siguiente del hallazgo, Mario denunció en una entrevista que los peritos y los policías de investigación de la Ciudad de México que llegaron a Guerrero a levantar el cuerpo no respetaron los protocolos adecuados, una vez que se dieron cuenta de que se trataba de Lesly. “Es algo horrible”, dijo, “porque ellos mismos nos han enseñado que nosotros contaminamos la escena del crimen y son ellos [los] que la contaminan. Hace falta profesionalismo”.
En esa última entrevista, detalla la diferencia que hay entre el método de búsqueda de las familias y el de las autoridades: se necesita información para encontrar restos. Así lo entendió Mario muy pronto.
Fue en su primer caminar, en 2014, cuando fundó con otras 200 familias el colectivo Los Otros Desaparecidos de Iguala, en el que también participó su hermana Mayra. Gracias a ellos, en la zona norte de Guerrero se descubrió una gran cantidad de fosas y de cuerpos inhumados clandestinamente, lo que marcó el inicio de los colectivos de familias dedicadas a la búsqueda de enterramientos en todo el país.
Solo cuando se organizaron, contó Mayra en una entrevista, lograron que la entonces Procuraduría General de la República fuera al estado a tomarles muestras de ADN, para compararlas con sus propios hallazgos. Para entonces, el colectivo había encontrado más de 50 cuerpos y fragmentos en menos de dos meses.
María Herrera también se acercó a Mario a pedirle ayuda para encontrar a Raúl y Jesús Salvador Trujillo Herrera, sus dos primeros hijos desaparecidos desde el 28 de agosto de 2008 en Atoyac de Álvarez. Su hijo Juan Carlos había quedado impactado con la búsqueda masiva de fosas que se hacía en Iguala, Cocula y Huitzuco, por lo que llamó a Mario y lo invitó a formar parte de lo que después se llamarían las brigadas nacionales de búsqueda, una especie de escuela para familias de todo el país, en la que se enseñan métodos de rastreo de fosas. Desde el primer encuentro, en 2016, Mario se convirtió en maestro.
Mario encontró en Miguel, otro de los hermanos Trujillo, “un hermano del alma”. Ambos se complementaban: Mario lograba con su carisma que la gente llegara a él con información, y Miguel les hablaba hasta que conseguía los datos certeros del punto de búsqueda. Porque no es suficiente saber la zona donde se encuentra un enterramiento clandestino, hay que conocer también el punto en el que podría estar la fosa, con referencias claras, porque si no se tienen, el desgaste es mayúsculo y la desazón aún mayor. Es como buscar una aguja en un pajar.
Simón Carranza, un albañil de Cocula, completó la tríada y les enseñó a leer la tierra. De origen rural, Simón buscaba de niño con su padre figurillas prehispánicas enterradas para venderlas y sobrevivir. Él les habló del color de la tierra, de los hundimientos del terreno, del trabajo de observación que implica buscar.
Una vez ubicado el punto de interés de la fosa, Mario entendió que necesitaban herramientas nuevas para una tarea inédita, y colaboró en el diseño de una varilla “fuerte y delgada pero más liviana que una barreta”, como él mismo lo explicaba, que les permitiera buscar más allá de un metro de profundidad sin tener que cavar.
La varilla se volvió un símbolo de las familias en búsqueda, pero no deja de ser una herramienta. Aunque la autoridad la incorporó en sus propias salidas a campo, no sirve si previamente no se tiene la información que guíe al buscador hasta un sitio preciso. La varilla, sin la información que las familias cosechan, no encuentra restos. Ese trabajo invisible que Mario supo hacer tan bien y que compartió con Miguel y Simón, hace la diferencia entre la búsqueda de las familias y la que lleva a cabo la autoridad.
Para 2016, la tríada formó parte del nacimiento de la primera Brigada Nacional de Búsqueda, patrocinada por la familia Trujillo Herrera. La séptima y más reciente fue en noviembre de 2022, en Morelos. Allí también —siguiendo el método de las familias, cosechando información de la comunidad— hallaron un punto clandestino de inhumación, con tres fosas de donde rescataron a seis personas de la desaparición.
Desde la primera brigada nacional, las familias idearon un “buzón de paz” que fueron colocando en las iglesias de cada pueblo que visitan, para que cualquiera tenga la oportunidad de aportar, de forma anónima, datos sobre enterramientos clandestinos. Mario funcionaba como un buzón de paz en su comunidad: con él llegaba la gente a decirle lo que sabía, dónde podía encontrar cuerpos. Y luego caminaba hasta hallarlos.
