El peligro de ser joven en El Salvador (5/12)

5 abril, 2016

Este país, según la ONU, es el lugar donde más niños y jóvenes son asesinados. Diariamente muchos de ellos luchan una batalla para sobrevivir en las pandillas. Pero también, hay una batalla que se da en los barrios, las escuelas, las comunidades: la protagonizan jóvenes que quieren recuperar la paz.

Texto: José Ignacio De Alba y Fotos: Fernando Santillán

SAN SALVADOR.- Un hombre disfrazado de Charles Chaplin irrumpe en el centro de la ciudad y empieza a bromear con los transeúntes y comerciantes. El hombre trasforma la dinámica de un lugar donde la gente está acostumbrada a vivir entre pandillas y a la tensión de asaltos y asesinatos en las banquetas. Cuando sale el imitador con bombín la gente tiene que lidiar con un hombre de bigote kaiser pintado con lápiz que se mete con todos y del que la gente se ríe.

Desde hace 7 meses en el segundo piso de un edificio de los años treinta, en pleno centro de la capital salvadoreña, jóvenes se reúnen a pintar, cantar, recitar poesía y aprender idiomas.

“Este es un lugar donde normalmente te dicen que te van a matar”, reconoce un estudiante de la Universidad Nacional que asiste al lugar, refiriéndose al Centro Histórico.

Pero desde que Héctor Bigit, un salvadoreño de ascendencia palestina decidió abrir el centro cultural Maktub arriba de su negocio de telas, justo en la calle que divide los territorios de la  MS y Barrio 18, se abrió un espacio para que la gente tome clases de yoga, haga reuniones anarquistas o pláticas feministas.

“Los muchachos” como le llaman los salvadoreños a los pandilleros es una muestra de cómo los jóvenes son despojados hasta de los espacios lingüísticos. No cualquiera es “muchacho”, el apelativo sólo se refiere a la gente que pertenece a una de las tres pandillas: Mara Salvatrucha, Barrio 18 Revolucionarios o Barrio 18 Sureños.

El uso de cierto tipo de tenis es una razón para que te maten, el uso de tatuajes y la vestimenta es utilizada como pretexto para ser detenido arbitrariamente en cualquier parte de la ciudad por la policía o el ejército.

San Salvador es una ciudad donde hay toque de queda no declarado, a las 9 de la noche la gente deja de transitar por las banquetas y son pocos los vehículos que recorren las calles.

Los pandilleros dominan la mayoría de las colonias de la capital. Incluso la casa presidencial de El Salvador está ubicada dentro de territorio de la pandilla Barrio 18 Revolucionarios. Así que la libertad para pasar de un barrio a otro depende de los “postes” o vigilantes que exigen el DUI (Documento de Identificación) a las personas, si la credencial comprueba que el domicilio del transeúnte es en el lugar lo dejan pasar, por el contrario si delata la pertenencia a otro sitio puede ser golpeado, asesinado o desaparecido. “Estamos como en los años ochentas cuando el ejército te pedía los documentos para poder andar en las calles”, dice un periodista local.

Aunque esto no ocurre en todos lados. La capital de El Salvador divide por alturas geográficas a las clases sociales. Las zonas más pobres están en cañadas “como favelas al revés”. Mientras que las familias adineradas viven en las colinas o en “burbujas” donde la gente va de su casa a su trabajo en coche y de regreso y queda enajenada de los problemas de las pandillas. 


Juan, de 26 años, se ha librado dos veces de ser asesinado por las pandillas en los últimos dos años.  La primera por su habilidad para correr y la segunda porque lo reconoció un jefe de la pandilla de su barrio.

Juan nació fuera de la capital, pero por seguridad pide que no sea citado el lugar ni su nombre real. Cuando entró a estudiar comunicación en la Universidad Nacional  sólo podía pagar el aquiler de un departamento entre las municipalidades de Ilopango y San Martin, en la periferia de la capital.

No conocía las reglas de las pandillas y tener el hábito de correr lo metió en el peor apuro de su vida: un día decidió probar una ruta nueva fuera del barrio y cruzó un territorio prohibido. Lo supo cuando fue cercado por tres pandilleros. Uno de ellos, un hombre vestido de civil que iba en una moto y le dijo que era policía, dio la orden de llevarlo a una casa.

“Yo he conocido casos similares donde a jóvenes se los llevan a casas donde físicamente los torturan, los matan, los desaparecen. Y uno de mis mayores miedos era que me desaparecieran, que me metan a una bolsa, o que me tiren y que no me encuentre mi familia. Si me matan que me maten de un balazo”, cuenta ahora.

Como pudo, se zafó de sus captores y corrió hasta una pequeña barranca que en el fondo tenía un canal de aguas negras, al que se arrojó y esperó. “Tomé una piedra, ¡imagínate! Te hacés violento. Pensaba: ‘si ellos me agarran, por lo menos voy a matar a uno’. Pero nadie llegó”.

