La sociedad francesa ve cómo el capitalismo está enriqueciendo a las capas más ricas de la sociedad y empobreciendo a los más pobres, lo que desencadenó una nueva serie de protestas. El sociólogo Denis Merklen explica en entrevista cuáles son los impactos en este país reconocido como el motor político social de Europa
Texto: Iván Cadin / @ivankdin
Foto: Alain Jocard / AFP
PARÍS, FRANCIA. El descontento en Francia tiene ya varios años. Y no cesa, se mantiene. Y en ocasiones se desborda. ¿Qué sucede en esta nación?
A excepción de los meses de confinamiento que obligó la pandemia de covid, la nación europea ha tenido permanentemente a gente en las calles. Si bien el país se caracteriza por sus constantes protestas callejeras, en los últimos años estas expresiones se han intensificado: movilizaciones sociales con gran número de participantes, convocatorias constantes a marchas, hechos de violencia en las mismas, una brutalidad policiaca in crescendo que ha provocado numerosos casos de heridos graves así como recomendaciones de organizaciones de derechos humanos nacionales e internacionales.
Manifestaciones originadas por el alza de la gasolina (el origen de los Chalecos Amarillos), por reformas laborales, educativas, sanitarias, protestas recientes contra la inflación, las superfortunas, la crisis energética, por alzas salariales… Para el próximo 10 de noviembre, los trabajadores del metro parisino, entre otros sindicatos, están llamando a un paro en este sector, justo tras la huelga de trabajadores petroleros que durante tres semanas provocó un fuerte desabastecimiento de gasolinas en el país.
Si no fuera suficiente con el contexto nacional, a la par la situación continental e internacional incide de manera decisiva. El conflicto ruso-ucraniano ha puesto a Europa bajo una crisis energética y, por extensión, económica y de consumo. El euro, al cierre de esta edición, se mantiene cotizando en los 0.99 dólares (su valor más bajo en 20 años). La inflación golpea moderadamente a Francia (6.2 por ciento en septiembre), convirtiendo a la nación prácticamente en la menos golpeada por esta alza de precios, a diferencia de España (9.3 por ciento), Alemania (10.9 por ciento) o del promedio de toda la eurozona (10 por ciento).
Ante esa vorágine de sucesos, Pie de Página conversó con el sociólogo investigador Denis Merklen para tener un diagnóstico más preciso de lo que pasa en estos momentos en el país.
—¿Qué momento vive Francia con las protestas sociales recientes? Hay movimientos que responden a dinámicas surgidas tras el conflicto de Rusia y Ucrania pero también aquellos propios de una política interna francesa de más larga data.
—Es una mezcla de ambas cosas. El desencadenante de la crisis actual fue una huelga de los trabajadores de la compañía petrolera TotalEnergies, que es la gran multinacional francesa del petróleo, pidiendo aumento de salario. La huelga estuvo motivada por dos razones. En primer lugar, la inflación, que tiene causas múltiples, no sólo en la guerra pero con mucha certeza muy fuertemente provocada por la guerra. Pero usted sabe que hay un contexto de rebrote inflacionario a nivel internacional. Y por otro lado, el hecho de que la compañía petrolera está teniendo unos niveles de ganancia fenomenales y el director de la empresa se aumentó 52 por ciento su ingreso, que es de varios millones de euros. Entonces, esto provoca un sentimiento de injusticia. Y hace que esa huelga de los trabajadores del petróleo tuviese un acompañamiento social popular muy grande. Un gobierno (el del presidente Emmanuel Macron) que favorece el crecimiento de los altos ingresos, por una parte (esto ya es un fenómeno que se arrastra desde hace varios años) y por otra parte, una situación económica puntual provocada por la crisis internacional, que hace que por primera vez en 40 años Francia esté volviendo a una situación de inflación que se come los salarios.
Relacionado con estas protestas sindicales, en días pasados se desarrolló en París la manifestación “contra la vida cara y la inacción climática”, la cual atrajo a miles de personas (140 mil para los organizadores, 30 mil según la policía), convocada por organizaciones sindicales, sociales, políticas, partidistas y por diversas personalidades del ámbito francés, entre ellas Annie Ernaux, galardonada en días recientes con el Nobel de literatura. Sobre esta carestía francesa, Merklen, profesor en la universidad Sorbonne Nouvelle en París, detalla:
“Es algo muy difícil de poder determinar y hacer comprender en una perspectiva de distancia social y política como la que puede haber entre México y Francia o entre América Latina y Europa (…) pero usted bien sabe que los pueblos no se miran solamente en comparación con algún estándar o algún vecino sino que se miran comparándose consigo mismos, las clases populares con otros sectores de la población, la sociedad con su propio pasado. Entonces, ¿qué viven las clases populares, las clases medias hoy en Francia? Un declive del servicio público, de los hospitales, de la escuela, de las universidades muy importante. No se percibe un sentimiento de progreso sino de deterioro. (…) El salario francés, por ejemplo, es muy superior al salario medio de España. Tienen un sistema de protección social infinitamente más protector que los españoles, los italianos, los griegos, los portugueses e incluso, en cierta medida, que los alemanes.”