Cuando descubrió el cadáver de Lesly, Mario llamó a Miguel, quien también hizo un llamado a las autoridades, exigiendo que lo identificaran: “Pónganse las pilas, rastreen ese cuerpo, porque somos nosotros quienes buscamos, es a nosotros a quienes nos llega la información”. Sin embargo, la Fiscalía General de Justicia de la Ciudad de México omitió el papel que los buscadores habían tenido en el hallazgo. En su cuenta oficial de Twitter informa que agentes de la Policía de Investigación junto con personal de la Fiscalía General del Estado de Guerrero localizaron en Huitzuco el cuerpo de una mujer con características similares al de Lesly.
Esto es clave para comprender por qué las familias tienen un método de búsqueda que funciona y que la autoridad no termina de dominar: la diferencia radica en la legitimidad que las y los buscadores tienen. Es por eso que las personas van con las familias y no al Ministerio Público a informar sobre la existencia de un cuerpo. Buscar es un trabajo de la comunidad.
Mario tapizó con cárteles de búsqueda las rejas de su casa en Huitzuco, un pueblo donde la violencia y la inseguridad marcan la vida cotidiana de la gente. Los policías municipales de Huitzuco han sido vinculados a la desaparición de los estudiantes de Ayotzinapa, junto con agentes federales y de las corporaciones de Iguala, Cocula y Tepecoacuilco.
Cada día, Mario hacía ejercicio para mantener su cuerpo firme y fuerte, y así poder resistir las caminatas en el caliente suelo guerrerense; por esa fortaleza, terminó siendo bautizado con el nombre que usaba en las redes sociales: la Hormiga Atómica. Mario se encargaba también de la crianza de su hija de cinco años, tras perder a su esposa durante la pandemia de covid-19, y tenía la capacidad de consolar desde a una madre en búsqueda, hasta a un joven que había sobrevivido tres días y tres noches de tortura durante un secuestro.
“Este es el tamaño de la solidaridad de Mario”, leyó frente a la multitud Sandra Luz Román Jaimes, madre que busca a su hija Ivette Melissa, desaparecida en Iguala el 24 de octubre de 2012, cuando tenía 19 años. Sandra, fundadora también de Los Otros Desaparecidos, se sumó a la procesión que acompañó el entierro de Mario el viernes 19, junto a las integrantes del segundo colectivo que fundó: Madres Igualtecas.
El mismo impacto ante la muerte de Mario sintió José Díaz Navarro, maestro y fundador del colectivo Siempre Vivos, de Chilapa, Guerrero, quien no salía del estupor ante la muerte de una persona tan importante para los familiares en búsqueda.
Cuando el féretro celeste salió de la iglesia, fue aplaudido por cientos de personas, que acompañaron con su paso la música de la banda y, calle abajo, por la Avenida Insurgentes de Huitzuco, se turnaron su peso hasta el panteón municipal. Fueron también cientos las flores de colores que llevaron vecinos y amigos para decorar su última morada.
Ya en el cementerio, la familia abrió el ataúd para que, quien quisiera despedirse de Mario, pudiera verlo. Fue enterrado con su pañoleta roja al cuello. Las compañeras del colectivo Unidas Siempre Buscando, quienes participaron con él en las brigadas nacionales, tomaron la palabra para despedirlo: Yadira González, de Querétaro; Lina Hernández, de Morelos; Blanca Ramírez, de Colima; María Aguayo, de Veracruz; Marité Valadez, de Sonora. Destacaron su compañerismo, su apertura con las nuevas personas que se suman a las búsquedas, su rigidez para enseñar, su audacia para lidiar con la autoridad, y también su calidad humana para mover grupos enormes de gente doliente y encontrar una forma amable de apurarlos a salir a tiempo para que nos les agarre el pesado sol del mediodía en el campo.
Todas las familias en búsqueda que estaban presentes ese día expresaron el dolor y el impacto que tendrá su muerte en la búsqueda de los que faltan.
María Herrera, parada junto a la tumba, extendiendo frente a su pecho la lona con los rostros de sus cuatro hijos desaparecidos, antes de que la gente se retirara del cementerio, dijo a voz en cuello: “¡Hermanas! ¡Hermanos! ¡Todos los que nos escuchan! ¡Si alguien aquí conoce dónde está Tommy, dígannos, por favor! Queremos cumplir con la misión que Mario se trazó en su vida. ¡Ayúdennos a regresarle a su hermano, por piedad!”.
