El queso y los gusanos

13 noviembre, 2021

Lecciones sobre la razón, desde las reflexiones teológicas de un molinero del siglo XVI. ¿Se pueden aplicar el día de hoy?

@lydicar

Hubo una vez un molinero en la Italia del siglo XVI, la Italia de la ilustración, la de las ideas que revuelan y cambian. Un molinero cuya suerte se convirtió en bisagra: punto de encuentro entre las ideas modernas y la Inquisición. Este molinero de extracción campesina, que sabía leer y era amigo de todos sus vecinos, sostenía que el mundo no lo había creado Dios, sino que provenía de la putrefacción; de aquel intercambio entre el queso y los gusanos. Al molinero lo llamaban Menocchio. 

El aire es dios […] la tierra es nuestra madre. Quien se imaginan que es Dios? Dios no es más que un hálito, y todo lo que el hombre pueda imaginarse”; “todo lo que se ve es Dios, y nosotros somos dioses”. “El cielo, tierra, mar, aire, abismo e infierno”, todo es Dios. 

A Menocchio se lo llevaron, pero en vez de aceptar la culpa de haber blasfemado y decir que en el realidad no creía nada de lo que dijo… pero como en una suerte de “posesión”, en vez de callar, comenzó a hablar más de más.

Lo que es tremendo de esta historia es que una y otra vez los inquisidores, los amigos, los hijos de Menocchio trataban de ofrecerle salidas para que se “desdijera”. Pero el molinero terminaba enredándose en sus palabras, terminaba de decir lo que creía: una mezcla de lo que había leído (lo acusaban entre otras cosas de tener la Biblia en lengua ordinaria, lo cual la iglesia católica prohibió durante muchos años), con la observación que él mismo hacía del entorno. Su gran y enorme blasfemia era simplemente no creer en lo que decía la Iglesia. 

Hay que apuntar que la historia de Menocchio se da en pleno proceso de reforma y contrarreforma de la Iglesia en Europa: católicos buscando afianzar el poder del Vaticano, reformados –como luteranos, calvinistas– con sus duras críticas a los papas y a la interpretación de la Biblia, pero cayendo a su vez en la misma rigidez e intolerancia religiosa. Las iglesias cristianas divididas, peleándose las almas de los campesinos y la cada vez más creciente clase de artesanos, mercaderes. El pueblo, como siempre enmedio. Y ahí estaba Menocchio.

Y se volvía enredar y enredar en sus propios pensamientos. Ginzburg, el historiador que escribió este clásico, se pregunta si ahora este molinero no sería considerado un loco. Probablemente sí; pero sus ideas en el fondo, más que delirantes, desde mi mirada cinco siglos después, son de una profundidad y poética avasalladoras. 

Menocchio realiza observaciones bastante agudas sobre la religión, explicadas de forma muy simple, de una forma sencilla y clara: “ En cuanto a cosas del Evangelio, reo que parte son verdad y parte son cosa de os propios evangelistas como se ve por lo pasajes que uno explica de una manera y otro de otra”.

¿Qué error de juicio hay ahí? ¡Ninguno! Los cuatro evangelistas narran la misma historia, cada uno con pequeñas –y a veces bien importantes– diferencias. ¿Es este un hombre loco o es acaso un hombre que no sabe cómo callarse frente a la desnudez del Emperador?

Luego lo acusan de hablar mal de las misas pagadas por los difuntos. Y es que según el sentido común del molinero, el muerto muerto está: no hay misas que cambien el dictado de Dios. Las misas, dice, son para el alma de los que se quedan vivos. De nuevo es juicioso, y también llama la atención que sus vecinos y amigos declaran haberlo escuchado muchas veces decir esto. Nadie lo tomaba demasiado en serio, dicen. ¿O será por el contrario que Menocchio expresaba lo que todos sentían y pensaban pero no verbalizaban? Y es que el acusado no era algún misántropo de su tiempo: había sostenido cargos públicos, tenía amigos, estaba casado…

Pero continúa el hundimiento y la verborrea de Menocchio… algo que quizá muchos hemos experimentado –al menos yo–: un estado de tensión tan grande que  no podemos callar, que seguimos hablando lo que pensamos aún a sabiendas de que nos arrastrará al abismo. ¿Una mezcla de deseo de autodestrucción y la única oportunidad de ser genuinamente escuchado?

