La Merced: comercio solidario ante el COVID19

26 marzo, 2020

El de la Merced es el mercado más antiguo de la Ciudad de México, uno de los más grandes y de mayor tradición. Junto con los 329 mercados y tianguis de la capital mexicana mantienen su actividad para abastecer a más de 22 millones de personas contenidas o en cuarentena por la pandemia del COVID-19

Texto: Vania Pigeonutt

Fotos: María Ruiz

“¡Vitaloe bien frío!, ¡Vitaloe frío!, ¡dieeez varos!, ¡Vitaloe frío!…” suena al llegar al mercado de la Merced. Todavía hay gritones con cubrebocas y gel antibacterial ofreciendo bebidas. La Merced, luego de recuperarse de la quema de diciembre, sigue de pie. El mercado ofrecerá sus servicios durante los próximos días, porque junto a los 329 mercados y tianguis de la ciudad mantienen la alimentación de más de 22 millones de personas.

Gustavo Hernández, de 87 años de edad, dice que desde los nueve años trabaja y no piensa dejar de hacerlo por el Coronavirus. “Uno se acostumbra a trabajar y he visto cosas, que iba a ver compañeros que ya se fueron, que dejaron de trabajar, que se retiraban, y en dos tres meses se morían, como que se acompleja uno. Mi vida ha sido así del trabajo, es una costumbre”. 

“Yo ni creo en eso del Coronavirus, pero por si las dudas me pongo mi cubrebocas. Todo esto me parece más bien político. Oigo que en las noticias lo usamos.Y no me quiero morir de encierro”.

Gustavo va a vender ejotes y chícharos con su esposa Fernanda de 84 años de edad. Contra el Coronavirus, muestra su alcohol del 96 que compró en la vinatería. Para su clientela tiene servilletas y gel desinfectantes. “Ya sobreviví a cuatro infartos, también voy a sobrevivir a esa mentira”, dice desafiante.

Los negocios de frutas y verduras siguen vendiendo, pero sí han perdido clientela porque como el mercado es de medio mayoreo, los comerciantes aseguran que las ventas han bajado en la misma lógica que los restaurantes, torterías y fondas, que son los que más les compran.

Se venden venenos para ratas, variedades de lechugas. Hay pasillos repletos de mandiles cortos, baberos, de esos vestidos largos que se ponen muchas abuelas en México, típicos con sus dos bolsitas. La mayoría tiene bordadas rosas en la calle de Rosario junto a panes, libretas, jícamas, y moles: casero, ranchero, de frutas, de camarón, manzana y especial. Hay ofertas de cerillos, de pantalones a 100 varos.

Varias ventas de guantes, gorros de plástico para el cabello y cubrebocas. 

“La Merced está más viva que nunca”, dice Martha Rojas Serrano, una vendedora de pancita del mercado de comida conocido como El Banquetón, al lado del de las Flores, donde termina la primera nave. En ese pasillo las ventas les han bajado también hasta el 80 por ciento.

La gente está optimista. La música les dicta a veces el sentido de lo que dicen, como una vendedora de pimientos morrones rojos y amarillos. Dice que su mayor venta la hacen con los taqueros, pero sólo han vendido de menudeo. Está muy cerca de la puerta ocho del mercado, donde Félix Ruiz y su gallo Pinocho de la 8 venden cilantro y perejil. Invitan a la gente a venir sin que se sienta enferma.

La Merced colorida y resistente en tiempos de pandemia

En la Casa Xochiquetzal, el hogar donde comparten sus retiros mujeres que trabajaron en las calles de La Merced, hay medidas de aislamiento y restricción de visitas por el COVID-19. Pero afuera, la cotidianidad hace olvidar por momentos la pandemia.

Las calles siguen llenas de sabores, canciones, gente que trabaja y algunas que se burlan del Coronavirus; voces que invitan a comprar o probar sin compromiso; olor a grasa frita, a basura acumulada, a flores y perfumes. Hay callejones con chismorreos, murales antiguos; santitos con veladoras, santos olvidados. Muchas ventas callejeras. Silencios y huecos de comercios.

De la Casa Xochiquetzal, una residente con cubrebocas abre la puerta de madera que tiene una herradura metálica de timbre. Luego, Antonio, un empleado de ese refugio para trabajadoras sexuales jubiladas, explica que como la mayoría tiene más de 60 años, lo que las hace más vulnerables al virus, decidieron restringir los ingresos. Sólo entran locales de la casona colonial de paredes amarillas para evitar contagios. Será así por la emergencia.