“Pero esto no es una forma que pueda servir de consuelo a un desempleado francés. De nada le sirve saber que en España el salario mínimo es 30 por ciento más barato, más bajo. (…) Lo que se está poniendo a discusión en el espacio público en este momento es el problema de que las grandes empresas y los sectores más concentrados del ingreso están ganando muchísimo dinero en el mismo momento en que el Estado dice ‘vamos a hacer corte de energías, se viene la inflación, los salarios del sistema público no pueden aumentar, no podemos poner más dinero en el Estado, no hay manera de aumentar el salario de los trabajadores menos calificados’, etcétera.”
“Ese sentimiento de gran injusticia es una de las chispas que estalla la protesta. No se debe mirar tanto el problema en Francia como un problema de deterioro de las condiciones materiales, que lo es también, sino el desencuentro que hay entre el modo en que el capitalismo está enriqueciendo a las capas más ricas de la sociedad y empobreciendo a los más pobres. (…) Ahora se está viviendo una ruptura y una aceleración de ese capitalismo renano, como se le llama desde el oeste de Europa, hacia una situación más típica del neoliberalismo, en donde las desigualdades se disparan.”
—Según su lectura, ¿cómo ha sido la respuesta del gobierno de Emmanuel Macron ante las protestas, y esta postura cómo incidirá para el otoño político que se desarrollará en Francia las siguientes semanas?
—El gobierno está avanzando en la iniciativa de mantener su programa. Acaba de realizar una reforma muy importante del seguro de desempleo que restringe los derechos de los trabajadores desocupados. Por otra parte, se está lanzando en este momento hacia una reforma del sistema jubilatorio que había intentado hacer en 2019 y debió abandonar porque hubo una huelga de resistencia muy importante y luego vino la pandemia. Y por otra parte, acaba de aprobar un presupuesto que deja claro que el rumbo es el mismo. Ahora bien, el gobierno no tiene mayoría en el Parlamento. Esa es la gran diferencia entre el gobierno de Macron I y el gobierno de Macron II. Y si bien la izquierda logró recomponer sus fuerzas y conquistar un grupo parlamentario bastante fuerte, todo el Parlamento se ha corrido hacia la derecha. No olvidemos que el ex Frente Nacional, ahora Reagrupación Nacional, de Marine Le Pen, obtuvo 90 diputados y que nunca en la historia la ultraderecha había tenido tanta cantidad de diputados desde la Quinta República. Es decir, desde las épocas de De Gaulle nunca la ultraderecha había tenido un grupo parlamentario de tal importancia.
Las actuales movilizaciones en Francia no se pueden entender sin el giro que hubo en el centro de gravedad de sus izquierdas partidistas. Tras la elección presidencial de hace unos meses (en las que Macron logró reelegirse), el tablero de la izquierda se reconfiguró. Los otrora poderosos partidos Socialista y Comunista no llegaron ni al 5 por ciento de la intención de voto (tampoco lo lograron los Verdes) mientras que la organización de La Francia Insumisa, partido fundado apenas en 2016, estuvo a 400 mil votos de entrar a la segunda vuelta con casi el 22 por ciento de los sufragios.
Esta nueva composición de las izquierdas se reflejó también en las posteriores elecciones legislativas, en las que Macron no pudo obtener una cómoda mayoría para su segundo mandato, legislativas que vieron nacer, por un lado, la coalición de las izquierdas (la Nupes, Nueva Unión Popular Ecológica y Social, con mayoría de La Francia Insumisa y conformándose como el primer bloque de oposición) y la primera y nutrida bancada de Agrupación Nacional, el partido de la ultraderecha de Marine Le Pen, evento político inimaginable hasta hace pocos años.
Para Merklen, actual director del Instituto de Altos Estudios de América Latina de la Nouvelle Sorbonne, esta ruptura programática y conceptual en la izquierda francesa involucra varios cambios.
“El más importante giro es que se pasó de una izquierda de gobierno que tenía un aparato muy aceitado para ganar las elecciones y ocupar el gobierno, a una izquierda de oposición, de protesta. Ese es el principal cambio. (…) Los dos partidos importantes tradicionales de la izquierda, el Partido Socialista y el Partido Comunista, se han visto muy debilitados ante dos sectores nuevos: uno menor, los ecologistas, y otro muy fuerte, muy consolidado, muy sólido, que es La Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon. Ese es el cambio más importante. Luego hay otros cambios más profundos, más de largo plazo, más de largo alcance, que son como una especie de movimiento de fondo que está transformando la sociedad francesa y la relación de la izquierda con la sociedad francesa.”
En esta sacudida que experimenta la izquierda en Francia, los debates sobre sus valores, sus causas, sus reivindicaciones y los sectores que debe acompañar se han convertido en temas candentes a debatir. Para Denis Merklen, especialista, precisamente, en el estudio de la sociología política de las clases populares, estas discusiones son necesarias.
