En 2008 se encontró en América la única copia completa de la cinta “Metrópolis” (1927), el filme de Fritz Lang que fue censurado por el nazismo. Podríamos decir que la película sobrevivió gracias a la infranqueable archivística argentina
José Ignacio De Alba / X:@ignaciodealba
Vivir en Argentina ayuda a entender por qué Metrópolis, una de las pocas películas consideradas Memoria del Mundo, sobrevivió. Es un país obsesionado en crear y almacenar archivos. Un trámite siempre lleva a otro trámite. A uno lo valida el documento y el acopio de documentos nominan a un país.
En mi habitación se empiezan a acumular una serie de papeles que dan prueba del tránsito de la existencia por los pasillos y laberintos de la burocracia (un país). Pero una idea que causa vértigo es la de pensar todos los archivos que se quedan almacenados en los ministerios y edificios gubernamentales. En esta épica de la archivística sobrevivió Metrópolis.
El héroe de esta trama es el historiador, Fernando Martín Peña, quien sospechó durante años que Metrópolis, que la única versión completa de la película se encontraba perdida en alguno de los pasillos inaccesibles de los archivos de la nación. Martín Peña se tuvo que enfrentar a burócratas, sobrevivió al tedio de las salas de espera y se obstinó en papeles.
Metrópolis fue proyectada por primera vez en 1927, es una de las películas más peculiares que uno pueda ver. Su gran formato le dan un aspecto de libreto de ópera ―a mi me recordó a Wagner―, la arquitectura se adelanta al futuro, el arco narrativo fluctúan entre el marxismo y la magia religiosa. Una mujer biónica, un romance de novela y la lucha de clases en medio de una ciudad distópica.
“El mediador entre la cabeza y las manos debe ser el corazón”, dice una de las frases más célebres del filme.
Metrópolis es una ciudad sin gobierno, es un estado-maquina. Los humanos son apenas piezas reemplazables dentro un gran artilugio, los hombres son sirvientes de un proyecto infinito y voraz, la sociedad industrial llevada al extremo. Una ciudad que crece sin cesar, una gran torre de babel. La humanidad acéfala, confiada al destino de la tecnocracia.
La película está sobrecargada de simbolismos. Hace revelaciones parciales, de pronto es subversiva y otras veces parece embriagada de nacionalismo.
La película puede ser inquietante hoy, cien años después de su primera proyección. La obra de Fritz Lang tuvo recortes y censuras a lo largo de la historia. De a poco se fue mutilando, primero fue el nacismo y luego la industria del cine. Los cambios fueron tan profundos que el sentido del guión cambió.
La llegada de la Segunda Guerra Mundial provocó que los respaldos de la película se perdieran, el propio Fritz Lang huyó de Alemania y se instaló en Estados Unidos, donde se consagró como un director expresionista.
La película sobrevivió, pero una cuarta parte de la cinta se le creyó perdida para siempre. Incluso, Lang no volvió a ver su película completa. Ahora sabemos que en 1927 Adolfo Z. Wilson, dedicado a la distribución de películas trajo una copia de la versión completa de Metrópolis a Argentina.
Metrópolis se proyectó por primera vez en Buenos Aires en mayo de 1928. En algún momento, una copia de esta proyección argentina llegó a la colección del crítico, productor y coleccionista Manuel Peña Rodríguez. A finales de los años 60, Peña Rodríguez entregó su colección al Fondo Nacional de las Artes, y en 1992, esta institución la donó al Museo del Cine. Así, la colección permaneció casi 40 años en dos archivos públicos sin que nadie indagara sobre su contenido.
Cuando Martín Peña encontró la película completa, pocos le creyeron. En Alemania eran escépticos de que la gran obra de Lang estuviera en Sudamérica. El historiador cuenta su épica en un libro llamado “Metrópolis”. Después del hallazgo la película fue restaurada y reproyectada en cines de todo el mundo.
Metrópolis es valorada como una de las películas más importantes de la historia, la UNESCO la consideró como Memoria del Mundo en 2001.
Hoy, buena parte de los archivos cinematográficos de Argentina se han estropeado, se piensa que hasta el 50% del cine sonoro del país está perdido. Los archivos también mueren. No solo eso, desde la llegada de Milei a la presidencia el Instituto Nacional de Cine y Artes Visuales está en peligro. La derecha ―en su “batalla cultural”― ha propuesto desfinanciar los fondos para la creación y almacenamiento de películas.
Cronista interesado en la historia y autor de la columna Cartohistoria que se publica en Pie de Página, medio del que es reportero fundador. Desde 2014 ha recorrido el país para contar historias de desigualdad, despojo y sobre víctimas de la violencia derivada del conflicto armado interno. Integrante de los equipos ganadores del Premio Nacional Rostros de la Discriminación (2016); Premio Gabriel García Márquez (2017); y el Premio Nacional de Periodismo (2019).
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