Desde la esquina de las calles Joaquín Herrera y República de Bolivia, suenan canciones diversas. En el corazón de México, hombres van y vienen con playeras sin mangas, transportan cajas con sus diablillos metálicos. Hay puestos con regalos para toda ocasión: despertadores de figuras de caricaturas, mascarillas de tela, cosméticos, ropa, aretes, pulseras, anillos, moños para niñas, platos, vasos, cucharas, ollas.

Cada espacio del barrio popular de La Merced tiene música de fondo. De pronto el escenario recuerda a películas mexicanas como El Callejón de los milagros, La plaza de la Soledad de Maya Goded. La música parece un soundtrack de película: desde el merengue, hasta cumbias de principios del año 2000:

Antes roncaba de guapo

Pero ahora mismo está

Recogiendo galletazos

Por todita la ciudad

Y camina de la’o

“Acérquese, linda, acérquese, güera”, dicen en varias calles los comerciantes que mantienen sus productos, en la incertidumbre de que la alcaldía Cuauhtémoc les indique cuándo se tendrán que retirar.

Como el 60 por ciento de la gente que en la Ciudad de México que se dedica a la economía informal, no saben cómo le harán. En medio de la pandemia, las ventas han bajado hasta en un 80 por ciento. Rezan, se enojan y trabajan.

Ricardo Miranda, un vendedor de tacos de 32 años, se quedó con sus platos envueltos de bolsas de plástico y con tripas. Es el copropietario de los famosos tacos de la calle de Alhóndiga:“Tripitrín”, patrocinadores de la lucha libre, porque otro de los hijos de los fundadores es el luchador Gallo giro.

“Desde la semana pasada se murió todo, no hay negocios. Esto sí de plano nos perjudicó mucho”, dice. 

Su bocina ruidosa, donde presumían todos los días su sazón y su patrocinio a la lucha, está apagada. En el negocio, reluce la salsa, servilletas, gel antibacterial y palillos sin utilizar. Pensó que hoy podría retomar la venta.

“Hoy estamos esperando, porque nosotros vivimos día a día. No nos va a quedar de otra más que buscarle aunque sea para llevar. Pero los ingresos van a ser muy pocos, porque si no podemos salir, cómo vamos a salir a repartir”. 

En el cruce de Alhóndiga y Corregidora, la situación es desangelada. A diferencia de otras ocasiones, el estruendo de las bocinas de negocios de comida está apagada. No rivalizan las cumbias con las salsas, como hasta hace unas semanas, aunque sigue la música. La Primaria Gabino Barrera está cerrada.

Otras comerciantes afectadas son Rocío Ramírez, que vende antojitos mexicanos en la misma calle y aún con el cubrebocas, guantes y gel antibcaterial no ha logrado contener la caída de sus ventas. Le han bajado hasta un 70 por ciento. 

En esa calle, son notorios los puestos con cubrebocas de dinosaurios, de perritos, figuras de superhéroes, pero no los otros puestos de calzones y ropa de temporada. Están, según los mismos comerciantes, un 40 por ciento de todos los que conforman la venta de esta parte del Centro.

Luego sigue el callejón de los milagros o el callejón de las uñas, donde Emma hasta las 13:06 había puesto unas uñas de acrílico.

“Sales a arriesgarte también, no te queda nada. Estamos en un albur. Si nos quedamos o llevamos centavos”, dice Vivani García que viene todos los días desde Valle de Chalco y no ha puesto ningunas uñas, como su compañera Mónica Maldonado. Todos los días gasta de pasaje 50 pesos y las comidas.

Las mujeres que salieron a colocar uñas no tienen seguro social. 

Las calles inmortalizadas por escritores como Armando Ramírez o Carlos Monsiváis no pierden su encanto. En la Ramón Corona hay telas multicolores y piñatas de superhéroes para las fiestas que nadie podrá celebrar pronto. En la calle Roldán ofrecen bebidas refrescantes en un carrito de supermercado. Hay juguetes de infancia, como las mamilitas a las que les desaparece el jugo y la leche.

La jefa de gobierno, Claudia Sheinbaum, informó en una conferencia de prensa que  darán 50 mil créditos de 10 mil pesos cada uno para comercios que lo soliciten, ante la falta de ventas por la pandemia. Estos créditos tendrán un interés del 0 por ciento y dos años para pagarlos. Esto, a través del Fondo para el Desarrollo Social de la Ciudad de México.

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