La autora reflexiona por qué es clave pasar de la rutina, la resistencia y otras prácticas negativas comunes en los Consejos Técnicos Escolares, al compromiso, la contextualización y el ejercicio de autonomía para lograr una educación con mayor pertinencia
Alejandra Luna Guzmán* / Tw: @EducaleNarte / MUxED
Viernes de Consejo Técnico Escolar: sentimientos encontrados. Por un lado, estamos agradecidos ante la considerable reducción en el tránsito vehicular, pero tuvimos que ingeniárnoslas para encargar a hijas e hijos con la abuelita, la tía, la persona de mayor confianza o la fuerza superior en la que creamos –acompañada de algunas bendiciones eso sí–, para que se queden solos y no les pase nada. Si nuestro trabajo no está involucrado en absoluto con lo educativo, nos cruzan por la cabeza y por nuestras diversas redes imágenes de docentes en animados convivios, repartiendo pastel y cafecito, dando rienda suelta a bromas y chistes y, sí, hasta esa foto de la linda cantina que tiene por infame nombre “Consejo Técnico Escolar”. Sonreímos a medias y lo olvidamos el resto del día.
Si nuestro camino –por destino o vocación– nos está llevando a esa escuela donde trabajamos y donde tendremos nuestra sesión mensual de CTE, el panorama no tiene menos claroscuros. Para algunos, es momento de estrenar la camisa, el prendedor del cabello, olvidarse del uniforme y disponerse a dialogar entre adultos, de enterarse en qué han estado las compañeras y los colegas. Para otros, la perspectiva de escuchar la lectura de los puntos de la guía, mirar el video, llenar los formatos, hacer en equipos los rotafolios de evidencias, ver a la asistente de dirección o subdirección tomarles la foto, cubrir cada momento del día ceremoniosa y pausadamente, se encarama como una densa nube que retrasa a más no poder el salir de la cama. Agregamos la presión de “a ver qué se les ocurrió ahora” a las autoridades en turno: nuevas disposiciones, nuevos procesos administrativos, nuevas políticas, la reforma del sexenio… y el sinsentido es enorme.
Lo monstruoso de nuestro Sistema Educativo Nacional, sus inequidades, su gigantismo, su devastación, su pasmosa burocratización, lo hacen parecer cada vez más indómito. La creciente cobertura en términos de escuelas y de niveles considerados obligatorios, pero que se da en condiciones de tanta precariedad, lo ha tornado en un cáncer incontrolable que pretende atajarse con cortes presupuestales de poca delicadeza y menor reflexión estratégica. No son pocas las escuelas que se ven como balsas a la deriva, en especial tras los embates que trajo la pandemia y que tuvieron que sortear, en la mayoría de los casos, con sus propias fuerzas.
Uno de los pequeños órganos de ese inmenso cuerpo es el CTE. Nacido como Consejo Técnico Consultivo en 1982, es una de las contadas políticas educativas que ha sobrevivido el ir y venir de administraciones de uno y otro color de partido. Si bien surgió como un acercamiento tímido a la participación social en la educación, se fue transformando y pasó de ser instrumento de evaluación docente en el Programa Carrera Magisterial (1998), hasta impulsor del mejoramiento educativo en los Programa Escuelas de Calidad (2001), encargado de la autonomía de gestión escolar en la Reforma Educativa 2013-2018, y en la Reforma Educativa 2019 (DOF, 2019a) alcanza el orden constitucional al estipularse en el Artículo Transitorio 17° que será donde se integre el Comité de Planeación y Evaluación, que a su vez diseñará el Programa Escolar de Mejora Continua de cada escuela. El Título Noveno de la Ley General de Educación de 2019 (DOF, 2019b) robustece aún más sus funciones asignándole la conformación del Comité Escolar de Administración Participativa. Sí, ése que está ahora a cargo de administrar los recursos del Programa La Escuela es Nuestra (PLEEN) y que ha estado en el ojo del huracán tras la suspensión de recursos a las Escuelas de Tiempo Completo.
El CTE es un órgano pequeño, pero poderoso. ¿Lo sabemos? ¿Lo aprovechamos? ¿Nos lo apropiamos? En coyunturas como la que atravesamos, es más que evidente que se debe visibilizar su fuerza y que se debe hacer conciencia entre los distintos actores educativos de la misma: capacitar a los docentes para explotar sus posibilidades; generar alianzas y compromiso al interior de las escuelas y de las comunidades; abrir canales de comunicación capaces de escuchar las necesidades y los conflictos internos; reducir la burocratización y la carga administrativa para privilegiar la atención de las particularidades de la escuela y su población; fomentar los estilos de gestión más horizontales, que capitalicen el liderazgo docente. Asimismo, exigir a las autoridades educativas de todos los niveles que asuman que la autonomía escolar no significa abandonar a las escuelas a sus propias fuerzas, sino otorgarles la facultad de tomar decisiones sobre distintos tipos de recursos para que atiendan la heterogeneidad de sus contextos y actores.
No es una utopía, es una realidad. De primera mano, como docente de distintos niveles de educación básica y posteriormente en trabajo de campo como investigadora educativa, he visto Consejos Técnicos virtuosos y desastrosos. Los peores, en condiciones socioeconómicas privilegiadas; los más maravillosos, en contextos de profunda marginación.
Esas experiencias han demostrado que el mayor recurso con el que cuenta cada una de las escuelas es el compromiso y la agencia de cada uno de los miembros que la conforman. Con él, trascienden antagonismos, resistencias y carencias, y logran ofrecer a sus estudiantes una educación contextualizada, pertinente. Al Sistema Educativo Nacional le tocaría abrirles el paso reforzando por todos los medios posibles el valor y alcance que tienen los CTE, promoviendo procesos para la generación de políticas de abajo hacia arriba y cumpliendo lo establecido en el Título Octavo de la Ley General de Educación de asignar mínimo el 8% del PIB al sector educativo.
Así que el próximo viernes de Consejo Técnico, imaginemos titanes luchando contra un monstruo sobre el río Estigia y analicemos quién es quién en esa faena, y, sobre todo, de qué lado del río queremos que termine el futuro de nuestras niñas, niños, adolescentes y jóvenes.
Alejandra Luna Guzmán es integrante de MUxED. Pertenece al Departamento de Educación de la Universidad Iberoamericana Ciudad de México, donde se desempeña en la gestión editorial de revistas académicas arbitradas, además de ser docente de asignatura en la Universidad Anáhuac. Sus líneas de investigación son el derecho a la educación y el análisis de políticas educativas y su puesta en acto a nivel escuela.
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Referencias:
DOF (2019a, 15 de mayo). Decreto por el que se reforman, adicionan y derogan diversas disposiciones de los artículos 3o., 31 y 73 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, en materia educativa. México: Gobierno de México. https://www.dof.gob.mx/nota_detalle.php?codigo=5560457&fecha=15/05/2019
DOF (2019b). Ley General de Educación. México: Gobierno de México. http://www.diputados.gob.mx/LeyesBiblio/pdf/LGE_300919.pdf
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