La madre y la hermana de Mario dejaron en su tumba cubierta de flores un cirio prendido, para que lo acompañe en el viaje, y retiraron el retrato que lo mostraba con la pañoleta roja que utilizaba siempre al recorrer los cerros, en donde ayudó a tantas personas a regresar a casa.
El domingo, decenas de personas se reunieron en la Glorieta de las y los Desaparecidos, en el Paseo de la Reforma de la Ciudad de México, para recordar a Mario Vergara y despedirlo con una misa.
En las vallas que rodean la glorieta, los asistentes pegaron un cartel de su hermano Tomás, por quien Mario se convirtió en un instructor de la búsqueda, aprendió a leer la tierra, se volvió un experto en huesos, un pionero en clavar la varilla de hierro en la tierra para descubrir el olor a muerte que detonaba la esperanza de encontrar restos humanos, y el capacitador de toda una generación de personas que buscan a sus seres queridos.
El sacerdote anglicano Arturo Carrasco recordó a Mario como un hombre que interpelaba a las autoridades y también a quienes hacían daño. “Si ya les arrebataron la vida, déjennos darles digna sepultura”, dijo haberle escuchado decir.
Refirió el momento en que, por amenazas, Mario tuvo que salir de Guerrero y llegar a la Ciudad de México desplazado.
“La vida de Mario nos dejó semillas a todos, y tenemos la responsabilidad de germinar lo que nos ha dejado y dado”, dijo junto a una mesa llena de flores que sirvió como altar, en la que destacaba una fotografía del buscador, siempre sonriente, en una salida a campo: paliacate rojo para protegerse del sol, guantes para evitar ampollas al usar el pico y la pala, pantalón de mezclilla y rodilleras. Mencionó que durante la búsqueda de su hermano Tommy encontró más de 200 “tesoros”.
“Sin conocerme vino hasta Ecatepec para ayudarme a buscar a mi hijo”, compartió en el micrófono, entre lágrimas, Verónica Rosas Valenzuela, madre de Diego Maximiliano, desaparecido el 4 de septiembre de 2015.
Reconoció que Mario se adelantó a las autoridades en la búsqueda de su hijo. “Es muy doloroso hacer búsquedas de campo, pero al final lo tenemos que hacer”. Lo recordó hablando en esa misma glorieta; también demandando respetar los derechos de las y los buscadores.
A manera de homenaje, decenas de personas dejaron plasmadas sus huellas con pintura blanca en el pavimento de Reforma que rodea a la glorieta, como una forma de recordar sus pasos y el camino andado junto a Mario.
El director de cine francés Ludovic Bonleux, presente en la ceremonia, lo conoció durante el rodaje del documental Guerrero (2017), que aborda la historia de tres activistas —uno es Mario— y su lucha contra la impunidad. Uno de los momentos más impactantes del documental, dijo, fue filmarlo desenterrando los huesos de una fosa clandestina.
“Mario Vergara hizo un acto revolucionario, tan importante como el que hicieron las madres de la Plaza de Mayo en Argentina; no solo Mario, sus compañeras y compañeros buscaron a pesar del miedo. Deja un ejemplo de lucha y técnicas de búsqueda”.
“Mario Vergara, presente ahora y siempre”, fue el grito multitudinario con el que se le recordó y despidió. Flores amarillas y blancas rodearon su retrato. “Seguro al llegar al cielo, muchos te dirán: Gracias, a mí me encontraste”, comentó una de las asistentes.
El rostro de Tommy, que Mario no pudo llevar a la glorieta, fue colocado por personas a las que inspiró y enseñó a buscar respuestas bajo la tierra.
“De los temores que tenemos quienes somos familiares de personas desaparecidas no solo es que no logremos encontrar a nuestros familiares, sino el riesgo de que nadie más los encuentre y de que la desaparición gane y se olviden de ellos”, dijo Jorge Verástegui, uno de los familiares que ha luchado por lograr que la Glorieta del Ahuehuete sea reconocida como la Glorieta de las y los Desaparecidos.
“Nos toca a cada una y cada uno de nosotros”, dijo, “no solo recordar el amor y la solidaridad de Mario, sino continuar la búsqueda de Tommy, y no solo en este acto, sino hacerlo de manera permanente en las manifestaciones, en las conmemoraciones que hagamos; es ahora nuestra responsabilidad social, como familiares y como amigos, porque es lo menos que podemos hacer por todo el trabajo que ha hecho Mario”.
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