El tercer contagio de covid-19 del presidente Andrés Manuel López Obrador desnudó la profunda crisis de una parte del periodismo en México
Por: @anajarnajar
La historia empezó por la mañana del 23 de abril.
En redes socio digitales se espació el rumor de que el presidente Andrés Manuel López Obrador había perdido el conocimiento durante una gira de trabajo, y que había sido trasladado de urgencia a un hospital militar.
En pocos minutos se añadió la versión de que se trataba de un infarto, hipótesis que adquirió velocidad después que se canceló el recorrido por Yucatán, donde supervisaba los avances del Tren Maya.
La tesis empezó con el Diario de Yucatán, que publicó una nota en su portal de internet con este titular: “AMLO sufre presunto infarto en Mérida”.
Como subtítulo destacó: “El presidente Andrés Manuel López Obrador habría sufrido un infarto este domingo”.
Horas después de esta nota en la cuenta oficial del presidente en Twitter se publicó un mensaje para informar que el presidente había sido contagiado de covid-19.
“De lejitos festejo los 16 años de Jesús Ernesto (su hijo menor). Me guardaré unos días. Adán Augusto López encabezará las mañaneras. Nos vemos”, fue parte del texto.
Sin embargo, los rumores no amainaron con el mensaje, por el contrario. En Twitter se multiplicaron las versiones sobre el supuesto ataque al corazón.
En redes de Whatsapp se esparcieron decenas de alertas sobre un supuesto accidente cerebrovascular del presidente. También abundaron los mensajes de odio, con deseos de muerte para López Obrador.
Al día siguiente el tema acaparó las portadas de diarios y espacios de análisis. La tesis central fue: era mentira que el presidente padeciera sólo covid-19
Algo más grave le había sucedido y era ocultado por el Gobierno Federal. En la revisión de la hipótesis algunos se convirtieron en expertos médicos, con capacidad inclusive para refutar al secretario de Salud, Jorge Alcocer.
Otros fueron más allá, como el columnista Raymundo Rivapalacio quien aseguró en su espacio de El Financiero que el presidente se había contagiado del SARS COV2, pero también había sufrido un infarto.
Los opinadores exigieron que el presidente publicara un video para atajar los rumores… que ellos mismos esparcían.
La grabación llegó el miércoles 26, pero no serenó a esos comunicadores: los que demandaban el mensaje como una especie de prueba de vida presidencial, se molestaron porque el video duró más de 18 minutos.
En lugar de una aclaración lo que hicieron fue exigir una disculpa al Diario de Yucatán, supuestamente agraviado por el secretario de Gobernación, Adán Augusto López.
El funcionario había negado que el presidente se hubiera desvanecido, como luego confirmó el mandatario. “Me dio un vahído”, dijo.
En la cruzada para defender al periódico que históricamente mantiene una línea editorial cercana al Partido Acción Nacional (PAN), casualmente se hizo a un lado un hecho central:
Efectivamente el diario publicó el domingo que el presidente había perdido el conocimiento.
Pero lo que destacó en el titular de la nota ese día y los posteriores fue que López Obrador había sufrido un infarto.
De hecho, el diario dedicó varias notas sobre el mismo tema, sin aclarar que, en realidad, el presidente no tuvo accidente cardíaco alguno.
Al final, lo sucedido con el Diario de Yucatán y los medios que propalaron su fallida versión, desnuda la profunda crisis de ética que padece una parte del periodismo en México.
Hace cuatro años que varios medios convencionales establecieron el odio como línea editorial. Fue claro en estos días:
Abrieron espacios a historias con datos sin confirmar o sustentados en fuentes no verificadas.
Publicaron versiones contradictorias, como afirmar que el presidente sufrió un infarto y luego cuestionar un video donde aparece caminando tranquilamente.
Difícilmente una persona con la edad y padecimientos de López Obrador podría deambular en Palacio Nacional tras sufrir un ataque cardíaco.
Eso no importa en el México que pretenden construir los opositores a la 4T. En la República del Twitter esa clase de milagros y otros son muy posibles.
Pero la crisis de los medios es una parte del problema. Es necesario preguntarse a quién y para qué le conviene la degradación de esa parte del periodismo mexicano.
La intención de publicar versiones sin comprobar y llegar al extremo de extraviar la credibilidad que les quedaba no es gratuita.
La idea es crear la percepción de un presidente enfermo, débil, sin capacidad de mantener el control del gobierno y con riesgo de ser rebasado por la situación de violencia o las dificultades económicas del país.
No es sólo un mensaje interno, como muestra la mayoría de las encuestas sobre el desempeño presidencial: a pesar de las intensas campas de manipulación, mentiras y odio, López Obrador mantiene el respaldo del 60 por ciento de los electores.
El objetivo de esta narrativa son organismos internacionales que podrían ejercer presión en algunos temas, como inseguridad o la elección presidencial de 2024.
Un ejemplo: cada semana varios medios convencionales publican reportajes y notas sobre la violencia en algunas zonas del país.
También afirman que los niveles de inseguridad son mayores a otros gobiernos, y que la mayoría de los mexicanos viven con miedo.
Sin embargo, la realidad parece tener otros datos. La más reciente Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana (ENSU) del Inegi revela que la percepción social sobre inseguridad pública en marzo pasado fue menor a la registrada en el mismo mes de 2018.
Este año el 62.1 por ciento de los mexicanos tuvo una percepción negativa sobre la seguridad. Hace cinco años, en el gobierno de Enrique Peña Nieto, la cifra fue superior al 76 por ciento.
A diferencia de la Encuesta Nacional de Victimización y Percepción sobre Seguridad Pública (ENVIPE), que mide la sensación de inseguridad de los mexicanos la ENSU se basa en casos concretos sobre hechos delictivos que ocurrieron y fueron denunciados.
No son impresiones, sino datos duros, pues. De acuerdo con especialistas los resultados de esta medición son más reales que la ENVIPE.
Durante un gobierno que no hubiera cancelado sus privilegios, muchos medios mexicanos hubieran publicado los datos sobre violencia con la ponderación profesional de otros momentos.
Pero eso no ocurre ahora, y es una de las consecuencias de la profunda crisis de una parte del periodismo mexicano.
Hasta ahora no hay señales de algún cambio. El tercer contagio de covid-19 del presidente lo demuestra.
Tampoco hay esperanzas para el corto plazo. Faltan unos meses para la selección de candidatos presidenciales, y algunos más para la votación de 2024.
Cada día que termina acorta las posibilidades de la oposición para encontrar una alternativa políticamente viable a la 4T.
Se les agota el tiempo. Ojalá que en la desesperación que se profundiza logren mantener la cordura.
Productor para México y Centroamérica de la cadena británica BBC World Service.
Periodista especializado en cobertura de temas sociales como narcotráfico, migración y trata de personas. Editor de En el Camino y presidente de la Red de Periodistas de a Pie.
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