Pero también me recuerda algo más profundo, más real y más triste: todas las veces que escuchamos a la gente que no es poderosa hablar, gritar hechos reales y claros, y las autoridades –en cualquier ámbito– descalificarán el dicho por no atenerse al discurso hegemónico, y porque los hablantes no hablan la lengua “culta”, por lo tanto no es válido. Y nos callamos ante un discurso que es todas luces falso, pero que –nos aseguran una y otra vez– es “verdadero”, porque ellos, los jueces, los senadores, los religiosos de alto rango, los “expertos”, si saben: aunque lo que digan de primera instancia no tenga lógica. 

¿Se puede hablar “bonito” con falsedad?¿Por qué las palabras de algunos valen más que las otras?

De entrada viene a mi mente Marisela Escobedo gritando ante la juez que liberó al feminicida de su hija, y las interminables justificaciones del aparato legal. Los discursos y explicaciones de por qué no una minera no afectará el medio ambiente de determinado lugar, aunque extraiga miles de litros de agua a diario, estos gritos frente a la mirada impávida de leguleyos y portadores de la verdad.

Pero a quien más me recuerda es Emmanuel D´Herrera, un hombre de 65 años, que había sido diplomático e intelectual. En verdad su curriculum era destacado; tenía estudios en Economía Internacional realizados en París, Francia; dominaba perfectamente el francés, inglés e italiano; tuvo una carrera diplomática con actividades comerciales y empresariales en Francia, España, Portugal, Bélgica, Estados Unidos, Colombia y Venezuela. Pero poco a poco se fue alejando de la diplomacia y acercando al activismo. Desde 2004 participaba activamente contra del Walmart que empresarios y el gobierno de Peña Nieto en Estado de México construyeron en Teotihuacán en zona arqueológica.

El tiempo les daría la razón a los opositores del Walmart. Años después, una investigación de The New York Times evidenció y documentó lo que D`Gerrera y otros gritaban: que era ilegal. Pero en 2009 nadie hacía caso a los opositores, los llamaban resentidos, que estaban locos, etc. Y Emmanuel De Herrera, en su desesperación hizo un locura casi comparable con la verborrea autoinculpatoria de Menocchio-

El 16 de mayo de 2009, dicen algunos, “se le pasó la mano”: hizo estallar un artefacto explosivo dentro de la Bodega Aurrera de Teotihuacán, en el Estado de México: unaslatas de refresco.

Según el propio Emmanuel, la idea no era herir a nadie, sino hacer ruido. Le funcionó: fue detenido ilegalmente; estuvo casi un año en prisión. Como una Santa Inquisición, el sistema penitenciario del Estado de México lo quebró. Después de 11 meses preso, había perdido cinco piezas dentales; sufrió disminución de la vista; perdió mucho peso, y finalmente, sufrió un derrame cerebral, por lo que fue internado en el Hospital General Dr. Gustavo Baz Prada Nezahualcóyotl .Salió libre y falleció poco después falleció.

Seres humanos cuyos nombres la historia suelta de a poquito. Nombres que no son de los poderosos, sino de todos aquellos seres que tienen el tino o la perdición de nombrar la verdad frente al Santo Oficio.  

Fuente: El queso y los gusanos. El cosmos según un molinero del siglo XVI
Carlo Ginzburg

https://www.planetadelibros.com/libro-el-queso-y-los-gusanos/202205

Lydiette Carrión Soy periodista. Si no lo fuera,me gustaría recorrer bosques reales e imaginarios. Me interesan las historias que cambian a quien las vive y a quien las lee. Autora de “La fosa de agua” (debate 2018).