“El gran tema aglutinador de la izquierda francesa, desde la Revolución Francesa hasta hoy, que fue la cuestión social fue quedando de lado. Desapareció de los discursos jóvenes de la izquierda. Entonces se puede ver con toda claridad lo que estábamos hablando en la primera parte de la conversación, que las clases populares están movilizadas porque no tienen con qué pagar la factura de la luz, porque condiciones de empleo precarias, porque tienen problemas de salario, porque las instituciones en donde tienen que llevar a sus hijos a educarse o a curarse no funcionan, porque los hogares de ancianos se han convertido en lugares de aislamiento y de maltrato. Y estos temas desaparecieron del programa político de la izquierda. (…) En cambio, tienen discursos muy desarrollados y muy aceitados para referirse al calentamiento global, a cambiar modos de vida y demás, pero eso deja a la izquierda aislada en un nicho de clases medias, medias diplomadas y jóvenes, conectadas con la mundialización, y deja abandonadas a las clases populares en manos de la ultraderecha.”
“Por ejemplo, una diputada muy mediática, Sandrine Rousseau, ecologista, diputada de París, ha lanzado una serie de declaraciones muy provocadoras en donde habla de que hay que cambiar la masculinidad, que los hombres dejen de comer carne alrededor de una barbacoa. Pero ese discurso, cuando es escuchado por las clases populares en Francia, es un discurso que ataca los pocos placeres y los pocos divertimentos que tienen.”
“Si usted le dice al obrero o a un desocupado de una ciudad mediana o pequeña de Francia que no tiene que usar más el vehículo, que no tiene que comer carne, que no tiene que tomar más alcohol, que se tiene que convertir en un parisino de 30 años ultradiplomado, estás frito, porque esa persona no puede hacer lo que usted le está proponiendo como la única opción ética y justa posible. Entonces aparecieron voces principalmente de La Francia Insumisa y del Partido Comunista que dijeron ‘hay que volver a traer sobre la mesa el problema del trabajo’. No podemos dejar la problemática del trabajo en manos del neoliberalismo, por un lado, que quiere convertirlo en una simple mercancía, y de la ultraderecha que se sirve de ese vacío para crear un movimiento fascista.”
“Fue así que se creó un conflicto entre los verdes, que salen a decir que el trabajo es un valor de derecha, y el resto de la izquierda que se da cuenta que si se queda sin las clases populares se va a convertir en un grupúsculo de clases medias, tal vez con mucho sentimiento ético pero sin ninguna política posible. Hay ahí un conflicto enorme que atraviesa la izquierda.”
“Francia es el país que tiene mayor parque nuclear del mundo, en proporción a su población y a su consumo. Y en el contexto del calentamiento global, por influencia de la ecología, la izquierda ha abandonado esa propuesta energética, que fue uno de los corazones principales de la economía. Esa fuerza tecnológica e industrial tiene por un lado una correspondencia muy fuerte con la cuestión del calentamiento global, porque los otros países de Europa que renunciaron a la energía nuclear, como Alemania o algunos países escandinavos, lo que están haciendo es quemar gas, quemar petróleo y quemar carbón. Entonces la izquierda se corre de ese problema por responder a los discursos de estas clases medias de las que hablábamos, pero pierde su visión estratégica de fondo, en el cómo construir una transición ecológica.”
“Francia tiene ahora la mitad de sus reactores nucleares parados porque no se invirtió en ellos y no se invirtió en ellos porque se creó una oposición política a la inversión en ese tipo de industria. Y esto en este momento podría darle a Francia muchísima autonomía y una respuesta muy importante en esta coyuntura. Entonces ahí se ven los problemas de la izquierda: le cuesta mucho ir a pensar en la economía concreta, la real, la del mundo de hoy. ¿Qué hacer con la energía, por ejemplo? Entonces se mueve en espacios del discurso que tienen poca conexión con los problemas fundamentales de la sociedad.”
—Comúnmente se dice que Francia es el motor político social de Europa. ¿Lo es o lo sigue siendo? ¿Lo que pase en el otoño francés de esta temporada repercutirá decisivamente en la región, o ya no es tan categórico este peso del país en la zona?
— No, creo que no lo es porque los otros países europeos se han movido hacia una situación donde los proyectos de mantenimiento del sector público, de la protección del trabajo, han sido derrotados en una mayor medida. Entonces es difícil pensar en un movimiento de izquierdas europeo más coordinado. Los distintos países se miran en sus proposiciones con mucha dificultad para coordinarse. Por ejemplo, si usted piensa en la situación italiana en este momento, están en una situación de reflujo muy importante con el fascismo a las puertas del poder. El movimiento español se encuentra en una situación diferente, en una situación social muy compleja pero con la izquierda en el gobierno. Alemania pone en el gobierno a un sector progresista bastante tradicional, mucho más parecido al socialismo de los años 90 que al del siglo 21. En Gran Bretaña, con la salida de la Unión Europea y el triunfo de la derecha muy radical, también hay una relación muy compleja. Se vive en Europa una situación muy difícil para las izquierdas, donde la propuesta programática e ideológica no parece tener una salida clara.
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