El misterio del tesoro de Moctezuma II

10 enero, 2020

Éste es un asunto que lleva irresuelto los últimos 500 años. Entre más pasa el tiempo lo único que se enriquece es la grandiosa leyenda de los tesoros escondidos de la realeza Azteca. Pero también, hay algunos hallazgos que ponen a prueba el mito 

@ignaciodealba

Los primeros en ver el tesoro de Moctezuma II fueron Hernán Cortés y sus hombres. A su llegada a Tenochtitlán, los guerreros fueron hospedados en el Palacio de Axayácatl (actualmente está el Monte de Piedad del Centro Histórico), la casa en la que vivió el padre del emperador.  

Al llegar ahí, los huéspedes se dedicaron a buscar tesoros. Habían escuchado rumores y cuando sus anfitriones los dejaron solos aprovecharon la oportunidad. Desesperados, se pusieron a husmear en la residencia hasta que encontraron una tapia superpuesta que echaron abajo y hallaron una puerta:

“(…) y cuando fue abierta, Cortés con ciertos capitanes entraron primero dentro, y vieron tanto número de joyas de oro y planchas, y tejuelos muchos, y piedras de chalchihuis y otras grandes riquezas; quedaron elevados”, narra Bernal Díaz del Castillo en la Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España .

El joven Bernal, que se embarcó en la aventura de su vida, relata: “como en aquel tiempo era mancebo y no había visto en mi vida riquezas como aquellas, tuve por cierto que en el mundo no debiera haber otras tantas”. 

Las riquezas aquellas, según la tradición mexica, no podían ser tocadas por el emperador Moctezuma II. Los tesoros sólo podían ser incrementados, como lo habían hecho su padre y su abuelo.

La acaudalada fortuna era resguardada en el llamado Teucalco. Cuando aquello fue abierto, los españoles encontraron artefactos con oro, como aretes, diademas, tejidos de pluma, escudos finos, lunetas de nariz, ajorcas, collares, figurines, anillos, bandas, botones y alhajas. 

Todo el oro que encontraron los conquistadores fue fundido y convertido en barras. A sus aliados, los tlaxcaltecas, solo les dieron chalchihuites, piedrecillas de jade, plumas y maderas finas. 

Si alguien sufrió por los tesoros del imperio fue Cuauhtémoc. El emperador que fieramente combatió a los extranjeros decidió deshacerse del tesoro días antes de que cayera la ciudad. 

Después de su captura, Cortés y sus hombres lo torturaron para que relatara dónde estaban los tesoros. Pero a pesar del escarmiento, ya no había nada en las arcas del emperador; lo más que lograron obtener, tras quemarle los pies con fuego y hacerle quemaduras con aceite hirviendo, fue la confesión de que todo lo había arrojado a la laguna.

La ambición de los conquistadores los hizo zambullirse en el agua en busca de piezas de oro, Cortés mandó llamar a los mejores nadadores de la tropa y lograron sacar una parte del tesoro.

Los informantes relataron después al fraile Bernardino de Sahagún: “como que cierto es que eso (oro) anhelan los españoles con gran sed, se les ensancha el cuerpo por eso, tienen hambre furiosa de eso. Como unos puercos hambrientos ansían oro”. 

Nada se volvió a saber de ese oro durante siglos. Aunque muchos rumores aseguraban que parte de los tesoros imperiales fueron arrojados a la laguna que está en el Nevado de Toluca, también se sugería que estaban bajo las lozas de algunas iglesias de la Ciudad de México; el razonamiento era que muchas de éstas fueron levantadas sobre centros rituales aztecas, donde se ofrendaba plata y oro a los dioses.  

Pero si alguien ha estado cerca de gozar los tesoros de Moctezuma II es el humilde pescador veracruzano Raúl Hurtado, quien una mañana salió, como habitualmente hacía, para pescar pulpos en Punta Gorda, Veracruz, pero lo que halló fue un pectoral con incrustaciones de oro y jade.  

Corría el año de 1976. El humilde pescador había encontrado una fuente de riquezas custodiada por pulpos. Lo más probable es que algún galeón español se hubiera encallado y hundido en aquel solitario mar frecuentado por pangas de pescadores. 

Hurtado se inició en la pesca de tesoros, en su sitio secreto frente en los arrecifes de La Blanquilla. Durante días, se dedicó durante días a frecuentar su pequeña fuente de tesoros y con la complicidad de un joyero fundía las piezas para cambiarlas por pesos. 

Pero alguien descubrió su secreto, pues la pequeña fortuna del hombre crecía más allá de lo que lo permiten los pulpos.

Hurtado fue detenido y golpeado por la policía, y encarcelado por “robo a la nación”.

Tiempo después, el pescador de pulpos ayudó a arqueólogos a encontrar más tesoros en el arrecife. Una parte de estos se muestran en el Baluarte de Santiago del Puerto de Veracruz. 

El 13 de marzo de 1981, otro hombre dio un golpe de suerte: Francisco Bautista encontró el “Tejo de Oro de la Alameda”, una barra de oro de unos dos kilogramos, a 5 metros bajo la tierra. El sitio del hallazgo está ubicado a un costado de la Alameda de la Ciudad de México, donde ahora se encuentran las oficinas del Sistema de Administración Tributaria. 

El Instituto Nacional de Antropología e Historia acaba de dar a conocer, gracias a estudios con rayos X fluorecentes, que este pedazo de oro fue fundido entre 1519 y 1520. Justo en los años en que Cortés y sus hombres dedicaron a fundir la joyería imperial.

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Cronista interesado en la historia y autor de la columna Cartohistoria que se publica en Pie de Página, medio del que es reportero fundador. Desde 2014 ha recorrido el país para contar historias de desigualdad, despojo y sobre víctimas de la violencia derivada del conflicto armado interno. Integrante de los equipos ganadores del Premio Nacional Rostros de la Discriminación (2016); Premio Gabriel García Márquez (2017); y el Premio Nacional de Periodismo (2019).