Este artículo es la respuesta de Juan Pablo Pardo-Guerra a la columna de Lo Posible publicada el 19 de enero en este espacio
Por Juan Pablo Pardo-Guerra*
En 2018, como en años anteriores, académicos a lo largo del país votamos ampliamente por el presidente actual. Tantos depositamos nuestra esperanza en un proyecto de izquierda. Indignación tornada en acción, acudimos a las casillas para romper con los moldes de un pasado de precariedad y abandono. En cada voto, apostamos en la participación. No era un voto por un individuo sino por un proyecto colectivo. Nada menos que una transformación desde las casillas. Esto no es lo que encontramos en la academia cuando el obradorismo finalmente se instauró.
Más allá de las promesas, recibimos un mar de decepciones. El gobierno por el que votamos la mayoría de los académicos del país robó las riendas de nuestro oficio, cerrando espacios de consulta, tapando los oídos del poder ante críticas, ignorando quejas reales de la comunidad. Desde el comienzo se rompieron las promesas. Imprudentemente, a pocas semanas de la elección del 2018, el gobierno obradorista retrocedió de su promesa de destinar 1% del PIB a ciencia y tecnología argumentando que el país habría de “enfrentar una situación difícil”. Ocasión celebrada por muchos, el nombramiento de María Elena Álvarez-Buylla como administradora de una nueva austeridad disfrazada de patriotismo sólo llevó a mayores decepciones. Comenzando con la deleznable persecución de científicos a través de la fiscalía federal, la intromisión directa del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología en la gobernanza de instituciones sin consultar a sus comunidades, cambios unilaterales a políticas de estímulos académicos, incertidumbre sobre el futuro de los ingresos de investigadores, la centralización del poder en un órgano que invoca un “pueblo” imaginado y nunca aterrizado, hasta el mismo abandono de los miles de doctorados que, sin plazas, “batallan para desarrollar ciencia en el país”, las decepciones en torno al gobierno se apilan, una tras otra. Resumir cada traición se vuelve un ejercicio doloroso. Es un recuerdo de lo prometido en discursos, narrativas, y campañas, pero jamás entregado.
No es de extrañarse que exista un descontento generalizado en la academia nacional, reflejado en números: el apoyo a Morena entre aquellos que poseen títulos universitarios ha caído 15 porciento desde 2018. Esta decepción y las críticas que de ella emanan no son el problema sino un síntoma, elementos que deberían informar una reflexión más profunda y deliberada entre aquellos que ostentan y defienden el poder. No hacer caso de la discordancia de aquellos que una vez apoyamos a quienes ahora gobiernan es ocultar los errores del presente y minar cualquier posibilidad de construir ese futuro alguna vez prometido. La opresión verdadera está ahí, en los actos de quienes reducen nuestras voces a quejas de “privilegiados”, “conservadores”, y “psicópatas”, negando cualquier posibilidad de debate y participación real.
En un momento tan crítico como el actual en el que la desigualdad socioeconómica, la crisis climática, y cambios profundos a la estructura demográfica nacional generan incertidumbres enormes sobre nuestro futuro, deberíamos de estar invirtiendo en una academia nacional robusta, estable y diversa. No se trata de quitar privilegios y reducir autonomía, sino de hacerlos inclusivos, creando caminos para que la ciencia y las humanidades sean trabajos dignos, atractivos, y estables para quienes quieran ejercerlos. No se trata de mantener las estructuras raciales, de género, y de clase que tan frecuentemente definen oportunidades en el ámbito académico, sino ampliar y canalizar recursos para garantizar la representación en salones, laboratorios, y trabajo de campo. Más ampliamente, no se trata de imponer una relación con la ciencia y la academia desde la mirada del blanco colonizador, sino de entablar los diálogos que se necesiten para respetar autonomías y generar conocimientos conjuntos en este momento tan crítico.
No dejemos que roben nuestro derecho de construir la academia como una institución colectiva, como nos robaron las promesas de antaño. No propaguemos narrativas simplistas y desinformadas sobre retos reales enfrentados por nuestros colegas. Ojalá nuestras voces no sean descontadas porque difieren de las de un gobierno que traicionó: no hay narrativa más dominante que reducir a psicopatologías críticas desde la izquierda. Ojalá sigamos confrontando las contradicciones de esta transformación que no cambió mucho. Ojalá sigamos criticando al poder y sus promesas rotas. Ojalá los medios de izquierda adopten una visión crítica hacia las narrativas de arriba disfrazadas como de abajo. Pero, sobre todo, ojalá logremos construir una academia menos precaria, más inclusiva, más representativa, mejor apoyada, y más organizada —es lo que necesitamos y merecemos.
*El autor es profesor asociado de sociología en la Universidad de California, San Diego.
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