Cuatro meses después, otros pandilleros los bajaron del autobús en su colonia y le preguntaron que si andaba armado. Él explicó que ahí vive y después de levantarle la playera quedó expuesto el tatuaje de la nota de Sol con unos labios que se hizo hace cuatro años, y que sus interrogadores interpretaron como un “18”. –¿Vos sos pandillero, sos chavala?, si vos no sos nada, te vas a venir conmigo– recuerda que le dijeron, antes de ser llevado a punta de pistola y entregado con la orden de -llévatelo al zacatal y lo matás.

Pero tuvo suerte, porque su verdugo lo reconoció y lo dejó libre y con vida. –Andate, yo sé que de aquí sos, y si te preguntan aquél dile que yo te llevé y que ya te reconocieron, pero andate-.

Juan ahora vive en una zona residencial  donde su madre trabaja de empleada doméstica y dice. “Estos monstruos, los pandilleros, son creados por demonios más grandes, los que usan sacos y corbatas”.

Juan ahora vive en una zona residencial  donde su madre trabaja de empleada doméstica y dice. “Estos monstruos, los pandilleros, son creados por demonios más grandes, los que usan sacos y corbatas”.


Con más de 6 millones de habitantes y con una extensión  más chica que la del estado de Tabasco, El Salvador, pertenece a una de las regiones más conflictivas del mundo. La crisis humanitaria y la violencia golpea principalmente a los jóvenes.  El Fondo de las Naciones Unidas Para la Infancia (Unicef) sacó en 2014 el informe “Ocultos a Plena Luz” donde clasifica a El Salvador como el país con más niños y jóvenes asesinados.

La Mara Salvatrucha y Los barrios 18 nacieron  en los años ochenta en Los Ángeles cuando El Salvador estaba en plena guerra civil. Las agrupaciones se conformaron principalmente de salvadoreños indocumentados con bajos salarios. Pero al termino de la guerra en 1992, con los Acuerdos de Paz de Chapultepec, Estados Unidos incrementó las deportaciones de personas hacia un país arruinado por la guerra.

En 30 años las pandillas pasaron de pelearse con  bats a tener entrenamiento tipo guerrillero a las afueras de la ciudad con armas automáticas y explosivos. Tienen jóvenes en las universidades estudiando derecho penal para intervenir en casos judiciales y defender a sus compañeros. “Son como políticos, hablan de tregua, paz y diálogo”, dice un artista en el centro cultural Maktub.

“Si vos vivís ahí y sos joven: eres pandillero. Eso es lo que dice la gente”, completa, Ricardo Alexander, residente de la colonia Majuclam.

William, vecino de la misma colonia y compañero en la Universidad Nacional de Alexander, dice que cuando vas a  pedir trabajo a una empresa y  pones tu dirección te dicen “no, a los de ahí no les damos trabajo”.

Cuando matan a un joven en una colonia conflictiva los vecinos se ahorran cualquier explicación diciendo “seguro era marero” cuentan los jóvenes de 20 años. 

Los dos jóvenes cantaron en el foro que se organizó en la Universidad Centroamericana (UCA) en El Salvador en el paso de la Caravana por la Paz, la Vida y la Justicia. Los dos pertenecen al Comité Juvenil de Expresión Hip-Hop, organización dedicada a la prevención de la violencia.

En la plática, hablan de un bailarín de break dance, B-boy Milo, como se hacía llamar Emilio Bolaños, que desapareció el mes pasado, cuando salía de dar una clase de baile a jóvenes en una parroquia. Break Dance Hip-Hop, donde participaba el bailarín, es una organización en contra de la violencia. Bolaños había sido detenido por la policía en varias ocasiones por su forma de vestir.

–¿Si los discriminan por la forma en que se visten por qué se siguen vistiendo así?

– Somos rebeldes- dicen entre risas.


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“Este trabajo forma parte del proyecto Pie de Página, realizado por la Red de Periodistas de a Pie. Conoce más del proyecto aquí: https://piedepagina.mx«.

Cronista interesado en la historia y autor de la columna Cartohistoria que se publica en Pie de Página, medio del que es reportero fundador. Desde 2014 ha recorrido el país para contar historias de desigualdad, despojo y sobre víctimas de la violencia derivada del conflicto armado interno. Integrante de los equipos ganadores del Premio Nacional Rostros de la Discriminación (2016); Premio Gabriel García Márquez (2017); y el Premio Nacional de Periodismo (2019).

Integrante de la Red de Periodistas de A Pie y Pie de Página, Sociólogo por la UAM-X, fotógrafo y comunicador de oficio.

Ha participado en las exposiciones de fotografía: 1985-2017 de los Escombros a la Esperanza y en el Festival Internacional Tierra Beat 2019.